sábado, 18 de abril de 2009

Benedicto XVI no olvidará su viaje a África

CIUDAD DEL VATICANO, domingo, 29 de marzo de 2009 (ZENIT.org).- Publicamos la alocución que pronunció Benedicto XVI este domingo a mediodía al rezar la oración mariana del Ángelus desde la ventana de su estudio junto a varios miles de peregrinos congregados en la plaza de San Pedro del Vaticano.

* * *


Queridos hermanos y hermanas:

Deseo ante todo dar las gracias a Dios y a todos los que, de diferentes maneras, han colaborado con el buen resultado del viaje apostólico que he podido realizar a África en los días pasados e invoco la abundancia de las bendiciones del Cielo sobre las semillas esparcidas en tierra africana. De esta significativa experiencia pastoral me propongo hablar más ampliamente el próximo miércoles, en la audiencia general, pero no puedo dejar de aprovechar la oportunidad para manifestar la emoción profunda que experimenté al encontrar las comunidades católicas y las poblaciones de Camerún y de Angola.

Sobre todo me impresionaron dos aspectos, ambos muy importantes. El primero es la alegría visible en los rostros de la gente, la alegría de sentirse parte de la única familia de Dios, y doy las gracias al Señor por haber podido compartir con las multitudes de estos hermanos y hermanas nuestros momentos de sencilla fiesta, compartida en el conjunto y llena de fe.

El segundo aspecto es precisamente el intenso sentido de lo sagrado que se respiraba en las celebraciones litúrgicas, característica &eacut e;sta común a todos los pueblos africanos. Podría decir que emergió en cada momento de mi estancia entre esas queridas poblaciones. La visita me ha permitido ver y comprender mejor la realidad de la Iglesia en África en la variedad de sus experiencias y de los desafíos que tiene que afrontar en estos momentos.

Pensando precisamente en los desafíos que marcan el camino de la Iglesia en el continente africano, y en cualquier otra parte del mundo, experimentamos cómo son actuales las palabras del Evangelio de este quito domingo de Cuaresma. Jesús, ante la inminencia de la pasión, declara: "si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda él solo; pero si muere, da mucho fruto" (Juan 12, 24). Ya no es hora de palabras ni de discursos; ha llegado la hora decisiva para la que ha venido al mundo el Hijo de Dios, y a pesar de que su alma está turbada, declara su disponibil idad para cumplir hasta el final la voluntad del Padre. Esta es la voluntad de Dios: darnos la vida eterna que hemos perdido. Para que esto se realice es necesario, sin embargo, que Jesús muera, como un grano de trigo que Dios Padre ha sembrado en el mundo. Sólo así, de hecho, podrá germinar y crecer una nueva humanidad, libre del dominio del pecado y capaz de vivir en fraternidad, como hijos e hijas del único Padre que está en los cielos.

En la gran fiesta de la fe, que hemos vivido juntos en África, hemos experimentado que esta nueva humanidad está viva, a pesar de sus límites humanos. Allí donde los misioneros, como Jesús, han dado y siguen dado la vida por el Evangelio, se recogen frutos abundantes. A ellos les deseo dirigir un particular pensamiento de gratitud por el bien que hacen. Se trata de religiosas, religiosos, laicas y laicos. Para mí ha sido hermoso ver el frut o de su amor a Cristo y constatar el profundo reconocimiento que los cristianos tienen por ellos. Demos gracias a Dios y pidámosle a María santísima para que en el mundo entero se difunda el mensaje de esperanza y de amor de Cristo.

[Al final del Ángelus, el Papa dirigió este saludo a los peregrinos:]

Saludo con gran afecto a los numerosos africanos que viven en Roma, entre ellos muchos estudiantes, acompañados por el arzobispo Robert Sarah, secretario de la Congregación para la Evangelización de los Pueblos. Queridos: habéis querido venir a manifestar alegría y reconocimiento por mi viaje apostólico a África. Os doy las gracias de corazón. Rezo por vosotros, por vuestras familias y por vuestros países de origen. ¡Gracias!

El jueves próximo, a las 18 horas, presidiré en San Pedro la santa misa en el cu arto aniversario de la muerte de mi querido predecesor, el siervo de Dios Juan Pablo II. Invito a participar especialmente a los jóvenes de Roma para prepararnos juntos a la Jornada Mundial de la Juventud, que se celebrará a niel diocesano en el Domingo de Ramos.

[En español, dijo:]

Saludo con afecto a los peregrinos de lengua española, en particular a los profesores y estudiantes del Colegio San José, de Reus, y al grupo Santa María de la Estrella, de Argentina. En este último domingo de Cuaresma, os animo a vivir con especial fervor estos días que aún nos quedan de preparación para la Pascua. Que la Santísima Virgen María nos alcance la gracia de estar bien dispuestos para celebrar intensamente los grandes misterios de nuestra Redención. Muchas gracias y feliz domingo.

[Traducción del original italia no realizada por Jesús Colina © Copyright 2009 - Libreria Editrice Vaticana]


ANGELUS

V. El Ángel del Señor anunció a María,
R. Y concibió por obra del Espíritu Santo.
Avemaría.

V. He aquí la esclava del Señor.
R. Hágase en mi según tu palabra.
Avemaría.

V. Y el Verbo se hizo carne.
R. Y habitó entre nosotros.
Avemaría.

V. Ruega por nosotros, Santa Madre de Dios,
R. Para que seamos dignos de alcanzar las promesas de Nuestro Señor Jesucristo.

Oración
Te suplicamos, Señor,

 que derrames tu gracia en nuestras almas para que los que,

 por el anuncio del Ángel, hemos conocido la encarnación de tu Hijo Jesucristo,

por su Pasión y Cruz seamos llevados a la gloria de su Resurrección. Por el mismo Jesucristo Nuestro Señor.
R. Amén.

La Anunciación nos revela...

La Anunciación nos revela, que Dios toma en serio al hombre y su libertad. Por eso no quiere realizar sus planes de salvación sin la colaboración y el consentimiento libres del hombre. En la escena del Evangelio, este respeto de Dios ante la dignidad y libertad del ser humano se expresa de un modo impresionante. Dios le da a María la posibilidad de aceptar o rechazar su misión. Dios pone el destino de la humanidad en las manos de esta virgen sencilla. 

La respuesta de María en esta hora decisiva resulta ejemplar: "Hágase en mí según tu palabra". Ella acepta, aunque no vea ni comprenda. Por eso, lo más extraordinario de María, en la hora de la Anunciación, es su fe. 

María es la primera creyente de la Iglesia: "La Madre de todos los creyentes", como la llaman los Padres de la Iglesia. Ella es modelo de fe, no sólo en la hora de la Anunciación, sino también en toda su vida. 

El ángel se retira y Ella queda sola, sola con su gran misterio, sin posibilidad de explicárselo a nadie. Y se inicia su doloroso camino de fe. Desde ese mismo momento comienza a ser la Madre Dolorosa. Recordemos su situación difícil frente a San José, el nacimiento en la miseria, la matanza de los inocentes, la fuga a Egipto, hasta la muerte de su Hijo en la cruz.

"Anunciación"en: http://es.catholic.net


Dios te salve, María,
llena de gracia, el Señor es contigo.
 Bendita eres entre todas las mujeres
 y bendito es el fruto de tu vientre, Jesús.
Santa María, Madre de Dios,
 ruega por nosotros pecadores
ahora y en la hora de nuestra muerte.
 Amén.

