miércoles, 27 de mayo de 2009

Con María, recordando la Ascensión

Fuente: Catholic.net
Autor: María Susana Ratero

Cuarenta largos y extraordinarios días han trascurrido, Madre querida, desde el glorioso Domingo de Pascua.

Durante este tiempo, tu humilde corazón de madre repasó una y otra vez sus tesoros escondidos. En ése volver del alma cada acontecimiento vivido cobra ahora, sentido diferente. Pero tú, dulce Madre, a pesar de ser la elegida, la llena de gracia, la saludada por los ángeles y por los creyentes, tú no quieres brillar por esos días, pues Aquél cuya luz es inextinguible aún debe terminar la labor por la que había bajado del cielo a habitar en tu purísimo vientre. Por eso te mantienes casi oculta, limitándote a ser una presencia orante en la Iglesia naciente. Así te encuentro en los Evangelios, pero… necesito que me cuentes, Señora, lo que ha sido para ti el día de la Ascensión.

Y cierro los ojos tratando de imaginar tu rostro, tu mirada, tu voz serena que me responde al alma.

-
El día de la Ascensión fue el final ansiado, presentido, mas nunca totalmente imaginado por mí, de la historia de amor más bella que jamás haya existido. Una historia de amor que comenzó un día, ya lejano, y al mismo tiempo tan cercano, en Nazaret. Una historia que trascurrió durante treinta años, en el silencio y sumisión a mi amor materno, de Aquél por quien el mundo debía salvarse.

- ¡Ah, Señora!, en esa sumisión a ti Jesús glorificó grandemente al Padre, por ello es que tus hijos glorificamos al Padre sometiéndonos a ti (1).

Sonríes…

Tu mirada se pierde ahora en la lejanía.

-
Como te decía, la Ascensión es final y, al mismo tiempo, comienzo y promesa, camino y esperanza… por esos días Jesús se aparecía a sus amigos y les daba, con la fuerza extraordinaria de quien es la Verdad, los últimos consejos, las últimas recomendaciones, y les regalaba al alma, las más hermosas promesas.

Recuerdo claramente el día de su partida… era casi mediodía, el sol brillaba con fuerza, y hasta casi con alegría. Mi Hijo caminaba cerca de Betania con sus amigos, les pedía que fuesen hasta los confines de la tierra enseñando su Palabra. Su voz sonaba segura, serena, protectora, especialmente cuando les entregó aquella promesa que sería luego manantial de fe y esperanza para tantos hijos de mi alma…” Yo estaré siempre con ustedes hasta el fin del mundo”

Yo presentía la partida… y Él sabía que necesitaba abrazarlo… como cuando era pequeño, como cuando le hallamos en el Templo, luego de aquella lejana angustia. Él lo sabía y vino hasta mí, me miró con ternura infinita y me abrazó fuerte, muy fuerte, y susurró a mis oídos…:

- Gracias Madre, gracias… gracias por tu entrega generosa, por tu confianza sin límites, por tu humildad ejemplar… gracias.

Cuando se alejaba ya de mí se acercó Juan, el discípulo a quien Jesús amaba mucho. Entonces el Maestro le dijo, mirándome:

- Cuídala Juan, cuídala y hónrala… protégela y escúchala. Ella será para ti, y para todos, camino corto, seguro y cierto hasta mi corazón. Hónrala Juan, pues haciéndolo… me honras.

- Lo haré, Maestro, lo haré…- contestó Juan desde lo más profundo de su corazón.

Jesús y Juan volvieron con los demás. En ese momento mi Hijo, levantando las manos, los bendijo. Y mientras los bendecía se separó de ellos y subió al cielo ante sus ojos y una nube comenzó a cubrirlo, delicadamente.

Los apóstoles se arrodillaron ante Él.
Mientras yo levantaba mi mano en señal de despedida y mis ojos se llenaban de lágrimas, sentí que me miraba… y su mirada me hablaba…


- ¿Qué te decía, Señora? ¿Qué te decía Jesús mientras partía?

- “Espérame, Madre, enviaré por ti… espérame…”
Ay! Hija mía, mi corazón rebosaba de gozo. En tanto los amigos de Jesús miraban fijamente al cielo, como extasiados. En ese momento se acercaron a ellos dos hombres vestidos de blanco que les dijeron: “ Hombres de Galilea, ¿Por qué siguen mirando al cielo? Este Jesús que les ha sido quitado y fue elevado al cielo, vendrá de la misma manera que lo han visto partir”( Hch 1,11)

Los hombres tardaron un rato en reaccionar, luego, uno a uno, se fueron acercando a mí.

- Debemos volver a Jerusalén, tal como Él lo pidió- dijo Pedro, quien sentía que debía velar por esa Iglesia naciente, hasta en el más mínimo detalle.

Los demás asintieron. Volvimos y subimos a la habitación superior de la casa. Nos sentamos todos. Pedro comenzó a recitar, emocionado, la oración que Jesús nos enseñó, al finalizar dijo:

- Hermanos, permanezcamos en oración hasta que llegue el día en que, según la promesa de Cristo, seamos bautizados con el Espíritu Santo.

Yo me retiré a prepararles algo para comer. Juan se acercó y me abrazó largamente. Yo sentía que comenzaba a amarlos como a mis hijos… me sentía madre… intensamente madre… y nacía en mí una necesidad imperiosa de repetir a cada hijo del alma, aquellas palabras que pronunciara en Caná de Galilea: “...Hagan todo lo que él les diga”( Jn 2,5)

Así nos quedamos, hija, nos quedamos todos esperando Pentecostés, la Iglesia primera, en una humilde casa de Jerusalén.

Espero haber contestado lo que tu alma me preguntó…


-Claro, Madre amada, claro que sí, como siempre, eres para tus hijos modelo de virtud, camino seguro hacia Jesús… compañera y amiga . Una vez más y millones de veces te lo diría, gracias, gracias por haber aceptado ser nuestra mamá, gracias por ocuparte de cada detalle relacionado a la salvación de nuestras almas, gracias por enseñarnos como honrarte, porque haciéndolo, honramos a Jesús… gracias por defendernos en el peligro… gracias por ser compañera, compañera, compañera….

Ahora, Santa Madre, debes enseñarnos a esperar, adecuadamente, Pentecostés.

Amigos que leen estas líneas, María ansía entrar a sus corazones para contarles las maravillas de Pentecostés… háganle sitio… es la mejor decisión que pueden tomar… no lo duden jamás…

___________________________

(1) San Luis María Grignon de Montfort “Tratado de la Verdadera Devoción a la Santísima Virgen” pag 94. Edit. Esin, S.A. -1999
 

lunes, 25 de mayo de 2009

Humanismo sin credos
  • En el Año de San Pablo (6/16). Dos personajes en uno.

    1529 El Jesús presupuesto resume la aspiración mesiánica y redentora de su época, mesianismo y redención que en manos de Pablo pasaron a significar otra cosa completamente distinta. Se produce una transmutación de sentido de tal manera que la una puede ser metáfora...


