miércoles, 30 de diciembre de 2009

PRIMERA PREDICACIÓN DE CUARESMA DEL PADRE CANTALAMESSA

4. Pascua, paso de la vejez a la juventud

Intentemos ahora señalar algunas consecuencias prácticas que esta visión bíblica del papel del Espíritu Santo puede tener para nuestra teología y para nuestra vida espiritual. En cuanto a las aplicaciones teológicas recuerdo sólo una: la participación de los cristianos en el empeño por el respeto y la salvaguardia de la creación. Para el creyente cristiano el ecologismo no es sólo una necesidad práctica de supervivencia o un problema solo político y económico, tiene un fundamento teológico. ¡La creación es obra del Espíritu Santo!

Pablo nos habló de una creación que "gime y sufre con dolores de parto". A este llanto de parto, hoy se mezcla un llanto de agonía y muerte. La naturaleza está sometida, una vez más "sin su voluntad", a una vanidad y corrupción, diversas de aquellas de orden espiritual que Pablo entendía, sino derivadas de la misma fuente que es el pecado y el egoísmo del hombre".

El texto paulino que estamos meditando podría inspirar más de una consideración sobre el problema de la ecología: ¿nosotros que hemos recibido las primicias del Espíritu estamos apresurando "la plena liberación del cosmos y su participación en la gloria de los hijos de Dios", o la estamos retrasando, como todos los demás?

Pero pasemos a la explicación más personal. Decimos que el hombre es un microcosmos; a él, por tanto, como individuo se aplica todo lo que hemos dicho en general del cosmos. El Espíritu Santo es aquel que hace pasar a cada uno de nosotros del caos al cosmos: del desorden, de la confusión y de la dispersión, al orden, la unidad y la belleza. Esa belleza que consiste en ser conformes a la voluntad de Dios y a la imagen de Cristo, pasando del hombre viejo al hombre nuevo.

Con una referencia veladamente autobiográfica, el Apóstol escribía a los Corintios: "Si también nuestro hombre exterior se va deshaciendo, el interior se renueva día a día" (2 Corintios 4,16). La evolución del espíritu no tiene lugar paralelamente a la del cuerpo, sino en sentido contrario.

En estos últimos días, a través de los tres Oscars que ha recibido y de la celebridad del protagonista, se ha hablado mucho de una película titulada "El curioso caso de Benjamin Button", tomado de un relato del escritor Francis Scott Key Fitzgerald. Es la historia de un hombre que nace viejo, con los rasgos monstruosos de un ochentón, y creciendo, rejuvenece hasta morir como un verdadero niño. La historia es naturalmente paradójica, pero puede tener una aplicación verdadera si se transfiere al plano espiritual. Nosotros nacemos como "hombres viejos" y debemos convertirnos en "hombres nuevos". ¡Toda la vida, no sólo la adolescencia, es una "edad evolutiva"!

¡Según el Evangelio, niños no se nace sino se llega a ser! Un Padre de la Iglesia, san Máximo de Turín, define la Pascua como un paso "de los pecados a la santidad, de los vicios a la virtud, de la vejez a la juventud, una juventud que se entiende no en edad, sino en sencillez. Éramos de hecho decadentes por la vejez de los pecados, pero por la resurrección de Cristo hemos sido renovados en la inocencia de los niños" [15].

La Cuaresma es el tiempo ideal para aplicarse a este rejuvenecimiento. Un prefacio de este tiempo dice: "Tu has establecido para tus hijos un tiempo de renovación espiritual, para que se conviertan a ti con todo el corazón, y libres de los fermentos del pecado vivan las vicisitudes de este mundo, orientados siempre hacia los bienes eternos". Una oración, que se remonta al Sacramentario Gelasiano del siglo VII y que aún se usa en la vigilia pascual, proclama solemnemente: "Que todo el mundo vea y reconozca que lo que está destruido se reconstruye, lo que está envejecido se renueva, y todo vuelve a su integridad, por medio de Cristo que es el principio de todas las cosas".

El Espíritu Santo es el alma de esta renovación y de este rejuvenecimiento. Comencemos nuestras jornadas diciendo, con el primer verso del himno en su honor: "Veni, creator Spiritus": Ven Espíritu creador, renueva en mi vida el prodigio de la primera creación, aletea sobre el vacío, las tinieblas y el caos de mi corazón, y guíame hacia la realización plena del "diseño inteligente" de Dios sobre mi vida.

[1] Cf. San Agustín, Exposición sobre la Carta a los Romanos, 45 (PL 35, 2074 s.).

[2] A. Giglioli, L'uomo o il creato? Ktisis in S. Paolo, Edizioni Dehoniane, Bologna 1994.

[3] H. Schlier, La lettera ai Romani, Paideia, Brescia 1982, p. 429.

[4] Virgilio, Eneida, I, 462.

[5] Cf. S. Ireneo, Adv. haer. V, 1,2; V,3,3.

[6] Cf. C. F. Mooney, Teilhard de Chardin et le mystère du Christ, Aubier, Paris 1966.

[7] M. Blondel et A. Valensin, Correspondance, Aubier, Parigi 1965.

[8] Gaudium et Spes, 26.

[9] Tomás de Aquino, Suma contra los gentiles, IV, 20, n. 3570.

[10] S. Basilio, Sobre el Espíritu Santo, XVI, 38 (PG 32, 136).

[11] S. Ambrosio, Sobre el Espíritu Santo, II, 32.

[12] Così G. von Rad, in Genesi. Traduzione e commento di G. von Rad, Paideia, Brescia 1978, pp. 56-57; da notare, tuttavia, che in Enuma Elish il vento appare come un alleato del dio creatore, non un elemento ostile che gli si oppone: cf. R. J. Clifford-R. E. Murphy, in The New Jerome Biblical Commentary, 1990, p. 8-9.

[13] Así sucede en la "Biblia de Jerusalén": cf. note a Gen 1,2 e Mt 3,16 e in The New Jerome Biblical Commentary, Prentice Hall 1990, pp. 10 e 638.

[14] S. Basilio, Exameron, II, 6 (SCh 26, p. 168); Lutero, Sobre el Génesis (WA 42, p. 8)..

[15] S. Máximo de Turín, Sermo de sancta Pascha, 54,1 (CC 23, p. 218).

PRIMERA PREDICACIÓN DE CUARESMA DEL PADRE CANTALAMESSA

3. La evolución y la Trinidad

El discurso sobre creacionismo y evolución tiene lugar habitualmente en diálogo con la tesis opuesta, de naturaleza materialista y atea, y en clave, por ello, necesariamente apologética. En una reflexión hecha entre creyentes y para creyentes, como es la actual, no podemos detenernos en este estadio. Detenernos aquí, significaría quedar prisioneros de una visión del problema "deísta", no trinitaria, y por tanto, no específicamente cristiana.

Quien abrió el discurso sobre la evolución a una dimensión trinitaria fue Pierre Teilhard de Chardin. La aportación de este estudioso a la discusión sobre la evolución consistió esencialmente en introducir en ella la persona de Cristo, de hacer de ella un problema también cristológico [6].

Su punto de partida bíblico es la afirmación de Pablo, según la cual "todo fue creado por él y para él" (Col 1,16). Cristo aparece en esta visión como el Punto Omega, es decir, como sentido y punto de llegada final de la evolución cósmica y humana. Se pueden discutir el modo y los argumentos con los que el estudioso jesuita llega a esta conclusión, pero no la conclusión misma. El motivo lo explica bien Maurice Blondel en una nota escrita en defensa del pensamiento de Teilhard de Chardin: "Ante los horizontes agrandados de la ciencia de la naturaleza y de la humanidad, no se puede, sin traicionar al catolicismo, permanecer en explicaciones mediocres y en modos de ver limitados que hacen de Cristo un accidente histórico, que lo aíslan del Cosmos como un episodio postizo y que parecen hacer de él un intruso o un perdido en la abrumadora y hostil inmensidad del Universo" [7].

Lo que falta aún, para una visión completamente trinitaria del problema, es una consideración sobre el papel del Espíritu Santo en la creación y en la evolución del cosmos. Lo exige el principio básico de la teología trinitaria según el cual las obras ad extra de Dios son comunes a las tres personas de la Trinidad, cada una de las cuales participa en ella con su característica propia.

El texto paulino que estamos meditando nos permite precisamente colmar esta laguna. La referencia a los dolores de parto de la creación se hace en el contexto del discurso de Pablo sobre las diversas actuaciones del Espíritu Santo. Él ve una continuidad entre el gemido de la creación y el del creyente que está puesto abiertamente en relación con el Espíritu: "Ésta (la creación) no está sola, sino que también nosotros, que poseemos las primicias del Espíritu, gemimos interiormente". El Espíritu Santo es la fuerza misteriosa que empuja a la creación hacia su cumplimiento. Hablando de la evolución del orden social, el Concilio Vaticano II afirma que "el espíritu de Dios que, con admirable providencia, dirige el curso de los tiempos y renueva la faz de la tierra, está presente en esta evolución" [8].

Él, que es "el principio de la creación de las cosas" [9], es también el principio de su evolución en el tiempo. Esto, de hecho, no es otra cosa que la creación que continúa. En el discurso dirigido, el 31 de octubre de 2008, a los participantes en el simposio sobre la evolución, promovido por la Academia Pontificia de las Ciencias, el Santo Padre Benedicto XVI subraya este concepto: "Afirmar --decía-- que el fundamento del cosmos y de sus desarrollos es la sabiduría providente del Creador no es decir que la creación tiene que ver sólo con el inicio de la historia del mundo y de la vida. Esto implica, más bien, que el Creador funda estos desarrollos y los sostiene, los fija y los mantiene constantemente".

¡Qué aporta de específico y de "personal" el Espíritu en la creación? Esto depende, como siempre, de las relaciones internas de la Trinidad. El Espíritu Santo no está en el origen, sino por así decirlo, al término de la creación, como no está en el origen, sino al final del proceso trinitario. En la creación --escribe san Basilio-- el Padre es la causa principal, aquel del cual son todas las cosas; el Hijo es la causa eficiente, aquel por medio del cual todas las cosas han sido hechas; el Espíritu Santo es la causa perfeccionadora" [10].

La acción creadora del Espíritu está en el origen por tanto de la perfección de lo creado; él, diríamos, no es tanto aquel que hace pasar el mondo de la nada al ser, sino aquel que hace pasar del ser informe al ser formado y perfecto. En otras palabras, el Espíritu Santo es aquel que hace pasar lo creado del caos al cosmos, que hace de él algo bello, ordenado, limpio: un "mundo", precisamente, según el significado original de esta palabra. San Ambrosio observa: "Cuando el Espíritu comenzó a aletear sobre él, la creación no tenía aún belleza alguna. En cambio, cuando la creación recibió la actuación del Espíritu, obtuvo todo este esplendor de belleza que la hace resplandecer como 'mundo'" [11].

No es que la acción creadora del Padre haya sido "caótica" y necesitada de corrección, sino que es el Padre mismo, señala san Basilio en el texto citado, que quiere hacer existir todo por medio del Hijo y quiere llevar a la perfección las cosas por medio del Espíritu.