Jesús resucitado se apareció a su Madre en primer lugar

Los evangelios refieren varias apariciones del Resucitado, pero no hablan del encuentro de Jesús con su madre. 

Si los autores del Nuevo Testamento no hablan del encuentro de Jesús resucitado con su madre, tal vez se debe atribuir al hecho de que los que negaban la resurrección del Señor podrían haber considerado ese testimonio demasiado interesado y, por consiguiente, no digno de fe. 

¿Cómo podría la Virgen, presente en la primera comunidad de los discípulos (cf. Hch 1, 14), haber sido excluida del número de los que se encontraron con su divino Hijo resucitado de entre los muertos? Más aún, es legítimo pensar que Jesús resucitado se apareció a su madre en primer lugar. La ausencia de María del grupo de las mujeres que al alba se dirigieron al sepulcro (cf. Mc 16, 1; Mt 28, 1), ¿no podría constituir un indicio del hecho de que ella ya se había encontrado con Jesús? 

El carácter único y especial de la presencia de la Virgen en el Calvario y su perfecta unión con su Hijo en el sufrimiento de la cruz, parecen postular su participación particular en el misterio de la Resurrección.

Juan Pablo II: Audiencia, 21/05 1997

 


Dios te salve, María,
llena de gracia, el Señor es contigo.
 Bendita eres entre todas las mujeres
 y bendito es el fruto de tu vientre, Jesús.
Santa María, Madre de Dios,
 ruega por nosotros pecadores
ahora y en la hora de nuestra muerte.
 Amén.

María al pie de la Cruz

Por el P. Leonardo Castellani

Mujer privilegiada
Con el dolor más grande del mundo
Más que la mar salada
Más que la mar profunda
Más incomunicable y obsoleto
Que el dogma de la Fe secreto;
Mujer de la que dijo el Fariseo
Mirando al reo
Terrible:
He aquí una mujer insensible
Al pie de la Cruz maldecida
Petrificada y erguida
Sin lágrimas ni herida
Apática
Helada en el exceso de su mal
Qué horror, una mujer estatua
Una toda de sal.
(“Como el mar es mi pesar,
Mara”).
Y de la cual pensó el Discípulo
Amado
El amor de mi amor ha consolado
A mi madre, se ha vuelto madre mía;
Notable epifanía.
No piensa más que en su Hijo
Natural y sobrenatural
Clavado en el árbol fatal
Ni en todo lo que Él dijo
Excepto esa palabra final.
Y la resurrección ¿quién piensa en ella?
El sol ha muerto, no hay ninguna estrella
Todo el mundo se ha hundido
Otra vez el caos desmedido.
No sé de todo esto que saldría.
Pero esto es positivo
Esta reina se ha vuelto madre mía
Y yo estoy vivo
Todavía
Al conjugar de una palabra leve:
“He aquí tu hijo” – una palabra breve
Apenas murmurada que oí yo
Y no sé si ella oyó;
Anoser la llevara dentro del corazón
Oculta y como vacía
Inefectual como un son
No pronunciado todavía –
Una palabra eterna e imposible.
¡Oh! Mujer insensible
Como una reina digna
Que mira inmóvil y benigna
Hacia abajo los movimientos vanos
De los gusanos
Infinitas greyes
Meditando volverlos reyes.
Lo cual le resulta imposible
Cuanto más mira y mira y considera
La incomprensible gusanera.
Y sabe sin embargo así ha de ser
Porque así se lo dice el Amor
Del redentor
Todopoderoso.
Y con su amor incuba ese destrozo
De este mundo asombroso
Que lo injuria y ahulla en derredor.
Mujer privilegiada
Ideal y real más que un hada
Que desde el trono de un dolor indescriptible,

Incuba con su mirada
Todo lo visible.


LEONARDO CASTELLANI e. u.
Agosto 15 de 1962.
e.u.: Eremita urbano, monje de la ciudad.

María Madre de Dios

Me sorprende que haya personas que se hagan esta pregunta: ¿hay que llamar a María Madre de Dios? Ya que si nuestro Señor Jesucristo es Dios ¿cómo la Virgen que lo trajo al mundo no sería la Madre de Dios? Es la creencia que nos han transmitido los santos Apóstoles, aun cuando ellos no hayan usado este término. Es la enseñanza que hemos recibido de los santos Padres? 

La Virgen es verdaderamente Madre de Dios pues ella concibió de forma sobrenatural a Cristo, el Salvador, que participa también de su carne y sangre y que, en el plano humano, procede de la misma sustancia que su Madre y que nosotros mismos. 

Al mismo tiempo, El es, en el plan divino, consustancial a Dios su Padre, es decir que su sustancia es del Padre y no «como» la del Padre.

 
San Cirilo de Alejandría (376-444)
 
 

Dios te salve, María,

llena eres de gracia,

el Señor es contigo,

bendita tú eres entre todas las mujeres

y bendito es el fruto de tu vientre, Jesús.

 Santa María, Madre de Dios,

 ruega por nosotros, pecadores,

 ahora y en la hora de nuestra muerte.

Amen.


María, educadora del Hijo de Dios

Lc.2

51 Bajó con ellos y vino a Nazaret, y vivía sujeto a ellos. Su madre conservaba cuidadosamente todas las cosas en su corazón.
52 Jesús progresaba en sabiduría, en estatura y en gracia ante Dios y ante los hombres
.

1. Aunque se realizó por obra del Espíritu Santo y de una Madre Virgen, la generación de Jesús, como la de todos los hombres pasó por las fases de la concepción, la gestación y el parto. Además, la maternidad de María no se limitó exclusivamente al proceso biológico de la generación, sino que, al igual que sucede en el caso de cualquier otra madre, también contribuyó de forma esencial al crecimiento y desarrollo de su hijo.

No sólo es madre la mujer que da a luz un niño, sino también la que lo cría y lo educa; más aún, podemos muy bien decir que la misión de educar es según el plan divino, una prolongación natural de la procreación.

María es Theotokos no sólo porque engendró y dio a luz al Hijo de Dios, sino también porque lo acompañó en su crecimiento humano.

2. Se podría pensar que Jesús, al poseer en sí mismo la plenitud de la divinidad, no tenía necesidad de educadores. Pero el misterio de la Encarnación nos revela que el Hijo de Dios vino al mundo en una condición humana totalmente semejante a la nuestra, excepto en el pecado (cf. Hb 4, 15). Como acontece con todo ser humano, el crecimiento de Jesús, desde su infancia hasta su edad adulta (cf. Lc 2, 40), requirió la acción educativa de sus padres.

El evangelio de san Lucas, particularmente atento al período de la infancia, narra que Jesús en Nazaret se hallaba sujeto a José y a María (cf. Lc 2, 51). Esa dependencia nos demuestra que Jesús tenía la disposición de recibir y estaba abierto a la obra educativa de su madre y de José, que cumplían su misión también en virtud de la docilidad que él manifestaba siempre.

3. Los dones especiales, con los que Dios había colmado a María, la hacían especialmente apta para desempeñar la misión de madre y educadora. En las circunstancias concretas de cada día, Jesús podía encontrar en ella un modelo para seguir e imitar, y un ejemplo de amor perfecto a Dios y a los hermanos.

Además de la presencia materna de María, Jesús podía contar con la figura paterna de José, hombre justo (cf.Mt 1, 19), que garantizaba el necesario equilibrio de la acción educadora. Desempeñando la función de padre, José cooperó con su esposa para que la casa de Nazaret fuera un ambiente favorable al crecimiento y a la maduración personal del Salvador de la humanidad. Luego, al enseñarle el duro trabajo de carpintero, José permitió a Jesús insertarse en el mundo del trabajo y en la vida social.