  • ESPIRITUALIDAD MARIANA

    En Ella vemos a Dios

    José María Avendaño, en Vida Nueva). Cristo nos trae lo definitivamente nuevo. Inaugura la nueva creación. En su Resurrección comienza la nueva humanidad, y la belleza es un signo pascual. Los libros de la editorial San Pablo que presento aquí son señal de ello.
    En el primero, Los rostros de María en la Biblia, el presidente del Pontificio Consejo de la Cultura, monseñor Gianfranco Ravasi, nos regala una obra rebosante de hermosura, conmovedoras expresionesde la vida cristiana que beben en diferentes rostros de la Virgen María.
    El arte es una forma de oración, y tenemos experiencia de que el hombre vive gracias a la oración, nuestra roca en el llano humano tantas veces asolado por la gris monotonía de la vida, la crisis, los desengaños, la enfermedad, las jornadas en las que apenas queda algo que esperar, cuando día a día, y hora a hora, se requiere valentía y entrega.
    Una oración del
    Pseudo-Dionisio el Areopagita abre este pedagógico libro: «Madre de Dios, deseo que tu imagen se refleje continuamente en el espejo del alma y en ella se conserve hasta el final de los siglos», y prosigue con la propuesta de «dibujar con la pluma una serie de imágenes marianas, inspirándonos siempre en el texto bíblico... imágenes sinceras y semejantes a la de María».
    Como los días del mes de María, 31 iconos integran ete libro, dividido en dos grandes apartados:
    María y la Primera Alianza, y María y la Nueva Alianza. Una obra coloreada de plasticidad y luz bíblica de la Madre de Dios, en la que, con lenguaje sencillo y fidelidad de exégeta, monseñor Ravasi va desgranando cada sección acudiendo a autores que jalonan la historia del cristianismo.
    Resulta gozosa su contribución al diálogo interreligioso, al citar en la introducción a la mística musulmana
    Rabi'â, recogiendo la tradición coránica «mariana»: «Cuando seamos llamados en el día de la Resurrección, la primera en dar un paso al frente desde las hileras de las criaturas humanas será María, madre de Jesús. ¡Sea con ella la paz!».

    Sencillo complemento
    Repleto de sencillez, actualidad y sintonía profética con el hombre de hoy, el segundo libro, El mes de María. 31 imágenes bíblicas para cada día, es un complemento del primero, con la novedad de la metodología, una estructura letánica que recorre los 31 días de mayo.
    Cada jornada contemplamos una imagen de María arropada por la meditación bíblica del autor, un comentario y una plegaria. Entrañables plegarias de la Iglesia oriental, la liturgia copta, la liturgia bizantina, san
    Francisco de Asís, Karl Rahner, san Maximiliano Kolbe o don Tonino Bello.
    El arte es un camino para acercar a los hombres a Dios y calmar la sed espiritual. Gracias.

    José María Avendaño
    Vida Nueva) 2.661 (23-29 de mayo de 2009) 49. 

    miércoles, 6 de mayo de 2009

    11.-Angelus del Sto.Padre: El dolor del apóstol: "ver que Dios no es conocido" .-Oremos juntos.

    Homilía del Papa al ordenar sacerdotes a 19 diáconos de la diócesis de Roma

    El dolor del apóstol: "ver que Dios no es conocido"

    CIUDAD DEL VATICANO, domingo, 3 de mayo de 2009 Homilía que pronunció Benedicto XVI este domingo durante la misa presidida en la Basílica de San Pedro en la que ordenó sacerdotes a diecinueve diáconos de la diócesis de Roma.

    Queridos hermanos y hermanas:

    Según una hermosa costumbre, el Domingo del Buen Pastor reúne al obispo de Roma con su presbiterio con motivo de las ordenaciones de los nuevos sacerdotes de la diócesis. Cada vez es un gran don de Dios; ¡es su gracia! Despertemos en nosotros un profundo sentimiento de fe y reconocimiento al vivir esta celebración. En este clima, saludo con gusto al cardenal vicario Agostino Vallini, a los obispos auxiliares, a los demás hermanos en el episcopado y en el sacerdocio, y con especial cariño a vosotros, queridos diáconos, candidatos al presbiterado, junto con vuestros familiares y amigos. La Palabra de Dios que hemos escuchado nos ofrece abundantes puntos de reflexión: recogeré algunos para que pueda arrojar una luz indeleble en el camino de vuestra vida y sobre vuestro ministerio.

    "Jesús es la piedra... No hay bajo el cielo otro nombre dado a los hombres por el que nosotros debamos salvarnos" (Hechos 4, 11-12). En el pasaje de los Hechos de los Apóstoles, la primera lectura, impresiona y hace reflexionar por esta singular "homonimia" entre Pedro y Jesús: Pedro, quien ha recibido su nuevo nombre del mismo Jesús, afirma aquí que es Él, Jesús, "la piedra". En efecto, la única auténtica roca es Jesús. El único nombre que salva es el suyo. El apóstol, y por lo tanto el sacerdote, recibe el propio 'nombre', es decir la propia identidad, de Cristo. Todo lo que hace, lo hace en su nombre. Su 'yo' se hace totalmente relativo al 'yo' de Jesús. En el nombre de Cristo, y no en su propio nombre, el apóstol puede realizar gestos de curación de los hermanos, puede ayudar a los "enfermos" a levantarse y a reanudar el camino (Cf. Hechos 4, 10). En el caso de Pedro, el milagro, poco antes realizado, hace que esto sea evidente. También la referencia a lo que dice el Salmo es esencial: "La piedra que desecharon los arquitectos es ahora la piedra angular" (Salmo 117 [118], 22). Jesús ha sido "desechado", pero el Padre ha colocado a su predilecto como cimiento del templo de la Nueva Alianza. Así el apóstol, como el sacerdote, experimenta a su vez la cruz, y sólo mediante ella se hace verdaderamente útil para la construcción de la Iglesia. A Dios le gusta construir su Iglesia con personas que, siguiendo a Jesús, ponen toda su confianza en Dios, como dice el mismo Salmo: "Mejor es refugiarse en el Señor que fiarse de los hombres, mejor es refugiarse en el Señor que fiarse de los jefes" (versículos 8-9).

    Al discípulo le toca la misma suerte que al Maestro, que en última instancia es la suerte inscrita en la voluntad misma de Dios Padre. Jesús lo confesó al final de su vida, en la gran oración llamada "sacerdotal": "Padre justo, el mundo no te ha conocido, pero yo te he conocido" (Juan 17, 25). Precedentemente había afirmado: "Nadie conoce bien al Padre sino el Hijo" (Mateo 11, 27). Jesús experimentó sobre sí el rechazo de Dios por parte del mundo, la incomprensión, la indiferencia, la desfiguración del rostro de Dios. Y Jesús ha pasado el "testigo" a los discípulos: "Yo --sigue diciendo en la oración al Padre-- les he dado a conocer tu Nombre y se lo seguiré dando a conocer para que el amor con que tú me has amado esté en ellos y yo en ellos" (Juan 17,26).