"En el principio creó Dios los cielos y la tierra. La tierra era caos y confusión y oscuridad por encima del abismo, y un viento de Dios aleteaba por encima de las aguas" (Gn 1,1-2). La Biblia misma, como se ve, alude al paso de un estado informe y caótico del universo, a un estado en camino de progresiva formación y diferenciación de las criaturas y menciona al Espíritu de Dios como el principio de este paso o evolución. Ésta presenta este pasaje como repentino e inmediato, la ciencia ha revelado que se extendió en un arco de millones de años y que está aún en acto. Pero esto no debería crear problemas, una vez conocida la finalidad y el género literario del relato bíblico.

Basándose en el sentido de expresiones análogas presentes en los poemas cosmogónicos babilónicos, hoy se tiende a dar a la expresión "espíritu de Dios" (ruach ‘elohim) del Génesis (1, 2) el sentido puramente natural de viento impetuoso, viendo en ella un elemento del caos primordial, igual que el abismo y las tinieblas, ligándolo por tanto a lo que precede y no a lo que sigue, en el relato de la creación [12]. Pero la imagen del "soplo de Dios" vuelve en el capítulo sucesivo del Génesis (Dios "sopló en su nariz un aliento de vida y el hombre se convirtió en un ser viviente") con un sentido teológico y no ciertamente natural.

Excluir, del texto, toda referencia, aunque embrionaria, a la realidad divina del Espíritu, atribuyendo la actividad creadora únicamente a la palabra de Dios, significa leer el texto sólo a la luz de lo que lo precede y no a la luz de lo que lo sigue en la Biblia, a la luz de las influencias que ha sufrido y no también del influjo que ha ejercido, contrariamente a lo que sugiere la tendencia más reciente en la hermenéutica bíblica. (¿El modo más seguro para establecer la naturaleza de una semilla desconocida no es quizás ver qué tipo de planta nace de ella?).

Avanzando en la revelación, encontramos referencias cada vez más explícitas a una actividad creadora del soplo de Dios, en estrecha conexión con aquella de su palabra. "Por la palabra (dabar) del Señor se hicieron los cielos, por el soplo (ruach) de su boca sus ejércitos" (Salmo 33, 6; cf. también Isaías 11.4: "Su palabra será una vara contra el violento, con el soplo de su boca matará al malvado"). Espíritu o soplo no indica ciertamente, en estos textos, el viento natural. A este texto se remite otro salmo cuando dice: "Envías tu espíritu y son creados, y renuevas la faz de la tierra" (Salmo 104, 30). Sea cual sea la interpretación que se le quiera dar, por ello, al Génesis 1, 2, es cierto que la continuación de la Biblia atribuye al Espíritu de Dios un papel activo en la creación.

Esta línea de desarrollo se hace clarísima en el Nuevo Testamento, que describe la intervención del Espíritu Santo en la nueva creación, sirviéndose precisamente de las imágenes del soplo y del viento que se leen a propósito del origen del mundo (Jn 20, 22 con Gen 2,7). La idea de la ruach creadora no puede haber surgido de la nada. ¡No se puede, en un mismo comentario o edición de la Biblia, traducir Génesis 1,2 con "un viento de Dios sobre las aguas" y luego remitir a este mismo texto para explicar la paloma en el bautismo de Jesús![13].

No es por tanto incorrecto seguir haciendo referencia a Génesis 1,2 y a los demás testimonios posteriores, para encontrar en ellos un fundamento bíblico al papel creador del Espíritu Santo, como hacían los Padres. "Si adoptas esta explicación -decía san Basilio, seguido en ello por Lutero - sacarás gran provecho" [14]. Y es verdad: ver en el "Espíritu de Dios" que aleteaba sobre las aguas una primera referencia embrionaria a la acción creadora del Espíritu abre la comprensión de tantos pasajes sucesivos de la Biblia, de los que de otra forma su origen no tendría explicación.

PRIMERA PREDICACIÓN DE CUARESMA DEL PADRE CANTALAMESSA

2. La tesis del "Intelligent design": ¿ciencia o fe?

Esta visión de fe y profética del Apóstol nos ofrece la ocasión para tocar el problema hoy tan debatido sobre la presencia o no de un sentido y de un proyecto divino dentro de la creación, sin querer con ello sobrecargar el texto paulino de significados científicos o filosóficos, que evidentemente no tiene. La celebración del bicentenario del nacimiento de Darwin (12 de febrero de 1809) hace aún más actual y necesaria una reflexión en este sentido.

En la visión de Pablo, Dios está al principio y al final de la historia del mundo; lo guía misteriosamente a un fin, haciendo servir a éste incluso las oscilaciones de la libertad humana. El mundo material está en función del hombre y el hombre está en función de Dios. No se trata de una idea exclusiva de Pablo. El tema de la liberación final de la materia y de su participación en la gloria de los hijos de Dios encuentra un paralelo en el tema de "los cielos nuevos y la tierra nueva" de la Segunda Carta de Pedro (3,13) y del Apocalipsis (21,1).

La primera gran novedad de esta visión, es que ésta habla de liberación por parte de la materia, no de liberación de la materia, como en cambio sucedía en casi todas las concepciones antiguas de la salvación: platonismo, gnosticismo, docetismo, maniqueísmo, catarismo. San Ireneo combatió toda la vida contra la afirmación gnóstica según la cual "la materia es incapaz de salvación" [5].

En el diálogo actual entre ciencia y fe el problema se presenta en términos diversos, pero la sustancia es la misma. Se trata de saber si el cosmos ha sido pensado y querido por alguno o si es fruto "de la casualidad y de la necesidad"; si su camino muestra signos de una inteligencia y avanza hacia un desenlace preciso, o si evoluciona por así decirlo a ciegas, obedeciendo sólo a leyes propias y a mecanismos biológicos.

La tesis de los creyentes al respecto ha acabado por cristalizarse en la fórmula que en inglés suena Intelligent design, el diseño inteligente, se entiende, del Creador. Lo que ha creado tanta discusión y rechazo de esta idea ha sido, en mi opinión, el hecho de no distinguir con bastante claridad el diseño inteligente como teoría científica, del diseño inteligente como verdad de fe.

Como teoría científica, la tesis del "diseño inteligente" afirma que es posible probar por el análisis mismo de la creación, por tanto científicamente, que el mundo tiene un autor externo a sí mismo y muestra los signos de una inteligencia ordenadora. Esta es la afirmación que la mayoría de los científicos pretende rechazar (¡y es la única!), no la afirmación de fe, que el creyente tiene de la revelación y de la cual también su inteligencia siente la íntima verdad y necesidad.

Si, como piensan muchos científicos (¡no todos!), es pseudo-ciencia hacer del "diseño inteligente" una conclusión científica, también es pseudo-ciencia excluir la existencia de un "diseño inteligente" en virtud de los resultados de la ciencia. La ciencia podría avanzar en esta pretensión si pudiera por sí sola explicarlo todo: no sólo el "cómo" del mundo, sino también el "qué" y el "por qué". Esto la ciencia sabe bien que no está en su poder. Incluso quien elimina de su horizonte la idea de Dios, no elimina con ello el misterio. Queda siempre una pregunta sin respuesta: ¿por qué el ser y no la nada? La misma nada, ¿es quizás para nosotros un misterio menos impenetrable que el ser, y la casualidad un enigma menos inexplicable que Dios?

En un libro de divulgación científica, escrito por un no creyente, he leído esta significativa admisión: si recorremos hacia atrás la historia del mundo, como se pasan las páginas de un libro desde la última página hacia atrás, llegados al final, nos damos cuenta de que es como si faltara la primera página, el íncipit. Lo sabemos todo del mundo, excepto por qué y cómo ha comenzado. El creyente está convencido de que la Biblia nos proporciona precisamente esta página inicial que falta; ¡en ella, como en el frontispicio de todo libro, está indicado el nombre del autor y el título de la obra!

Una analogía puede ayudarnos a conciliar nuestra fe en la existencia de un diseño inteligente de Dios sobre el mundo con la aparente casualidad e impredecibilidad puesta a la luz por Darwin y por la ciencia actual. Se trata de la relación entre gracia y libertad. Como en el campo del espíritu la gracia deja espacio a la impredecibilidad de la libertad humana y actúa también a través de ella, así en el campo físico y biológico todo está confiado al juego de las causas segundas (la lucha por la supervivencia de las especies según Darwin, la casualidad y la necesidad según Monod), aunque este mismo juego está previsto y hecho precisamente por la providencia de Dios. En uno y en otro caso, Dios, como dice el proverbio, "escribe derecho con renglones torcidos".

PRIMERA PREDICACIÓN DE CUARESMA DEL PADRE CANTALAMESSA

“El Espíritu, creador del cosmos y rejuvenecedor del hombre”

CIUDAD DEL VATICANO, viernes 13 de marzo de 2009 (ZENIT.org).- Ofrecemos a continuación el texto de la primera predicación cuaresmal que el padre Raniero Cantalamessa OFM, predicador de la Casa Pontificia, ha dirigido hoy a la Curia Romana en presencia del Papa Benedicto XVI, en la capilla "Redemptoris Mater", sobre el capítulo octavo de la carta de San Pablo a los Romanos, con el título "La ley del Espíritu que da vida en Cristo Jesús".

* * *

P. Raniero Cantalamessa, ofmcap.

Primera Predicación de Cuaresma

"Toda la creación gime y sufre

con dolores de parto" (Rm 8, 22)

El Espíritu Santo, en la creación y en la transformación del cosmos

1. Un mundo en estado de espera

En Adviento san Pablo nos ha introducido en el conocimiento y el amor por Cristo; en esta Cuaresma el Apóstol se convertirá en nuestro guía hacia el conocimiento y el amor por el Espíritu Santo. He elegido, con este fin, el capítulo octavo de la Carta a los Romanos porque constituye, en el corpus paulino y en todo el Nuevo Testamento, el tratado más completo y más profundo sobre el Espíritu Santo.

El pasaje sobre el que hoy queremos reflexionar es el siguiente:

"Porque estimo que los sufrimientos del tiempo presente no son comparables con la gloria que se ha de manifestar en nosotros. Pues la ansiosa espera de la creación desea vivamente la revelación de los hijos de Dios. La creación, en efecto, fue sometida a la vanidad, no espontáneamente, sino por aquel que la sometió, en la esperanza de ser liberada de la servidumbre de la corrupción para participar en la gloriosa libertad de los hijos de Dios. Pues sabemos que la creación entera gime hasta el presente y sufre dolores de parto" (Romanos 8, 19-22).

Un problema exegético debatido desde la antigüedad sobre este texto es el significado del término creación, ktisis. Con el término creación, ktisis, san Pablo a veces designa el conjunto de los hombres, el mundo humano, a veces el hecho o el acto divino de la creación, a veces el mundo en su conjunto, es decir, la humanidad y el cosmos juntos, a veces la nueva creación que resulta de la Pascua de Cristo.

Agustín [1], seguido aún por algún autor moderno [2], piensa que aquí el término designa al mundo humano y que, por tanto, se debería excluir del texto toda perspectiva cósmica, referida a la materia. La distinción entre la "creación entera" y "nosotros que poseemos las primicias del Espíritu", sería una distinción entera del mundo humano y equivaldría a la distinción entre la humanidad irredenta y la humanidad redimida por Cristo.

