miércoles, 15 de noviembre de 2017

San Alberto Magno: Vivía henchido de gozo porque era un hombre de intensa y continua oración.- Oremos juntos.


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15 de noviembre
San Alberto Magno,
Aclamado obispo, doctor de la Iglesia y doctor universal

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San Alberto Magno (Wiki Commons)
«Aclamado obispo, doctor de la Iglesia y doctor universal. Uno de los más
insignes maestros de la teología medieval. Patrono de la Jornada Mundial de
la Juventud, de la ciencia y de los científicos»
Nació en 1206 en el castillo de Lauingen, Baviera. Era hijo de los condes de
Bollstädt, quienes se hallaban al servicio del monarca Federico II. Contaba
con 16 años cuando inició los estudios universitarios de derecho. Pasó por
Bolonia y Venecia, y finalmente recaló en Padua, lugar donde residía un tío
suyo. En ese momento la ciudad era sede de una de las más prestigiosas
universidades. Hizo acopio de una vasta preparación decantándose por las
ciencias naturales. Solía acudir al templo de los dominicos y en 1223
conoció al beato Jordán de Sajonia, que era entonces el segundo maestro
general de la Orden de predicadores. El inquieto joven, profundamente
conmovido por el testimonio de vida y palabra del beato, no dudó en seguir
el llamamiento de Cristo que se produjo en su interior, y en 1224 se abrazó
a este carisma, junto a otros nueve novicios, uno de ellos hijo de un noble,
como lo era él.
La conmoción familiar que se desató al conocer la noticia alcanzó cotas
preocupantes. Su padre, en particular, estaba tan enfurecido que determinó
aplicar la fuerza, si era preciso, para desligarlo de los frailes
mendicantes. Alberto no pensaba claudicar. Pero, en todo caso, y con la más
que probable idea de evitar males mayores, los superiores le trasladaron a
Colonia. Allí impartió clases en 1228 y en 1229; éste último año tomó el
hábito. Por esa época el enojo paterno se había aplacado. Era un profesor
tan brillante que sus alumnos desbordaban las aulas tanto en las
universidades de Colonia, como en las de Hildesheim, Friburgo, Ratisbona,
Estrasburgo, y en la Sorbona de París, lugares donde también enseñó. Además,
en París había estudiado teología. Algunas veces, cuando el auditorio crecía
al punto de exceder el espacio del aula, se vio obligado a impartir clases
al aire libre. El texto que tenía como base era el Liber Sententiarum, de
Pedro Lombardo. En Colonia, donde fue enviado en 1248 para regir como rector
la nueva universidad puesta en marcha por los dominicos, tuvo como discípulo
al Aquinate, su más excelso alumno, por el que tuvo predilección. Consciente
de su valía, hizo notar: «Ustedes llaman a Tomás 'buey mudo', pero yo les
digo que los mugidos de este buey se escucharán en todo el mundo».
Pero si notables fueron las cualidades intelectuales de Alberto, insigne
científico, teólogo y filósofo, autor de numerosas obras, no palidecían ante
ellas sus excelsas virtudes. Vivía henchido de gozo porque era un hombre de
intensa y continua oración. Su penetrante análisis sobre la ciencia y la
filosofía estaban encarnados en ella, por eso su magistral exposición
enardecía a sus enfervorizados seguidores. Se le considera impulsor de la
escolástica. Pero no se dejó tentar por la vanagloria y, con espíritu
sencillo y humilde elevó sus súplicas a Dios:
«Señor Jesús pedimos tu ayuda para no dejarnos seducir de las vanas palabras
tentadoras sobre la nobleza de la familia, sobre el prestigio de la Orden,
sobre lo que la ciencia tiene de atractivo».
Se dejó guiar de este sentimiento de plena aquiescencia con la voluntad
divina: «Querer todo lo que yo quiero para gloria de Dios, como Dios quiere
para su gloria todo lo que él quiere». Destacaba por su amor a la Eucaristía
y su devoción por María. Se cuenta que en su juventud, experimentando gran
dificultad para el estudio, pensó fugarse del colegio a través de una
escalera que pendía sobre la pared. Y la Virgen, saliéndole al encuentro, le
ofreció su amparo vaticinando lo que le ocurriría al final de sus días:
«Alberto, ¿por qué en vez de huir del colegio, no me rezas a mí, que soy
'Causa de la Sabiduría'? Si me tienes fe y confianza, yo te daré una memoria
prodigiosa. Y para que sepas que fui yo quien te la concedo cuando ya te
vayas a morir, olvidarás todo lo que sabías». Ella había sido la que guió
sus pasos a la Orden dominicana. Le dedicó el Mariale.
En 1254 fue designado provincial de Alemania recorriendo el vasto territorio
a pie mientras mendigaba. El pontífice le encomendó diversas misiones y tuvo
que combatir graves tendencias y abusos. Defendió el derecho a la enseñanza
de las órdenes mendicantes, y fue encargado de redactar el plan de estudios
para todos los dominicos. Cuando se aceptó su renuncia, se centró en el
estudio, la docencia y la escritura. En 1260 fue nombrado obispo de
Ratisbona, lugar donde emprendió la reforma del clero y erradicó las
costumbres licenciosas. No consiguió que el papa Alejandro IV le liberase
del oficio, pero sí lo hizo Urbano IV encomendándole que predicara la
Cruzada desde 1261 a 1263. Fue un gran pacificador. En 1274 participó en el
Concilio de Lyon que había convocado Gregorio X y, entre otras cosas, tuvo
ocasión de salir en defensa de las tesis de su amado Tomás de Aquino que
habían sido objeto de críticas infundadas.
En 1278, mientras impartía clase en Colonia, perdió la memoria. Y desde ese
momento se recluyó en su celda, en oración. Diariamente acudía a la tumba
que mandó erigir para rezar el Oficio de difuntos. En 1279 redactó su
testamento.
Murió el 15 de noviembre de 1280 serenamente, sobre su mesa.
Fue beatificado en 1622 por Gregorio XV, y
canonizado por Pío XI el 16 de diciembre de 1931, quien lo proclamó doctor
de la Iglesia.
En 1941 Pio XII lo declaró patrono de los científicos. Ha recibido el título
de «magnus» (grande), y de «doctor universal» por la extensión de su saber
que engloba las disciplinas filosófico teológicas y las científicas.
Como señaló Benedicto XVI, Alberto «tiene mucho que enseñarnos aún [...]
muestra que entre fe y ciencia no hay oposición, a pesar de algunos
episodios de incomprensión que se han registrado en la historia [...]
recuerda que entre ciencia y fe hay amistad, y que los hombres de ciencia
pueden recorrer, a través de su vocación al estudio de la naturaleza, un
auténtico y fascinante recorrido de santidad».
Fuente; ISABEL ORELLANA VILCHES
<https://es.zenit.org/articles/author/isabelorellana-vilches/>

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