miércoles, 31 de diciembre de 2008

Un regalo para el Recién Nacido


Fuente: Catholic.net
Autor: P. Sergio A. Córdova LC

Ya, felizmente, ha llegado esta fecha venturosa de Navidad. Todos guardamos en nuestra alma recuerdos entrañables de las fiestas navideñas: bellos recuerdos de nuestra infancia, y también de nuestra edad juvenil y adulta. Y es que, en este día todos nos hacemos un poco como niños. Y está muy bien que sea así, porque nuestro Señor prometió el Reino de los cielos a los que son como niños. Más aún, desde que Dios se hizo niño, ya nadie puede avergonzarse de ser uno de ellos.

¡Tantas cosas podrían decirse en un día como éstos! Pero no voy a escribir un tratado de teología. Me voy a limitar, amigo lector, a contarte una sencilla y bella historia. Espero que te guste.

Se cuenta que el año 1994 dos americanos fueron invitados por el Departamento de Educación de Rusia –curiosamente—, para enseñar moral en algunas escuelas públicas, basada en principios bíblicos. Debían enseñar en prisiones, negocios, en el departamento de bomberos y en un gran orfanato. En el orfanato vivían casi 100 niños y niñas que habían sido abandonados por sus padres y dejados en manos del Estado. Y fue en este lugar en donde sucedió este hecho.

Era 25 de diciembre. Los educadores comenzaron a contarles a los niños la historia de la primera Navidad. Les hablaron acerca de María y de José llegando a Belén, de cómo no encontraron lugar en las posadas y, obligados por las circunstancias, tuvieron que irse a un establo a las afueras de Belén. Y fue allí, en una cueva pobre, maloliente y sucia, en donde nació Dios, el Niño Jesús. Y allí fue recostado en un pesebre.

Mientras los chicos del orfanato escuchaban aquella historia, contenían el aliento, y no salían de su asombro. Era la primera vez que oían algo semejante en su vida. Al concluir la narración, los educadores les dieron a los chicos tres pequeños trozos de cartón para que hicieran un tosco pesebre. A cada niño se le dio un cuadrito de papel amarillo, cortado de unas servilletas, para que asemejaran a unas pajas. Luego, unos trocitos de franela para hacerle la manta al bebé. Y, finalmente, de un fieltro marrón, cortaron la figura de un bebé.

De pronto, uno de ellos fijó la vista en un niño que, al parecer, ya había terminado su trabajo. Se llamaba Mishna. Tenía unos ojos muy vivos y estaría alrededor de los seis años de edad. Cuando el educador miró el pesebre, quedó sorprendido al ver no un niño dentro de él, sino dos. Maravillado, llamó enseguida al traductor para que le preguntara por qué había dos bebés en el pesebre. Mishna cruzó sus brazos y, observando la escena del pesebre, comenzó a repetir la historia muy seriamente. Por ser el relato de un niño que había escuchado la historia de Navidad una sola vez, estaba muy bien, hasta que llegó al punto culminante. Allí Mishna empezó a inventar su propio relato, y dijo: –“Y cuando María puso al bebé en el pesebre, Jesús me miró y me preguntó si yo tenía un lugar para estar. Yo le dije que no tenía mamá ni papá, y que no tenía ningún lugar adonde ir. Entonces Jesús me dijo que yo podía estar allí con Él. Le dije que no podía, porque no tenía ningún regalo para darle. Pero yo quería quedarme con Jesús. Y por eso pensé qué podía regalarle yo al Niño. Se me ocurrió que tal vez como regalo yo podría darle un poco de calor. Por eso le pregunté a Jesús: Si te doy calor, ¿ése sería un buen regalo para ti? Y Jesús me dijo que sí, que ése sería el mejor regalo que jamás haya recibido. Por eso me metí dentro del pesebre. Y Jesús me miró y me dijo que podía quedarme allí para siempre”.

Cuando el pequeño Misha terminó su relato, sus ojitos brillaban llenos de lágrimas y empapaban sus mejillas; se tapó la cara, agachó la cabeza sobre la mesa y sus hombros comenzaron a sacudirse en un llanto profundo. El pequeño huérfano había encontrado a alguien que jamás lo abandonaría ni abusaría de él. ¡Alguien que estaría con él para siempre!

Esta conmovedora historia, ¡tiene tanto que enseñarnos! Este niño había comprendido que lo esencial de la Navidad no son los regalos materiales, ni el pavo, ni la champagne, ni las luces y tantas otras cosas buenas y legítimas. Lo verdaderamente importante es nuestro corazón. Y querer estar para siempre al lado de Jesús a través de nuestro amor, de nuestra fe, del regalo de nuestro ser entero a Él.

Dios nace hoy en un establo, no en un palacio. Nace en la pobreza y en la humildad, no en medio de lujos, de poderes y de riquezas. Sólo así podía estar a nuestro nivel: al nivel de los pobres, de los débiles y de los desheredados.

Sólo si nosotros somos pequeños y pobres de espíritu podremos acercarnos a Él, como lo hicieron los pastores en aquella bendita noche de su nacimiento. Los soberbios, los prepotentes y los ricos de este mundo, los que creen que todo lo pueden y que no necesitan de nada ni de nadie –como el rey Herodes, los sabios doctores de Israel y también los poderosos de nuestro tiempo— tal vez nunca llegarán a postrarse ante el Niño en el pobre portal de Belén.

Ojalá nosotros también nos hagamos hoy como niños, como Mishna, como los pobres pastores del Evangelio, para poder estar siempre con Jesús.

Sólo los humildes pueden ir a Belén y arrodillarse ante la maravilla infinita y el misterio insondable de un Dios hecho Niño y acostado en un pesebre. Sólo la contemplación extasiada y llena de fe y de amor es capaz de penetrar –o, mejor dicho, de vislumbrar un poquito al menos— la grandeza inefable de la Navidad. ¡El Dios eterno, infinito, omnipotente e inmortal, convertido en un Niño recién nacido, pequeñito, impotente, humilde, incapaz de valerse por sí mismo! ¿Por qué? Por amor a ti y a mí.

Para redimirnos del pecado, para salvarnos de la muerte, para liberarnos de todas las esclavitudes que nos oprimen y afligen.

Si Dios ha hecho tanto por ti, ¿qué serás capaz tú de regalarle al Niño Dios? 

Navidad... una vez más Señor


Fuente: Catholic.net
Autor: Ma Esther De Ariño

Una vez más hemos limpiado la casa. Hemos pulido los metales, hemos abrillantado las maderas.

Una vez más hemos sacudido el polvo, hemos encendido las luces...

Una vez más hemos hecho estrellas de papel plateado, hemos colgado guirnaldas, una vez más está engalanado el árbol de Navidad, una vez más, Señor, tienen nuestra casa ambiente de fiesta navideña.

Una vez más hemos andado con el vértigo del tráfico, de acá para allá buscando regalos y una vez más, Señor, hemos dispuesto la mesa y preparado la cena con esmero... una vez más, Señor...

Y
una vez más todo esto pasará y será como fuego de artificio que se pierde en la noche de nuestras vidas, si todo esto ha sido meramente exterior. Si no hemos encendido la luz de Tu amor en nuestro corazón. Si nuestra voluntad no se inclina ante ti y te adora incondicionalmente.

Tu no quieres tibios , ya lo dijiste cuando siendo hombre habitabas entre nosotros, no quieres "medias tintas", a ratos si y a ratos no. Trajiste la paz pero también la guerra. La guerra dentro de nosotros mismos para vencer nuestro egoísmo, nuestra soberbia, nuestra envidia, nuestra gran pereza para la entrega total.

La Navidad no es solo para esta noche y de esta noche un ratito y tal vez mañana otro poquito. Es mucho más que eso, es todos los días, todos los meses y todos los segundos del año en que tenemos que vivir la autenticidad de nuestro Credo.

Ser auténticos con nuestra Fe no solo es: no robar, no matar, no hacer mal a nadie. Busquemos en nuestro interior y veamos esos pecados de omisión: el no hacer el bien, el no preocuparnos de los que están a nuestro lado, del hermano que nos tiende la mano y hacemos como que no lo vemos, como que no lo oímos... Veamos si en nuestra vida hay desprendimiento y generosidad o vivimos solo para atesorar y cuando nos parece que tenemos las manos llenas, las tenemos vacías ante los ojos de Dios.

Que esta Noche sea Nochebuena de verdad en nuestro corazón. Vamos a limpiar y quitar el polvo del olvido para las buenas obras. Vamos a colgar para siempre la estrella de la humildad donde antes había soberbia, vamos a poner una guirnalda de caridad donde antes había desamor.

Vamos a cambiar nuestra vida interior fría y apática, por una valiente y plena de autenticidad. Vamos a darte, Señor, lo que viniste a buscar en los hombres una noche como esta hace ya muchos años: limpieza de corazón y buena voluntad.

Empezamos esta pequeña reflexión con: Una vez más Señor... pues bien, ya no será una vez más, será: Siempre más, Señor.

Y como es una Noche muy especial, en nuestra primera oración, en nuestra primera conversación contigo te pedimos:

POR LOS ENFERMOS, POR LOS QUE NADA TIENEN Y NADA ESPERAN, POR LA PAZ EN EL MUNDO, POR LOS QUE TIENEN HAMBRE, POR LOS QUE TIENEN EL VACÍO DE NO SER QUERIDOS, POR LOS QUE YA NO ESTÁN A NUESTRO LADO, POR LOS NIÑOS Y LOS JÓVENES, POR LOS MATRIMONIOS, POR EL PAPA BENEDICTO XVI, POR LA IGLESIA.

A TODOS DANOS TU BENDICIÓN Y PARA TODOS LOS LECTORES DE CATHOLIC.NET, UNA MUY FELIZ NAVIDAD. 

Una invitación... de Jesús


Fuente: Catholic.net
Autor: P Fernando Pascual LC

Llega la Navidad. Para algunos, un tiempo de descanso. Para otros, momentos de inquietud: salen a la luz tensiones y problemas que uno, a veces, puede ocultar gracias al trabajo. Para los cristianos, un momento de fiesta: ¡nace el Salvador!