La opinión, sin embargo, casi unánime hoy es que el término ktisis designa a la creación en su conjunto, es decir tanto el mundo material como el mundo humano. La afirmación de que la creación ha sido sometida "no espontáneamente" a la vanidad, no tendría sentido si no se refiriera a la creación material.

El Apóstol ve esta creación impregnada de una espera, en un "estado de tensión". El objeto de esta espera es la revelación de la gloria de los hijos de Dios. "La creación en su existencia aparentemente cerrada en sí misma e inmóvil... espera con ansia al hombre glorificado, del cual ésta será el 'mundo', también él glorificado"[3].

Este estado de sufriente espera se debe al hecho de que la creación, sin culpa por su parte, ha sido arrastrada por el hombre al estado de impiedad que el Apóstol describe al principio de su carat (cf. Romanos 1, 18 ss.). Allí definía este estado como "injusticia" y "mentira", aquí usa los términos de "vanidad" (mataiotes) y corrupción (phthora) que dicen lo mismo: "pérdida de sentido, irrealidad, ausencia de fuerza, de esplendor, del Espíritu y de la vida".

Este estado sin embargo no es cerrado y definitivo. ¡Existe una esperanza para la creación! No porque la creación, en cuanto tal, sea capaz de esperar subjetivamente, sino porque Dios tiene en mente para ella un rescate. Esta esperanza está ligada al hombre redimido, el "hijo de Dios", que con un movimiento contrario al de Adán, arrastrará un día definitivamente el cosmos a su propio estado de libertad y de gloria.

De ahí la responsabilidad más profunda de los cristianos hacia el mundo: la de manifestar, ya desde ahora, los signos de la libertad y de la gloria al que todo el universo está llamado, sufriendo con esperanza, sabiendo que "los sufrimientos del momento presente no son comparables con la gloria futura que deberá ser revelada en nosotros".

En el versículo final el Apóstol plasma esta visión de fe en una imagen audaz y dramática: la creación entera es comparada con una mujer que sufre y gime con los dolores del parto. En la experiencia humana, éste es un dolor siempre mezclado con alegría, bien distinto del llanto silencioso y sin esperanza del mundo, que Virgilio recogió en el famoso verso de la Eneida: "sunt lacrimae rerum", lloran las cosas [4].

La Trinidad, escuela de relación

>Éxodo 34, 4b-6.8-9; 2 Corintios 13, 11-13; Juan 3, 16-18



¿Por qué los cristianos creen en la Trinidad? ¿No es ya bastante difícil creer que existe Dios como para añadirnos el enigma de que es «uno y trino»? A diario aparece quien no estaría a disgusto con dejar aparte la Trinidad, también para poder así dialogar mejor con judíos y musulmanes que profesan la fe en un Dios rígidamente único.

La respuesta es que los cristianos creen que Dios es trino ¡porque creen que Dios es amor! Si Dios es amor debe amar a alguien. No existe un amor al vacío, sin dirigirlo a nadie. Nos interrogamos: ¿a quién ama Dios para ser definido amor? Una primera respuesta podría ser: ¡ama a los hombres! Pero los hombres existen desde hace algunos millones de años, no más. Entonces, antes, ¿a quién amaba Dios? No puede haber empezado a ser amor desde cierto momento, porque Dios no puede cambiar. Segunda respuesta: antes de entonces amaba el cosmos, el universo. Pero el universo existe desde hace algunos miles de millones de años. Antes de entonces, ¿a quién amaba Dios para poderse definir amor? No podemos decir: se amaba a sí mismo, porque amarse a uno mismo no es amor, sino egoísmo, o como dicen los psicólogos, narcisismo.

He aquí la respuesta de la revelación cristiana. Dios es amor en sí mismo, antes del tiempo, porque desde siempre tiene en sí mismo un Hijo, el Verbo, a quien ama con amor infinito, que es el Espíritu Santo. En todo amor hay siempre tres realidades o sujetos: uno que ama, uno que es amado y el amor que les une. Allí donde Dios es concebido como poder absoluto, no existe necesidad de más personas, porque el poder puede ejercerlo uno solo; no así si Dios es concebido como amor absoluto.
La teología se ha servido del término naturaleza, o sustancia, para indicar en Dios la unidad, y del término persona para indicar la distinción. Por esto decimos que nuestro Dios es un Dios único en tres personas. La doctrina cristiana de la Trinidad no es un retroceso, un pacto entre monoteísmo y politeísmo. Al contrario: es un paso adelante que sólo el propio Dios podía hacer que lo diera la mente humana.

La contemplación de la Trinidad puede tener un precioso impacto en nuestra vida humana. Es un misterio de relación. Las personas divinas son definidas por la teología «relaciones subsistentes». Significa que las personas divinas no tienen relaciones, sino que son relaciones. Los seres humanos tenemos relaciones -entre padre e hijo, entre esposa y esposo, etcétera--, pero no nos agotamos en esas relaciones; existimos también fuera y sin ellas. No así el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo.
La felicidad y la infelicidad en la tierra dependen en gran medida, lo sabemos, de la calidad de nuestras relaciones. La Trinidad nos revela el secreto para tener relaciones bellas. Lo que hace bella, libre y gratificante una relación es el amor en sus diferentes expresiones. Aquí se ve cuán importante es que se contemple a Dios ante todo como amor, no como poder: el amor dona, el poder domina. Lo que envenena una relación es querer dominar al otro, poseerle, instrumentalizarlo, en vez de acogerle y entregarse.

Debo añadir una observación importante. ¡El Dios cristiano es uno y trino! Ésta es, por lo tanto, asimismo la solemnidad de la unidad de Dios, no sólo de su trinidad. Los cristianos también creemos «en un solo Dios», sólo que la unidad en la que creemos no es una unidad de número, sino de naturaleza. Se parece más a la unidad de la familia que a la del individuo, más a la unidad de la célula que a la del átomo.

La primera lectura de la Solemnidad nos presenta al Dios bíblico como «misericordioso y clemente, tardo a la cólera y rico en amor y fidelidad». Éste es el rasgo que reúne más al Dios de la Biblia, al Dios del Islam y al Dios (mejor dicho, la religión) budista, y que se presta más, por ello, a un diálogo y a una colaboración entre las grandes religiones. Cada sura del Corán empieza con la invocación: «En el nombre de Dios, el Misericordioso, el Compasivo». En el budismo, que desconoce la idea de un Dios personal y creador, el fundamento es antropológico y cósmico: el hombre debe ser misericordioso por la solidaridad y la responsabilidad que le liga a todos los vivientes. Las guerras santas del pasado y el terrorismo religioso del presente son una traición, no una apología, de la propia fe. ¿Cómo se puede matar en nombre de un Dios al que se continúa proclamando «el Misericordioso y el Compasivo»? Es la tarea más urgente del diálogo interreligioso que juntos, los creyentes de todas las religiones, deben perseguir por la paz y el bien de la humanidad.

La parábola de los talentos

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Proverbios 31, 10-13.19-20.30-31; 1 Tesalonicenses 5, 1-6; Mateo 25, 14-30



El evangelio de este domingo es la parábola de los talentos. Por desgracia en el pasado el significado de esta parábola ha sido habitualmente tergiversado, o al menos muy reducido. Cuando escuchamos hablar de los talentos, pensamos en seguida en las dotes naturales de inteligencia, belleza, fuerza, capacidades artísticas. La metáfora se usa para hablar de actores, cantantes, cómicos... El uso no es del todo equivocado, pero sí secundario. Jesús no pretendía hablar de la obligación de desarrollar las dotes naturales de cada uno, sino de hacer fructificar los dones espirituales recibidos de él. A desarrollar las dotes naturales, ya nos empuja la naturaleza, la ambición, la sed de ganancia. A veces, al contrario, es necesario poner freno a esta tendencia de hacer valer los talentos propios porque puede convertirse fácilmente en afán por hacer carrera y por imponerse a los demás.

Los talentos de los que habla Jesús son la Palabra de Dios, la fe, en una palabra, el reino que ha anunciado. En este sentido la parábola de los talentos conecta con la del sembrador. A la suerte diversa de la semilla que él ha echado -que en algunos casos produce el sesenta por ciento, en otros en cambio se queda entre las espinas, o se lo comen los pájaros del cielo-, corresponde aquí la diferente ganancia realizada con los talentos.

Los talentos son, para nosotros cristianos de hoy, la fe y los sacramentos que hemos recibido. La palabra nos obliga a hacer un examen de conciencia: ¿qué uso estamos haciendo de estos talentos? ¿Nos parecemos al siervo que los hace fructificar o al que los entierra? Para muchos el propio bautismo es verdaderamente un talento enterrado. Yo lo comparo a un paquete regalo que uno ha recibido por Navidad y que ha sido olvidado en un rincón, sin haberlo nunca abierto o tirado.

Los frutos de los talentos naturales acaban con nosotros, o como mucho pasan a los herederos; los frutos de los talentos espirituales nos siguen a la vida eterna y un día nos valdrán la aprobación del Juez divino: "Bien, siervo bueno y fiel, has sido fiel en lo poco, te daré autoridad sobre lo mucho: toma parte en el gozo de tu señor".

Nuestro deber humano y cristiano no es solo desarrollar nuestros talentos naturales y espirituales, sino también de ayudar a los demás a desarrollar los suyos. En el mundo moderno existe una profesión que se llama, en inglés, talent-scout, descubridor de talentos. Son personas que saben encontrar talentos ocultos -de pintor, de cantante, de actor, de jugador de fútbol- y les ayudan a cultivar su talento y a encontrar un patrocinador. No lo hacen gratis, naturalmente, ni por amor al arte, sino para tener un porcentaje en sus ganancias, una vez que se han afirmado.

El Evangelio nos invita a todos a ser talent-scouts, "descubridores de talentos", pero no por amor a la ganancia sino para ayudar a quienes no tienen la posibilidad de afirmarse por sí mismos. La humanidad debe algunos de sus mejores genios o artistas al altruismo de una persona amiga que ha creído en ellos y les ha animado, cuando nadie creía en ellos. Un caso ejemplar que me viene a la mente es el de Theo Van Gogh, que sostuvo toda la vida, económica y moralmente, a su hermano Vincent, cuando nadie creía en él y no lograba vender ninguno de sus cuadros. Entre ellos se intercambiaron más de seiscientas cartas, que son un documento de altísima humanidad y espiritualidad. Sin él no tendríamos hoy esos cuadros que todos amamos y admiramos.

La primera lectura del domingo nos invita a detenernos en un talento en particular, que es al mismo tiempo natural y espiritual: el talento de la femineidad, el talento de ser mujer. Contiene de hecho el conocido elogio de la mujer que comienza con las palabras: "Una mujer completa, ¿quién la encontrará?". Este elogio, tan bello, tiene un defecto, que no depende obviamente de la Biblia sino de la época en la que fue escrito y de la cultura que refleja. Si uno se fija, descubre que este talento está enteramente en función del hombre. Su conclusión es: bendito el hombre que tiene una mujer así. Ella le teje hermosos vestidos, honra a su casa, le permite caminar con la cabeza alta entre sus amigos. No creo que las mujeres sean hoy entusiastas de este elogio.