    Por ello el discípulo, y especialmente el apóstol, experimenta el mismo gozo de Jesús al conocer el nombre y el rostro del Padre; y comparte también su mismo dolor al ver que Dios no es conocido, que su amor no es intercambiado. Por una parte exclamamos, como Juan en su primera Carta: "Mirad qué amor nos ha tenido el Padr e para llamarnos hijos de Dios, pues ¡lo somos!"; y por otra parte, con amargura, constatamos: "El mundo no nos conoce porque no le conoció a él" (1 Juan 3,1). Es verdad, y nosotros, los sacerdotes, lo sabemos por experiencia: el "mundo", en la acepción de Juan, no comprende al cristiano, no comprende a los ministros del Evangelio. En parte, porque de hecho no conoce a Dios; y en parte, porque no quiere conocerlo. El mundo no quiere conocer a Dios y escuchar a sus ministros, pues esto lo pondría en crisis.

    En esto, hay que prestar atención a una realidad de hecho: este "mundo", entendido siempre en el sentido evangélico, insidia también a la Iglesia, contagiando a sus miembros y a los mismos ministros ordenados. El "mundo" es una mentalidad, una manera de pensar y de vivir que puede contaminar incluso a la Igl esia, y de hecho la contamina, y por tanto exige constante vigilancia y purificación. Hasta que Dios no se manifieste plenamente, sus hijos no son todavía plenamente "semejantes a Él" (1 Juan 3, 2). Estamos "en" el mundo, y corremos también el riesgo de ser "del" mundo. Y, de hecho, a veces lo somos. Por este motivo, Jesús al final no rezó por el mundo sino por sus discípulos para que el Padre los cuidara del maligno y ellos fueran libres y diferentes al mundo, a pesar de vivir en el mundo (Cf. Juan 17, 9. 15). En ese momento, al final de la Última Cena, Jesús elevó al Padre la oración de consagración por los apóstoles y por todos los sacerdotes de todos los tiempos, cuando dijo: "Santifícalos en la verdad" (Juan 17, 17). Y añadió: "por ellos me santifico a mí mismo, para que ellos también sean santificados en la verdad" (Juan 17, 19). Me detuve a meditar en estas palabras de Jesús en la homilía de la Misa Crismal, el pasado Jueves Santo. Hoy me vuelvo a unirme a esa reflexión haciendo referencia al Evangelio del Buen Pastor, en el que Jesús declara: "Yo doy mi vida por las ovejas" (Cf. Juan 10, 15.17.18).

    Ser sacerdotes, en la Iglesia, significa entrar en esta auto-donación de Cristo, mediante el Sacramento del Orden, y hacerlo con todo nuestro ser. Jesús dio la vida por todos, pero de manera particular se consagró por aquellos que el Padre le había dado, para que fueran consagrados en la verdad, es decir en Él, y pudieran hablar y actuar en su nombre, representarlo, prolongar sus gestos salvíficos: partir el Pan de la vida y perdonar los pecados. De este modo, el Buen Pastor entregó su vida por las ovejas, pero la entregó y la entreg a de manera especial a las que Él mismo ha llamado "con afecto de predilección" a seguirle por el camino del servicio pastoral. De manera particular, además, Jesús rezó por Simón Pedro y se sacrificó por él, pues un día debía decirle a orillas del lago Tiberíades: "Apacienta mis ovejas" (Juan 21,16-17). De manera análoga, cada sacerdote es destinatario de una oración personal de Cristo y de su mismo sacrificio, y sólo por ello está capacitado a colaborar con Él en el apacentamiento del grey que sólo pertenece al Señor.

    Aquí quisiera tocar un punto que llevo particularmente en el corazón: la oración y su relación con el sacrificio. Hemos visto que ser ordenados sacerdotes significa entrar de manera sacramental y existencial en la oración de Cristo por lo s “suyos”. De aquí deriva para nosotros presbíteros una particular vocación a la oración, en un sentido intensamente cristocéntrico: estamos llamados a “permanecer” en Cristo, como le gusta repetir el evangelista Juan (Cf. Juan 1, 35-39; 15, 4-10), y esto se realiza particularmente en la oración. Nuestro ministerio está totalmente ligado a este "permanecer", que es lo mismo que rezar, y de ahí deriva su eficacia. Desde esta perspectiva, tenemos que pensar en las diferentes formas de oración de un sacerdote: ante todo, en la santa misa cotidiana. La celebración eucarística es el acto de oración más grande y más alto y constituye el centro y la fuente de la cual también las demás formas de oración reciben la "savia": la liturgia de las horas, la adoración eucarística, la lectio divina, el santo Rosario, la meditación. Todas estas expresiones de oración, que tienen su centro en la Eucaristía, permiten que en la jornada del sacerdote, y en toda su vida, se realice la palabra de Jesús: "Yo soy el buen pastor; y conozco mis ovejas y las mías me conocen a mí, como me conoce el Padre y yo conozco a mi Padre y doy mi vida por las ovejas" (Juan 10, 14-15). De hecho, este conocer y ser conocidos en Cristo y, a por Él, en la Santísima Trinidad, no es más que la realidad más auténtica y profunda de la oración. El sacerdote que reza mucho y reza bien, va quedando progresivamente despojado de sí mismo y queda cada vez más unido a Jesús, Buen Pastor y Siervo de los hermanos. En conformidad con él, también el sacerdote "da la vida" por las ovejas que le han sido encomendadas. Nadie se la quita: la ofrece por sí mismo, en uni&oacu te;n con Cristo Señor, quien tiene el poder de dar su vida y el poder de retomarla no sólo para sí sino también para sus amigos, ligados a Él por el sacramento del Orden. De este modo, la misma vida de Cristo, Cordero y Pastor, es comunicada a toda la grey, a través de los ministros consagrados.

    Queridos diáconos: que el Espíritu Santo imprima esta divina Palabra, que he comentado brevemente, en vuestros corazones, para que dé frutos abundantes y duraderos. Lo pedimos por intercesión de los santos apóstoles Pedro y Pablo y de san Juan María Vianney, el Cura de Ars, bajo cuyo patrocinio he puesto el próximo Año Sacerdotal. Que os lo conceda la Madre del Buen Pastor, María Santísima. En toda circunstancia de la vida dirigid hacia ella la mirada, estrella de vuestro sacerdocio. Como a los siervos en las bodas de Caná, María también os repite: "Haced lo que Él os diga" (Juan 2, 5). Escuchando a la Virgen, sed siempre hombres de oración y de servicio para convertiros, con el ejercicio fiel de vuestro ministerio, en sacerdotes santos, según el corazón de Dios.