4. Los escasos elementos que el evangelio ofrece no nos permiten conocer y valorar completamente las modalidades de la acción pedagógica de María con respecto a su Hijo divino. Ciertamente ella fue, junto con José, quien introdujo a Jesús en los ritos y prescripciones de Moisés, en la oración al Dios de la alianza mediante el uso de los salmos y en la historia del pueblo de Israel, centrada en el éxodo de Egipto. De ella y de José aprendió Jesús a frecuentar la sinagoga y a realizar la peregrinación anual a Jerusalén con ocasión de la Pascua.

Contemplando los resultados, ciertamente podemos deducir que la obra educativa de María fue muy eficaz y profunda, y que encontró en la psicología humana de Jesús un terreno muy fértil.

5. La misión educativa de María, dirigida a un hijo tan singular, presenta algunas características particulares con respecto al papel que desempeñan las demás madres. Ella garantizó solamente las condiciones favorables para que se pudieran realizar los dinamismos y los valores esenciales del crecimiento, ya presentes en el hijo. Por ejemplo, el hecho de que en Jesús no hubiera pecado exigía de María una orientación siempre positiva, excluyendo intervenciones encaminadas a corregir. Además, aunque fue su madre quien introdujo a Jesús en la cultura y en las tradiciones del pueblo de Israel, será él quien revele, desde el episodio de su pérdida y encuentro en el templo, su plena conciencia de ser el Hijo de Dios, enviado a irradiar la verdad en el mundo, siguiendo exclusivamente la voluntad del Padre. De "maestra" de su Hijo, María se convirtió así en humilde discípula del divino Maestro, engendrado por ella.

Permanece la grandeza de la tarea encomendada a la Virgen Madre: ayuda a su Hijo Jesús a crecer, desde la infancia hasta la edad adulta, "en sabiduría, en estatura y en gracia" (Lc 2, 52) y a formarse para su misión.

María y José aparecen, por tanto, como modelos de todos los educadores. Los sostienen en las grandes dificultades que encuentra hoy la familia y les muestran el camino para lograr una formación profunda y eficaz de los hijos.

Su experiencia educadora constituye un punto de referencia seguro para los padres cristianos, que están llamados, en condiciones cada vez más complejas y difíciles, a ponerse al servicio del desarrollo integral de la persona de sus hijos, para que lleven una vida digna del hombre y que corresponda al proyecto de Dios.

Roguemos a Sta. María de las Pampas

Alcánzame, dulcísima Señora, caridad verdadera con la cual ame de todo corazón a tu Hijo Sacratísimo y Señor nuestro Jesucristo, y después de Él a ti sobre todas las cosas, y al prójimo en Dios y para Dios: para que así me alegre con su bien y me contriste con su mal, a ninguno desprecie ni juzgue temerariamente, ni me anteponga a nadie en mi estima propia. Haz, oh Reina del cielo, que junte en mi corazón el temor y el amor de tu Hijo dulcísimo, que le dé continuas gracias por los grandes beneficios que me ha concedido no por mis méritos, sino movido por su propia voluntad, y que haga pura y sincera confesión y verdadera penitencia por mis pecados, hasta alcanzar perdón y misericordia.

 
De la oración de Santo Tomás de Aquino a la Santa Virgen María
 
 

Dios te salve, María,

llena eres de gracia,

el Señor es contigo,

bendita tú eres entre todas las mujeres

y bendito es el fruto de tu vientre, Jesús.

 Santa María, Madre de Dios,

 ruega por nosotros, pecadores,

 ahora y en la hora de nuestra muerte.

Amen.


María en la vida oculta de Jesús

1. Los evangelios ofrecen pocas y escuetas noticias sobre los años que la Sagrada Familia vivió en Nazaret. San Mateo refiere que san José, después del regreso de Egipto, tomó la decisión de establecer la morada de la Sagrada Familia en Nazaret (cf. Mt 2, 22-23), pero no da ninguna otra información, excepto que José era carpintero (cf. Mt 13, 55). Por su parte, san Lucas habla dos veces de la vuelta de la Sagrada Familia a Nazaret (cf. Lc 2, 39 y 51) y da dos breves indicaciones sobre los años de la niñez de Jesús, antes y después del episodio de la peregrinación a Jerusalén: «El niño crecía y se fortalecía, llenándose de sabiduría; y la gracia de Dios estaba sobre él» (Lc 2, 40), y «Jesús progresaba en sabiduría, en estatura y en gracia ante Dios y ante los hombres» (Lc 2, 52).

Al hacer estas breves anotaciones sobre la vida de Jesús, san Lucas refiere probablemente los recuerdos de María acerca de ese período de profunda intimidad con su Hijo. La unión entre Jesús y la «llena de gracia» supera con mucho la que normalmente existe entre una madre y un hijo, porque está arraigada en una particular condición sobrenatural y está reforzada por la especial conformidad de ambos con la voluntad divina.

Así pues, podemos deducir que el clima de serenidad y paz que existía en la casa de Nazaret y la constante orientación hacia el cumplimiento del proyecto divino conferían a la unión entre la madre y el hijo una profundidad extraordinaria e irrepetible.

2. En María la conciencia de que cumplía una misión que Dios le había encomendado atribuía un significado más alto a su vida diaria. Los sencillos y humildes quehaceres de cada día asumían, a sus ojos, un valor singular, pues los vivía como servicio a la misión de Cristo.

El ejemplo de María ilumina y estimula la experiencia de tantas mujeres que realizan sus labores diarias exclusivamente entre las paredes del hogar. Se trata de un trabajo humilde, oculto, repetitivo que, a menudo, no se aprecia bastante. Con todo, los muchos años que vivió María en la casa de Nazaret revelan sus enormes potencialidades de amor auténtico y, por consiguiente, de salvación. En efecto, la sencillez de la vida de tantas amas de casa, que consideran como misión de servicio y de amor, encierra un valor extraordinario a los ojos del Señor.

Y se puede muy bien decir que para María la vida en Nazaret no estaba dominada por la monotonía. En el contacto con Jesús, mientras crecía, se esforzaba por penetrar en el misterio de su Hijo, contemplando y adorando. Dice san Lucas: «María, por su parte, guardaba todas estas cosas, y las meditaba en su corazón» (Lc 2, 19; cf. 2, 51).

«Todas estas cosas» son los acontecimientos de los que ella había sido, a la vez, protagonista y espectadora, comenzando por la Anunciación, pero sobre todo es la vida del Niño. Cada día de intimidad con él constituye una invitación a conocerlo mejor, a descubrir más profundamente el significado de su presencia y el misterio de su persona.

3. Alguien podría pensar que a María le resultaba fácil creer, dado que vivía a diario en contacto con Jesús. Pero es preciso recordar, al respecto, que habitualmente permanecían ocultos los aspectos singulares de la personalidad de su Hijo. Aunque su manera de actuar era ejemplar, él vivía una vida semejante a la de tantos coetáneos suyos.

Durante los treinta años de su permanencia en Nazaret, Jesús no revela sus cualidades sobrenaturales y no realiza gestos prodigiosos. Ante las primeras manifestaciones extraordinarias de su personalidad, relacionadas con el inicio de su predicación, sus familiares (llamados en el evangelio «hermanos») se asumen —según una interpretación— la responsabilidad de devolverlo a su casa, porque consideran que su comportamiento no es normal (cf. Mc 3, 21).