Dejando aparte este límite, quisiera subrayar la actualidad de este elogio de la mujer. Desde todas partes surge la exigencia de dar más espacio a la mujer, de valorar el genio femenino. Nosotros no creemos que "el eterno femenino nos salvará". La experiencia cotidiana muestra que la mujer puede "elevarnos a lo alto, pero también puede precipitarnos hacia abajo. También ella necesita ser salvada por Cristo. Pero es cierto que, una vez redimida por él y "liberada", en el plano humano, de las antiguas sujeciones, ella puede contribuir a salvar nuestra sociedad de algunos males inveterados que la amenazan: violencia, voluntad de poder, aridez espiritual, desprecio por la vida...

Después de tantas épocas que han tomado el nombre del hombre -la era del homo erectus, homo faber, hasta el homo sapiens, de hoy-, hay que augurar que se abra finalmente, para la humanidad entera, una era de la mujer: una era del corazón, de la ternura, de la compasión. Ha sido el culto a la Virgen el que ha inspirado, en los siglos pasados, el respeto por la mujer y su idealización en buena parte de la literatura y del arte. También la mujer de hoy puede mirarla a ella como modelo, amiga y aliada a la hora de defender su propia dignidad y el talento de ser mujer.

¡Esta es la casa de Dios!

Dedicación de la Basílica de San Juan de Letrán
A - 2008-11-09

>Ezequiel 47,1-2.8-9.12; Salmo 45; I Corintios 3,9-13.16-17; Juan 2,13-22



Este año, en lugar del XXXII domingo del tiempo ordinario, se celebra la fiesta de la dedicación de la iglesia-madre de Roma, la Basílica de San Juan de Letrán, dedicada en un primer momento al Salvador y después a San Juan Bautista. ¿Qué representa para la liturgia y para la espiritualidad cristiana la dedicación de una iglesia y la existencia misma de la iglesia, entendida como lugar de culto? Tenemos que comenzar con las palabras del Evangelio: "Pero llega la hora (ya estamos en ella) en que los adoradores verdaderos adorarán al Padre en espíritu y en verdad, porque así quiere el Padre que sean los que le adoren".


Jesús enseña que el templo de Dios es, en primer lugar, el corazón del hombre que ha acogido su palabra. Hablando de sí y del Padre dice: "vendremos a él, y haremos morada en él" (Juan 14, 23) y Pablo escribe a los cristianos: "¿No sabéis que sois santuario de Dios?" (1 Corintios 3, 16). Por tanto, el creyente es templo nuevo de Dios. Pero el lugar de la presencia de Dios y de Cristo también se encuentra "donde están dos o tres reunidos en mi nombre" (Mateo 18, 20). El Concilio Vaticano II llama a la familia "iglesia doméstica" (Lumen Gentium, 11), es decir, un pequeño templo de Dios, precisamente porque gracias al sacramento del matrimonio es, por excelencia, el lugar en el que "dos o tres" están reunidos en su nombre.

¿Por qué, entonces, los cristianos damos tanta importancia a la iglesia, si cada uno de nosotros puede adorar al Padre en espíritu y verdad en su propio corazón o en su propia casa? ¿Por qué es obligatorio ir a la iglesia todos los domingos? La respuesta es que Jesucristo no nos salva por separado; vino a formar un pueblo, una comunidad de personas, en comunión con Él y entre sí.

Lo que es la casa para una familia, lo es la iglesia para la familia de Dios. No hay familia sin una casa. Una de las películas del neorrealismo italiano que todavía recuerdo es "El techo" ("Il tetto"), escrita por Cesare Zavattini y dirigida por Vittorio De Sica. Dos jóvenes, pobres y enamorados, se casan, pero no tienen una casa. En las afueras de Roma tras la segunda guerra mundial, inventan un sistema para construir una, luchando contra el tiempo y la ley (si la construcción no llega hasta el techo, en la noche será demolida). Cuando al final terminan el techo están seguros de que tienen una casa y una intimidad propia, se abrazan felices; son una familia.

He visto repetirse esta historia en muchos barrios de ciudad, en pueblos y aldeas, que no tenían una iglesia propia y que han tenido que construirse una por su cuenta. La solidaridad, el entusiasmo, la alegría de trabajar juntos con el sacerdote para dar a la comunidad un lugar de culto y de encuentro son historias que valdría la pena llevar a la pantalla como en la película de De Sica...
Ahora bien, tenemos que evocar también un fenómeno doloroso: el abandono en masa de la participación en la iglesia y, por tanto, en la misa dominical. Las estadísticas sobre la práctica religiosa son como para echarse a llorar. Esto no quiere decir que quien no va a la iglesia haya perdido necesariamente la fe; no, lo que sucede es que se sustituye a la religión instituida por Cristo por la llamada religión "a la carta". En Estados Unidos dicen "pick and choose", toma y escoge. Como en el supermercado. Dejando la metáfora, cada quien se hace su propia idea de Dios, de la oración y se queda tan tranquilo.

Se olvida, de este modo, que Dios se ha revelado en Cristo, que Cristo predicó un Evangelio, que fundó una ekklesia, es decir, una asamblea de llamados, que instituyó los sacramentos, como signos y transmisores de su presencia y de su salvación. Ignorar todo esto para crear la propia imagen de Dios expone al subjetivismo más radical. Uno deja de confrontarse con los demás, sólo lo hace consigo mismo. En este caso, se verifica lo que decía el filósofo Feuerbach: Dios queda reducido a la proyección de las propias necesidades y deseos. Ya no es Dios quien crea al hombre a su imagen, sino que el hombre crea un dios a su imagen. ¡Pero es un Dios que no salva!

Ciertamente una religiosidad conformada sólo por prácticas exteriores no sirve de nada; Jesús se opone a ella en todo el Evangelio. Pero no hay oposición entre la religión de los signos y de los sacramentos y la íntima, personas; entre el rito y el espíritu. Los grandes genios religiosos (pensemos en Agustín, Pascal, Kierkegaard, Manzoni) eran hombres de una interioridad profunda y sumamente personal y, al mismo tiempo, estaban integrados en una comunidad, iban a su iglesia, eran "practicantes".

En las Confesiones (VIII,2), san Agustín narra cómo tiene lugar al conversión al paganismo del gran orador y filósofo romano Victorino. Al convencerse de la verdad del cristianismo, decía al sacerdote Simpliciano: "Ahora soy cristiano". Simpliciano le respondía: "No te creo hasta que te vea en la iglesia de Cristo". El otro le preguntó: "Entonces, ¿son las paredes las que nos hacen cristianos?". Y el tema quedó en el aire. Pero un día Victorino leyó en el Evangelio la palabra de Cristo: "quien se avergüence de mí y de mis palabras, de ése se avergonzará el Hijo del hombre". Comprendió que el respeto humano, el miedo de lo que pudieran decir sus colegas, le impedía ir a la iglesia. Fue a ver a Simpliciano y le dijo: "Vamos a la iglesia, quiero hacerme cristiano". Creo que esta historia tiene algo que decir hoy a más de una persona de cultura.

lunes, 28 de diciembre de 2009

En solitario es muy difícil

Una idea puede estar en dos cabezas

sin ninguna disminución;

más bien es al revés,

está mejor en dos cabezas que en una.

Leonardo Polo
Actitudes autodidactas. Educar hoy es diferente

Educar a los hijos, ya lo hemos dicho, es toda una ciencia. Se necesitan conocimientos precisos y esfuerzo para adquirirlos. La buena voluntad no basta.

Es cierto que se trata de una ciencia que no se adquiere sólo a base de letra impresa. La educación es un proceso de formación continua, en el que la mayoría de las cosas se aprenden como fruto de la experiencia personal.

Sin embargo, sería una pena prescindir de toda la sabiduría que hay plasmada en tantos libros, o del enriquecimiento mutuo que producen las conversaciones con personas sensatas y experimentadas, o en cursos de orientación familiar. Sería esperar milagros que vinieran a suplir nuestra dejadez.

Es siempre ilustrativo –decíamos– el intercambio de impresiones con otros matrimonios que tengan hijos en edades parecidas, y que realmente se hayan preocupado de procurar darles una buena educación. Es algo siempre ameno y esclarecedor, que lleva a reflexionar con hondura, y que da ideas. Su utilidad depende mucho también de la capacidad de autocrítica que tengamos sobre nuestro propio modo de educar.

Se trata de recibir nuevas ideas, aunque sean exigentes y a veces difíciles de poner en práctica, no de buscar a alguien que nos diga que lo hacemos muy bien. No vayamos a caer en el síndrome de esos enfermos que van de médico en médico hasta que encuentran uno que les deja hacer lo que les apetece.

Educar a los hijos es algo demasiado importante. Los experimentos, con gaseosa, como recomienda el dicho popular. Es cierto que la responsabilidad corresponde a los padres, pero acometer solos los padres esa tarea tiene muchos riesgos.

Para empezar,
educar hoy es diferente
a como nos educaron a nosotros:
basarse sólo en nuestra experiencia,
hoy, no es suficiente.

Y como todos sabemos que equivocarse en esto puede conducir fácilmente a situaciones irreversibles, no es prudente correr los riesgos que llevaría consigo un orgulloso e infantil planteamiento excesivamente autodidacta.

Todo buen padre, toda buena madre, debe esforzarse en aprender y adquirir competencia en su oficio de educador. Y para adquirir esa competencia es preciso reflexionar, leer, estudiar, consultar y hablar, para así, después, tomar las decisiones oportunas sabiendo adaptarse a cómo son sus hijos.



Sus amigos. Educación en la amistad y el compañerismo

Hay que acertar en esto de los amigos. Su influencia es muy poderosa, y a estas edades puede empezar a ser ya en algunos casos mayor que la de los padres.

Es un error, de entrada, dificultar que los hijos puedan hacer amigos. No se debe pretender edificar su cariño al hogar sobre los escombros de sus amistades personales. Las celotipias y los exclusivismos son siempre negativos a largo plazo. Los amigos y el ambiente familiar no son cosas contrapuestas. Es una pena privarle de la gran ayuda que supone el contar con buenas amistades.

Todos los casos que he conocido en los que los padres se enorgullecían de que sus hijos se pasaban la vida en casa y que no echaban de menos tener amigos porque ya les tenían a ellos, han conducido finalmente a resultados insatisfactorios. A la larga, acaban por convertir al chico en un ser superprotegido y sin relaciones que un día quedará indefenso y a merced del amigote ocasional o del aprovechado de turno.

Fomenta que tu hijo tenga muchos amigos, y buenos. Para lograrlo habrá que enseñarle a portarse bien y a tener detalles de preocupación por ellos, a cultivar la amistad sin instrumentalizarla para su simple provecho. Habrá que ingeniárselas para conocer a sus amigos y charlar distendidamente con ellos. E incluso, si es posible, con sus padres. Por ejemplo, dando facilidades para que los traiga a casa, o coincidiendo con esas familias con ocasión de cualquier acontecimiento deportivo, fiesta o excursión.

Los buenos amigos
son siempre
una gran ayuda mutua.

Recuerdo ahora el caso de un chico inteligente y trabajador, excelente deportista y querido en la clase, que un buen día sufrió una profunda depresión sin aparente causa externa. Algo poco corriente a estas edades, pero que a veces sucede. Sus padres estaban muy preocupados. Dejó de ir al colegio, sufrió diversas complicaciones y perdió la ilusión por todo.