     

     A continuación de laSta. Misa, Benedicto XVI este domingo desde la ventana de su estudio antes de rezar la oración mariana del Regina Coeli, junto a los miles de peregrinos congregados en la plaza de San Pedro del Vaticano dirigió estas palabras:

    Queridos hermanos y hermanas:

    Acaba de concluir, en la Basílica de San Pedro, la celebración eucarística en la que he consagrado a diecinueve nuevos sacerdotes de la diócesis de Roma. Una vez más he escogido este domingo, el cuarto de Pascua, para este feliz acontecimiento, pues se caracteriza por el Evangelio del Buen Pastor (Cf. Juan 10, 1-18) y ofrece un contexto particularmente adecuado. Por este motivo se celebra hoy la Jornada Mundial de Oración por las Vocaciones. En mi mensaje anual con esta ocasión, he invitado a reflexionar sobre el tema: "La confianza en la iniciativa de Dios y la respuesta humana".De hecho, la confianza en el Señor, que continuamente llama a la santidad y a algunos en particular a una especial consagración, se expresa precisamente en la oración. Tanto personalmente como en comunidad, tenemos que rezar mucho por las vocaciones, para que la grandeza y la belleza del amor de Dios atraiga a muchos a seguir a Cristo por el camino del sacerdocio y de la vida consagrada. Es necesario además rezar para que haya también esposos santos, capaces de indicar a los hijos, sobre todo con el ejemplo, los horizontes hacia los cuales tender con su libertad. Los santos y las santas que la Iglesia propone a la veneración de todos los fieles testimonian el fruto maduro de esta unión entre la llamada divina y la respuesta humana. Encomendemos a su celeste intercesión nuestra oración por las vocaciones.

    Hay otra intención por la que hoy os invito a rezar: el viaje a Tierra Santa que realizaré, si Dios quiere, del próximo viernes 8 de mayo al viernes 15. Siguiendo las huellas de mis venerados predecesores Pablo VI y Juan Pablo II, peregrinaré a los principales santos lugares de nuestra fe. Con mi visita, me propongo confirmar y alentar a los cristianos de Tierra Santa, que tienen que afrontar cotidiana mente muchas dificultades. Como sucesor del apóstol Pedro, les manifestaré la cercanía y el apoyo de todo el cuerpo de la Iglesia. Además, seré peregrino de paz, en el nombre del único Dios, que es Padre de todos. Testimoniaré el compromiso de la Iglesia católica a favor de cuantos se esfuerzan por practicar el diálogo y la reconciliación, para llegar a una paz estable y duradera en la justicia y el respeto recíproco. Por último, este viaje tendrá necesariamente una notable importancia ecuménica e interreligiosa. Jerusalén es, desde este punto de vista, la ciudad símbolo por excelencia: en ella Cristo murió para reunir a todos los hijos de Dios dispersos (Cf. Juan 11,52).

    Dirigiéndonos ahora a la Virgen María, invoquémosla como Madre del Buen Pastor para que vele sobre los nuevos presbíteros de la dióce sis de Roma y para que en todo el mundo florezcan numerosas y santas vocaciones de especial consagración al Reino de Dios.

    [Tras la oración mariana el Papa saludó a los peregrinos en varios idiomas. En español, dijo:]

    Saludo con afecto a los fieles de lengua española que participan en esta oración mariana, en particular a los peregrinos de la Archidiócesis de Granada y de la Diócesis de Vic. Deseo expresar mi cercanía y asegurar mi oración por las víctimas de la influenza que está afectando a México y a otros países. Queridos hermanos mexicanos, manteneos firmes en el Señor, Él os ayudará a superar esta dificultad. Os invito a orar en familia en estos momentos de prueba. Nuestra Señora de Guadalupe os asista y proteja siempre. Muchas gracias y feliz domingo.

    [Traducción realizada por Jesús Colina © Copyright 2009 - Zenit-Libreria Editrice Vaticana]


    REGINA COELI

    V. Alégrate, Reina del cielo; aleluya.

    R. Porque el que mereciste llevar en tu seno; aleluya.

    V. Ha resucitado, según predijo; aleluya.

    R. Ruega por nosotros a Dios; aleluya.

    V. Gózate y alégrate, Virgen María; aleluya.

    R. Porque ha resucitado Dios verdaderamente; aleluya.

    Oración


    Oh Dios que por la resurrección de tu Hijo,

    nuestro Señor Jesucristo,

    te has dignado dar la alegría al mundo,

     concédenos que por su Madre, la Virgen María,

     alcancemos el gozo de la vida eterna. Por el mismo Jesucristo Nuestro Señor.

    R. Amén.

    Oración de San Atanasio de Alejandría a la Virgen María

    Oh Virgen, tu gloria supera todas las cosas creadas. ¿Qué hay que se pueda semejar a tu nobleza, madre del Verbo Dios? ¿A quién te compararé, oh Virgen, de entre toda la creación? Excelsos son los ángeles de Dios y los arcángeles, pero ¡cuánto los superas tú, María! Los ángeles y los arcángeles sirven con temor a aquel que habita en tu seno, y no se atreven a hablarle; tú, sin embargo, hablas con él libremente. Decimos que los querubines son excelsos, pero tú eres mucho más excelsa que ellos: los querubines sostienen el trono de Dios; tú, sin embargo, sostienes a Dios mismo entre tus brazos. Los serafines están delante de Dios, pero tú estás más presente que ellos; los serafines cubren su cara con las alas sin contemplar la gloria perfecta; tú, en cambio, no sólo contemplas su cara, sino que la acaricias y llenas de tu leche su boca santa.

    San Atanasio de Alejandría - doctor (+373)

     
     
     
     
     
     
     
     
     
     
     
     
     
     
     
     
     

    Dios te salve, María,
    llena de gracia, el Señor es contigo.
     Bendita eres entre todas las mujeres
     y bendito es el fruto de tu vientre, Jesús.
    Santa María, Madre de Dios,
     ruega por nosotros pecadores
    ahora y en la hora de nuestra muerte.
     Amén.

    sábado, 2 de mayo de 2009

    148: El Sto.Padre dijo: El verdadero rostro de la Iglesia está en María

    El Papa ilustra el tesoro espiritual de Ambrosio Auperto

    El verdadero rostro de la Iglesia está en María

    CIUDAD DEL VATICANO, miércoles 22 de abril de 2009 a continuación el contenido de la catequesis pronunciada este miércoles por Benedicto XVI a los peregrinos congregados en la Plaza de San Pedro con motivo de la audiencia general del miércoles, dedicada a presentar la figura monje Ambrosio Auperto (s. VIII)


     

    Queridos hermanos y hermanas:

    la Iglesia vive en las personas, y quien quiere conocer a la Iglesia, comprender su misterio, debe considerar a las personas que han vivido y v iven su mensaje, su misterio. Por ello hablo desde hace tanto tiempo, en las catequesis del miércoles, de personas de las que podemos aprender qué es la Iglesia. Hemos comenzado con los Apóstoles y los Padres de la Iglesia, y hemos llegado poco a poco hasta el siglo VIII, el periodo de Carlomagno. Hoy quisiera hablar de Ambrosio Auperto, un autor más bien desconocido: sus obras de hecho se habían atribuido en gran parte a otros personajes más conocidos, desde san Ambrosio de Milán a san Ildefonso, sin hablar de aquellas que los monjes de Montecassino han considerado deber reivindicar a la pluma de un abad suyo del mismo nombre, que vivió casi un siglo más tarde. Prescindiendo de alguna breve nota autobiográfica inserta en su gran comentario del Apocalipsis, tenemos pocas noticias ciertas sobre su vida. La atenta lectura de las obras de las que poco a poco la crítica ha ido reconociendo su paternidad permite sin embargo descubrir en su enseñanza un tesoro teológico y espiritual precioso también para nuestros tiempos.