Para Dios, ¿qué es la Navidad? Dios no tiene tiempo, lo sabemos. Pero entró en el tiempo. Jesús sigue siendo Hombre en el cielo: cada Navidad “recuerda” que es su “cumpleaños”.

Ese día (lo hace todos los días, pero también en Navidad) mirará al mundo con cariño inmenso. Buscará, como hace más de 2000 años, a la oveja perdida. Pensará en su pueblo, en su raza, en quienes viven en Tierra Santa entre de odios tristes, angustias profundas, lágrimas por los fallecidos y los ausentes.

Mirará el corazón de cada hombre, de cada mujer, para mendigar algo de cariño. Más aún, para ofrecer su Amor, para derramar bálsamos de ternura, para vendar heridas profundas, para animar buenos deseos que no acaban de hacerse realidad.

Me mirará también a mí, con mi historia, con mis penas, con mis esperanzas, con mis angustias, con mi generosidad. Querrá decirme que sintió frío porque quería calentar mi corazón egoísta, que pasó sed porque venía a darme agua viva, que conocerá el hambre porque se convertirá en el Pan que se inmola por el mundo.

Entre las postales o los mensajes que me lleguen durante estos días, el más importante viene del Corazón de Cristo. Me invita a abrir el Evangelio, a descubrir que los pobres son llamados al banquete, a recordar que el pecador no es condenado, a vivir en la alegría profunda del perdón divino. Me buscará, aunque tenga que pasar entre abrojos, para tomarme sobre sus hombros, para llevarme nuevamente a casa, para sentarme en un banquete eterno.

Llega la Navidad. La invitación de Dios descansa sobre mi mesa de trabajo o en lo más profundo de mi espíritu hambriento de esperanzas. Es una invitación sencilla y perfumada, amable y sugestiva, bondadosa y humilde. Como todo lo que viene de Dios, que abraza a los que se hacen como niños, a los que viven con la sencillez propia de quienes se sienten muy amados.

El silencio de san José

Fuente: Catholic.net
Autor: SS Benedicto XVI

En estos últimos días del Adviento, la liturgia nos invita a contemplar de modo especial a la Virgen María y a san José, que vivieron con intensidad única el tiempo de la espera y de la preparación del nacimiento de Jesús. Hoy deseo dirigir mi mirada a la figura de san José. (......)

Desde luego, la función de san José no puede reducirse a un aspecto legal. Es modelo del hombre "justo" (Mt 1, 19), que en perfecta sintonía con su esposa acoge al Hijo de Dios hecho hombre y vela por su crecimiento humano. Por eso, en los días que preceden a la Navidad, es muy oportuno entablar una especie de coloquio espiritual con san José, para que él nos ayude a vivir en plenitud este gran misterio de la fe.

El amado Papa Juan Pablo II, que era muy devoto de san José, nos ha dejado una admirable meditación dedicada a él en la exhortación apostólica Redemptoris Custos, "Custodio del Redentor". Entre los muchos aspectos que pone de relieve, pondera en especial el silencio de san José. Su silencio estaba impregnado de contemplación del misterio de Dios, con una actitud de total disponibilidad a la voluntad divina. En otras palabras, el silencio de san José no manifiesta un vacío interior, sino, al contrario, la plenitud de fe que lleva en su corazón y que guía todos sus pensamientos y todos sus actos.

Un silencio gracias al cual san José, al unísono con María, guarda la palabra de Dios, conocida a través de las sagradas Escrituras, confrontándola continuamente con los acontecimientos de la vida de Jesús; un silencio entretejido de oración constante, oración de bendición del Señor, de adoración de su santísima voluntad y de confianza sin reservas en su providencia.

No se exagera si se piensa que, precisamente de su "padre" José, Jesús aprendió, en el plano humano, la fuerte interioridad que es presupuesto de la auténtica justicia, la "justicia superior", que él un día enseñará a sus discípulos (cf. Mt 5, 20).

Dejémonos "contagiar" por el silencio de san José. Nos es muy necesario, en un mundo a menudo demasiado ruidoso, que no favorece el recogimiento y la escucha de la voz de Dios. En este tiempo de preparación para la Navidad cultivemos el recogimiento interior, para acoger y tener siempre a Jesús en nuestra vida

La Guadalupana, tu madre


Fuente: Catholic.net
Autor: P. Mariano de Blas

El nombre más repetido en las mujeres mexicanas es el de GUADALUPE. Por eso muchas celebran su santo el 12 de Diciembre, fecha en que una mujer vestida de princesa, se le apareció a un natural de esta tierra, a Juan Diego, en la Colina del Tepeyac.

Santa María de Guadalupe es el nombre de la celestial Señora. Ella pidió que se construyera un templo, y el templo se construyó. Más aún, hace algunos años se construyó un nuevo santuario más grande y moderno para dar cabida a un número mayor de peregrinos.

Hoy se encuentran muchísimos templos en todo México dedicados a la Virgen de Guadalupe. Casi todas las ciudades tienen el suyo.

¿Para qué pidió un templo? Para que todos nos sintiéramos en su casa cuando fuéramos allí a rezar, para poder decir a cada habitante de nuestro país las mismas palabras que dirigió a Juan Diego: “No temas, ¿no esto yo aquí que soy tu Madre?”

Hermosas palabras que nos quiere decir a cada uno todos los días, pero sobre todo en esos días amargos, días de dolor y desesperanza.

“No temas, ¿no esto yo aquí que soy tu Madre?...” Tenemos miedo de tantas cosas, miedo de perder la salud, el dinero, a que nos roben, miedo al futuro. Existe mucho miedo en el ambiente. “No temas...”, nos dice Ella.

El 12 de Diciembre hasta los más duros se ablandan, van de rodillas ante la Guadalupana.

Santos y pecadores, borrachos y mujeriegos, quizá hasta le juren a la Virgencita que van a cambiar para siempre, y al día siguiente vuelven a ser los mismos. Pero hicieron el intento, y cualquier intento es bueno. Ella se los toma en cuenta. Después de tantos intentos fallidos, basta que uno de esos esfuerzos de resultado.

Yo me pregunto si México sería el mismo si no hubiera intervenido en su historia la Reina del Cielo.

Me impresiona que los mismos inicios de México como nación, interviniera tan amorosamente esa Persona a quién con santo orgullo se le llama “Reina de México”.

En aquel momento era necesaria la ayuda y protección de la Madre de Dios. Hoy es mucho más necesaria. Los males de México son tantos y tan duros que se necesita la ayuda del cielo para remediarlos. Creo que no bastan los buenos políticos y los buenos economistas.

¡Reza, México, a tu Reina!, para que puedas ser liberado de este naufragio. Esa Reina no ha devaluado su amor a México ni a los mexicanos, hoy los quiere como entonces, pero se necesitan millones de manos alzadas al cielo, millones de rodillas que toquen la tierra rezando, millones de lenguas y corazones que unan su voz y su amor en una oración gigantesca y sonora a la Reina de México, para que venga a auxiliarnos en esta hora difícil.

Para los que tienen fe, hay un faro de esperanza en la Colina del Tepeyac que se llama Santa María de Guadalupe.

El tesoro más rico que México y el mundo entero tiene es una tilma sencilla donde la Madre de Dios se pintó a sí misma para que al contemplarla oyéramos todos su dulce mensaje: “¿No estoy yo aquí que soy tu madre?”


ROSAS EN EL TEPEYAC

Las veo en la ladera del bosque;
son grandes, muy variadas:
Todas llevan en su cáliz
perlas del rocío de la noche.

Las ha plantado una mano celestial.
La Madre de Dios tiene preferencia
por las rosas de Castilla, le gustan las rosas.

En su jardín del cielo
debe haber plantado rosas a granel,
y deben muchos ángeles cuidarlas con primor.
Son las rosas de la Madre del Señor.

“Rosas en mi jardín no hay ya,
todas han muerto”, diría un día el poeta.
¡Qué tragedia! Mustios pétalos por el suelo
es todo lo que queda de la gloria de las rosas.

Habrá que pedirle a la dueña del Tepeyac
algunos retoños de rosal
de los que plantó en la colina
para plantarlos en el jardín.

Esos rosales siempre ostentan rosas,
son frescas y hermosas;
nunca se marchitan porque son de Ella.

La imagen de Guadalupe
está pintada con pétalos de rosa,
con rocío de la noche, con amor materno.

No importa que el lienzo sea lo más pobre,
porque esa tilma recoge la obra maestra
que un pincel grabó en ella.

¿Un serafín? ¿Sabía pintura la Virgen?
Los de brocha de aquí abajo
no aciertan a descifrar
con qué arte de dibujo
fue impresa tan magnífica pintura
en una tela tan pobre.
 

La Virgen de Guadalupe y nuestra identidad


Fuente: Yo Influyo
Autor: Federico González W y Guadalupe Sol

Un hecho histórico

“No hizo nada igual con ninguna otra nación”
(Non fecit taliter omni nationi)
fueron las palabras de Benedicto XIV cuando se le presentó la imagen de la Virgen de Guadalupe y admirando su belleza aprobó las obras del patronato de Guadalupe en México.
La aparición de la Virgen de Guadalupe está documentada en un libro escrito en náhuatl por Antonio Valeriano llamado Nican Mopohua (Aquí se narra), escrito en la época de las apariciones.

“Diez años después de tomada la ciudad de México se suspendió la guerra y hubo paz entre los pueblos, así como empezó a brotar la fe, el conocimiento del verdadero Dios, por quien se vive. (…) en el año de 1531, a pocos días del mes de diciembre, sucedió que había un pobre indio de nombre Juan Diego según se dice, natural de Cuautitlán” (…) Cuando llegó a la cumbre, vio a una señora, que estaba allí de pie y que le dijo que se acercara. Llegado a su presencia, se maravilló mucho de su sobrehumana grandeza: su vestidura era radiante como el sol” 1.