Por todo, menos por un amigo suyo de la clase. Su madre comprobaba con asombro cómo su hijo únicamente salía de su hundimiento psicológico cuando este compañero suyo le visitaba o llamaba por teléfono, cosa que estuvo haciendo mientras duró la enfermedad, con una paciencia y sensatez que a cualquiera habrían parecido impropias de su edad.

Pasado un tiempo, con la adecuada medicación y la atención de todos, volvió a la normalidad. Su madre guardará siempre un agradecimiento muy especial a ese amigo de su hijo, porque está convencida de que esa ayuda fue la terapia más eficaz que recibió.

Toda una demostración del valor de la amistad, que puede servirnos de estímulo para fomentar que se rodee de amigos adecuados. Amigos que juegan un importante y silencioso papel en la educación.



Un buen colegio, pero no sólo eso

—Eso que cuentas de los buenos amigos está muy bien, pero el chico no se hace amigo de quiénes tú le digas...

Algo siempre se le puede hacer razonar de vez en cuando –sin cargar las tintas ni ser pesados– sobre qué tipo de amigos "le convienen". Tener amigos que apenas estudian, por ejemplo, lleva con facilidad a no estudiar. Y si son un poco golfos, no sería extraño que uno lo acabe siendo también. Aunque, por fortuna, también sucede al revés. Todos los que nos hemos dedicado a la enseñanza conocemos multitud de casos, en los que, por ejemplo, un buen amigo ayuda a ser estudioso a otro.

Se puede hablar con el chico de estas ideas, y puede entenderlo, aunque conviene respetar habitualmente sus preferencias, sin imposiciones directas, salvo casos de claro peligro. Los amigos son suyos, no nuestros, y son ellos quienes han de encontrar simpatía y atractivo entre quienes conocen para brindarles su amistad.

Está claro que no basta sólo con decírselo, y menos aún con simplemente desearlo. Pero hay muchos detalles prácticos que sí están al alcance de los padres. El chico tiende de por sí a seleccionar sus amistades, pero debes facilitárselo haciendo que se mueva en un ambiente en el que trate chicos que puedan hacerle bien. Si no, será casi imposible que haga buenos amigos. Los padres deben contar con esto siempre en sus decisiones.

—¿En qué decisiones?

Por ejemplo, a la hora de elegir colegio. El colegio juega un papel fundamental en su educación, puesto que es donde pasa casi todo el día y donde tiene la mayor parte de sus relaciones. Por eso es tan importante escoger bien dónde estudia, aunque suponga un sacrificio económico o un mayor tiempo de transporte. Sería una pena que una despreocupación en este punto echara a perder en las horas escolares lo que con tanto esfuerzo va aprendiendo en el hogar.

Y no sólo al decidir a qué colegio va, sino también a la hora de asumir el protagonismo que a los padres corresponde en la vida escolar. Por ejemplo, preocuparse de acudir a las reuniones para padres que allí se celebran, o visitar al tutor o a los profesores cuando sea preciso, aunque nos falte tiempo. Supone seguramente un sacrificio, pequeño o grande, pero merece la pena. Se verá siempre compensado por lo valioso del intercambio de impresiones sobre el chico. Así, la mayoría de los problemas –ya lo hemos dicho– podrán resolverse antes de que llegue realmente a serlo.



Su entorno en el tiempo libre. Los clubes juveniles

—Sí, pero puedes estar sacrificándote para pagar un buen colegio, y poniendo un gran esfuerzo para mejorar el ambiente familiar, y luego perderse todo por los amigos que hace durante su tiempo libre.

Efectivamente, por eso debes preocuparte también de que tenga un entorno adecuado para el tiempo libre.

—Sí, claro, pero eso... ¿cómo se consigue? Porque, por mucho que insistas, el chico es muy independiente y no acepta tan fácilmente que le digas en qué ambiente se tiene que mover...

Por supuesto, pero hay factores que favorecen que esté en un ambiente adecuado, y pueden estar en tu mano.

Por ejemplo, hay que pensar en estos temas al decidir sobre el lugar en donde se vive. A lo mejor no es lo ideal para el chico trasladarse a vivir a aquella urbanización de alto standing pero de ambiente frívolo, que le hace casi imposible continuar con los amigos que tenía, y que le desarraiga de un ambiente que le iba bien.

—Pero si tiene aire puro y espacio abierto para jugar...

Sí, pero educar no es cuestión de zonas verdes y pistas deportivas. Aunque son cosas buenas, eso es casi lo de menos.

Y sucede algo parecido con el lugar donde pasar el verano o el fin de semana. Quizá no sea el sitio más adecuado aquel lugar de dudoso ambiente moral –por mucho que digas que a tu hijo apenas le afectará–, o donde los chicos que hay de su edad no parece que le convengan demasiado. Hay abundante experiencia, además, de cómo un chico empieza un picado irreversible por un mal verano a estas edades. Busca otra solución mejor, pensando más en tu hijo, aunque para ti sea menos cómodo.

—De acuerdo. Yo soy de los que reconocen que si vamos a esos lugares suele ser por comodidad nuestra, de los padres. De todas formas, aunque fuéramos a sitios mejores, no sé si sería suficiente, porque una buena parte del tiempo libre lo pasará en casa, pero el resto querrá estar con sus amigos, y hemos quedado en que eso es bueno. Y la experiencia demuestra que muchas veces no es fácil conseguir que se relacione con chicos conocidos por los padres, y que sean de familias sanas y tengan costumbres y modos de divertirse sanos.

Es un problema ése que preocupa a casi todas las familias.

Por eso muchos padres
se ponen de acuerdo
para promover clubes juveniles
donde sus hijos aprendan
a pasarlo bien de forma sana,
aprendan cosas útiles,
hagan amigos en
un ambiente favorable y reciban
una ayuda en su formación.

Son una gran tranquilidad para los padres, pues de esta manera los chicos ocupan bien bastantes de esas horas de después de salir de clase, o del fin de semana, o de una parte de las vacaciones, al tiempo que aprenden cosas interesantes. Por supuesto –igual que decíamos con el colegio–, tampoco se trata de abandonar la educación del hijo en los preceptores o tutores del club juvenil. Sigue siendo responsabilidad de los padres, aunque por supuesto recibirán una buena ayuda.

También son útiles porque es importante que el chico tenga confianza con personas ajenas a la familia que te merezcan garantía. No olvides que pronto probablemente necesitará de una voz amiga que le oriente cuando su autosuficiencia adolescente quizá le retraiga de consultar con sus padres. Esa función cumplen muchas veces los preceptores o tutores de los colegios y de los clubes juveniles, y son una gran ayuda en la tarea educativa de los padres.

Educación en la fe

Allá donde la moral y la religión

son reducidas al ámbito exclusivamente privado,

faltan las fuerzas que puedan

formar una comunidad y mantenerla unida.

Joseph Ratzinger
Viejos tópicos. ¿Que pruebe un poco de todo?

—Oye, a veces pienso si no sería mejor no entrometerse tanto en estas cosas y dejarle un poco más suelto, no forzarle, contar más con él. Lo piensa mucha gente; mi cuñado, por ejemplo, ha preferido incluso que sea el mismo muchacho quien vaya viendo, y que elija si quiere o no religión, y cuál, cuando sea mayor.

En lo de no ser pesados ni pasarse de impositivos, estoy totalmente de acuerdo. Pero en lo de esperar a que sea mayor para elegir religión, no. Es un tópico muy manido y, además, un contrasentido.

—¿Contrasentido, por qué?

Has traído a tu hijo al mundo sin contar con él. Sin contar con él decidiste el idioma que hablaría, la alimentación que iba a recibir, las reglas de comportamiento que tenía que respetar en casa, el tipo de educación... todo. Decidiste, por ejemplo, en qué colegio estudiaría, y le has hecho durante años ir a clase, quisiera él o no.

Y estás en tu derecho de hacerlo, no es que te lo esté negando. Más bien, incluso es tu deber. Lo que no tendría sentido, después de todo esto, es venir con esa historia de que, en lo relativo a la religión, que se eduque él solo, y cuando tenga dieciocho años, "porque es cosa suya".

—Bien, de acuerdo. Además, yo no soy de esos padres planificadores y posesivos, pero tampoco les puedo obligar por la fuerza a rezar y a ir a Misa...

No me has entendido. Lo planteo de otra manera. Tú tienes una forma de entender la vida que te llevará a hacer un proyecto sobre la educación de tu hijo que englobe todos los aspectos, también la religión que tú sigues y que debes querer transmitirle si de verdad tienes fe (porque si no crees que tu fe es la verdadera, entonces no tienes fe).

Si educas a tu hijo comunicándole esa creencia, por ello no le privas de su libertad. Es más, le privarías de libertad si le abandonaras y le dejaras a merced de las circunstancias sin educación religiosa ninguna.

—¿Por qué?

Por ejemplo, sin consultar tu hijo, le enseñas a caminar, quiera o no quiera. ¿Por qué? Porque aprender a caminar es algo bueno, mejor que su contrario, independientemente de que más tarde quiera ejercitar o no esa habilidad, camine de una manera o de otra, vaya a un sitio o a otro, más rápido o más lento. En cambio, si no le enseñaras a caminar, su futuro estaría condicionado por ese handicap. Y a partir de determinada edad, llegaría incluso a ser una función difícilmente recuperable, y siempre más costosa y difícil que si hubiera aprendido a caminar a su debido tiempo. Y eso es porque para educar en la libertad hay que optar por el aprendizaje. Porque si se opta por no enseñar a caminar, pensando que es la opción que deja mayor margen de libertad para en el futuro aprender o no, se opta en la práctica –bajo la bandera de la libertad– por la más lamentable pérdida de libertad. Y con la religión sucede algo muy parecido.

Por eso te digo que es mejor no entrar en disquisiciones sobre lo que es obligatorio o voluntario. El chico asume con total naturalidad toda una serie de cosas –creencias, oraciones, devociones, normas morales– sobre las que no se plantea problema ninguno. No los plantees tú.

—¿Pero no decías antes que había que hacerle pensar? Te estás contradiciendo.

Lo decía e insisto en ello. Conviene hacerle pensar, pero eso es compatible con no darle facilidades para tomar decisiones cómodas. Sería una ingenuidad dar facilidades al chico para abandonar su fe. Tan equivocado es intentar inculcar la religión a base de severidad, como echarla a perder por llevarle tontamente por el camino de la facilonería.

A los doce años, la fe del niño suele ser viva y sincera, y cuando se aleja de ella es casi siempre por simple comodidad. Hay que hacerle pensar, sí, pero concediéndole capacidad de decisión a medida que vayamos viendo que crece su responsabilidad. No se puede tratar a todos de la misma manera. Si el chico no tiene aún resortes para resolver algo con sensatez, sería un perjuicio para él provocar esa elección.

Si la imposición sistemática es poco eficaz, la indiferencia o el abandono es casi peor. Unos padres sensatos harán todo lo que esté en su mano para que su hijo aprenda a administrar bien su libertad, sin que se deje esclavizar por su propia debilidad. Y a esta edad, las principales esclavitudes serán probablemente la pereza y el egoísmo.

Te pongo otro ejemplo. Su éxito académico –quizá ya lo has comprobado– dependerá mucho de que consigas hacerle pensar que ser buen estudiante es una gran cosa, descubra el atractivo del saber, y vaya adquiriendo afición por los libros. Hacerle razonar sobre eso es compatible con que sepa que a clase debe ir todos los días. Y no le preguntas cada mañana si le apetece ir al colegio o no, ni discutes sobre si es obligatorio o voluntario.