    Nacido en Provenza de una familia distinguida, Ambrosio Auperto -según su tardío biógrafo Juan- fue a la corte del rey franco Pipino el Breve donde, además del cargo de oficial, desarrolló de alguna forma también el de preceptor del futuro emperador Carlomagno. Probablemente en el séquito del Papa Esteban II, que en el 753-54 había acudido a la corte franca, Auperto llegó a Italia y pudo visitar la famosa abadía benedictina de san Vicente, en las fuentes del Volturno, en el ducado de Benevento. Fundada a principios de aquel siglo por los tres frailes beneventinos Paldo, Tato y Taso, la abadía era conocida como oasis de cultura clásica y cristiana. Poco después de su visita, Ambrosio Auperto decidió abrazar la vida religiosa y entr&oac ute; en aquel monasterio, donde pudo formarse de modo adecuado, sobre todo en el campo de la teología y la espiritualidad, según la tradición de los Padres. Hacia el año 761 fue ordenado sacerdote y el 4 de octubre del 777 fue elegido abad con el apoyo de los monjes francos, mientras que le eran contrarios los longobardos, favorables al longobardo Poton. La tensión de trasfondo nacionalista no se calmó en los meses sucesivos, con la consecuencia de que Auperto el año después, en el 778, pensó en dimitir y marcharse con algunos monjes francos a Spoleto, donde podía contar con la protección de Carlomagno. Con ello, con todo, las disensiones en el monasterio de san Vicente no cesaron, y algún año después, cuando a la muerte del abad que sucedió a Auperto fue elegido precisamente Poton (hacia el 782), el conflicto volvió a encenderse y se llegó a la denuncia del nuevo ab ad ante Carlomagno. Éste envió a los contendientes al tribunal del Pont´fiice, el cual los convocó en Roma. Llamó también como testigo a Auperto, que sin embargo durante el viaje murió repentinamente, quizás asesinado, el 30 de enero del 784.

    Ambrosio Auperto fue monje y abad en una época marcada por fuertes tensiones políticas, que repercutían también en la vida interna de los monasterios. De ello tenemos frecuentes y preocupados ecos en sus escritos. Él denuncia, por ejemplo, la contradicción entre la apariencia espléndida de los monasterios y la tibieza de los monjes: seguramente con esta crítica tenía en mente su propia abadía. Para ella escribió la Vida de los tres fundadores, con la clara intención de ofrecer a la nueva generación de monjes un término de referencia con el que confrontarse. Un objetivo simila r perseguía también el pequeño tratado ascético Conflictus vitiorum et virtutum("Conflicto entre los vicios y las virtudes"), que tuvo gran éxito en la Edad Media y que fue publicado en 1473 en Utrecht bajo el nombre de Gregorio Magno, y un año después en Estrasburgo bajo el nombre de san Agustín. En él Ambrosio Auperto pretendía amaestrar a los monjes de modo concreto sobre cómo afrontar el combate espiritual día a día. De modo significativo aplica la afirmación de 2 Timoteo 3,12: "Todos los que quieren vivir piadosamente en Cristo Jesús, sufrirán persecuciones", ya no a la persecución externa, sino al asalto que el cristiano debe afrontar dentro de sí por parte de las fuerzas del mal. Se presentan en una especie de disputa 24 parejas de combatientes: cada vicio intenta atraer al alma con sutiles razonamientos, mientra s la virtud respectiva rebate estas insinuaciones siurviéndose sobre todo de palabras de la Escritura.

    En este tratado sobre el conflicto entre vicios y virtudes, Auperto contrapone a la cupiditas (la codicia) elcontemptus mundi (el desprecio del mundo), que se convierte en una figura importante en la espiritualidad de los monjes. Este desprecio del mundo no es un desprecio de la creación, de la belleza y de la bondad de la creación y del Creador, sino un desprecio de la falsa visión del mundo presentada e insinuada por la codicia. Ésta insinúa que el "tener" sería el sumo valor de nuestro ser, de nuestro vivir en el mundo pareciendo importantes. Y así falsifica la creación del mundo y destruye el mundo. Auperto observa también que la avidez de ganancias de los ricos y de los poderosos de la sociedad de su tiempo existe también dentro de las almas de los monjes , y escribió por ello un tratado titulado De cupiditate, en el que, con el apóstol Pablo, denuncia desde el principio la codicia como la raíz de todos los males. Escribe: "Desde el suelo de la tierra diversas espinas agudas brotan de varias raíces; en el corazón del hombre, en cambio, los pinchazos de todos los vicios proceden de una única raíz, la codicia" (De cupiditate 1: CCCM 27B, p. 963). Relieve este que, a la luz de la presente crisis económica mundial, revela toda su actualidad. Vemos que precisamente desde esta raíz de la codicia ha nacido esta crisis. Ambrosio imagina la objeción que los ricos y los poderosos podrían aducir diciendo: pero nosotros no somos monjes, para nosotros no valen ciertas exigencias ascéticas. Y él responde: "Es verdad lo que decís, pero también para vosotros, a la manera de vuestra vida y en la medida de vuestras f uerzas, vale el camino angosto y estrecho, porque el Señor ha propuesto sólo dos puertas y dos vías (es decir, la puerta estrecha y la ancha, la vía angosta y la cómoda); no ha indicado una tercera puerta o una tercera vía" (l. c., p. 978). Él ve claramente que los modos de vivir son muy distintos. Pero también para el hombre de este mundo, también para el rico vale el deber de combatir contra la codicia, contra el deseo de poseer, de aparecer, contra el falso concepto de libertad como facultad de disponer de todo según el propio arbitrio. También el rico debe encontrar el auténtico camino de la verdad, del amor y así de la vida recta. Pooor tanto Auperto, como prudente pastor de almas, sabe al final decir, al final de su predicación penitencial, una palabra de consuelo: "He hablado no contra los ávidos, sino contra la avidez, no contra la naturaleza, sino contra el vici o" (l. c., p. 981).