La petición de la Sra. del Cielo, como Juan Diego la llamó cariñosamente fue:

“Deseo vivamente que se me erija aquí un templo para en él mostrar y dar todo mi amor, compasión, auxilio y defensa, pues yo soy vuestra piadosa madre; a ti, a todos vosotros juntos los moradores de esta tierra” y más adelante en otra de las apariciones le dijo la frase que se encuentra escrita en la Basílica de Guadalupe, con la que son acogidos todos los que la buscan “¿No estoy yo aquí que soy tu madre? ¿No estás bajo mi sombra? ¿No soy tu salud? ¿No estás por ventura en mi regazo? ¿Qué más has menester? No te apene ni te inquiete otra cosa”.

El final, todos lo conocemos, la Virgen le dio una prueba para que la llevara al Obispo Fray Juan de Zumárraga que fueron unas rosas de Castilla, y al entregarlas apareció su imagen hace 474 años en el Ayate de Juan Diego, la que hoy se venera en la Basílica de Guadalupe.

Identidad y memoria

A partir del siglo XVI se inició en México un proceso de mestizaje racial, pero sobre todo cultural, que involucró a personas de muy distintos orígenes y características: españoles, mexicas, tlaxcaltecas, otomíes, africanos, chinos y filipinos. Pero cabe preguntar, ¿cuál fue el principal elemento de solidaridad, de cohesión, de integración, de identidad, de pertenencia, que pudo abrazar a tantas raíces culturales distintas, e integrarlas en una nueva nación, pluricultural, mestiza y variada?, La Virgen de Guadalupe2.

“Testimonios históricos del siglo XVII indican que para entonces los nacidos en México se reconocían distintos y originales, y eso era motivo de orgullo y satisfacción. Se mencionaban los caballos que esta tierra daba, la hermosura de las mujeres, el clima benigno, la grandiosidad del paisaje, la corrección y dulzura del idioma, los grandes palacios e iglesias, pero había algo más que ostentaban los mexicanos con una gran alegría, casi con un sentido de revancha frente a los nacidos en otras tierras: la Madre de Dios había tenido una especial consideración con esta región del mundo, y como prueba de su especial favor les había hecho don de su propia imagen, impresa en la tilma de un natural del país” 3.

Ciencia y símbolos guadalupanos

Sin duda una tela tan antigua y con el peso de la historia que tiene, ha sido punto de interés de diferentes científicos, incluso no creyentes.

El Dr. José Aste Tomson4 utilizó una tecnología digital de imágenes para estudiar las corneas de la imagen de Guadalupe directamente del Ayate. Se ampliaron las fotografías y descubrió 13 pequeñas imágenes.

En entrevista para Yo Influyo declaró: “Las mismas imágenes están en las dos corneas, no están del mismo tamaño pero sí en las mismas posiciones. Algo así sucede con nuestros ojos cuando algo se refleja en nuestras córneas, si lo que se refleja está más cerca de un ojo sale más grande, y así están en la Virgen.

“El primer personaje que descubrí fue un indígena que esta sentado casi desnudo, con las piernas cruzadas en actitud de mucho interés. (…) ahí en los mismos ojos está la figura de la cabeza de un hombre bastante anciano, demacrado, que por comparación con pinturas parece ser el Obispo Zumárraga, junto a él hay un joven, posiblemente el traductor del Obispo, después esta propiamente Juan Diego, que se le podría reconocer porque está desplegando una capa o tilma frente a precisamente el que sería el Obispo.

“Detrás de él aparece una mujer de raza negra, hay el personaje que ya había sido descubierto y que en esa época se pensó que sería Juan Diego pero con estas ampliaciones se ve que es español. Y lo más interesante que hay en la pupila, en el centro, está un grupo familiar, formado por el padre, la madre, tres niños y dos adultos más”.

El Dr. quiso destacar que la Virgen de Guadalupe da un mensaje a favor de la familia, al mantener en sus ojos la imagen de ésta familia completa que fue testigo de la maravilla del Ayate.

También en entrevista para Yo Influyo Mons. Pedro A. Díaz Rivera5 dijo “es una imagen que dice mucho a los indígenas, toma su cultura porque apareció con aquellos símbolos de las deidades indígenas, aquello que era importante para el indígena, el color de su vestimenta era el color que utilizaban los principales, apareció el sol, la luna y las estrellas, pero ella esta sobre la luna, se viste de las estrellas, el sol esta atrás, es más que sus deidades, y les esta hablando en su propio lenguaje. (…) y al mismo tiempo su actitud es reverente, dice no soy una diosa, aparece como una mujer embarazada, se presenta como la portadora del Dios por quien se vive”.

El material del que está hecho el Ayate, el cual es confeccionado con la fibra del maguey llamada ixtle, que se obtiene mediante un rústico y laborioso proceso. Es un enigma el cómo se ha mantenido intacto a pesar de los cientos de años que tiene..

“Los expertos coinciden en que la Virgen de Guadalupe quiso mostrarse a los antiguos pueblos indígenas con un atuendo lleno de símbolos (a manera de códice) que los habitantes de estas tierras pudieron entender fácilmente” 6.

Algunos de los símbolos que destacan en el Ayate de Guadalupe son:
- La estatura de la Virgen en el Ayate es de 143 centímetros y representa a una joven cuya edad aproximada es de 18 a 20 años.
- Lleva el cabello suelto, lo que entre los aztecas era señal de una mujer glorificada con un hijo en el vientre.
- Está embarazada. Su gravidez se constata por la forma aumentada del abdomen, donde se destaca una mayor prominencia vertical que trasversal, corresponde a un embarazo casi en su última etapa.

La flor de cuatro pétalos o Nahui Ollin: es el símbolo principal en la imagen de la Virgen, es el máximo símbolo náhuatl y representa la presencia de Dios, la plenitud, el centro del espacio y del tiempo.

En la imagen presenta a la Virgen de Guadalupe como la Madre de Dios y marca el lugar donde se encuentra Nuestro Señor Jesús en su vientre.

Forjadora de una nación

Mucho se ha escrito de la identidad del mexicano, ha sido difícil definirnos como nación unida y a pesar de nuestros contrastes culturales, educativos, económicos y sociales si existe un punto de unión que no distingue raza, ni clase social: es la identificación con la Virgen de Guadalupe.

Símbolo de encuentro entre todos los mexicanos, incluso entre los no creyentes. Su mensaje es de paz, de reconciliación, de solidaridad y de unidad.

Mexicanos volad presurosos
del pendón de la Virgen en pos,
y en la lucha saldréis victoriosos…

Entrevistas: Federico González W y Guadalupe Solis.
Investigación y redacción: Ma. Teresa Guevara de Urrutia.

Preguntas o comentarios al autor

1- VALERIANO, Antonio: Nican Mopohua, traducción por Primo Feliciano Velázquez.
2-Cfr. ASTUDILLO, Carlos: Suplemento de Historia, Música y Poesía de Yo Influyo, 12 diciembre de 2005.
3 -Cfr. Idem.
4- Entrevista exclusiva para Yo Influyo realizada por Federico González y Lupita Solis.
5-Entrevista exclusiva para Yo Influyo realizada por Federico González y Lupita Solis.
6-http//:virgendeguadalupe.org

El clamor del Adviento


Fuente: Catholic.net
Autor: Padre Luis María Etcheverry Boneo

Si todo fin y todo comienzo de año debe ser siempre, para las personas serias, responsables, un momento de balance: de mirar al pasado y a la vez al futuro, de sacar experiencia de lo ocurrido para asegurar un mejor rendimiento del porvenir, esto debe ocurrir de un modo mucho más particular y más exigente cuando se trata del fin y del comienzo del año eclesiástico y, por lo tanto, en relación con lo que más importa que es nuestra vida espiritual.

El año eclesiástico comienza con el Adviento, es decir, con la preparación para el nuevo nacimiento de Jesucristo en la Iglesia y en nuestras almas.

El Adviento, en la liturgia de la Iglesia, no sólo es una preparación para la conmemoración y para el nacimiento místico de Jesucristo en Navidad; no sólo mira a ese fin práctico, sino que -en esa actitud de la Iglesia de renovar cada año los misterios relativos al ciclo humano de la vida de Jesús- quiere comenzar con un signo de la larga expectación de la humanidad con respecto a la venida del Mesías anunciado.

Durante un mes vamos a renovar místicamente ese período de la historia de la humanidad que transcurre desde el pecado del primer hombre hasta la llegada visible del Redentor a este mundo.

Por eso es comprensible que la Iglesia asuma, en su liturgia de este tiempo, abundantes textos del Antiguo Testamento y sobre todo un espíritu tomado de la imagen de la tierra, por una parte seca, árida, sedienta de lluvia, y por otra, bien preparada para recibir en su seno la buena semilla en el momento de la siembra que espera le ha de llegar. Así como todo el tiempo del trabajo de la tierra previo a la siembra, está destinado a asegurar que cuando venga la semilla no encuentre ningún obstáculo a su supervivencia y a su desarrollo: a su germinación, al producir la planta, las flores, los frutos (es decir, una expansión total de esa vida latente que traía la semilla), así también todo el Antiguo Testamento, y el Adviento para nosotros, debe ser un trabajo de arada, de rastreo, de preparación de la tierra.

¿Para qué se ara? Primero para matar todos los yuyos, es decir, todas las plantas, todas las vidas que puedan entrar en competencia con la vida de la semilla y llevarse para ellas los frutos, las sales, las riquezas de la tierra; se requiere que cuando venga la semilla, nada en el seno de la tierra pueda disputarle la posesión de los alimentos.

Y se rastrea, en segundo lugar, para romper todos los cascotes y sacar todas las piedras y consecuentemente todos los huecos que haya entre cascote y cascote, lo cual, de no hacerse, haría que la semilla quede sin entrar en la tierra o al lanzar una raíz no pueda ella expandirla y se vea impedida de germinar o, en todo caso, limitada en su crecimiento.

¿Y para qué se riega, cuando se puede, la tierra? O ¿por qué clama la tierra que venga el agua del cielo, si el hombre no puede proporcionársela? Para que esa agua, además de incorporarse a la semilla y enriquecerla por sí misma, se convierta en el vehículo por el cual las sales y los elementos vitales que la tierra contiene se pongan al alcance y puedan entrar en contacto con la planta e introducirse dentro de ella y así enriquecerla, fortificarla, hacerla desarrollar y alcanzar todo lo apetecido.