En el clima de Nazaret, digno y marcado por el trabajo, María se esforzaba por comprender la trama providencial de la misión de su Hijo. A este respecto, para la Madre fue objeto de particular reflexión la frase que Jesús pronunció en el templo de Jerusalén a la edad de doce años: «¿No sabíais que debo ocuparme de las cosas de mi Padre?» (Lc 2, 49). Meditando en esas palabras, María podía comprender mejor el sentido de la filiación divina de Jesús y el de su maternidad, esforzándose por descubrir en el comportamiento de su Hijo los rasgos que revelaban su semejanza con Aquel que él llamaba «mi Padre».

4. La comunión de vida con Jesús, en la casa de Nazaret, llevó a María no sólo a avanzar «en la peregrinación de la fe» (Lumen gentium, 58), sino también en la esperanza. Esta virtud, alimentada y sostenida por el recuerdo de la Anunciación y de las palabras de Simeón, abraza toda su existencia terrena, pero la practicó particularmente en los treinta años de silencio y ocultamiento que pasó en Nazaret.

Entre las paredes del hogar la Virgen vive la esperanza de forma excelsa; sabe que no puede quedar defraudada, aunque no conoce los tiempos y los modos con que Dios realizará su promesa. En la oscuridad de la fe, y a falta de signos extraordinarios que anuncien el inicio de la misión mesiánica de su Hijo, ella espera, más allá de toda evidencia, aguardando de Dios el cumplimiento de la promesa.

La casa de Nazaret, ambiente de crecimiento de la fe y de la esperanza, se convierte en lugar de un alto testimonio de la caridad. El amor que Cristo deseaba extender en el mundo se enciende y arde ante todo en el corazón de la Madre; es precisamente en el hogar donde se prepara el anuncio del evangelio de la caridad divina.

Dirigiendo la mirada a Nazaret y contemplando el misterio de la vida oculta de Jesús y de la Virgen, somos invitados a meditar una vez más en el misterio de nuestra vida misma que, como recuerda san Pablo, «está oculta con Cristo en Dios» (Col 3, 3).

A menudo se trata de una vida humilde y oscura a los ojos del mundo, pero que, en la escuela de María, puede revelar potencialidades inesperadas de salvación, irradiando el amor y la paz de Cristo.


Saludos

Deseo saludar ahora cordialmente a todos los peregrinos de lengua española, en particular a los grupos venidos desde México y Chile. Que el misterio de la vida oculta de Jesús, María y José en Nazaret sea para todos escuela de fe y de esperanza, y modelo de caridad. Invocando la protección de la Sagrada Familia, os imparto a vosotros y a vuestras familias la bendición apostólica.

(A los sacerdotes que habían participado en un curso de formación teológico-pastoral en el Colegio pontificio esloveno)
Habéis enriquecido vuestra actualización teológica con la vida litúrgica y las visitas a los lugares sagrados. Que Dios bendiga vuestros generosos propósitos y os acompañe la Madre celestial para que seáis dispensadores conscientes de las gracias divinas y fieles servidores de la Iglesia. Con estos deseos os imparto mi bendición apostólica a vosotros y a vuestros fieles.

(En italiano)

(A los participantes en el curso anual para futuros colaboradores y postuladores, organizado por la Congregación para las Causas de los Santos) 
Os deseo que trabajéis con fruto al servicio del gran patrimonio de la santidad de la Iglesia, y lo enriquezcáis con vuestro testimonio personal.

 Os saludo, finalmente, a vosotros, queridos jóvenes, queridos enfermos y queridos recién casados, y deseo que todos, cada uno según su condición, contribuyáis con generosidad a difundir la alegría de amar y servir a Jesucristo. A todos imparto mi bendición. La audiencia se concluyó con el canto del paternóster y la bendición apostólica, impartida colegialmente por el Papa y los obispos presentes.

domingo, 12 de abril de 2009


Jesús yace en su tumba, y los apóstoles creen que todo se acabó.

 

Todo el día sábado su cuerpo descansa en el sepulcro, pero su madre, María, se acuerda de lo que dijo su hijo : "Al tercer día resucitaré"...

 

Los Apóstoles van llegando a su lado, y Ella les consuela.

 

El Sábado Santo es un día de luto inmenso, de silencio y de espera vigilante de la Resurrección; la Iglesia en particular recuerda el dolor, la valentía y la esperanza de la Virgen María. 

 

Ella representa la angustia de una Madre que tiene entre sus brazos a su Hijo muerto; pero no se puede olvidar en este momento, que ella es la única que conserva en su corazón las palabras del anciano Simeón, quien profetizó que Cristo sería signo de contradicción, y una espada le traspasaría el alma; también indicó que Jesús sería signo de resurrección.










EL DOLOR DE NUESTRA MADRE MARIA

Si quieres ser fiel, sé muy mariano


Anegada en dolor, está María junto a la Cruz. Y Juan, con Ella. Pero se 
      hace tarde, y los judíos instan para que se quite al Señor de allí. 
      Después de haber obtenido de Pilatos el permiso que la ley romana exige 
      para sepultar a los condenados, llega al Calvario un senador llamado José, 
      varón virtuoso y justo, oriundo de Arimatea. El no ha consentido en la 
      condena, ni en lo que los otros han ejecutado. Al contrario, es de los que 
      esperan en el reino de Dios (Lc XXIII,50-51). Con él viene también 
      Nicodemo, aquel mismo que en otra ocasión había ido de noche a encontrar a 
      Jesús, y trae consigo una confección de mirra y áloe, cosa de cien libras 
      (Ioh XIX,39). 
      Ellos no eran conocidos públicamente como discípulos del Maestro; no se 
      habían hallado en los grandes milagros, ni le acompañaron en su entrada 
      triunfal en Jerusalén. Ahora, en el momento malo, cuando los demás han 
      huido, no temen dar la cara por su Señor. 
      Entre los dos toman el cuerpo de Jesús y lo dejan en brazos de su 
      Santísima Madre. Se renueva el dolor de María. 
      -¿A dónde se fue tu amado, oh la más hermosa de las mujeres? ¿A dónde se 
      marchó el que tú quieres, y le buscaremos contigo? (Cant V,17). 
      La Virgen Santísima es nuestra Madre, y no queremos ni podemos dejarla 
      sola.
Si quieres ser fiel, sé muy mariano. 
      Nuestra Madre -desde la embajada del Angel, hasta su agonía al pie de la 
      Cruz- no tuvo más corazón ni más vida que la de Jesús. 
      Acude a María con tierna devoción de hijo, y Ella te alcanzará esa lealtad 
      y abnegación que deseas.
 
Via Crucis, Estacion XII, San Josemaria Escrivá
Virgen Santa acógeme bajo Tu  protección y hazme docil al Espiritu Santo.
 

Dios te salve, María,
llena de gracia, el Señor es contigo.
 Bendita eres entre todas las mujeres
 y bendito es el fruto de tu vientre, Jesús.
Santa María, Madre de Dios,
 ruega por nosotros pecadores
ahora y en la hora de nuestra muerte.
 Amén.

07.-Regina del Sto.Padre: "La resurrección del Señor es nuestra esperanza" 

Mensaje de Pascua de Benedicto XVI

"La resurrección del Señor es nuestra esperanza"

CIUDAD DEL VATICANO, domingo, 12 abril 2009 (ZENIT.org).- Publicamos el mensaje de Pascua que dirigió Benedicto XVI desde el balcón de la fachada de la Basílica de San Pedro a los miles de peregrinos congregados en la plaza de San Pedro del Vaticano.