    La obra más importante de Ambrosio Auperto es seguramente su comentario en diez libros al Apocalipsis:éste constituye, después de siglos, el primer comentario amplio en el mundo latino al último libro de la Sagrada Escritura. Esta obra fue fruto de un trabajo de muchos años, desarrollado en dos etapas entre el 758 y el 767, por tanto antes de su elección como abad. En el prólogo, indica con precisión sus fuentes, cosa que no era normal en absoluto en la Edad Media. A través de su fuente quizás más significativa, el comentario del obispo Primasio Adrumetano, redactado hacia la mitad del siglo VI, Auperto entra en contacto con la interpretación del Apocalipsis que había dejado el africano Ticonio, que había vivido una generación antes de san Agustín. No era católico: pertenecía a la Iglesia cismática donatista; era sin embargo un gran teólogo. En este comentario suyo vio sobre todo reflejado en el Apocalipsis el misterio de la Iglesia. Ticonio había llegado a la convicción de que la Iglesia era un cuerpo partido en dos: una parte, dice él, pertenece a Cristo, pero hay otra parte de la Iglesia que pertenece al diablo. Agustín leyó este comentario y sacó provecho de él, pero subrayó fuertemente que la Iglesia está en las manos de Cristo, sigue siendo su Cuerpo, formando con Él un solo sujeto, partícipe de la mediación de la gracia. Subraya por tanto que la Iglesia no puede ser nunca separada de Jesucristo. En su lectura delApocalipsis, similar a la de Ticonio, Auperto no se interesa tanto por la segunda venida de Cristo al final de los tiempos, sino a las consecuencias que se derivan de su primera venida para la Iglesia del presente, la encarnación en el seno de la Virg en María. Y nos dice una palabra muy importante: en realidad Cristo "debe en nosotros, que somos su Cuerpo, cotidianamente nacer, morir y resucitar" (In Apoc. III: CCCM 27, p. 205). En el contexto de la dimensión mística que pertenece a todo cristiano, él mira a María como modelo de la Iglesia, modelo para todos nosotros, porque también en nosotros y entre nosotros debe nacer Cristo. Siguiendo a los Padres que veían en la "mujer vestida de sol" del Ap 12,1 la imagen de la Iglesia, Auperto argumenta: "La beata y pía Virgen.... a diario da a luz nuevos pueblos, de los cuales se forma el Cuerpo general del Mediador. No es por tanto sorprendente si ella, en cuyo bendito seno la Iglesia misma mereció ser unida a su Cabeza, representa el tipo de la Iglesia". En este sentido Auperto ve un papel decisivo en la Virgen María en la obra de la Redención (cfr tambié n en sus homilías In purificatione s. Mariae y In adsumptione s. Mariae). Su gran veneración y su profundo amor por la Madre de Dios le inspiran a veces formulaciones que de alguna forma anticipan las de san Bernardo y de la mística franciscana, sin desviarse sin embargo a formas discutibles de sentimentalismo, porque él no separa nunca a María del misterio de la Iglesia. Con buena razón por tanto Ambrosio Auperto es considerado el primer gran mariólogo de Occidente. A la piedad que, según él, debe liberar al alma del apego a los placeres terrenos y transitorios, él considera que debe unirse el profundo estudio de las ciencias sagradas, sobre todo la meditación de las Sagradas Escrituras, a las que califica de "cielo profundo, abismo insondable" (In Apoc. IX). En la hermosa oración con la que concluye su comentario alApocalipsis subrayando la prioridad que en toda búsqueda teológica de la verdad corresponde al amor, se dirige a Dios con estas palabras: "Cuando eres escrutado intelectualmente por nosotros, no eres descubierto como eres verdaderamente; cuando eres amado, eres alcanzado".

    Podemos ver hoy en Ambrosio Auperto una personalidad vivida en un tiempo de fuerte manipulación política de la Iglesia, en la que el nacionalismo y el tribalismo habían desfigurado el rostro de la Iglesia. Pero él, en medio de todas estas dificultades que conocemos también nosotros, supo descubrir el verdadero rostro de la Iglesia en María, en los Santos. Y supo así entender qué quiere decir ser católico, ser cristiano, vivir de la Palabra de Dios, entrar en este abismo y así vivir el misterio de la Madre de Dios: dar de nuevo vida a la Palabra de Dios, ofrecer a la Palabra de Dios la propia carne en el tiempo presente. Y con todo su conocimi ento teológico, la profundidad de su ciencia, Auperto supo entender que con la simple búsqueda teológica Dios no puede ser conocido realmente como es. Sólo el amor lo alcanza. Escuchemos este mensaje y oremos al Señor para que nos ayude a vivir el misterio de la Iglesia hoy, en este nuestro tiempo.

    [Después de los saludos, dijo:]

    Queridos hermanos y hermanas:

    Ambrosio Auperto nació en el siglo octavo, en Provenza, en el seno de una familia distinguida. En la corte de Pepino el Breve fue preceptor del futuro Emperador Carlomagno. Posteriormente, viajó a Italia e ingresó en el monasterio benedictino de San Vicente, en el ducado de Benevento, del que, tras ser ordenado sacerdote en el año setecientos sesenta y uno, fue elegido abad. Por tensiones internas, dimitió de este encargo poco después. Murió el 30 de enero del setecientos ochenta y cuatro. Es autor de obras de alto contenido teológico, ascético y moral, la más importante de las cuales fue un comentario en diez volúmenes al libro del Apocalipsis. Durante mucho tiempo, sus escritos se atribuyeron a otras personas, como San Ambrosio de Milán o San Ildefonso de Toledo. Por su profundo amor a la Madre de Dios y sus luminosas reflexiones, es considerado como el primer gran mariólogo de Occidente. El legado espiritual de este autor lo convierte en un auténtico maestro de vida cristiana e invita a ahondar en sus preciosas enseñanzas.

    Saludo con afecto a los fieles de lengua española procedentes de España y otros países latinoamericanos, en particular a los peregrinos de México, acompañados por los Cardenales Norberto Rivera Carrera y Ennio Antonelli, que colaboraron en la organización del Sexto Encuentro Mundial de las Familias, celebra do en el mes de enero pasado. Que su estancia en Roma los confirme en la fe de los Apóstoles y los aliente a ser discípulos y misioneros de Jesucristo, que con su resurrección ha vencido el pecado y la muerte y nos alienta a ser testigos de la verdad del Evangelio que cambia nuestras vidas. Muchas gracias.

    [Después de los saludos en idiomas, dijo en italiano:]

    Deseo dirigir finalmente una palabra especial a los jóvenes del Centro Internacional San Lorenzo, que recuerdan hoy el 25 aniversario de la entrega de la Cruz del Año Santo a los jóvenes del mundo. Era de hecho el 22 de abril de 1984, cuando al final del Año Santo de la Redención el amado Juan Pablo II confió a los jóvenes del mundo la gran cruz de madera que, por su propio deseo, había sido puesta ante el altar mayor de la Basílica de San Pedro durante aquel especial año jubilar. Desde entonces, la cruz fue acogida en el Centro Internacional juvenil San Lorenzo, y desde allí comenzó a viajar por los continentes, abriendo los corazones de tantos chicos y chicas al amor redentor de Cristo. Esta peregrinación suya prosigue aún, sobre todo en preparación de las Jornadas Mundiales de la Juventud, hasta el punto de que ahora se la conoce como "Cruz de las JMJ". Queridos amigos, os confío de nuevo esta cruz. Continuad llevándola a todo lugar de la tierra, para que también las próximas generaciones descubran la Misericordia de Dios y reaviven en sus corazones la esperanza de Cristo crucificado y resucitado.