La literatura del Antiguo Testamento está embebida en esta semejanza de la tierra que se trabaja y de la tierra que clama por la lluvia para que venga esa semilla a traer su vida. Y la liturgia de este Tiempo nos trae, con esta misma comparación, toda la fuerza de su sugerencia y de su sacramentalidad para que trabajemos nuestra alma, de tal manera que, en el Adviento quitemos todo lo que en nosotros pueda oponerse al nacimiento o a la futura expansión de Jesús con su vida, cuando llegue una vez más, en Navidad.

Que no quede ningún sector de nuestra persona: ni la inteligencia, ni la voluntad, ni el corazón, ni la sensibilidad, invadido por cualquier semilla que impida la entrada de Jesucristo con su vida, en ese sector.

Y que no haya en nosotros ningún cascote, ninguna costra, nada que, aunque no sea usufructuado por alguna otra vida, u otra semilla, o por algún otro organismo, sin embargo esté cerrado como un caparazón, a la penetración de Jesucristo cuando venga a nuestra alma místicamente el día de Navidad.

Y que, por otra parte, no falte el agua de la gracia que consigamos a fuerza de pedirla, a fuerza de clamar como clama la tierra -simbólicamente- cuando está seca; la gracia que merezcamos con nuestras oraciones y nuestras buenas obras, y que dentro de nosotros disponga todo lo necesario para que la vida de Jesús, el mundo de sus sugerencias mentales, de sus ilustraciones a la inteligencia, de sus mociones a la voluntad, de sus sentimientos para nuestro corazón, todo eso encuentre el vehículo apropiado, la tierra blanda, permeable, para que la haga llegar hasta todos los límites y dimensiones de nuestra persona.

Tengámoslo, entonces, muy en cuenta: se trata de quitar lo que pueda disputarle al Señor la posesión de nuestra persona; se trata de romper cualquier caparazón que nos cierre, que impida, que encallezca nuestra alma a la acción del Señor; se trata de ablandarla y de vehiculizarla toda, con la lluvia de la gracia que merezcamos y obtengamos por medio de la oración, y de las buenas obras ofrecidas con ese objeto.


La perspectiva de un nuevo nacimiento del Señor, en nosotros y en el mundo tan necesitado de Él, tiene que ser objeto de una preocupación, de todo un conjunto de sentimientos y de actos de voluntad que estén polarizados por el deseo de poner de nuestra parte todo lo que podamos, para que el Señor venga lo más plenamente posible sobre cada uno y sobre el mundo.

Y si esto vale siempre, se hace más exigente en las circunstancias del mundo presente que desvirtúa precisamente lo que Jesucristo trajo con su nacimiento. ¡Qué necesario es que pongamos todo de nuestra parte para que Jesús venga a nosotros con renovada fuerza el día de Navidad y, a través nuestro, sobre las personas que están cerca, sobre la Iglesia y sobre el mundo!

Quedémonos en espíritu de oración, fomentando en nuestro interior el deseo de que las cosas ocurran según las intenciones y los deseos del mismo Señor.

El Adviento es una época muy linda del año. Después de las fiestas de Navidad y de Pascua, quizá es la más linda, porque es una época de total esperanza, de seguridad alegre y confiada. En ese sentido nuestro Adviento es más lindo que el del Antiguo Testamento: se esperaba lo que todavía no había venido, en cambio nosotros sabemos que el Señor ya ha venido sobre el mundo, sobre la Iglesia, sobre cada uno y entonces tenemos mucho más apoyo para nuestra seguridad de que ha de venir nuevamente, a perfeccionar lo ya iniciado.

Por otra parte, esa presencia del Señor en la Iglesia y en nosotros nos ha hecho ir conociendo a Jesús, amándolo y tratándolo con confianza; por tanto, este esperar su nuevo nacimiento tiene que ser mucho más dulce, mucho más suave, mucho más seguro, mucho más esperanzado (con el doble elemento de seguridad y alegría de la esperanza) que lo que fue la espera de los hombres y mujeres del Antiguo Testamento.

Quedémonos, pues, unidos con Jesús, conversemos sobre estos temas, preguntémosle qué nos sugiere a cada uno en particular para que podamos, desde el comienzo, vivir el Adviento del modo más conducente para obtener la plenitud de Navidad que Él sin duda quiere darnos. 

domingo, 28 de diciembre de 2008

46. En Cristo Jesús. Esta insondable expresión paulina

Fuente: Catholic.net
Autor: Pedro García Misionero Claretiano

El Papa Benedicto XVI estableció el Año del Apóstol San Pablo, comprendido entre las fechas 28 de Junio del 2008 al 29 de Junio del año 2009, para conmemorar el Bimilenario del nacimiento de Pablo, el hombre más providencial que Dios regaló a la Iglesia naciente.

En las meditaciones de los
lunes y miércoles realizaremos un modesto programa que pretende dar a conocer la vida del Apóstol y exponer en forma sencilla la doctrina cristiana de sus cartas inmortales, las catorce clásicas, incluida la de los Hebreos, la cual contiene claramente de principio a fin el pensamiento paulino, y encontrar por nosotros mismos las enseñanzas que Pablo nos transmite a todos. Pedro García Misionero Claretiano.

Si queremos entretenernos al leer a San Pablo, miremos de contar las veces que el Apóstol emplea esta expresión:

“En Cristo Jesús”

Son muchas. Pero las podremos contar.
Lo que no contaremos -mejor dicho, lo que no mediremos jamás- es la profundidad que se esconde en esas tres palabras.

En Jesús
“reside toda la plenitud de la Divinidad”, nos dice Pablo (Col 2,9)
Entonces, cuando nos metemos en el alma de Jesús, cuando penetramos en su Corazón, nos hundimos en un abismo infinito sin encontrar fondo jamás.

Sin embargo, con ese
En Cristo Jesús, Pablo nos mete en realidad dentro de nosotros mismos, que estamos hechos una sola cosa con Cristo. Y es entonces cuando nos pasmamos de nuestra propia grandeza cristiana.

Cristo, todo en mí.
Yo, del todo en Cristo.
Cristo y yo, un solo Cristo.

Dicho esto por cada cristiano, ¿dónde se esconde la razón de semejante grandeza?
Es el mismo Pablo quien nos lo va a decir.

En el bautismo, un día nos hundimos en la muerte de Cristo, y, al salir de las aguas, éramos unas nuevas criaturas, o como dice Pablo, éramos una nueva creación. Desaparecimos nosotros para encontrarnos convertidos en el mismo Cristo, y esto hace que tengamos una vida totalmente diferente de la que antes poseíamos.

San Pablo nos lo dice así:

Todos los que fuimos bautizados en Cristo Jesús… vivimos una vida nueva (Ro 6,3-4)

Es la vida nueva del Resucitado, con el que no formamos más que un solo cuerpo, de modo -sigue diciendo Pablo con osadía verdadera- que somos “uno solo en Cristo Jesús”, como una sola persona (Ga 3,28)

En estas palabras tenemos la clave para ir entendiendo la expresión grandiosa y sublime:
¡En Cristo Jesús!.
¿Queremos saber lo que somos y hacemos en Cristo Jesús?... Podemos escoger al azar muchos textos de San Pablo. Citamos unos cuantos nada más, y sin orden alguno.

Dios nos resucitó con Cristo y nos hizo sentar en los cielos en Cristo Jesús, a fin de mostrar en nosotros la enorme riqueza de su gracia en Cristo Jesús. Somos hechura suya, creados en Cristo Jesús, para realizar las buenas obras que Dios dispuso de antemano que practicáramos nosotros. (Ef 2,6-10)

En tan poquísimas palabras trae Pablo cuatro o cinco veces el
En Cristo Jesús, cada una con sentido diferente.

Antes que nada, Dios nos había creado “en Cristo Jesús”. ¿Para qué?... Metidos en Cristo Jesús -o, si queremos, con Cristo Jesús dentro de nosotros-, agradamos grandemente a Dios, de modo que Dios tiene en nosotros todas sus delicias, como las tenía en Jesús y lo manifestó en el río Jordán al ser Jesús bautizado, cuando dejó oír su voz entre las nubes: “¡Este es mi Hijo amado, en quien tengo todas mis deliias!”.

Palabra que repite con satisfacción divina sobre cada uno de los bautizados:
- ¡Este mi hijo, esta mi hija tan queridos!... .

Aún antes de morir, Dios ya nos había resucitado
“en Cristo Jesús” a la par que resucitaba el mismo Jesús, como si Dios tuviera prisa de sacarnos del sepulcro antes de que nos metan en él.

Además, ya nos tiene Dios sentados en el Cielo, metidos
en Cristo Jesús.
Y esto, sencillamente, porque Dios no nos puede separar de Jesús.

Caminamos aparentemente muy pobres por el mundo; pero, sin darnos cuenta, Dios nos ha enriquecido enormemente
en Cristo Jesús, porque en Jesús nos ha dado toda su Vida. No quiere decir otra cosa Pablo cuando escribe:

“¡Bendito sea Dios, el Padre de nuestro Señor Jesucristo, que nos ha enriquecido con toda clase de bienes espirituales y celestiales en Cristo!” (Ef 1,3)

Todas las acciones del cristiano se hacen dignas de Dios cuando están hechas con los sentimientos del Señor, como encarga Pablo a sus discípulos de Filipos:

“Tengan los mismos sentimientos que anidan en Cristo Jesús” (Flp 2,5), sentimientos que a ustedes los convierten en Cristo, porque piensan y viven lo mismo que Jesucristo.

¿Queremos, para acabar, un extraordinario
“En Cristo Jesús” de Pablo?

Es aquel con que finaliza la exposición doctrinal de su carta a los de Roma:

“¿Quién nos separará del amor de Cristo?... Nada ni nadie… Pues estoy seguro de que ni la muerte, ni la vida, ni los ángeles, ni los principados, ni lo presente, ni lo futuro, ni las potestades, ni la altura, ni la profundidad, ni criatura alguna podrá depararnos del amor de Dios manifestado en Cristo Jesús Señor nuestro” (Ro 8,38-39)

Este párrafo, citado tantas veces, resulta grandioso si se mira a Dios, si se mira a Jesucristo, si nos miramos a nosotros mismos.

