sábado, 22 de noviembre de 2008

Naturaleza del culto mariano

1. El concilio Vaticano II afirma que el culto a la santísima Virgen «tal como ha existido siempre en la Iglesia, aunque del todo singular, es esencialmente diferente del culto de adoración, que se da al Verbo encarnado, lo mismo que al Padre y al Espíritu Santo, pero lo favorece muy poderosamente» (Lumen gentium, 66).
Con estas palabras la constitución
Lumen gentium reafirma las características del culto mariano. La veneración de los fieles a María, aun siendo superior al culto dirigido a los demás santos, es inferior al culto de adoración que se da a Dios, y es esencialmente diferente de éste. Con el término «adoración» se indica la forma de culto que el hombre rinde a Dios, reconociéndolo Creador y Señor del universo. El cristiano, iluminado por la revelación divina, adora al Padre «en espíritu y en verdad» (Jn 4, 23). Al igual que al Padre, adora a Cristo, Verbo encarnado, exclamando con el apóstol Tomás: «¡Señor mío y Dios mío!» (Jn 20, 28). Por último, en el mismo acto de adoración incluye al Espíritu Santo, que «con el Padre y el Hijo recibe una misma adoración y gloria» (DS, 150), como recuerda el símbolo niceno-constantinopolitano.
Ahora bien, los fieles, cuando invocan a María como «Madre de Dios» y contemplan en ella la más elevada dignidad concedida a una criatura, no le rinden un culto igual al de las Personas divinas. Hay una distancia infinita entre el culto mariano y el que se da a la Trinidad y al Verbo encarnado.
Por consiguiente, incluso el lenguaje con el que la comunidad cristiana se dirige a la Virgen, aunque a veces utiliza términos tomados del culto a Dios, asume un significado y un valor totalmente diferentes. Así, el amor que los creyentes sienten hacia María difiere del que deben a Dios: mientras al Señor se le ha de amar sobre todas las cosas, con todo el corazón, con toda el alma y con toda la mente (cf. Mt 22, 37), el sentimiento que tienen los cristianos hacia la Virgen es, en un plano espiritual, el afecto que tienen los hijos hacia su madre.
2. Entre el culto mariano y el que se rinde a Dios existe, con todo, una continuidad, pues el honor tributado a María está ordenado y lleva a adorar a la santísima Trinidad.
El Concilio recuerda que la veneración de los cristianos a la Virgen «favorece muy poderosamente» el culto que se rinde al Verbo encarnado, al Padre y al Espíritu Santo. Asimismo, añade, en una perspectiva cristológica, que «las diversas formas de piedad mariana que la Iglesia ha aprobado dentro de los límites de la doctrina sana y ortodoxa, según las circunstancias de tiempo y lugar, y según el carácter y temperamento de los fieles, no sólo honran a la Madre. Hacen también que el Hijo, Creador de todo (cf. Col 1, 15-16), en quien "quiso el Padre eterno que residiera toda la plenitud" (Col 1, 19), sea debidamente conocido, amado, glorificado, y que se cumplan sus mandamientos» (
Lumen gentium, 66).
Ya desde los inicios de la Iglesia, el culto mariano está destinado a favorecer la adhesión fiel a Cristo. Venerar a la Madre de Dios significa afirmar la divinidad de Cristo, pues los padres del concilio de Éfeso, al proclamar a María Theotókos, «Madre de Dios», querían confirmar la fe en Cristo, verdadero Dios.
La misma conclusión del relato del primer milagro de Jesús, obtenido en Caná por intercesión de María, pone de manifiesto que su acción tiene como finalidad la glorificación de su Hijo. En efecto, dice el evangelista: «Así, en Caná de Galilea, dio Jesús comienzo a sus señales. Y manifestó su gloria, y creyeron en él sus discípulos» (Jn 2, 11).
3. El culto mariano, además, favorece, en quien lo practica según el espíritu de la Iglesia, la adoración al Padre y al Espíritu Santo. Efectivamente, al reconocer el valor de la maternidad de María, los creyentes descubren en ella una manifestación especial de la ternura de Dios Padre.
El misterio de la Virgen Madre pone de relieve la acción del Espíritu Santo, que realizó en su seno la concepción del niño y guió continuamente su vida.
Los títulos: Consuelo, Abogada, Auxiliadora, atribuidos a María por la piedad del pueblo cristiano, no oscurecen, sino que exaltan la acción del Espíritu Consolador y preparan a los creyentes a recibir sus dones.
4. Por último, el Concilio recuerda que el culto mariano es «del todo singular » y subraya su diferencia con respecto a la adoración tributada a Dios y con respecto a la veneración a los santos.
Posee una peculiaridad irrepetible, porque se refiere a una persona única por su perfección personal y por su misión.
En efecto, son excepcionales los dones que el amor divino otorgó a María, como la santidad inmaculada, la maternidad divina, la asociación a la obra redentora y, sobre todo, al sacrificio de la cruz.
El culto mariano expresa la alabanza y el reconocimiento de la Iglesia por esos dones extraordinarios. A ella, convertida en Madre de la Iglesia y Madre de la humanidad, recurre el pueblo cristiano, animado por una confianza filial, a fin de pedir su maternal intercesión y obtener los bienes necesarios para la vida terrena con vistas a la bienaventuranza eterna.
Saludos
Me complace saludar ahora a los peregrinos de lengua española. De modo particular, a las Religiosas Misioneras de Santo Domingo, a los miembros del Institut industrial de Terrassa, a los fieles de Oropesa, España, así como a los demás grupos de México, Argentina y Costa Rica. A todos os invito a acudir con confianza a María, Madre de la Iglesia y Madre de la humanidad, mientras os imparto con afecto la bendición apostólica.
(En italiano)Como sabéis, el domingo pasado proclamé Doctora de la Iglesia a santa Teresa del Niño Jesús y de la Santa Faz. A vosotros, queridos jóvenes, la propongo como auténtica maestra de fe y de vida evangélica; a vosotros, queridos enfermos, como modelo de sufrimiento cristiano; y a vosotros, queridos recién casados, como ejemplo de amor vivido en la existencia diaria.