Por eso, igual que un día será ya él quien se plantee qué estudiará y qué rumbo dará a su vida, porque tendrá ya una madurez suficiente para hacerlo, también un día abandonará o continuará su práctica religiosa, pero a los diez o doce años es un error plantear disquisiciones de ese tipo.

No es difícil inculcar en el chico una recia y sincera vida espiritual que le lleve a desear libremente ser un buen cristiano y cumplir con todas sus exigencias. Si le educas bien ahora y logras que nazcan en él ideas y sentimientos adecuados, dará luego un rumbo acertado a su vida. Ése es tu papel de padre y educador.

El problema con la libertad viene cuando no se han logrado hacer nacer esos deseos, o cuando algún agente externo (un mal profesor, unas malas lecturas, una mala amistad...) está erosionando sus convicciones religiosas. Y el chico es aún demasiado joven para decidir abandonar la práctica de su fe, igual que lo sería para abandonar los estudios. Los padres deben intervenir a tiempo, y sostener su fe –como se pone un soporte a un árbol tierno que se tuerce–, porque a esta edad es aún perfectamente recuperable.

—Pero es bueno que el chico sepa que hay más cosas en la vida y no se críe demasiado resguardado, como en un invernadero..., ¿no?

Sí, pero ten en cuenta que tu hijo tiene ya numerosas facilidades para el mal gracias al poco recomendable ambiente que se ve obligado a respirar con frecuencia en la calle, en el colegio o a través de algunos medios de comunicación.

No caigamos en el extremo de
obsesionarnos con que sepa que
existe lo bueno y lo malo
y que luego él decida,
porque el experimento
puede salir muy mal.

No nos obsesionemos con que salgan de él todas las buenas iniciativas. Vamos a darle alguna facilidad para el bien, sin forzar en exceso, pero sin ser ingenuos.

Si el chico fuera mayor, el planteamiento sería distinto. En cualquier caso, la habilidad de los padres encontrará una solución que no demuestre desconfianza, y al mismo tiempo no suponga –como decíamos– facilitar ingenuamente al chico abandonar la práctica religiosa. A hacer el bien también se aprende, y, por tanto, hay que enseñarlo.

—Eso no es nada fácil.

Evidentemente. Lograr ese equilibrio constituye, como tantos otros aspectos de la educación, un auténtico arte que los padres deben aprender. Como decía Ruyter, un arte es simplemente hacer bien algo difícil.



La Misa y la Confesión

El chico tiene que ver que se da importancia a la Misa dominical, por ejemplo. Desde luego, si los padres faltaran habitualmente a Misa y su hijo acaba teniendo una buena educación en la fe, habrá sido con poco concurso de ellos. Y si faltan de vez en cuando sin mediar un motivo suficiente, dará a los preceptos de su fe la importancia que ve que le conceden sus padres: o sea, poca.

Si por ejemplo, la familia sale un domingo y, por no levantarse antes, no cumplen el precepto dominical, el chico pensará que esa obligación cristiana no tiene suficiente importancia como para madrugar o para organizarse mejor e ir el sábado por la tarde.

O si otro domingo están de visita en casa de los tíos, que nunca van a Misa, y ve que entonces sus padres tampoco van, pensará que se trata de una mera costumbre sin más trascendencia que puede ceder ante cualquier otra cosa.

También ha de ver la Confesión como una práctica natural y frecuente en toda la familia, acudiendo al Sacramento de la Penitencia al menos una o dos veces al mes.

—A lo mejor con una frecuencia tan alta conseguimos aburrirle...

A esta edad suele resultarle grato confesarse, aunque al principio tenga que vencer una pequeña inercia. Se puede ver de forma clara en las familias, parroquias y colegios donde se les facilita hacerlo. Acuden con gran ilusión y absoluta naturalidad.

Después, a partir de los catorce años, quizá les cueste un poco, por vergüenza más que por otra cosa, pero salen encantados. Es un error privarles de la Confesión por pensar que no tienen malicia todavía, puesto que no hace falta malicia para ofender a Dios. Pueden ofenderle, como pasa casi siempre en la mayoría de las personas, sencillamente por debilidad. Y la ayuda –psicológica y espiritual– que reciben con la Confesión es fundamental.

Explícaselo bien. Haz que vayan a confesarse, aunque alguna vez haya que forzar un poco, de modo amable, como tienes que hacer tantas veces para que estudien más, o para que ayuden en casa, o para que sean más ordenados.

Si las cosas se han llevado mínimamente bien, a esta edad el chico no suele plantear problemas, ni con la Misa ni con la Confesión. Pero puede empezar a haberlos y habría que actuar con rapidez, aunque con prudencia.

—Sí. Por ejemplo, ahora va a jugar al baloncesto cuando nosotros vamos a Misa y tiene que ir luego él solo a otra hora. No sé si controlar esto un poco, no vaya a estar engañándome...

Mejor aún sería, si es posible, acomodar el horario para poder seguir asistiendo a Misa todos juntos, que a lo mejor no es tan difícil. Podéis ir antes, o después, o el sábado por la tarde.

Es muy positivo que ir a Misa sea una costumbre con tradición familiar, que puede ir acompañada de algún pequeño extraordinario que le dé un cierto atractivo. Muchas familias dan luego un paseo, compran unos churros, organizan un desayuno más de fiesta, o lo que sea. Eso no es comprarles, sino darle un natural y lógico aire festivo.



¿Tiene conciencia del mal?

Hemos hablado de la Confesión, y quizá venga bien extenderse un poco sobre la conciencia del mal y sobre el perdón. Es algo que tiene mucho que ver con el ambiente familiar. Ha de haber un clima que aleje las reacciones de orgullo y engreimiento, una dinámica que haga fácil y natural pedir perdón.

Hay que perder el miedo a hacerlo, rechazar la suficiencia que nos paraliza a la hora de decir: "Oye, perdona, de verdad que siento aquello", o "no quería ofenderte, lo siento...", y enseñar a los hijos a hacerlo con agilidad.

Además de pedir perdón a la persona ofendida, el chico ha de saber que Dios queda también ofendido, y que espera también que se le pida perdón. Lógicamente, la ofensa será mayor cuanto más grande sea la bondad y categoría personal del ofendido, y en el caso de Dios es infinita.

Que vaya comprendiendo el gran desafecto para con Dios que hay en el pecado, sin agobiarle, pero explicándole que debe pedir perdón. Y se pide perdón al Señor haciendo un acto de contrición. Luego, debe acordarse de contarlo cuando vaya a confesarse, y hay cosas que son graves y requieren confesarse con presteza porque han supuesto dejar de estar en gracia de Dios.

—Hablas de ofensas y de pecados como si fuera un bandolero... y no es más que un niño.

A los diez o doce años –y antes, ya lo hemos dicho– un chico tiene perfecta conciencia de que hace cosas mal. Aunque tenga un aspecto ingenuo y angelical. Pero la ingenuidad sería nuestra si no lo advirtiéramos.

No es ningún dechado
de perversidad, es cierto,
pero a su nivel,
reconoce y valora
con suficiente claridad
el bien y el mal.

Si comprende esto, y se acostumbra a examinar su conciencia y a pedir perdón por lo que hace mal, no le va a crear ningún trauma, sino que le hará un gran bien.

Desde su uso de razón –hace ya unos años– distingue, y quizá mucho mejor de lo que nos parece, entre el bien y el mal. Es cierto que sus malas acciones suelen ser cosas que a nosotros nos parecen de poca entidad, pero para él sí tienen importancia.

Son malas acciones
a su nivel,
pero malas acciones.

Nos jugamos la formación de su conciencia. Aunque no sean crímenes, son cosas malas, y hay que hacerle escuchar y obedecer la voz de su conciencia. Y formarla bien, claro.

Tu hijo tiene experiencia –igual que tú y que yo– sobre lo que es hacer el mal y ofender a Dios. No permitas que nadie le disuada de sentirse mal consigo mismo respecto al pecado. Es la voz –que debiera ser amistosa– de su conciencia, que le reprocha algo que ha hecho mal, como te pasa a ti y a mí.

Ponle ejemplos, póntelos tú. Al aceptar en una compra más cambio del debido, has actuado mal. ¿Ha valido la pena, por unas monedas de más? O aquella mentira..., ¿por qué? O al mostrarte egoísta con aquél que te pidió ayuda...; o aquel otro que te molestó sin querer..., y te enfadaste..., ¿ha valido la pena?, ¿no estás ya arrepentido de haberlo hecho? Son ejemplos de cosas pequeñas, pero las hay más graves.

Tenemos que saber que ofendemos mucho, a los demás y a Dios. Que se acostumbre, que nos acostumbremos, a confesarnos. Es desnudar el alma ante Dios por mediación del sacerdote. Es algo que puede costar, pero después de recibir la absolución, te hallas más cerca de Dios, le has complacido. Dios te ha perdonado, te da fuerza para enfrentarte con la tentación y superarla.

A esta edad –repito– sabe perfectamente lo que es el acoso de la tentación, y lo que es vencer o sucumbir ante ella. También decíamos que no le suele costar confesarse si se le facilita hacerlo. Lo mejor es ir con él y que nos vea confesarnos a nosotros también. Sería un error insistirle en ello y que luego a nosotros nos diera pereza ir por delante con el ejemplo.

El chico mantiene así limpia su alma, y ésa es una gran defensa contra el acoso de las pasiones que quizá se desaten en el futuro. No le privemos de esa ayuda, y menos para esos momentos.



¿Por qué luego pierden la fe?

—Lo que no quiero es que con éste me pase como con el mayor... que, al principio, bien; con las primeras crisis de la adolescencia empezó a enfriarse y, ahora, a los veinte años, es agnóstico por completo.

¿Y has pensado sobre las causas de ese abandono progresivo?

—Por supuesto. Lo hemos hablado con matrimonios amigos nuestros, y no somos los únicos a quienes nos pasa. Es bastante corriente. Siempre acabamos concluyendo que esas crisis de fe de la adolescencia se deben a que no hemos acertado en algo durante los años anteriores.

¿Has pensado si el problema no será que le falta consolidar las virtudes básicas para poder vivir las exigencias de la moral cristiana?

—¿Has dicho exigencias morales... a los diez o doce años?

Acabamos de hablar de que a esas edades el chico tiene una conciencia suficientemente clara de lo que hace mal. Y la fe puede perderse por muchas causas, pero tal vez la que ejerce una influencia más fuerte sea el propio desorden moral. La fe está sostenida por la voluntad y por la gracia de Dios. Si falla la moral se pierde la gracia de Dios, la voluntad se orienta al mal y la fe acaba por resentirse. Por eso la fe acaba en cierta manera por estar condicionada por las disposiciones morales.

Por eso no basta con que conozca a fondo la fe, sino que ha de consolidar las virtudes personales, porque, de lo contrario, aprende la teoría pero no tiene luego resortes ni fuerza para llevarla a la práctica, y entonces acaba por rechazar la teoría. Como dice el refrán:

Si no vive como piensa,
acabará pensando como vive.