Dios se pierde de amor por nosotros. Amor manifestado expresamente
“en Cristo Jesús”.


Jesús entonces tiene las manos atadas para castigar. Lo dice Pablo en este contexto:

- Cristo, el que murió por nosotros, el que nos resucitó junto consigo mismo, y que está en el Cielo intercediendo siempre por nosotros, no nos puede condenar. Metidos nosotros
“en Cristo Jesús”, Jesús no puede ir contra Sí mismo.

Y nuestro amor a Dios también es un amor firme, seguro, que no falla, porque está ci-mentado, escondido y garantizado “en Cristo Jesús”

¿Cómo ve Pablo a todos aquellos que él había evangelizado y recibido el Bautismo?
Los mira “santificados en Cristo Jesús”, “mediante la gracia otorgada por Dios en Cristo Jesús”, “gracia determinada desde toda la eternidad en Cristo Jesús” y que debía ser consumada en la eternidad.

<>es la fórmula con que Pablo nos dice de dónde nos viene todo, lo que realmente somos, y lo que nos espera para siempre (1Co 1,2-4; 2Tm 1,9)

Con tanto repetir hoy “en Cristo Jesús”, ¿hemos dicho algo que valga la pena?...
Si se lo preguntamos a Pablo, seguro que nos contestará:

Piensen, sientan y vivan siempre “en Cristo Jesús”. Les aseguro que no querrán saber nada más. Les doy mi palabra de honor de que lo tendrán todo, que no les faltará nada, y serán completamente felices. Porque no existe garantía mayor de salvación y de dicha verdadera que aquella que se funda y se encierra “en Cristo Jesús”… 

45. La carta a los Gálatas. Tan queridos y tan volubles

Fuente: Catholic.net
Autor: Pedro García Misionero Claretiano

El Papa Benedicto XVI estableció el Año del Apóstol San Pablo, comprendido entre las fechas 28 de Junio del 2008 al 29 de Junio del año 2009, para conmemorar el Bimilenario del nacimiento de Pablo, el hombre más providencial que Dios regaló a la Iglesia naciente.

En las meditaciones de los
lunes y miércoles realizaremos un modesto programa que pretende dar a conocer la vida del Apóstol y exponer en forma sencilla la doctrina cristiana de sus cartas inmortales, las catorce clásicas, incluida la de los Hebreos, la cual contiene claramente de principio a fin el pensamiento paulino, y encontrar por nosotros mismos las enseñanzas que Pablo nos transmite a todos. Pedro García Misionero Claretiano.

Pablo estaba de paso por Macedonia, camino de Corinto, probablemente a principios del año 58, y un día le oyeron todos exclamar angustiado:

¡Ay, esos queridos gálatas, tan simpáticos, tan buenos, y tan inconstantes! Hace ya siete años que recibieron el Evangelio, y aquello fue magnífico.
Temiéndome algo, les hice una visita rápida hace tres años, y les conforté en la fe.
Ahora, por las noticias que me llegan, están zarandeados por los judaizantes, y los gálatas, como siempre, apegándose al que les viene con la última novedad.
Iría a verlos otra vez, pero me es imposible.

- ¿Y qué vas a hacer, Pablo?, le preguntan sus colaboradores.

- "Lo mismo que hice con los de Tesalónica hace ya tiempo y que dio tan buen resultado: escribirles. Una carta suplirá mi presencia. "

Así lo pensó Pablo, y así lo hizo.
Y de sus labios salieron expresiones sublimes, que el amanuense o secretario tenía que ir copiando en el papiro, al final del cual escribirá Pablo de su puño y letra unas cuantas líneas: “Ya ven qué letras tan grandes, escritas con mi propia mano”.

La carta a los Gálatas es un grito angustioso de Pablo contra sus enemigos más tenaces, los judaizantes, esos cristianos venidos de la sinagoga y empeñados en hacer del cristianismo una amalgama o mezcolanza imposible de digerir. Pablo no aguanta más, y lanza sus anatemas e imprecaciones:

“¡Maldito quien les enseñe otro evangelio diferente del que recibieron de mí, que es el del Señor!
¡Dejen de una vez la ley de Moisés con sus prescripciones insoportables, y abrácense con la libertad y el amor del Evangelio!
¡Olvídense para siempre de la circuncisión, que les ata al pueblo judío!
¡Vivan su bautismo, que es la entrada en el verdadero Israel de Dios!

“¡Y vayan con cuidado con esos que dicen que Pablo no es apóstol verdadero sino un predicador de tantos, y peor todavía, un falsario! Al desautorizar mi persona, desautorizan mi ministerio y niegan la verdad de lo que yo predico. Tengan presente que soy apóstol no por autoridad o encargo de hombres, sino por Jesucristo que se me apareció y me mandó a predicar a los gentiles. Más aún. Lo que yo predico no lo aprendí de hombres, sino que me lo reveló Jesucristo.

“Esos judaizantes y falsos hermanos que ahora les confunden a ustedes saben muy bien quién soy yo. Perseguía yo con más furor que nadie a la Iglesia de Dios.
Hasta que se corrió por Jerusalén la voz: “Aquel que antes nos perseguía ahora anuncia la buena nueva de la fe que antes quería destruir”. Y glorificaban a Dios por mi causa.

“Hice después otra visita a la Iglesia madre de Jerusalén; vi a Pedro, a Santiago y a Juan, considerados como las columnas de la Iglesia; les expuse lo que yo predico; les conté las maravillas que el Espíritu Santo obraba entre los paganos que se convertían ;me estrecharon la mano en señal de paz, igual que a Bernabé; aprobaron todo lo que yo les enseñaba a ustedes, y nos autorizaron a los dos a proseguir nuestra misión y enseñanza entre los gentiles.

“Todo esto lo saben muy bien esos falsos hermanos que les han llegado ahora enredándoles de tan mala manera. ¡Ay, gálatas insensatos! ¡Qué pronto han abandonado al que les llamó a la gracia de Cristo para seguir un evangelio falseado!”...

Así, como lo oímos, esta carta de Pablo es al principio un implacable grito de alerta.
Sigue después con algunos puntos difíciles, originados por los judaizantes, y que podría seguir explicando el mismo Pablo.


  • ¿Saben por qué me persiguen tanto los judaizantes? Se lo voy a decir.
    - Porque ellos mantienen que para salvarse hay que circuncidarse y cumplir toda la Ley de Moisés, además de bautizarse. Pero yo les contesto:
    Entonces, la muerte de Cristo sobra del todo. Cristo murió inútilmente. ¿A qué viene la Cruz si la persona se salva por las obras de una Ley que cumplía escrupulosamente?... Esto es lo primero que yo enseño: que no son necesarias ni la circuncisión ni la Ley.

  • ¿Quieren que siga con mi explicación?
    - El primer acto que una persona hace para recibir la salvación no se debe a ninguna obra suya buena. Es una gracia que recibe de Dios de balde, totalmente gratuita, puro regalo de Dios.

  • ¿Sigo todavía más, contra esos falsos hijos de Abraham? Se lo voy a decir.
    - Abraham fue justificado por haber creído en Dios, antes de que se circuncidase y cuatrocientos treinta años antes de que viniera la Ley de Moisés. Por lo mismo, Abraham se hizo amigo de Dios y se salvó por la fe que tuvo en Dios y no por la circuncisión ni por las obras de la Ley.

  • ¿Aún quieren más explicaciones? Pues ahí va una bien seria.
    - Los descendientes de Abraham no son los que nacen de su linaje por generación natural, sino los que renacen por la fe en Cristo Jesús. Por lo tanto, son hijos de Abraham los gentiles y los judíos por igual si tienen la fe en Cristo Jesús. No hay distinción alguna.

  • ¿Les digo lo último?
    - Dicen mis enemigos que yo dejo a los bautizados sin ley. ¡Mienten! Los bautizados se han librado de la esclavitud de la Ley antigua, y su ley es el Espíritu Santo que vive en sus corazones. Jamás dije ni diré que el cristiano está sin ley.

    Así nos iría explicando Pablo su carta a los Gálatas. Y acabaría gozoso, después de haberse desfogado vehementemente.

    “¡Mis queridos gálatas! Como una mujer cuando da a luz, así sufro yo hasta que Cristo se forme en ustedes. “En nada me han ofendido. Ya saben que por una enfermedad que me ssobrevino, tuve ocasión de anunciarles el Evangelio. Y ustedes vencieron la tentación de abandonarme por evitar el contagio; al revés, me recibieron como a un ángel de Dios, como al mismo Jesús.

    “¿Dónde ha quedado la alegría de entonces? Estoy seguro de que, si fuera posible, se arrancarían los ojos para dármelos a mí (4,12-20)

    Pablo tiene en esta carta además unas exclamaciones de amor a Jesucristo que arrebatan.

    “¡Lejos de mí gloriarme sino en la cruz de nuestro Señor Jesucristo!”.
    “Yo llevo en mi cuerpo las marcas, las llagas mismas de Jesús”.
    “Porque vivo yo, pero ya no soy yo quien vive, sino que es Cristo quien vive en mí”

    Preciosa esta carta a los Gálatas.
    Es la carta que enseña lo que es la ley del Espíritu Santo. Y si el Espíritu divino es la ley, ¿qué mal se va a cometer, qué bien no se va a practicar?

    El cristiano es el ser más libre y más fiel que existe… 

  • 44. Seguimos en Éfeso. Aquella puerta tan ancha

    Fuente: Catholic.nat
    Autor: Pedro García Misionero Claretiano

    El Papa Benedicto XVI estableció el Año del Apóstol San Pablo, comprendido entre las fechas 28 de Junio del 2008 al 29 de Junio del año 2009, para conmemorar el Bimilenario del nacimiento de Pablo, el hombre más providencial que Dios regaló a la Iglesia naciente.