 



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Queridos hermanos y hermanas de Roma y del mundo entero

A todos vosotros dirijo de corazón la felicitación pascual con las palabras de san Agustín: "Resurrectio Domini, spes nostra", "la resurrección del Señor es nuestra esperanza" (Sermón 261,1). Con esta afirmación, el gran Obispo explicaba a sus fieles que Jesús resucitó para que nosotros, aunque destinados a la muerte, no desesperáramos, pensando que con la muerte se acaba totalmente la vida; Cristo ha resucitado para darnos la esperanza (cf. ibíd.).

En efecto, una de las preguntas que más angustian la existencia del hombre es precisamente ésta: ¿qué hay después de la muerte? Esta solemnidad nos permite responder a este enigma afirmando que la muerte no tiene la última palabra, porque al final es la Vida la que triunfa. Nuestra certeza no se basa en simples razonamientos humanos, sino en un dato histórico de fe: Jesucristo, crucificado y sepultado, ha resucitado con su cuerpo glorioso. Jesús ha resucitado para que también nosotros, creyendo en Él, podamos tener la vida eterna. Este anuncio está en el corazón del mensaje evangélico. San Pablo lo afirma con fuerza: "Si Cristo no ha resucitado, nuestra predicación carece de sentido y vuestra fe lo mismo". Y añade: "Si nuestra esperanza en Cristo acaba con esta vida, somos los hombres más desgraciados" (1 Co 15,14.19). Desde la aurora de Pascua una nueva primavera de esperanza llena el mundo; desde aquel día nuestra resurrección ya ha comenzado, porque la Pascua no marca simplemente un momento de la historia, sino el inicio de una condición nueva: Jesús ha resucitado no porque su recuerdo permanezca vivo en el corazón de sus discípulos, sino porque Él mismo vive en nosotros y en Él ya podemos gustar la alegría de la vida eterna.

Por tanto, la resurrección no es una teoría, sino una realidad histórica revelada por el Hombre Jesucristo mediante su "pascua", su "paso", que ha abierto una "nueva vía" entre la tierra y el Cielo (cf. Hb 10,20). No es un mito ni un sueño, no es una visión ni una utopía, no es una fábula, sino un acontecimiento único e irrepetible: Jesús de Nazaret, hijo de María, que en el crepúsculo del Viernes fue bajado de la cruz y sepultado, ha salido vencedor de la tumba. En efecto, al amanecer del primer día después del sábado, Pedro y Juan hallaron la tumba vacía. Magdalena y las otras mujeres encontraron a Jesús resucitado; lo reconocieron también los dos discípulos de Emaús en la fracción del pan; el Resucitado se apareció a los Apóstoles aquella tarde en el Cenáculo y luego a otros muchos discípulos en Galilea.

El anuncio de la resurrección del Señor ilumina las zonas oscuras del mundo en que vivimos. Me refiero particularmente al materialismo y al nihilismo, a esa visión del mundo que no logra transcender lo que es constatable experimentalmente, y se abate desconsolada en un sentimiento de la nada, que sería la meta definitiva de la existencia humana. En efecto, si Cristo no hubiera resucitado, el "vacío" acabaría ganando. Si quitamos a Cristo y su resurrección, no hay salida para el hombre, y toda su esperanza sería ilusoria. Pero, precisamente hoy, irrumpe con fuerza el anuncio de la resurrección del Señor, que responde a la pregunta recurrente de los escépticos, referida también por el libro del Eclesiastés: "¿Acaso hay algo de lo que se pueda decir: "Mira, esto es nuevo?"" (Qo 1,10). Sí, contestamos: todo se ha renovado en la mañana de Pascua. "Mors et vita / duello conflixere mirando: dux vitae mortuus / regnat vivus" - Lucharon vida y muerte / en singular batalla / y, muerto el que es Vida, / triunfante se levanta. Ésta es la novedad. Una novedad que cambia la existencia de quien la acoge, como sucedió a lo santos. Así, por ejemplo, le ocurrió a san Pablo.

En el contexto del Año Paulino, hemos tenido ocasión muchas veces de meditar sobre la experiencia del gran Apóstol. Saulo de Tarso, el perseguidor encarnizado de los cristianos, encontró a Cristo resucitado en el camino de Damasco y fue "conquistado" por Él. El resto lo sabemos. A Pablo le sucedió lo que más tarde él escribirá a los cristianos de Corinto: "El que vive con Cristo, es una criatura nueva; lo viejo ha pasado, ha llegado lo nuevo" (2 Co 5,17). Fijémonos en este gran evangelizador, que con el entusiasmo audaz de su acción apostólica, llevó el Evangelio a muchos pueblos del mundo de entonces. Que su enseñanz a y ejemplo nos impulsen a buscar al Señor Jesús. Nos animen a confiar en Él, porque ahora el sentido de la nada, que tiende a intoxicar la humanidad, ha sido vencido por la luz y la esperanza que surgen de la resurrección. Ahora son verdaderas y reales las palabras del Salmo: "Ni la tiniebla es oscura para ti / la noche es clara como el día" (139[138],12). Ya no es la nada la que envuelve todo, sino la presencia amorosa de Dios. Más aún, hasta el reino mismo de la muerte ha sido liberado, porque también al "abismo" ha llegado el Verbo de la vida, aventado por el soplo del Espíritu (v. 8).

Si es verdad que la muerte ya no tiene poder sobre el hombre y el mundo, sin embargo quedan todavía muchos, demasiados signos de su antiguo dominio. Si, por la Pascua, Cristo ha extirpado la raíz del mal, necesita no obstante hombres y mujeres que lo ayuden siempre y en todo luga r a afianzar su victoria con sus mismas armas: las armas de la justicia y de la verdad, de la misericordia, del perdón y del amor. Éste es el mensaje que, con ocasión del reciente viaje apostólico a Camerún y Angola, he querido llevar a todo el Continente africano, que me ha recibido con gran entusiasmo y dispuesto a escuchar. En efecto, África sufre enormemente por conflictos crueles e interminables, a menudo olvidados, que laceran y ensangrientan varias de sus Naciones, y por el número cada vez mayor de sus hijos e hijas que acaban siendo víctimas del hambre, la pobreza y la enfermedad. El mismo mensaje repetiré con fuerza en Tierra Santa, donde tendré la alegría de ir dentro de algunas semanas. La difícil, pero indispensable reconciliación, que es premisa para un futuro de seguridad común y de pacífica convivencia, no se hará realidad sino por los esfuerzos renovados , perseverantes y sinceros para la solución del conflicto israelí-palestino. Luego, desde Tierra Santa, la mirada se ampliará a los Países limítrofes, al Medio Oriente, al mundo entero. En un tiempo de carestía global de alimentos, de desbarajuste financiero, de pobrezas antiguas y nuevas, de cambios climáticos preocupantes, de violencias y miserias que obligan a muchos a abandonar su tierra buscando una supervivencia menos incierta, de terrorismo siempre amenazante, de miedos crecientes ante un porvenir problemático, es urgente descubrir nuevamente perspectivas capaces de devolver la esperanza. Que nadie se arredre en esta batalla pacífica comenzada con la Pascua de Cristo, el cual, lo repito, busca hombres y mujeres que lo ayuden a afianzar su victoria con sus mismas armas, las de la justicia y la verdad, la misericordia, el perdón y el amor.