viernes, 21 de noviembre de 2008

FESTIVIDAD de la SANTÍSIMA VIRGEN MEDIANERA de TODAS LAS GRACIAS

La mediación universal de la Santísima Virgen María es una doctrina que parece deducirse cada día más claramente de la enseñanza tradicional de la Iglesia. Hasta tal punto está ligada la solicitud maternal de María por todo el género humano a la misión redentora de su Hijo, que forma un todo con ella, y se extiende a todas las gracias que nos ha adquirido Cristo. La fiesta de María Medianera de todas las gracias la instituyó el papa Benedicto XV en 1921; en ella se nos invita a recurrir siempre con confianza a esta mediación incesante de la Madre del Salvador.
1.- LA SANTISIMA VIRGEN ES MEDIADORA
Reconocer a María como mediadora es una consoladora y entrañable verdad que aparece ya desde la primitiva cristiandad. Los Padres de la Iglesia la comparan con Eva; ésta primera mujer fue causa de la muerte y María es presentada como causa de la vida.
La Virgen María es Mediadora entre Dios y los hombres, en cuanto que Ella presenta a su Hijo los bienes y súplicas de nosotros a Dios y, a la vez, transmite la vida divina que se nos ofrece en Cristo Jesús.
Hay que saber, sin embargo, que la mediación de Cristo es única en cuanto que es por virtud propia y exclusiva. Como dice san Pablo: "Porque uno es Dios y uno también el mediador entre Dios y los hombres, Jesucristo hombre" (1 Tim. 2,5). En cambio, la mediación de María es, por voluntad de Jesús, participada y subordinada a la de Cristo, pero es verdadera mediación: en virtud de su Maternidad divina que establece una especial unión con la Trinidad, y en virtud de su Maternidad espiritual que establece una relación especial con todos los hombres. Así, es Mediadora en cuanto que se encuentra sirviendo de lazo de unión entre dos extremos: Dios y los hombres (Juan Pablo II, Enc. Redemptoris Mater, nn.38-42).
Dice Santo Tomás que nada impide que existan entre Dios y los hombres, por debajo de Cristo, mediadores secundarios que cooperen con Él de una manera dispositiva o ministerial; es decir, disponiendo a los hombres a recibir la influencia del mediador principal o transmitiéndosela, pero siempre en virtud de los méritos de Jesucristo (S. Th., III, 26, a.1).
En el Antiguo Testamento eran mediadores los profetas y los sacerdotes del orden levítico. En el Nuevo Testamento son mediadores los Sacerdotes, como ministros del Mediador su­premo, pues en su nombre ofrecen el Sacrificio del altar y administran los Sacramentos. La Iglesia enseña que también María es Mediadora en virtud de su plena asociación a la Obra redentora de su Hijo.

1.1 Errores sobre su mediación
Los principales errores sobre la mediación de María provienen de las doctrinas protestantes y jansenistas.
Los protestantes. Estos, citando el texto paulino: "Uno sólo es el mediador entre Dios y los hombres" (1 Tim. 2,5), niegan toda posible mediación creada, sea de la Virgen, de los Sacerdotes o de los Santos.