    En las meditaciones de los
    lunes y miércoles realizaremos un modesto programa que pretende dar a conocer la vida del Apóstol y exponer en forma sencilla la doctrina cristiana de sus cartas inmortales, las catorce clásicas, incluida la de los Hebreos, la cual contiene claramente de principio a fin el pensamiento paulino, y encontrar por nosotros mismos las enseñanzas que Pablo nos transmite a todos. Pedro García Misionero Claretiano.


    ¡Qué tres años los de Pablo en Éfeso!...

    Los Hechos de los Apóstoles los resumen en unas palabras triunfales:

    “Todos los habitantes del Asia oyeron la palabra del Señor, judíos y griegos”.

    ¿Qué hizo Pablo para conseguir un éxito semejante? Éfeso era la capital de la provincia de Asia, y hacia ella convergían las ciudades costeras y muchas poblaciones más como a centro del comercio y de la administración romana.

    Los que leemos la Biblia conocemos muy bien por el Apocalipsis los nombres de Laodicea, Colosas, Esmirna, Filadelfia, Sardes, Hierápolis, Tiatira, Pérgamo. Todas ellas rodeaban a Éfeso, y desde Éfeso les llegó el Evangelio que Pablo anunciaba.

    Porque desde allí enviaba a sus generosos discípulos:
    - Tú, Epafras, predica en Colosas… Tú, Filemón, ayuda a Epafras en tu ciudad…
    Los nuevos creyentes llevaban el Evangelio a todos los lugares.

    El prestigio de Pablo era muy grande. Su fama de hacedor de milagros le daba la aureola de enviado de Dios. Los magos y hechiceros le temían. Y los asiarcas, custodios del templo donde se veneraba a la diosa Roma junto con Artemisa, se preciaban de ser sus amigos.

    Pablo no se enlaminaba con estos triunfos, que eran obra de la gracia, sino que había de soportar trabajos, calumnias, incomprensiones, blasfemias, persecuciones continuas, como ya vimos en nuestra meditación anterior.

    Pero faltaba el capítulo más serio, descrito por Lucas en Los Hechos de manera magistral: la revuelta de los orfebres.

    Éfeso era la ciudad guardiana de la diosa Artemisa, que moraba en un templo grandioso, con 127 columnas de 18 metros de altura, 38 de las cuales estaban adornadas con esculturas en bajo relieve, obra de los artistas más afamados.

    Artemisa, diosa de la fecundidad, con sus senos abundantes y abultados, había bajado repentinamente del cielo, y su imagen era venerada en todas partes, aunque tuviera en Éfeso su morada, el templo digno de una diosa de semejante categoría.

    Con visitas y peregrinaciones continuas de sus devotos, y por la celebración de las fiestas fastuosas en honor de la diosa, la industria de imágenes, templetes, escudos…, constituía un negocio imponente, con la utilización de maderas finas, piedras y metales preciosos, aparte de los materiales bastos y baratones.

    Un orfebre y joyero, llamado Demetrio, tenía en Éfeso sus numerosos talleres con abundantes artesanos especializados y muchos obreros más. Su negocio, antes viento en popa, ahora empeoraba a ojos vistas. Como la causa del desastre era evidente, reúne a todos sus trabajadores:

    - Compañeros, ustedes saben de dónde sale todo nuestro dinero. Pero por culpa de ese Pablo lo vamos a perder todo y perdemos también a nuestra diosa. ¿Qué hacemos?...

    Los obreros se lanzan a la calle gritando:
    “¡Grande es la Artemisa de los efesios! ¡Grande es la Artemisa de los efesios!”…
    En pocos momentos se ha armado un griterío enorme en toda la ciudad, que, amotinada, se va dirigiendo al gran teatro, clamando todos desaforados:

    “¡Grande es la Artemisa de los efesios, grande es la Artemisa de los efesios!”…

    Pablo se empeña en ir:

    -
    ¡Déjenme! Ni Gayo ni Aristarco, arrestados, son los que han de caer. ¡He de ir yo!...

    Pero Áquila y Priscila, los discípulos, y hasta sus amigos paganos los asiarcas, le disuaden:
    - ¡No vayas, por favor! Vas a morir inútilmente…

    En el teatro unos gritaban una cosa y otros otra, sin saber por qué ni a qué venía aquello. Pero unos judíos, que sí sabían el porqué, empujaron a Alejandro:

    - ¡Sube, y cálmalos!...
    Pero Alejandro oyó a la turba furiosa:
    - ¡Fuera ése!...
    Y siguieron durante dos horas con el grito estentóreo:
    “¡Grande es la Artemisa de los efesios, grande es la Artemisa de los efesios!”…

    No hubo manera, hasta que un magistrado logró calmar aquella marea con palabras muy sensatas y muy diplomáticas, que nos han conservado los Hechos:

    - Efesios, ¿quién hay en el mundo que no sepa que nuestra ciudad es la guardiana del templo de la gran Artemisa y de su estatua caída del cielo? Por lo mismo, siendo esto indiscutible, conviene que se calmen y no hagan nada inconsideradamente.

    El magistrado hablaba de manera muy cuerda.
    Sabía muy bien que no se podía jugar con las autoridades romanas, sobre todo porque Pablo era ciudadano romano y no lo podían liquidar fácilmente sin un proceso formal.

    Todo paró bien. La concentración popular se disolvió, y Pablo salvó la vida una vez más.
    Pero los hermanos le aconsejaron prudentemente:
    - Pablo, marcha de Éfeso.
    Y Pablo, con el sentimiento que podemos suponer, aceptó la recomendación:
    -
    Me voy. Pero ustedes sigan todos con buen ánimo. Desde Macedonia les seguiré con mi recuerdo y mi oración.

    En Macedonia visita a los de Filipos:
    -
    ¡Gracias, mis queridos filipenses! Su ayuda generosa me sirvió para empezar a evangelizar cuanto antes. ¡Qué buenos que son!...

    En Tesalónica, oye que le dicen:
    -¡Pablo! ¡Cuánto bien que nos hiciste con tus cartas! Con los ánimos que tú nos infundiste, ya ves que seguimos todos fieles al Señor Jesús.

    En Berea, dice a aquellos estudiosos de la Biblia:
    -¡Qué bien que siguen ustedes! Y ya ven, desde Éfeso me acompaña su paisano Sópatro, buen colaborador en la obra del Señor.

    En Corinto se demora Pablo tres meses que van a ser de una fecundidad insospechada por las dos cartas que escribirá: la de los Gálatas y la de los Romanos, que serán alimento de la Iglesia por siglos y siglos.

    Además, en este viaje acaba de recoger en las Iglesias la gran colecta que va a llevar a los pobres de Jerusalén, solicitada por Pedro, Santiago y Juan: “¡No te olvides de nuestros pobres!”... Pablo se la prometió, y ahora les llevaría la gran generosidad de las Iglesias.

    Nosotros no vamos a olvidar nunca a Éfeso. ¡Qué Iglesia! Su imagen estará fija en la retina de nuestros ojos como lo mejor que hemos visto en la vida de Pablo. 

    Volver los ojos a la Inmaculada Virgen María


    Fuente: Catholic.net
    Autor: Pedro García, misionero claretiano


    Nos gusta mucho mirar los males que padece nuestro mundo, la sociedad que nos rodea. Y no es porque seamos pesimistas, o porque tengamos manías autodestructivas o masoquistas, como se dice, ¡no!... Si miramos nosotros el mal, es porque queremos oponerle el bien.

    Tenemos el optimismo debido, sabiendo que los males se pueden remediar cuando nosotros les aplicamos los medios oportunos. Es lo que hacemos en nuestros mensajes siempre que sacamos a relucir algunos males: es porque sabemos que aplicamos a la enfermedad la medicina apropiada.

    Hoy, por ejemplo, me gustaría tender de nuevo una mirada al mundo nuestro. El que ha perdido el sentido del pecado, el de las guerras, el de la droga, el del sexo desbordado, el del tráfico de la mujer y de los menores para la prostitución, el del materialismo, el de la rebeldía juvenil, el del infanticidio con el aborto despiadado, el del paganismo galopante... ¿De veras que no tiene remedio tanto mal?...


    Digo esto, porque se me ocurre una anécdota muy interesante:

    A mitades del siglo diecinueve, el Papa Pío IX estaba muy preocupado por los males que aquejaban al mundo. Le obsesionaba, sobre todo, el avance del Racionalismo que amenazaba gravemente el por-venir de la Iglesia. El Papa meditaba, exponía sus temores, consultaba. Y un Cardenal, famoso en la Roma de entonces por el montón de lenguas que hablaba, le decía repetidamente al Papa:

    - Santidad, defina el dogma de la Inmaculada Concepción.

    El insigne Cardenal sabía lo que se decía. Venía a decirle al Papa:

    - Proponga al mundo, Santo Padre, un ideal muy alto de santidad, de belleza y de pureza.

    El Papa le hizo caso y definió el dogma de la Inmaculada.


    El Cielo, con las apariciones de Lourdes cuatro años después, vino a ratificar el gesto del Vicario de Jesucristo.

    El Racionalismo encontró una roca de contención en su avance. Y la piedad cristiana se acrecentó enormemente con la devoción a la Virgen Inmaculada.

    Ahora nos podemos preguntar nosotros. - ¿Nos encontramos hoy mejor o peor que en los tiempos del Papa Pío IX? ¿Tenemos o no tenemos derecho a estar preocupados? ¿Nos importa o no nos importa que muchos deserten de su fe; que se acomoden a un mundo cada vez más secularizado; que acepten prácticas totalmente paganas; que se rebelen contra la Iglesia y su Autoridad; en una palabra, que se vayan alejando cada vez más de Dios?...
    Nos preocupa esto, y mucho, a los que nos llamamos cristianos y católicos, porque sabemos el riesgo que muchas almas corren de perderse.

    Pero, al mismo tiempo, ¿no sabremos oponernos eficazmente para detener el mal y promover el bien?... ¿No podremos hoy volver también los ojos a la Inmaculada Virgen María?...