"Resurrectio Domini, spes nostra" ;. La resurrección de Cristo es nuestra esperanza. La Iglesia proclama hoy esto con alegría: anuncia la esperanza, que Dios ha hecho firme e invencible resucitando a Jesucristo de entre los muertos; comunica la esperanza, que lleva en el corazón y quiere compartir con todos, en cualquier lugar, especialmente allí donde los cristianos sufren persecución a causa de su fe y su compromiso por la justicia y la paz; invoca la esperanza capaz de avivar el deseo del bien, también y sobre todo cuando cuesta. Hoy la Iglesia canta "el día en que actuó el Señor" e invita al gozo. Hoy la Iglesia ora, invoca a María, Estrella de la Esperanza, para que conduzca a la humanidad hacia el puerto seguro de la salvación, que es el corazón de Cristo, la Víctima pascual, el Cordero que "ha redimido al mundo", el Inocente que nos "ha reconciliado a nosotros, pecadores, con el Padre&qu ot;. A Él, Rey victorioso, a Él, crucificado y resucitado, gritamos con alegría nuestroAlleluia.

[Traducción del original italiano distribuida por la Santa Sede © Copyright 2009 - Libreria Editrice Vaticana]

 

REGINA COELI

V. Alégrate, Reina del cielo; aleluya.

R. Porque el que mereciste llevar en tu seno; aleluya.

V. Ha resucitado, según predijo; aleluya.

R. Ruega por nosotros a Dios; aleluya.

V. Gózate y alégrate, Virgen María; aleluya.

R. Porque ha resucitado Dios verdaderamente; aleluya.

Oración


Oh Dios que por la resurrección de tu Hijo,

nuestro Señor Jesucristo,

te has dignado dar la alegría al mundo,

 concédenos que por su Madre, la Virgen María,

 alcancemos el gozo de la vida eterna. Por el mismo Jesucristo Nuestro Señor.

R. Amén.

HOMENAJE SABATINO: No se puede hablar de Iglesia sin María .

No se puede hablar de Iglesia sin María

Como ya advertían los Padres de la Iglesia, esta presencia de la Virgen es significativa: "No se puede hablar de Iglesia si no está presente María, la Madre del Señor, con los hermanos de éste". Y así, cada vez que nace la Iglesia en un país, como se puede apreciar en este continente, de México hasta Chile y Argentina, pasando por el istmo centroamericano, o la Madre de Dios se hace presente de una forma singular, como en Guadalupe, o los seguidores de Jesús reclaman su presencia y dedican templos a su culto, para que la Iglesia tenga siempre la presencia de la Madre, que es garantía de fraternidad y de acogida del Espíritu Santo. 

En María se realiza plenamente el Evangelio. Nuestra Señora es miembro excelentísimo, tipo y ejemplar acabado para la Iglesia (cf. Lumen Gentium, 53). Ella es la primera cristiana, anuncio y don de Jesucristo su Hijo, plenitud de las bienaventuranzas, imagen perfecta del discípulo de Jesús. 

Porque es una síntesis del Evangelio de Jesús, por eso se la reconoce en vuestros pueblos como Madre y educadora de la fe; se la invoca en medio de las luchas y fatigas que comporta la fidelidad al mensaje cristiano; es Ella la Madre que convoca a todos sus hijos - por encima de las diferencias que los puedan separar - a sentirse cobijados en un mismo hogar, reunidos en torno a la misma mesa de la Palabra y de la Eucaristía.

(Homilía de Juan Pablo II: Santuario de N. S. de Suyapa, Tegucigalpa, 08/03/1983

 


Dios te salve, María,
llena de gracia, el Señor es contigo.
 Bendita eres entre todas las mujeres
 y bendito es el fruto de tu vientre, Jesús.
Santa María, Madre de Dios,
 ruega por nosotros pecadores
ahora y en la hora de nuestra muerte.
 Amén.

03-EL SANTO PADRE EN EL ANGELUS DE HOY DIJO

Los ángeles, signo de la presencia de Dios Oremos

Benedicto XVI: Los ángeles, signo de la presencia de Dios


CIUDAD DEL VATICANO, domingo 1 de marzo de 2009 (ZENIT.org).- Ofrecemos a continuación la intervención del Papa hoy, durante el rezo del Ángelus, antes los miles de peregrinos congregados en la Plaza de San Pedro, en el I domingo de Cuaresma.

***

Queridos hermanos y hermanas

Hoy el el primer domingo de Cuaresma, y el Evangelio, con el estilo sobrio y conciso de san Marcos, nos introduce en el clima de este tiempo litúrgico: “El Espíritu empujó a Jesús al desierto, y permaneció en el desierto cuarenta días, siendo tentado por Satanás” (Mc 1,12). En Tierra Santa, al oeste del río Jordán y del oasis de Jericó, se encuentra el desierto de Judea, que por valles pedregosos, superando un desnivel de casi mil metros, sube hasta Jerusalén. Tras haber recibido el bautismo de Juan, Jesús se adentró en aquella soledad llevado por el mismo Espíritu Santo, que se había posado sobre Él consagrándolo y revelándolo como Hijo de Dios. En el desierto, lugar de la prueba, como muestra la experiencia del pueblo de Israel, aparece con viva dramaticidad la realidad de la kenosis, del vaciamiento de Cristo, que se ha despojado de la forma de Dios (cfr Fil 2,6-7). Él, que no ha pecado y no puede pecar, se somete a la prueba y por ello puede combatir nuestra enfermedad (cfr Hb 4,15). Se deja tentar por Satanás, el adversario, que desde el principio se opuso al designio salvífico de Dios en favor de los hombres.

Casi de pasada, en la brevedad del relato, frente a esta figura oscura y tenebrosa que se atreve a tentar al Señor, aparecen los ángeles, figuras luminosas y misteriosas. Los ángeles, dice el Evangelio, “servían” a Jesús(Mc 1,13); son el contrapunto de Satanás. “Ángel” quiere decir “enviado”. En todo el Antiguo Testamento encontramos estas figuras que, en el nombre de Dios ayudan y guían a los hombres. Basta recordar el Libro de Tobías, en el que aparece la figura del ángel Rafael, que ayuda al protagonista en tantas vicisitudes. La presencia reafirmante del ángel del Señor acompaña al pueblo de Israel en todas sus circunstancias buenas y malas. En el umbral del Nuevo Testamento, Gabriel fue enviado a anunciar a Zacarías y a María los alegres acontecimientos que están al comienz o de nuestra salvación; y un ángel, del cual no se dice el nombre, advierte a José, orientándolo en aquel momento de inseguridad. Un coro de ángeles trajo a los pastores la buena noticia del nacimiento del Salvador; como también fueron los ángeles quienes anunciaron a las mujeres la noticia gozosa de su resurrección. Al final de los tiempos, los ángeles acompañarán a Jesús en su venida en la gloria (cfr Mt 25,31). Los ángeles sirven a Jesús, que es ciertamente superior a ellos, y esta dignidad suya es aquí, en el Evangelio, proclamada de modo claro, aunque discreto. De hecho aún en la situación de extrema pobreza y humildad, cuando es tentado por Satanás, Él sigue siendo el Hijo de Dios, el Mesías, el Señor.

Queridos hermanos y hermanos, quitaríamos una parte notable del Evangelio si dejáramos aparte a estos seres enviados por Dios, que anunciaron su presencia entre nosotros y que son un signo de ella. Invoquémosles, a menudo, para que nos sostengan en el empeño de seguir a Jesús hasta identificarlos con Él. Pidámosles, especialmente hoy, que velen sobre mí y sobre los colaboradores de la Curia Romana que esta tarde, como cada año, comenzaremos la semana de Ejercicios espirituales. María, Reina de los Ángeles, ruega por nosotros.