Es importante, porque a veces su futuro problema de fe no será problema propiamente de fe, sino, a lo mejor, de:

  • pereza;

  • tal vez, de un arraigado egoísmo de fondo;

  • o de una inconstancia grande que no se esfuerza por vencer;

  • o de frecuentes manifestaciones de envidia, o de soberbia;

  • o quizá de una consentida y habitual falta de responsabilidad.


  • Cuando un chico que ha recibido una buena formación doctrinal pierde la fe y no se encuentran razones directas claras, habría que examinar si esa fe estaba fundamentada en virtudes humanas firmes: generosidad, fortaleza, sinceridad, lealtad, templanza, orden, laboriosidad, constancia, etc.



    Un testimonio de vida. Ejemplos de cómo dar ejemplo

    En todas las familias cristianas se sabe, por experiencia, qué buenos resultados da la coherencia de una iniciación a la fe en el calor del hogar. El niño aprende así a colocar a Dios en la línea de los primeros y más fundamentales afectos. Aprende a rezar, siguiendo el ejemplo de sus padres, que logran así transmitir a su hijo una fe profunda, que prende con facilidad en él cuando la contempla hecha vida sincera en sus padres.

    La educación de la fe
    no es mera enseñanza,
    sino transmisión de
    un mensaje de vida.

    Los niños tienen necesidad de aprender y de ver que sus padres se aman, que respetan a Dios, que saben explicar las primeras verdades de la fe, que saben exponer el contenido de la fe cristiana en la perseverancia de una vida de todos los días construida según el Evangelio.

    Ese testimonio es fundamental. La Palabra de Dios es eficaz en sí misma, pero adquiere una fuerza mucho mayor cuando se encarna en la persona que la anuncia. Esto vale de manera particular para los niños, que apenas distinguen entre la verdad anunciada y la vida de quien la anuncia. Como ha escrito Juan Pablo II, “para el niño apenas hay distinción entre la madre que reza y la oración; más aún, la oración tiene valor especial porque reza la madre."

    Lo primero es demostrar, con nuestro modo de hablar de lo sobrenatural, que la fe es fuente de alegría, de dicha y de entusiasmo.

    Sería muy negativo tener
    un aire hastiado y desagradable
    cuando se habla de Dios.

    Nuestra actitud al recitar unas oraciones, nuestro modo de hacer la señal de la cruz, el respeto y recogimiento con que nos acercamos a comulgar, son detalles que, sin darnos cuenta, tienen más influencia sobre los hijos que los más encendidos discursos.

    Estás educando su vida de fe
    siempre,
    no sólo cuando le hablas de ello.

    Educar en la fe no es dar sabias lecciones teóricas. No son clases magistrales. Mejor, es como una clase práctica que empieza cuando tu hijo aún no sabe casi andar, y que no termina nunca.

    —Vas a conseguir agobiarme con esto de dar ejemplo. ¿Por qué no concretas en ejemplos de cómo dar ejemplo?

    Está bien, pero luego no te quejes si te sientes aludido.

    Por ejemplo, si tu hijo viera que sueles ir a lo tuyo, le será difícil incorporar ideas tan relacionadas con las exigencias de la fe como son la preocupación por los demás, el sacrificio y la renuncia en favor de otros, la misericordia o el sentido de la generosidad.

    O si resulta que con frecuencia no cumples lo que prometes, o te ve recurrir –siempre acaba dándose cuenta– a la mentira o la media verdad para salir al paso de algún problema, no pretendas luego que entienda tus encendidos discursos sobre las excelencias de la sinceridad, de la veracidad, o de dar la cara como un hombre.

    El chico tiene que ver que te preocupa realmente el dolor ajeno, que muestras con tu vida lo connatural que debe resultar al hombre vivir volcado hacia los demás, que le explicas la fealdad de la simulación y de la mentira, o cualquiera de las otras ideas cristianas que quieras transmitirle.

    Hay todo un estilo cristiano de ver las cosas y de interpretar los acontecimientos de la vida, y ha de respirarlo en casa. Lo captará, por ejemplo, viendo el modo en que aceptas una contrariedad. O al advertir cómo reaccionas ante un vecino cargante o inoportuno. O viendo cómo papá cede en sus preferencias, o mamá sigue trabajando aunque esté cansada.

    Y el chico se irá empapando de ideas de fondo que tejerán todo un vigoroso entramado de virtudes cristianas. Aprenderá a respetar la verdad, a mantener la palabra dada, a no encerrarse en su egoísmo, a ser sensible a la injusticia o al dolor ajeno, a templar su carácter, etc.

    Siempre surgen multitud de ocasiones de hacer una consideración sobrenatural sencilla, sin excesiva afectación ni excesiva frecuencia.

    Se trata de que el niño vea
    cómo la fe se traduce
    en obras concretas
    y que no son
    formalidades exteriores
    vacías e inconexas.

    En la casa se ha de hablar de Dios, y de nuestro deseo de agradarle, y de evitar las ocasiones de ofenderle, y del premio que recibiremos en esta vida y en la eterna. Y todo ello con toda naturalidad, sin afectación y sin simplezas. Cuando algunos pedagogos ingenuos de la religión presentan la fe como una sociología tonta e insípida, separada de la realidad de la vida, lo que logran es dejar vacío el corazón de los chicos y privarles de toda esa fuerza y esa guía moral tan necesaria en el camino de su vida.

    Una fe profunda y bien arraigada será siempre un recio soporte para toda persona en momentos de crisis. Algo que vendrá a ser en su interior como el giróscopo para un barco en medio de un mar embravecido. Algo que a lo largo de su vida le permitirá mantenerse firme aún en los instantes de mayor dolor o amargura.



    Hacerle discurrir

    El chico debe captar desde muy pequeño lo razonable de la fe. Habrá advertido hace ya tiempo que existe una fe natural, y observará que la empleamos todos los hombres todos los días muchas veces. La mayoría de las cosas que hacemos vienen marcadas por nuestra aceptación de un testigo, aceptación que es un acto de la voluntad. Se le puede explicar de modo sencillo con algunos ejemplos.

    —Oye, pero..., ¿no querrás que a los doce años le empiece a explicar cosas así?

    No hace falta que sea algo muy formal. Pero siempre hay ocasiones en las que tratar con naturalidad temas mínimamente trascendentes.

    Todo el mundo cree en multitud de cosas que no se ven ni se sienten. No se ven las ondas de radio, ni los virus, ni la energía, ni la radioactividad, ni muchas otras cosas. Pero todo el mundo habla de ellas y tiene certeza de que existen, porque cree a quienes se lo cuentan y en la explicación que dan a sus supuestos efectos. Los sentidos no agotan el conocimiento. Existen cosas que ni se ven ni se sienten. Hay más modos de conocer.

    Debes enseñarle a pensar con rigor. Por ejemplo, para que no caiga en ese extendido complejo que podríamos llamar idolatración de la ciencia experimental, que constituye un auténtico culto hacia aquello que proviene de la órbita de lo empírico y lleva a la ingenua creencia de que el único modo de conseguir cualquier certeza es el laboratorio.

    Debe saber que no hay incompatibilidad alguna entre ciencia y fe, y que la fe nada tiene que temer de los métodos verdaderamente científicos.

    La ciencia es una gran cosa, y lo natural es estar muy abiertos al progreso de la técnica y a los avances en todas las especialidades humanas, pero sin dejarse impresionar por ese dogmatismo con el que algunos científicos –que quizá no merezcan tal nombre– pretenden imponer sus hipótesis descalificando sin rigor alguno cualquier creencia que no coincida con lo que ellos dicen. Parece como si fueran los únicos mayores de edad y capaces de comprender las realidades de la vida, y además parecen empeñados en sacarnos de las tinieblas de la ignorancia, y en que nos sacudamos esos mitos religiosos y esas creencias anacrónicas...

    —Oye, pero a los diez o doce años yo creo que ni se plantean cosas así. Casi sólo piensan en jugar. Este peligro que dices será más bien para edades posteriores.

    Creo que los niños empiezan a pensar antes de lo que parece y más de lo que parece. Aunque den la impresión de que no hacen más que jugar, reflexionan bastante. A lo mejor a raíz de algún comentario de otro chico, de un profesor, o de un programa de televisión...

    —Ahora que lo dices, recuerdo una ocasión en que mi hijo, con once años, vio un programa sobre el origen del universo y de la vida humana. Entrevistaron a diversos científicos que expusieron sus teorías y finalmente acabaron por decir que la Biblia era un cuento de niños, que la Iglesia decía muchas cosas absurdas...

    Sí, los tópicos de siempre.

    —Para el chico supuso una impresión fuerte. Me preguntó si es que lo del Evangelio era como lo de que los Reyes Magos son los padres, o como aquello de la cigüeña...

    Otra vez la cigüeña... ¿ves como son un desastre las historietas de ese estilo?

    —Pues estoy seguro de que si el chico no llega a preguntar, y no hubiera sabido yo un poco del tema y le aclaro unas cuantas ideas, ese programa habría supuesto bastante daño para su fe.

    Es curioso comprobar lo convincente que resulta para tanta gente ver en una entrevista en televisión a un personaje extranjero, con aspecto de sabio científico, una bata, un laboratorio de fondo y un doblaje de las respuestas. Parece ya que todo lo que dice es dogma de fe y que por ser un científico nadie puede llevarle la contraria. Dirá que está científicamente comprobado, y todos a callar.

    La manida frase de que "es un hecho científicamente demostrado que..." se ha convertido en la entradilla mágica para imponer opiniones muy discutibles y muy poco científicas. Es como una especie de catecismo laico al que acuden tantos, casi sin darse cuenta, repitiendo sumisamente –con su actitud– que "el científico es una autoridad que todo lo sabe y que no puede engañarse ni engañarnos".

    —Y lo que se comprueba es que cada pocos años cae una teoría y viene otra, o resulta que una es un caso particular desenfocado de otra más general, o se encuentran multitud de contraejemplos.

    Por supuesto. Por eso los científicos sensatos nunca dan categoría de dogma a sus hipótesis.

    Si los padres están atentos y tienen un mínimo de formación básica, conseguirán que la fe que con tanto esfuerzo están intentando transmitir a su hijo no se pierda luego tontamente ante ese tipo de cosas. Hay que advertir que, siendo el chico tan pequeño, no tiene un sentido crítico suficientemente desarrollado, y carece de criterio para discernir entre un buen documental científico de divulgación y un panfleto tendencioso.



    La realidad de la muerte. Un caso difícil

    En el capítulo anterior se trató con detenimiento el modo de desvelar al chico los secretos de la vida. Otra oportunidad de hacerle discurrir aparece con los de la muerte.

    —¿Y no crees que es un poco de mal gusto eso de hablarle de la muerte?

    No creas, porque las preguntas sobre la muerte surgen bastante temprano en el niño. La realidad de la muerte es imposible de ocultar a su observación. Es algo que le inquieta y le plantea grandes interrogantes. Y que le lleva a Dios. Enseguida piensa que si no hubiera nada después, sería algo cruel e injusto.

    No se puede contestar eludiendo el tema, o diciendo que no se sabe bien, o callando, esperando no se sabe a qué.

    Si no se tiene fe,
    es difícil hablar de la muerte
    a los niños,
    pero teniéndola es fácil.