    [Traducción del original italiano por Inma Álvarez Zenit © Copyright 2009 - Libreria Editrice Vaticana]


    Oremos por nuestro Santo Padre

    Oh Dios, que para suceder al apóstol san Pedro, elegiste a tu siervo Benedicto XVI como pastor de tu grey, escucha la plegaria de tu pueblo y haz que nuestro Papa, vicario de Cristo en la tierra,confirme en la fe a todos los hermanos, y que toda la Iglesia se mantenga en comunión con él por el vínculo de la unidad, del amor y de la paz para que todos encuentren en ti, Pastor de los hombres, la verdad y la vida eterna


    viernes, 1 de mayo de 2009

    09.-Regina del Sto.Padre: "los católicos debemos sentirnos una sola familia" .-Oremos juntos.

    Benedicto XVI: “los católicos debemos sentirnos una sola familia”

     

    CIUDAD DEL VATICANO, domingo 19 de abril de 2009 .-Ofrecemos a continuación el discurso del Papa con motivo hoy del rezo del Regina Coeli, con los peregrinos reunidos en el patio del Palacio Apostólico de Castel Gandolfo, donde el Papa se ha retirado a descansar esta semana in albis. El rezo fue seguido por miles de fieles, a través de una conexión televisiva en directo, en la Plaza de San Pedro.

    ******

    [Antes del Regina Coeli]

    Queridos hermanos y hermanas

    A vosotros, aquí presentes, y a cuantos están unidos a n osotros mediante la radio y la televisión, renuevo de corazón fervientes augurios pascuales, en este domingo que cierra la Octava de Pascua. En el clima de alegría, que proviene de la fe en Cristo resucitado, deseo también expresar un “gracias” cordialísimo a todos aquellos -y son verdaderamente muchos- que han querido hacerme llegar un signo de afecto y de cercanía espiritual en estos días, tanto por las fiestas pascuales, sea por mi cumpleaños -el 16 de abril-, como también por el cuarto aniversario de mi elección a la Cátedra de Pedro, que se cumple precisamente hoy. Agradezco al Señor por la coralidad de tanto afecto. Como he tenido modo de afirmar recientemente, nunca me siento solo. Aún más en esta semana singular, que para la liturgia constituye un sólo día, he experimentado la comunión que me rodea y me apoya: una solidaridad espiritual, nutrida esencialmente de oración, que se manifiesta en mil modos. A partir de mis colaboradores de la Curia Romana, hasta las parroquias geográficamente más alejadas, nosotros católicos formamos y debemos sentirnos una sola familia, animada por los mismos sentimientos que la primera comunidad cristiana, de la cual el texto de los Hechos de los Apóstoles que se lee en este domingo afirma: “La multitud de los creyentes tenía un sólo corazón y una sola alma” (Hch 4,32).

    La comunión de los primeros cristianos tenía como verdadero centro y fundamento a Cristo resucitado. El Evangelio narra de hecho que, en el momento de la pasión, cuando el divino Maestro fue arrestado y condenado a muerte, los discípulos se dispersaron. Sólo María y las mujeres, con el apóstol Juan, permanecieron juntos y le siguieron hasta el Calvario. Resucitado, Jesús dio a l os suyos un nueva unidad, más fuerte que antes, invencible, porque está fundada no en los recursos humanos, sino en su misericordia divina, que les hizo sentir a todos amados y perdonados por Él. Es por tanto el amor misericordioso de Dios el que une firmemente, hoy como ayer, a la Iglesia y el que hace de la humanidad una sola familia; el amor divino, que mediante Jesús crucificado y resucitado nos perdona los pecados y nos renueva interiormente. Animado de esta íntima convicción, mi amado predecesor Juan Pablo II quiso dedicar este domingo, el segundo de Pascua, a la Divina Misericordia, y señaló para todos a Cristo resucitado como fuente de confianza y de esperanza, acogiendo el mensaje espiritual transmitido por el Señor a santa Faustina Kowalska, sintetizado en la invocación “¡Jesús, confío en tí!”.

    Como para la primera comunidad, María nos acompa&ntild e;a en la vida de cada día. Nosotros la invocamos como “Reina del Cielo”, sabiendo que su realeza es como la de su Hijo: toda amor, y amor misericordioso. Os pido que le confiéis a Ella nuevamente mi servicio a la Iglesia, mientras con confianza le decimos: Mater misericordiae, ora pro nobis.

    [Tras el Regina Coeli, dijo]

    Dirijo ante todo un cordial saludo y fervientes augurios a los hermanos y a las hermanas de las Iglesias Orientales que, siguiendo el Calendario Juliano, celebran hoy la santa Pascua. Que el Señor resucitado renueve en todos la luz de la fe y dé abundancia de alegría y de paz.

    Mañana comenzará en Ginebra, organizada por Naciones Unidas, la Conferencia de examen de la Declaración de Durban de 2001 contra el racismo, la discriminación racial, la xenofobia y la relativa intolerancia. Se trata de una iniciativa importante porque aún hoy, a pesar d e las enseñanzas de la historia, se registran estos fenómenos deplorables. La Declaración de Durban reconoce que “todos los pueblos y las personas forman una familia humana, rica en diversidad. Ellos han contribuido al progreso de la civilización y de las culturas que constituyen el patrimonio común de la humanidad... la promoción de la tolerancia, del pluralismo y del respeto puede conducir a una sociedad más inclusiva”. A partir de estas afirmaciones se requiere una acción firme y concreta, a nivel nacional e internacional, para prevenir y eliminar toda forma de discriminación y de intolerancia. Es necesaria, sobre todo, una vasta obra de educación, que exalte la dignidad de la persona y tutele sus derechos fundamentales. La Iglesia, por su parte, reafirma que sólo el reconocimiento de la dignidad del hombre, creado a imagen y semejanza de Dios, puede constituir una referencia segura p ara este empeño. Desde este origen común, de hecho, brota un destino común de la humanidad, que debería suscitar en cada uno y en todos un fuerte sentido de solidaridad y de responsabilidad. Formulo mis votos sinceros para que los Delegados presentes en la Conferencia de Ginebra trabajen juntos, con espíritu de diálogo y de acogida recíproca, para poner fin a toda forma de racismo, discriminación e intolerancia, marcando así un paso fundamental hacia la afirmación del valor universal de la dignidad del hombre y de sus derechos, en un horizonte de respeto y de justicia para toda persona y pueblo.