    Si vivimos nosotros el amor, la invocación, la imitación de la Virgen, y si lo hacemos vivir a los demás, promoviendo su devoción, ¿no pondríamos el remedio de los remedios a muchos de los males que nos rodean?
    La salvación nos vendrá siempre de Dios por Jesucristo. Pero, es que Jesucristo y Dios han tenido la elegancia con su Madre de confiarle a Ella los problemas más grandes de la Iglesia.

    Además, nos la han propuesto como el modelo y el ejemplar de lo que Dios quiere de nosotros. ¿Qué ocurriría entonces, si amamos a la Virgen y la hacemos amar?...

    ¿Mirar a la Inmaculada, triunfadora del demonio en el primer instante de su Concepción, y dejarle al Maligno que avance por el mundo, destruyendo el Reino de Dios?... Imposible.

    ¿Mirar a María, ideal de pureza sin mancha alguna, y seguir sus hijos como víctimas vencidas de la impureza?... Imposible.

    ¿Mirar a María, la Mujer elevada a la máxima altura de Dios, honor y orgullo de la Humanidad, y no respetar, defender, promover y amar a la mujer como lo hacemos con María?... Imposible.

    ¿Mirar a María e invocarla, para que ayude hoy a la Iglesia, como la ayudó en los momentos difíciles de otros tiempos, y que Ella nos abandone a nuestra pobre suerte?... Imposible.

    Todas esas cosas son imposibles porque María tiene un Corazón de Madre. Y es imposible que la Madre permanezca indiferente a los males de sus hijos.

    Ciertamente que habremos de contar siempre con la malicia humana, guiada por el enemigo que desde el paraíso nos persigue a muerte para evitar nuestra salvación, llevado del odio que le tiene a Dios y la envidia con que nos mira a los redimidos. Dios previno esta lucha entre el dragón y la Mujer, pero la victoria definitiva se la asignó a la Mujer y no al dragón. María, Mujer delicada y Madre tierna, se presenta al mismo tiempo en la Biblia como una guerrera invencible en las batallas de Dios.

    ¡Virgen María! El mal del mundo es muy grande. Pero el bien que encierras en tu Corazón Inmaculado es mucho mayor. La Iglesia, Pueblo y Familia de Dios, te invoca confiada. ¿Quién va a poder más, el enemigo o Tú?....

    Repetir el camino de María en nuestra vida


    Fuente: Catholic.net
    Autor: P. Cipriano Sánchez LC

    La Santísima Virgen no es la única que ha sido elegida por Dios; cada uno de nosotros también lo ha sido. La razón por la cual María es bendecida de esta forma extraordinaria por el Señor, es por la misión que a Ella se le iba a entregar: la de ser la Madre del Redentor. La razón por la cual cada uno de nosotros es bendecido por Dios es porque también tenemos una misión muy especial de cara a nuestro mundo, de cara a la propia familia y de cara a la sociedad en la que vivimos.

    Ciertamente que, en nuestro caso, el camino es distinto. En María se produce la preservación por parte de Dios. María no es tocada por el pecado; nosotros tenemos que caminar y luchar para corregir esa marca del pecado. Sin embargo, de la misma manera en que María tiene una gracia muy especial por parte del Señor, no olvidemos que también nosotros la tenemos, porque tenemos la gracia de Dios para poder llevar a cabo nuestra misión.

    Yo creo que la actitud de la Santísima Virgen ante la misión que se le propone, también la podríamos aplicar a nosotros. María, cuando oye las palabras del ángel, se preocupa mucho y se pregunta qué querría decir semejante saludo. María le pregunta al ángel cómo se va a realizar el plan de Dios, siendo ella virgen. Sin embargo, la Santísima Virgen ofrece su persona a Dios como la esclava del Señor para que se cumpla en Ella lo que se le ha dicho.

    Esas tres actitudes de la Santísima Virgen, podrían también ser tres comportamientos nuestros. Cada uno de nosotros, cuando Dios manifiesta su plan en nuestra vida, también puede sentir preocupación, inquietud, incluso miedo. “No temas María”, le dirá el ángel. También en nuestro corazón, cuando vemos lo que Dios nos pide, cuando vemos con claridad el designio de Dios para nuestra vida, puede surgir miedo, porque muchas veces lo que Dios nos pide va en contra de lo que habíamos planeado.

    Si reflexionáramos sobre el plan que tenía o el plan que tiene para su existencia, ¿podría decir que es el mismo que Dios le está pidiendo? ¿Acaso lo que me ha sucedido estaba dentro de mis planes? ¿Estaba dentro de mis planes el que mi matrimonio sufriese dificultades? ¿Estaba dentro de mis planes el que mis hijos se comportasen mal? ¿Estaba dentro de mis planes el que Dios me pidiese pasar por la situación por la que estoy pasando?

    Nos vamos a dar cuenta de que muchas cosas no estaban dentro de nuestros planes. Y cuando de pronto te encuentras con algo que no está dentro de tus planes, te puede preocupar, te puede incluso molestar. Sin embargo, hay una cosa muy clara: muchas veces perdemos el dominio de nuestra vida y se lo tenemos que dejar a Dios.

    ¿Qué pasa cuando se lo tienes que dejar a Él? ¿Qué pasa cuando Dios te dice “el control lo quiero yo”? Y quiero que me entregues esto de tu vida...; esto de tus hijos...; esto de tu matrimonio...; esto en el ámbito material...; esto en el ámbito social... A lo mejor, surge en nosotros preocupación, que puede ser una reacción lógica, pero que no sigue el camino de la Santísima Virgen María.

    Cuántas veces podemos perder de vista que, ante Dios, la respuesta auténtica es “sí”. Y es un “sí” que le pone a Dios delante todo lo que uno es. María había prometido a Dios vivir en virginidad. Pero incluso esa promesa tan acariciada en el corazón de la Santísima Virgen, Ella la pone ante el Señor y acepta la respuesta de Dios.

    El punto importante es si le ponemos a Dios el sí por delante. “¿Cómo va a ser...?” Tú me lo vas a decir, Tú me vas a guiar, Tú vas a estar a mi lado. Sin embargo, cuántas veces pensamos que nuestros planes personales son mejores que los de Dios; que nuestros criterios personales, son mejores que los del Señor. Nos olvidamos de que el camino de María es un camino en el que Ella siempre está dispuesta a decirle a Dios “sí”.

    La tercera actitud de la Santísima Virgen María es una actitud de una ofrenda total: “He aquí la esclava del Señor, que se haga en mí según tu palabra”. Ante los conflictos internos de más generosidad, más sacrificio, más entrega, más oración, más perdón a los demás, tenemos que repetir las palabras de María Santísima: “Aquí está la esclava del Señor, que se haga en mí según tu palabra”.

    Dice San Pablo: “Hemos sido elegidos, en Cristo, para ser santos e irreprochables”. ¿Cuál es el camino para lograrlo? Cada uno de nuestros caminos es distinto, cada uno de nuestros modos de caminar es diferente, pero si seguimos el camino de María “aquí está la esclava del Señor, que se haga en mí según tú me dices”, será siempre un camino de gozo y de esperanza, no un camino de miedo.

    ¡Qué importante es descubrir este camino de María en nuestra vida, porque es un camino —no lo olvidemos—, que lo tenemos que ir repitiendo constantemente! Lo tenemos que repetir cuando nuestra vida es joven, cuando es madura, cuando es anciana; lo tenemos que repetir cuando las cosas económicas van bien o cuando van mal; lo tenemos que repetir cuando hay contrariedades o cuando no las hay. Tenemos que repetir el camino de María, porque repetirlo es seguir el camino de la paz, es seguir el camino de Dios.

    Permitamos, entonces, que toda nuestra vida vaya caminando, como en la vida de María, con estas tres actitudes: La actitud de querer encontrar la voluntad de Dios, sea ésta cual sea. La actitud de no poner restricciones a la voluntad de Dios, sea ésta cual sea. Pero sobre todo, la actitud de entregarse con plena y madura libertad al camino de Dios, por donde Él nos vaya llevando.

    María, la Virgen pura

    Fuente: Catholic.net
    Autor: P. Marcelino de Andrés L.C

    Siempre me ha hecho reflexionar mucho aquella bienaventuranza de Cristo:

    Bienaventurados los puros de corazón, porque ellos verán a Dios.

    ¿Qué tendrá que ver la pureza con la vista? Desde luego, con la vista corporal quizá no tenga que ver apenas nada. Pero seguramente mucho con la vista espiritual. Porque está claro que a Dios no se le puede ver con los ojos de la carne, pero sí con los del espíritu, con los del corazón, que son la fe y el amor. Sólo cuando el alma es pura y cristalina está en condiciones de poder ver y contemplar a Dios. Sólo en un corazón puro -escribía San Agustín- existen los ojos con que puede Dios ser visto.

    Me imagino que Cristo al formular esta bienaventuranza tenía en mente a su Madre. Ella era la creatura más pura que jamás ha existido y existirá. El corazón de María era como un mar de gracia profundo, cristalino y transparente. Nadie como Ella de pura.

    Bien lo dijo San Ambrosio: Quién es más noble que la madre de Dios? ¿Quién más espléndida que aquella que fue elegida por el mismo Esplendor? ¿Quién más pura que la que generó una creatura sin contacto físico alguno? Ella era virgen pura no sólo en el cuerpo, sino también en el alma.

    Se ha dicho siempre que los ojos son las ventanas del alma. Es cierto. A través de ellos se puede mirar al interior de otra persona. Por eso, mirando a los ojos a María podremos ver y apreciar la pureza inmaculada de su alma.

    Los ojos de María. ¡Quién pudiera haberlos visto realmente tan siquiera una vez, aunque fuera por un instante! Sólo a algunos privilegiados les tocó. Nosotros hemos de contentarnos con verlos desde la fe o con soltar un poco nuestra imaginación para hacernos una idea de cómo eran.

    Los ojos de María.

    Ojos hermosos, agradables, con esa belleza natural que no necesita de mejunjes ni postizos para ser encantadores.

    Ojos sencillos, de esos que no saben mirar a los demás desde arriba.

    Ojos bondadosos, que nunca se han desfigurado con guiños de ira o de odio.