[Después del Ángelus, dijo en español]

Saludo con afecto a los fieles de lengua española, en particular a los peregrinos de la Parroquia de la Inmaculada de La Carlota, Córdoba, de la Parroquia de Santa Cruz de Ibiza, y de las Parroquias de San José y de San Antón de Murcia. En el mensaje de Cuaresma de este año he querido resaltar el valor y el sentido del ayuno. La privación voluntaria de algo que de por s&iacut e; es lícito nos ayuda a un mayor dominio de nosotros mismos, a combatir el pecado, a amar más al prójimo, en definitiva, a cumplir con mayor prontitud la voluntad de Dios. Que la Santísima Virgen nos alcance la gracia de vivir con provecho este tiempo de preparación para la Pascua. Feliz domingo.

[Traducción del original italiano por Inma Álvarez  © Copyright 2009 - Libreria Editrice Vaticana]

04-EL SANTO PADRE EN EL ANGELUS DE HOY DIJO

Jesús tenía un secreto

Benedicto XVI: Jesús tenía un secreto

Palabras con motivo del Ángelus

CIUDAD DEL VATICANO, domingo, 1 de febrero de 2009 (ZENIT.org).- Publicamos las palabras que dirigió Benedicto XVI este domingo al rezar la oración mariana del Ángelus junto a varios miles de peregrinos congregados en la plaza de San Pedro del Vaticano.

* * *

 



Queridos hermanos y hermanas:

Este año, en las celebraciones dominicales, la liturgia nos propone meditar en el Evangelio de san Marcos, que se caracteriza en particular por el "secreto mesiánico", es decir, el hecho de que Jesús no quiere que por el momento se sepa, fuera del grupo restringido de los discípulos, que Él es el Cristo, el Hijo de Dios. Por eso, en varias ocasiones, exhorta tanto a los apóstoles como a los enfermos que cura a no revelar a nadie su identidad. Por ejemplo, el pasaje evangélico de este domingo (Marcos 1, 21-28) habla de un hombre poseído por el demonio, que de repente se pone a gritar: "¿Qué tenemos nosotros contigo, Jesús de Nazaret? ¿Has venido a destruirnos? Sé quién eres tú: el Santo de Dios". Y Jesús le conmina diciendo: "Cállate y sal de él". E inmediatamente, constata el evangelista, el espíritu maligno, con gritos desgarradores, salió de aquel hombre. Jesús no sólo echa a los demonios de las personas, liberándolas de la peor esclavitud, sino que impide a los demonios mismos que revelen su identidad. E insiste en este "secreto", pues está en juego el é ;xito de su misma misión, de la que depende nuestra salvación. Sabe, de hecho, que para liberar a la humanidad del dominio del pecado, tendrá que ser sacrificado en la cruz como un auténtico Cordero pascual. El diablo, por su parte, trata de distraerle para desviarle hacia la lógica humana de un Mesías poderoso y lleno de éxito. La cruz de Cristo será la ruina del demonio, y por este motivo Jesús no deja de enseñar a sus discípulos que para entrar en su gloria debe sufrir mucho, ser rechazado, condenado y crucificado (Cf. Lucas 24, 26), pues el sufrimiento forma parte de su misión.

Jesús sufre y muere en la cruz por amor. De esta manera, ha dado sentido a nuestro sufrimiento, un sentido que muchos hombres y mujeres de todas las épocas han comprendido y han hecho propio, experimentando serenidad profunda incluso en la amargura de duras pruebas f&iacut e;sicas y morales. Precisamente "la fuerza de la vida en el sufrimiento" es el tema que los obispos italianos han escogido para el acostumbrado mensaje con motivo de esta Jornada para la Vida. Me uno de corazón a sus palabras, en las que se experimenta el amor de los pastores por la gente, y la valentía para anunciar la verdad, el valor para decir con claridad, por ejemplo, que la eutanasia es una falsa solución al drama del sufrimiento, una solución que no es digna del hombre. La verdadera respuesta no puede ser la de provocar la muerte, por más "dulce" que sea, sino testimoniar el amor que ayuda a afrontar el dolor y la agonía de manera humana. Podemos estar seguros: ninguna lágrima, ni de quien sufre ni de quien está a su lado, se pierde ante Dios.

La Virgen María custodió en su corazón de madre el secreto de su Hijo, compartió el momento doloroso de la pasión y de la crucifixión, apoyada por la esperanza de la resurrección. Le encomendamos a ella a todas las personas que sufren y a quien se compromete diariamente en apoyarlas, sirviendo a la vida en cada una de sus fases: padres, agentes sanitarios, sacerdotes, religiosos, investigadores, voluntarios, y muchos otros. Rezamos por todos.

[Después de rezar el Ángelus, el Papa añadió:]

Mañana celebraremos la fiesta litúrgica de la Presentación de Jesús en el Templo. Cuarenta días después del nacimiento de Jesús, María y José, le llevaron a Jerusalén, siguiendo las prescripciones de la Ley de Moisés. Cada primogénito, de hecho, según las Escrituras, pertenecía al Señor, y había que rescatarle con un sacrificio. En este acontecimiento se manifiesta la consagración de Jesús a Dios Padre y, unida a ésta, la de María Virgen. Por este motivo, mi querido predecesor, Juan Pablo II, quiso que esta fiesta, en la que muchas personas consagradas emiten o renuevan sus votos, se convirtiera en Jornada de la Vida Consagrada. Mañana por la tarde, por tanto, al final de la santa misa, presidida por el prefecto de la Congregación para los Institutos de Vida Consagrada y las Sociedades de Vida Apostólica, tendré un encuentro con los consagrados y las consagradas presentes en Roma. Invito a todos a dar gracias al Señor por el precioso don de estos hermanos y hermanas nuestros, y a pedirle, por intercesión de la Virgen, muchas nuevas vocaciones, en la variedad de los carismas que conforman la riqueza de la Iglesia

Maria, Virgen Niña










IMAGENES DE DISTINTAS MATERNIDADES DE NUESTRA MADRE






LAS IMAGENES DE MARIA EN SU MATERNIDAD

111-Homenaje Sabatino:"He aquí la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra."


26 Al sexto mes fue enviado por Dios el ángel Gabriel a una ciudad de Galilea, llamada Nazaret,
27 a una virgen desposada con un hombre llamado José, de la casa de David; el nombre de la virgen era María.
28 Y entrando, le dijo: "Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo."
29 Ella se conturbó por estas palabras, y discurría qué significaría aquel saludo.
30 El ángel le dijo: "No temas, María, porque has hallado gracia delante de Dios;
31 vas a concebir en el seno y vas a dar a luz un hijo, a quien pondrás por nombre Jesús.
32 El será grande y será llamado Hijo del Altísimo, y el Señor Dios le dará el trono de David, su padre;
33 reinará sobre la casa de Jacob por los siglos y su reino no tendrá fin."
34 María respondió al ángel: "¿Cómo será esto, puesto que no conozco varón?"
35 El ángel le respondió: "El Espíritu Santo vendrá sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra; por eso el que ha de nacer será santo y será llamado Hijo de Dios.
36 Mira, también Isabel, tu pariente, ha concebido un hijo en su vejez, y este es ya el sexto mes de aquella que llamaban estéril,
37 = porque ninguna cosa es imposible para Dios." =
38 Dijo María: "He aquí la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra." Y el ángel dejándola se fue.