    [En español dijo]

    Saludo con afecto a los fieles de lengua española, en particular a los peregrinos de la Parroquia de Nuestra Señora del Carmen, de Murcia. En este segundo domingo de Pascua, dedicado a la Divina Misericordia, invoquemos a la Santísima Virgen María para que nos alcance la gracia de reconocer a Cristo Resucitado como la fuente de toda esperanza, que sigue actuando su misericordia en los sacramentos, especialmente en el de la Reconciliación, y en la acción caritativa de la Iglesia. ¡Feliz Pascua y Feliz Domingo!

    [En polaco dijo]

    Hoy, en el Domingo de la Divina Misericordia, saludo de forma particularmente cordial a los connacionales del Siervo de Dios Juan Pablo II. Fue él quien nos recordó a todos el mensaje de Cristo Misericordioso, revelado a Santa Faustina. Nos exhortó a llevarlo al mundo entero. Frente al mal que en los corazones humanos disemina tanta desolación es una tarea más que nunca actual. Intentemos ser testigos del amor misericordioso de Dios. Permaneciendo en la alegría pascual, en el día del aniversario de mi elección a la Sede de Pedro, agradezco a todos las oraciones por mí.

    [Fuente: Zenit;Traducción d el original italiano por Inma Álvarez]

     

    REGINA COELI

    V. Alégrate, Reina del cielo; aleluya.

    R. Porque el que mereciste llevar en tu seno; aleluya.

    V. Ha resucitado, según predijo; aleluya.

    R. Ruega por nosotros a Dios; aleluya.

    V. Gózate y alégrate, Virgen María; aleluya.

    R. Porque ha resucitado Dios verdaderamente; aleluya.

    Oración


    Oh Dios que por la resurrección de tu Hijo,

    nuestro Señor Jesucristo,

    te has dignado dar la alegría al mundo,

     concédenos que por su Madre, la Virgen María,

     alcancemos el gozo de la vida eterna. Por el mismo Jesucristo Nuestro Señor.

    R. Amén.

    8.-Regina del Sto.Padre: Jesús está siempre con los cristianos .-Oremos juntos.

    Queridos hermanos y hermanas:

            En estos días pascuales oiremos resonar a menudo las palabras de Jesús: "He resucitado y estoy siempre contigo". La Iglesia, haciéndose eco de este anuncio, proclama con júbilo: "Era verdad, ha resucitado el Señor, aleluya. A él la gloria y el poder por toda la eternidad". Toda la Iglesia en fiesta manifiesta sus sentimientos cantando: "Este es el día en que actuó el Señor". En efecto, al resucitar de entre los muertos, Jesús inauguró su día eterno y también abrió la puerta de nuestra alegría. "No he de morir —dice—, viviré". El Hijo del hombre crucificado, piedra desechada por los arquitectos, es ahora el sólido cimiento del nuevo edificio espiritual, que es la Iglesia, su Cuerpo místico. El pueblo de Dios, cuya Cabeza invisible es Cristo, está destinado a crecer a lo largo de los siglos, hasta el pleno cumplimiento del plan de la salvación. Entonces toda la humanidad se incorporará a él y toda realidad existente participará en su victoria definitiva. Entonces —escribe san Pablo—, él será "la plenitud de todas las cosas" (Ef 1, 23) y "Dios será todo en todos" (1 Co 15, 28).

            Por tanto, la comunidad cristiana se alegra porque la resurrección del Señor nos garantiza que el plan divino de la salvación se cumplirá con seguridad, no obstante toda la oscuridad de la historia. Precisamente por eso su Pascua es en verdad nuestra esperanza. Y nosotros, resucitados con Cristo mediante el Bautismo, debemos seguirlo ahora fielmente con una vida santa, caminando hacia la Pascua eterna, sostenidos por la certeza de que las dificultades, las luchas, las pruebas y los sufrimientos de nuestra existencia, incluida la muerte, ya no podrán separarnos de él y de su amor. Su resurrección ha creado un puente entre el mundo y la vida eterna, por el que todo hombre y toda mujer pueden pasar para llegar a la verdadera meta de nuestra peregrinación terrena.

            "He resucitado y estoy siempre contigo". Esta afirmación de Jesús se realiza sobre todo en la Eucaristía; en toda celebración eucarística la Iglesia, y cada uno de sus miembros, experimentan su presencia viva y se benefician de toda la riqueza de su amor. En el sacramento de la Eucaristía está presente el Señor resucitado y, lleno de misericordia, nos purifica de nuestras culpas; nos alimenta espiritualmente y nos infunde vigor para afrontar las duras pruebas de la existencia y para luchar contra el pecado y el mal. Él es el apoyo seguro de nuestra peregrinación hacia la morada eterna del cielo.

            La Virgen María, que vivió junto a su divino Hijo cada fase de su misión en la tierra, nos ayude a acoger con fe el don de la Pascua y nos convierta en testigos felices, fieles y gozosos del Señor resucitado.

    * * *

    Alocución que pronunció el lunes de la octava de Pascua a mediodía al rezar la oración mariana del Regina Coeli desde Palacio pontificio de Castelgandolfo junto a varios miles de peregrinos. Castelgandolfo 13 de abril de 2009.
    Castelgandolfo, Lunes de la octava de Pascua, 13 de abril de 2009


    REGINA COELI

    V. Alégrate, Reina del cielo; aleluya.

    R. Porque el que mereciste llevar en tu seno; aleluya.

    V. Ha resucitado, según predijo; aleluya.

    R. Ruega por nosotros a Dios; aleluya.

    V. Gózate y alégrate, Virgen María; aleluya.

    R. Porque ha resucitado Dios verdaderamente; aleluya.

    Oración


    Oh Dios que por la resurrección de tu Hijo,

    nuestro Señor Jesucristo,

    te has dignado dar la alegría al mundo,

     concédenos que por su Madre, la Virgen María,

     alcancemos el gozo de la vida eterna. Por el mismo Jesucristo Nuestro Señor.

    R. Amén.

     
    __________

    Después del Regina coeli

            En este particular tiempo de Pascua, invito a todos a imitar a los discípulos y discípulas que, yendo de sorpresa en sorpresa, tuvieron el gozo de encontrar a Cristo resucitado, vivo para siempre entre nosotros. Muchas gracias.

    Homenaje Sabatino: María, Madre de las cosas recreadas Oremos juntos.

    María, Madre de las cosas recreadas

    Dios es el Padre de las cosas creadas, María la Madre de las cosas recreadas. 
    Dios es el Padre de la Constitución de todo, María la madre de la restitución de todo. 
    Dios engendra a Quien por todo fue creado, María da a luz a Quien por todo fue salvado. 
    ¡La confianza bienaventurada! ¡El refugio seguro! La Madre de Dios, nuestra Madre

    San Anselmo, doctor de la Iglesia (+1109
     
     

    Dios te salve, María,
    llena de gracia, el Señor es contigo.
     Bendita eres entre todas las mujeres
     y bendito es el fruto de tu vientre, Jesús.
    Santa María, Madre de Dios,
     ruega por nosotros pecadores
    ahora y en la hora de nuestra muerte.
     Amén.