    Ojos sinceros, que no han aprendido a mentir; testigos de un interior sin sombra de doblez.

    Ojos atentos a las necesidades ajenas y distraídos para fijarse y molestarse por sus defectos.

    Ojos comprensivos y misericordiosos que, ante pecadores y malhechores, se transforman en manos abiertas que ofrecen la gracia a raudales.

    Como los describen aquellos en versos de Pemán: A Tus ojos, luz de aurora / sobre el desierto frío. / Tu mirada, rocío / sobre la dura arcilla pecadora. Esos ojos cuya mirada Judas evitó al salir del cenáculo la noche de la traición... Esa misma mirada que a Dimas, en el Calvario, llevó a la conversión y al paraíso...

    Ojos de mujer que reflejan nítidamente un alma preciosa, adornada de humildad, de bondad, se sinceridad, caridad, de comprensión y misericordia. Los ojos de María. Los ojos de un alma en gracia. Verdaderas ventanas al cielo. Porque cielo era toda su alma.

    Ojos que pueden llorar y cuyas lágrimas al caer en la tierra, obran portentos también en el cielo. Bien comprendió esto aquel poeta que le rezaba a la Virgen: Tus lágrimas son las perlas / que compran mi salvación. / Jesús me perdona al verlas. / Son sangre del corazón / que se derrama al verterlas. Y es que de unos ojos así sólo pueden salir lágrimas cargadas de la omnipotencia del amor de quien es Madre de Dios y mediadora de toda gracia.

    Los ojos de María, cuya penetrante y dulce mirada todo lo puede. Cuántos indiferentes se han visto interpelados por el brillo de pureza de esos ojos inocentes. Cuántos orgullosos han caído rendidos a sus plantas, desarmados por la mansedumbre que traslucen sus pupilas. Cuántos ánimos frágiles ante el mal se han armado de bravura y han vencido al tentador al recordar que Ella les miraba.

    Cuántas veces la sola mirada de María fue sin duda bálsamo sobre el desgarrado corazón de algún vecino atribulado. Cuántas fue fuente de paz y consuelo que barrió de angustias el interior de algún contrariado pariente. Cuántas, esos luceros de su rostro, fueron luz cálida, manto que arropó de piedad e intercesión las almas atenazadas por el frío del pecado. Y cuántas siguen siendo aún todo eso y más para muchos de nosotros.

    El ver las estrellas / me cause enojos, / pero vuestros ojos /más lucen que ellas, escribió con tino Lope de Vega. Es sumamente consolador saber que tendremos toda la eternidad para contemplar, sin cansancio ni aburrimiento, los hermosos ojos de María. Asomarse a ellos es asomarse a la maravilla más excelsa salida de las manos de Dios.

    María fue su obra maestra. En Ella el Creador se lució. Ella es, en palabras de Pio IX, Aun inefable milagro de Dios; es más, es el más alto de todos los milagros y digna Madre de Dios. Pablo VI la describe como Ala mujer vestida de sol, en la que los rayos purísimos de la belleza humana se encuentran con los sobrehumanos, pero accesibles, de la belleza sobrenatural. Sin embargo, no hay que esperar a llegar al cielo para recrearnos en su contemplación.

    Podemos desde ahora, con la fe, mirar sus ojos y sostener su mirada portentosa.
    Pero me temo que muchos de nosotros somos incapaces de sostener una mirada tan luminosa. Nos molesta el chorro de luz que el alma pura de María despide a través de sus ojos y de todo su ser. Nuestras pupilas, tan acostumbradas quizá a las oscuridades de la impureza y del pecado, no soportan semejante claridad. A lo mejor no queremos que esa mirada materna desenmascare y purifique nuestra alma llena de barro. Porque no estamos dispuestos a dejar que en ella penetre la gracia de Dios y la limpie y la ordene y la santifique.

    Todo eso cuesta mucho. El precio de la pureza es elevado, sólo las almas ricas pueden pagarlo. Ricas en amor, en generosidad, en desprendimiento de sí y de los placeres desordenados.

    Sólo esas almas disfrutarán ya en la tierra del gozo espiritual incomparablemente más sublime, profundo y duradero que el más refinado placer corporal. Sólo ellas experimentarán la libertad interior del que no está encadenado por los instintos del cuerpo. Y sólo ellas gozarán de la bienaventuranza de la visión de Dios por toda la eternidad.

    María ha sido la creatura más pura y por eso también la más auténticamente feliz y satisfecha, la más libre de espíritu, la mejor dispuesta para ver a Dios y saborear esa deliciosa visión con una intensidad inigualable. 

    viernes, 12 de diciembre de 2008

    Curso Educar Para El Perdón

    Todos queremos ser felices y tenemos en nuestras manos una de las claves para lograrlo, el perdón. Este curso afronta el tema, profundiza en la belleza del perdón y ofrecen algunas soluciones para aplicarlo a la vida diaria.

    Curso Educar Para El PerdónCurso Educar para el Perdón.Autor: comunidad de Educadores CatólicosFuente: Mons. Francisco Ugarte Corcuera, “Del Resentimiento al Perdón. Una Puerta para la Felicidad”. 12ª reimpresión, 2008.Fechas:Del 21 de enero al 22 de abril 2009¿Ya perdonaste? Es muy frecuente oírlo y creemos haberlo logrado, pero casi siempre la herida se cierra en falso, por dentro queda el malestar que con el paso del tiempo supura y hay necesidad de volver a abrir para sacar el mal de raíz. Olvidar sin perdonar sólo hace que el corazón resulte dañado porque el rencor volverá algún día tarde o temprano, y el mal se verá agrandado y hasta con intereses.El perdón siendo tan difícil, nunca vendría a nuestras fuerzas humanas, si no tenemos el auxilio de la fe, y el ejemplo de Cristo que desde lo alto de la cruz escribió la página más bella de amor y de perdón a todos los hombres, pues perdonó y disculpó a todos: “perdónalos, porque no saben lo que hacen”, sin olvidarnos que el mismo Cristo puso como única condición para perdonarnos: “Perdónanos… como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden”.Todos queremos ser felices y tenemos en nuestras manos una de las claves más bellas para lograrlo: el perdón. Es por esto que la Comunidad de Educadores Católicos tiene el gusto de invitarlos al curso en línea “Educar para el perdón" dirigido a los católicos interesados en la formación y vivencia de la fe. Este curso afronta el tema, profundiza en la belleza del perdón y ofrece algunas soluciones para aplicarlo a la vida diaria.Agradecemos de manera especial a Mons. Francisco Ugarte Corcuera que ha querido compartir con nosotros su sabiduría en el tema.Datos generalesTodos los Miércoles Inicio del Curso: Miércoles 21 enero del 2009Fin del Curso: Miércoles 29 abril del 2009Escúchalo también en la radioEste curso también será transmitido en
    http://www.radio.catholic.net/, con la colaboración especial de Mauricio I. Pérez, director de http://www.semillasparalavida.catolicas.infoLos Podcast podrán ser descargados a tu PC, los encontrarás en cada sesión del curso.Temario y calendario del cursoPrimera parte: Lo que es el resentimiento1. Los estímulos y la respuesta personal (21 de enero 2009)2. El auxilio de la inteligencia y de la voluntad (28 de enero 2009)3. Un veneno que debemos evitar (4 febrero 2009)Segunda parte: La persona resentida1. Estar o ser resentido (11 febrero)2. Aliados del resentido (18 febrero)3. ¿Cómo combatir a los Aliados? (25 febrero)Tercera parte: El perdón1. Diferencia entre disculpar y perdonar (4 marzo)2. Consecuencias para quien perdona (11 marzo)3. La misericordia Divina (18 marzo)Cuarta parte: el misterio del perdón1. Por qué perdonar (25 marzo)2. Cómo perdonar (1 abril)3. Efectos del perdón y la belleza del perdón de Dios. (8 abril)Quinta parte: Perseverar en el perdón (15 abril)Inscripción al curso1. Llenar la forma de inscripción al curso. Al enviarla recibirás una respuesta de confirmación.Inscríbete aquí2. Suscribete al Foro curso Educar para el perdón , donde se entregarán los comentarios al tema de discusión sugerido.Click aquí para registrarte en el foro del curso.Es muy importante leer las Normas de Conducta antes de participar en el foro3. En el foro también podrás formular comentarios, dudas y opiniones con los otros participantes y con los tutores de curso.Metodología1. A partir del 21 enero 2009, cada miércoles, recibirás en tu correo el tema correspondiente. 2. También recibirás una pregunta o un tema de discusión que deberás comentar en el foro. 3. Cada tema también será publicado en el Foro del Curso y en la Comunidad de Educadores Católicos4. Durante todo el curso contarás con las tutorías deP. Llucià Pou Sabaté Dr. en teología moralP. Pedro Mereu SDB Sacerdote Italiano, Acompañamiento espiritual.Esteban Noguer Gelma director de CAPYF (Red de gabinetes de Orientacion Familiar en varias ciudades Españolas) y Presidente de la AEOAF (asociación Española de Orientadores y Asesores Familiares)Salvador Casadevall Especialidad: Espiritualidad conyugal, etapas del matrimonio, perdón, solidaridad y educación de los hijos.Pastor Alberto López Ortega Especialidad: Educación personalizada en las Universidades5. Si tienes cualquier duda de cómo entrar en el foro, dudas de cómo participar, etc. puedes consultar a Mayra Novelo de Bardo moderadora del curso.Para obtener el diploma del CursoEl Curso es totalmente gratuito para todo aquél que quiera estudiarlo. Para aquéllos que estén interesados no sólo en aprender, sino también en obtener un certificado impreso de haber realizado y acreditado el Curso "Educar para el perdón", el Diploma será otorgado por Catholic.net 1) Estudiar los materiales y cumplir puntualmente con los trabajos y comentarios en el foro.2) Publicar el resumen final del curso en los foros3) Depositar en nuestra terminal virtual, al finalizar el curso, el monto establecido para recibir el diploma, que será de $15 usd. Más adelante les haremos llegar la información completa de cómo realizar este depósito.