    Recuerdo una anécdota que sucedió una lluviosa tarde de febrero en la que un padre vino a verme al colegio muy preocupado. Su hijo de once años se había criado en íntima amistad con un vecino suyo de la misma edad a quien acababan de diagnosticar una enfermedad rápida e incurable. Le quedaban tan sólo unas semanas de vida.

    La familia mantenía celosa ante el chico el secreto de la cercana muerte de su amigo. Pero los días pasaban y el problema se hacía cada vez más acuciante. ¿Qué hacer? ¿Hasta cuándo se podía seguir así? "Hablarle de eso es demasiado duro –me decía– para esa edad". El muchacho notaba ya algo raro, y preguntaba qué pasaba, pero no obtenía respuesta.

    Para quienes no tienen fe, es realmente una respuesta difícil. Para quienes la tenemos, no lo es tanto. Es una despedida, a un tiempo dolorosa y alegre. Un cambio de casa, de ésta de la tierra a la del cielo. Una realidad que está permanentemente presente en la educación de la fe, y que no tiene sentido silenciar.

    A todos nos duele despedirnos de un ser querido por mucho tiempo, hasta que nos reunamos con él a nuestra muerte. Pero si la fe es firme, no habrá tanto miedo a la muerte. Y cuando la muerte llame a la puerta, a la nuestra o a la de alguien cercano, la recibiremos con paz si tenemos la conciencia limpia, pues pensar en la muerte obliga a pensar en cómo llevamos la vida. Si en el chico ha arraigado una fe sólida, comprenderá y aceptará esa realidad, como la han comprendido y aceptado todos los auténticamente cristianos a lo largo de los siglos.

    Le animé a que afrontara esa conversación, pero se resistía a hacerlo. "Es algo –se lamentaba– para lo que había que haberle preparado con mucho más tiempo. Le va a suponer un golpe muy fuerte. No sabes lo amigos que son. No pueden hacer nada el uno sin el otro. No sé cómo Dios permite esto...".

    "Es una realidad –le dije– que debes afrontar. Tú primero, y él después. No pretendas dar lecciones a Dios sobre cómo debe organizar el mundo, que sabe más que tú y que yo. No tiene por qué haber problemas. Háblale de que pronto estará en el cielo."

    No veía claro lo de hablar del cielo y el infierno a los chicos. "Eso es algo muy duro y que no termino de entender", decía.

    Estaba claro que el problema estaba en el padre. Se llamaba a sí mismo cristiano, pero todo lo quería interpretar de forma blanda y acomodada. Era de los que quería ser bueno y no hacer mal a nadie, pero sin poner esfuerzo, sin exigencia personal, sin pecado, sin infierno y sin principios morales objetivos. La muerte –para él– era algo que prefería ignorar poniéndola entre paréntesis. Y los resultados familiares eran tan lacios y desmadejados como sus ideas.

    La existencia del pecado y del perdón, de un Dios remunerador, que premia a los buenos y castiga a los malos, es algo que entienden los niños perfectamente. Lo que les inquietaría es pensar que las injusticias se mantienen a perpetuidad, por la falta de un ser superior que gobernara sapientísimamente el mundo. O que después de la muerte no hay más que un vacío, lleno... de nada.

    Tendrá miedo a la muerte quien espere su llegada con las manos vacías, después de una vida igualmente vacía. No tengas miedo a hablar de que hay otra vida después de ésta, y de cómo hemos de estar preparados para recibir la muerte sin dramatismos.



    No ser pesados. Práctica de la fe en la familia

    No es necesario que les habléis constantemente de Dios. Si hay fe, los hijos irán creciendo en ese ambiente y comprenderán bien las realidades sobrenaturales. Y eso es lo importante: que el hogar esté vivo y que los padres hablen de Dios a los chicos con su propia vida.

    La instrucción religiosa ha de correr por caminos positivos. No quieras resolver los pequeños problemas domésticos diciendo al chico: "te va a castigar Dios", o "te irás al infierno", o "eso que has hecho es un pecado gravísimo", porque por esas trastadas infantiles no se va la gente al infierno. Ya dijimos que había que hablarles del pecado, pero sin atosigarles con la falsa y tonta idea de que todo es pecado.

    Tampoco se puede poner el demonio a la altura de las brujas, duendes o fantasmas. El infierno es una realidad seria que, sin dramatismos tontos, los chicos deben conocer.

    Igual sucede con el cielo, que a veces los chicos –cuando no se explica bien– pueden asimilar a algo estático y aburrido. Algunos padres identifican la bondad con la quietud, y ese "estate quieto, sé bueno" aburre soberanamente a sus hijos, que, afortunadamente, están llenos de vitalidad. El "estate quieto, sé bueno", me contaban en una ocasión, cansaba tanto a aquel muchacho, que terminó por preguntar: "Mamá, ¿y en el cielo..., también tendremos que ser buenos?”.

    Debemos hablarles de Dios
    de modo agradable,
    no reiterativo y tedioso.

    No se puede usar de Dios según nuestro mezquino interés. No se puede invocar el nombre de Dios para que el niño se tome la sopa o para que baje a hacernos un recado. La realidad de Dios es algo que conviene hacerle descubrir y querer, no un instrumento con el que golpearle en la cabeza a nuestro antojo. Actuar así llevaría a deformar su conciencia y sembrar de sal el fértil campo de su fe infantil.

    No se trata de atosigarle con lecciones profundas e incesantes. La mente del niño se ha comparado al cuello de una botella. Si se intenta meter gran cantidad de líquido en poco tiempo, se desborda y se derrama. En cambio, gota a gota, despacio, pero con constancia, pronto se llena de sabiduría.

    —¿Y qué prácticas cristianas puede hacer a esta edad?

    No es fácil dar normas fijas. Puedo darte algunas ideas con la exclusiva finalidad de sugerirte algo de lo muy diverso que se puede hacer. Es bueno que las devociones sean pocas, pero serias y constantes:

  • esas tres Avemarías de rodillas junto a la cama, antes de acostarse;

  • aquella otra oración de ofrecimiento del día a Dios, cuando se levanta;

  • bendecir la mesa;

  • ir juntos –y elegantes– a Misa, y rezar algunas oraciones de acción de gracias después;

  • quizá rezar el Rosario en familia, y si son demasiado pequeños sólo un misterio, y en las fiestas de la Virgen algo más;

  • o retomar aquellas viejas devociones del mes de Mayo, la novena a la Inmaculada, el escapulario del Carmen...: no muchas, pero bien vividas.


  • Las familias cristianas no deben olvidar que los padres son los primeros educadores en la fe y que, por tanto, es necesaria una catequesis familiar en la que, con una periodicidad establecida –semanal, por ejemplo–, los padres vayan cumpliendo con esa obligación, que no deben abandonar en manos únicamente del colegio o la parroquia.



    Cuando el problema está en los padres

    Algunos padres, cuando en los libros o charlas de orientación familiar oyen hablar de Dios, o les hacen alguna consideración sobrenatural, cambian de sintonía y desconectan por completo. Reaccionan como si dijeran: "Vamos a ser prácticos, por favor. No me vengas ahora con sermones como si yo fuera un infeliz en busca de resignación. Quiero soluciones."

    Quizá no comprenden lo que es el alma. Que el hombre no es un simple animal extraordinariamente desarrollado en el que educar es simplemente encauzar unos instintos. Que tiene un alma espiritual e inmortal que el educador no puede ni debe ignorar.

    Hay que saber cómo actúa el alma. A lo mejor esas personas entienden muchísimo sobre cómo funciona el cuerpo, y qué conviene a su salud, y cómo prevenir o curar una enfermedad, o lo que sea, pero no saben una palabra sobre la salud de su alma, siendo como son sus enfermedades mucho más dolorosas.

    No olvides que la raíz
    de muchos problemas
    está en el alma.

    La raíz de muchos de los problemas de tu hijo está en su alma. La raíz de muchos de tus problemas está en tu alma. Muchas veces, cuando la gente nota un vacío grande, y se pregunta qué le falta a su vida, lo que le falta es la rectitud de la fe, el acatamiento de Dios. Ese reconocimiento es lo que hace que la vida esté construida en sabiduría y libertad.

    “No veo a Dios por ninguna parte”, dicen. O “mi fe se muere”, o “mi fe ha muerto...”. Y quizá su fe sigue latente, ahogada por costumbres insanas o claudicaciones inconfesables.

    "El moderno experimento de vivir sin religión ha fracasado", decía Schumacher. Y las estadísticas –puede comprobarse en los sondeos Gallup de las dos últimas décadas– confirman esa afirmación, pues tanto el ateísmo como el agnosticismo están en franca recesión en el mundo occidental, en contra de lo que a veces el ambiente social parece querer mostrar.

    La fe es algo personalísimo de lo que no se puede prescindir, y en ella actúa la iniciativa de Dios. Y aunque la iniciativa sea de Dios, nuestra respuesta es decisiva. Y a veces, el griterío de nuestro mundo interior hace imposible oír esa voz, o nuestra falta de fortaleza y de generosidad hace que no queramos o no podamos responder. Son tinieblas muchas veces voluntarias, a las que quizá no se quiere poner remedio porque nuestra conducta interesada ahoga la voz de Dios.

    El problema de fe proviene otras veces del desequilibrio en la formación. No es difícil encontrarse cristianos que son brillantes en su profesión, incluso cultos, muy leídos y muy viajados, con grandes experiencias quizá, pero absolutamente ignorantes en lo referente a su fe. Hombres o mujeres que abandonaron el estudio de los fundamentos de sus creencias con el final de sus estudios primarios o con las primeras crisis de la adolescencia, y que conservan una imagen de la teología que bien podría servir para un cuento de hadas, cuando la teología es sin duda la ciencia sobre la que más se ha hablado, escrito, investigado y debatido a lo largo de los siglos. Les falta estudio de su propia fe, que es equilibrio en su formación.

    Esa ignorancia es un formidable enemigo de la fe, puesto que la fe en cualquier cosa exige siempre un suficiente conocimiento previo. Y esa fe débil bien puede tener su causa en haber recibido una formación religiosa poco afortunada o impartida por personas que no han sabido mostrar su grandeza.

    Por eso hemos de ser consecuentes y dedicar el tiempo que sea preciso para tener un conocimiento de nuestra fe adecuado a nuestro nivel cultural e intelectual. De esta forma, la experiencia de tantos siglos en la vida de tantas personas nos ayudará a vivir esas exigencias y a superar las dificultades que se nos presenten, que quizá no sean tan nuevas.

    —Sin embargo, hay muchos que creen poco, o que no practican, pero sí quieren que sus hijos reciban una buena formación cristiana.

    El valor de la formación moral cristiana es algo bastante reconocido, afortunadamente. Y esa preocupación de esos padres es indudablemente loable y positiva, pero

    Los padres que quieren
    que sus hijos crean,
    pero ellos mismos no practican,
    suelen fracasar.

    Si no tienen la fe como parte esencial de su vida, o si luego desmienten sus palabras con los hechos, es difícil que las cosas salgan bien.

    Sin embargo, para muchos padres ha sido precisamente la preocupación por educar correctamente a sus hijos y darles un buen ejemplo, lo que les ha llevado por un camino de mayor cercanía a Dios y más profundo conocimiento de la fe, que ha venido a facilitar su propia coherencia y, en cierta manera, su conversión.