26 Al sexto mes fue enviado por Dios el ángel Gabriel a una ciudad de Galilea, llamada Nazaret,
27 a una virgen desposada con un hombre llamado José, de la casa de David; el nombre de la virgen era María.
28 Y entrando, le dijo: "Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo."
29 Ella se conturbó por estas palabras, y discurría qué significaría aquel saludo.
30 El ángel le dijo: "No temas, María, porque has hallado gracia delante de Dios;
31 vas a concebir en el seno y vas a dar a luz un hijo, a quien pondrás por nombre Jesús.
32 El será grande y será llamado Hijo del Altísimo, y el Señor Dios le dará el trono de David, su padre;
33 reinará sobre la casa de Jacob por los siglos y su reino no tendrá fin."
34 María respondió al ángel: "¿Cómo será esto, puesto que no conozco varón?"
35 El ángel le respondió: "El Espíritu Santo vendrá sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra; por eso el que ha de nacer será santo y será llamado Hijo de Dios.
36 Mira, también Isabel, tu pariente, ha concebido un hijo en su vejez, y este es ya el sexto mes de aquella que llamaban estéril,
37 = porque ninguna cosa es imposible para Dios." =
38 Dijo María: "He aquí la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra." Y el ángel dejándola se fue.

 
 
 
 

Dios te salve, María,

llena eres de gracia,

el Señor es contigo,

bendita tú eres entre todas las mujeres

y bendito es el fruto de tu vientre, Jesús.

 Santa María, Madre de Dios,

 ruega por nosotros, pecadores,

 ahora y en la hora de nuestra muerte.

Amen.

134.- En Caná, María induce a Jesús a realizar el primer milagro

JUAN PABLO II

AUDIENCIA GENERAL

Miércoles 5 de marzo de 1997

En Caná, María induce a Jesús a realizar el primer milagro

1. Al referir la presencia de María en la vida pública de Jesús, el concilio Vaticano II recuerda su participación en Caná con ocasión del primer milagro: «En las bodas de Caná de Galilea (...), movida por la compasión, consiguió, intercediendo ante él, el primero de los milagros de Jesús el Mesías (cf. Jn 2, 1-11)» (Lumen gentium, 58).

Siguiendo al evangelista Juan, el Concilio destaca el papel discreto y, al mismo tiempo, eficaz de la Madre, que con su palabra consigue de su Hijo «el primero de los milagros». Ella, aun ejerciendo un influjo discreto y materno, con su presencia es, en último término, determinante.

La iniciativa de la Virgen resulta aún más sorprendente si se considera la condición de inferioridad de la mujer en la sociedad judía. En efecto, en Caná Jesús no sólo reconoce la dignidad y el papel del genio femenino, sino que también, acogiendo la intervención de su madre, le brinda la posibilidad de participar en su obra mesiánica. El término «Mujer», con el que se dirige a María (cf. Jn 2, 4), no contradice esta intención de Jesús, pues no encierra ninguna connotación negativa y Jesús lo usará de nuevo, refiriéndose a su madre, al pie de la cruz (cf. Jn 19, 26). Según algunos intérpretes, el título «Mujer» presenta a María como la nueva Eva, madre en la fe de todos los creyentes.

El Concilio, en el texto citado, usa la expresión: «movida por la compasión», dando a entender que María estaba impulsada por su corazón misericordioso. Al prever el posible apuro de los esposos y de los invitados por la falta de vino, la Virgen compasiva sugiere a Jesús que intervenga con su poder mesiánico.

A algunos la petición de María les parece desproporcionada, porque subordina a un acto de compasión el inicio de los milagros del Mesías. A la dificultad responde Jesús mismo, quien, al acoger la solicitud de su madre, muestra la superabundancia con que el Señor responde a las expectativas humanas, manifestando también el gran poder que entraña el amor de una madre.

2. La expresión «dar comienzo a los milagros», que el Concilio recoge del texto de san Juan, llama nuestra atención. El término griego arjé, que se traduce por inicio, principio, se encuentra ya en el Prólogo de su evangelio: «En el principio existía la Palabra» (Jn 1, 1). Esta significativa coincidencia nos lleva a establecer un paralelismo entre el primer origen de la gloria de Cristo en la eternidad y la primera manifestación de la misma gloria en su misión terrena.

El evangelista, subrayando la iniciativa de María en el primer milagro y recordando su presencia en el Calvario, al pie de la cruz, ayuda a comprender que la cooperación de María se extiende a toda la obra de Cristo. La petición de la Virgen se sitúa dentro del designio divino de salvación.

En el primer milagro obrado por Jesús los Padres de la Iglesia han vislumbrado una fuerte dimensión simbólica, descubriendo, en la transformación del agua en vino, el anuncio del paso de la antigua alianza a la nueva. En Caná, precisamente el agua de las tinajas, destinada a la purificación de los judíos y al cumplimiento de las prescripciones legales (cf. Mc 7, 1-15), se transforma en el vino nuevo del banquete nupcial, símbolo de la unión definitiva entre Dios y la humanidad.

3. El contexto de un banquete de bodas, que Jesús eligió para su primer milagro, remite al simbolismo matrimonial, frecuente en el Antiguo Testamento para indicar la alianza entre Dios y su pueblo (cf. Os 2, 21; Jr 2, 1-8; Sal 44; etc.) y en el Nuevo Testamento para significar la unión de Cristo con la Iglesia (cf. Jn 3, 28-30; Ef 5, 25-32; Ap 21, 1-2; etc.).

La presencia de Jesús en Caná manifiesta, además, el proyecto salvífico de Dios con respecto al matrimonio. En esa perspectiva, la carencia de vino se puede interpretar como una alusión a la falta de amor, que lamentablemente es una amenaza que se cierne a menudo sobre la unión conyugal. María pide a Jesús que intervenga en favor de todos los esposos, a quienes sólo un amor fundado en Dios puede librar de los peligros de la infidelidad, de la incomprensión y de las divisiones. La gracia del sacramento ofrece a los esposos esta fuerza superior de amor, que puede robustecer su compromiso de fidelidad incluso en las circunstancias difíciles.

Según la interpretación de los autores cristianos, el milagro de Caná encierra, además, un profundo significado eucarístico. Al realizarlo en la proximidad de la solemnidad de la Pascua judía (cf. Jn 2, 13), Jesús manifiesta, como en la multiplicación de los panes (cf. Jn 6, 4), la intención de preparar el verdadero banquete pascual, la Eucaristía. Probablemente, ese deseo, en las bodas de Caná, queda subrayado aún más por la presencia del vino, que alude a la sangre de la nueva alianza, y por el contexto de un banquete.

De este modo María, después de estar en el origen de la presencia de Jesús en la fiesta, consigue el milagro del vino nuevo, que prefigura la Eucaristía, signo supremo de la presencia de su Hijo resucitado entre los discípulos.

4. Al final de la narración del primer milagro de Jesús, que hizo posible la fe firme de la Madre del Señor en su Hijo divino, el evangelista Juan concluye: «Sus discípulos creyeron en él» (Jn 2, 11). En Caná María comienza el camino de la fe de la Iglesia, precediendo a los discípulos y orientando hacia Cristo la atención de los sirvientes.

Su perseverante intercesión anima, asimismo, a quienes llegan a encontrarse a veces ante la experiencia del «silencio de Dios». Los invita a esperar más allá de toda esperanza, confiando siempre en la bondad del Señor.

© Copyright 1997 - Libreria Editrice Vaticana