Ciertamente, Cristo es el único Mediador entre Dios y los hombres, pero ello no impide que haya otros mediadores secundarios. El Señor quiso asociar estrechamente a su Madre en la tarea de la reparación del género humano. Por eso, María es Corredentora y de ahí también proviene su función de Mediadora. En el caso de los sacerdotes católicos, éstos ejercen su oficio ministerial, sobre todo, en el Sacrificio de la Misa y en el sacramento de la Reconciliación, actuando "in Persona Christi" (en la Persona de Cristo); es decir, son "ipse Christus" (el mismo Cristo). Esta semejanza explica o da razón del lugar propio que tienen, como mediadores, entre Dios y los hombres.
Los jansenistas. Ellos reducen la mediación de María a un mero papel de orante en favor de los hombres, igual que lo sería el papel de los santos en el cielo como intercesores.
El poder de intercesión de los santos es proporcional a su grado de gloria (S.Th. II-II, q.83, a.2). Si María tiene la plenitud de la gracia y el mayor grado de gloria, su poder de intercesión es incomparablemente superior a todos los santos. Pero, además, por su función de Corredentora es mediadora y, por lo mismo, su poder de intercesión es omnipotente (. Conc. de Trento, DZ. 984; Conc. Vat. II, Lumen gentium, n.66).

El Magisterio De La Iglesia
De las abundantes citas y declaraciones de la Iglesia, sobre la mediación de María, a modo de ejemplo, destacamos las siguientes:

Pío IX, Bula Ineffabilis Deus;
León XIII, Enc. Fidentem piunique;
San Pío X, Enc. Ad diem illum;
Pío XI, Enc. Caritate Christi compulsi;
Benedicto XV, que aprobó el Oficio y la Misa de Santa María Mediadora de todas las gracias (S.C. de Ritos, 21-I.­1921).
El Concilio Vaticano II, en su Constitución dogmática Lumen gentium, capítulo VIII, números 60 a 62.


Maria Es Dispensadora Universal De Todas Las Gracias
La Santísima Virgen es Dispensadora universal de todas las gracias, tanto por su divina Maternidad: que las obtiene de su Hijo, como por su Maternidad espiritual: que las distribuye entre sus otros hijos, los hombres. Esto lo hace subordinada a Cristo, pero de manera inmediata. Y ello por una específica y singular determinación de la voluntad de Dios, que ha querido otorgar a María esta doble función: ser Corredentora y Dispensadora, con alcance universal y para siempre (San Pío X, Enc. Ed diem illum, 09-II-1904).
San Bernardo decía: "Dios quiso que nada consiguiéramos que no nos viniera por manos de María" (Sermo in Nativitate, Sermo 3,10).

Razones Teológicas
La intercesión universal de María se desprende tanto de su cooperación a la Encarnación como a la Redención, y por su íntima relación con la Iglesia. Esto se explica por las siguientes razones:

v Si María por la Encarnación nos ha dado la Fuente de todas las gracias (Cristo), es lógico que también coopere en la distribución de todas ellas;
v Sí María por ser Corredentora es Madre espiritual de todos los hombres, es conveniente que por su intercesión cuide de la vida sobrenatural de todos sus hijos;
v si María es Madre de la Iglesia, y toda gracia se comunica por la Iglesia, es lógico que toda gracia del cielo pase por sus manos.

Frecuentemente el Magisterio de la Iglesia y la Tradición designan a María con el título de omnipotencia suplicante, porque desde el cielo sigue intercediendo por nosotros, como lo hizo en las Bodas de Caná (Juan 2,5), y con una intercesión eficacísima para obtenernos las gracias ante Dios, de manera que nuestra Madre no pide nunca una gracia que no se obtenga. Sí éstas, a pesar de su intercesión no se logran, será por las pocas o inadecuadas disposiciones del sujeto humano para quien estaban destinadas.
Recordemos aquella locución a Santa Teresa de Ávila: "Teresa, Yo quise, pero los hombres no quisieron"

Su Poder De Intercesión En La Tierra Y En El Cielo
Su intercesión, durante su vida:
v ;A través de Ella santifica Jesús al Precursor, el Bautista;
v por Ella se confirma la Fe de los discípulos en Caná de Galilea;
v por Ella se confirma la Fe de San Juan en el Calvario;
v Ella sostiene la Fe vacilante de los discípulos hasta Pentecostés;
v a Ella desciende el Espíritu Santo junto con los Apóstoles.

Su intercesión en el cielo
La Virgen desde el cielo en su calidad de Madre espiritual de todos los hombres, más que la mejor de las madres, conoce todas las necesidades materiales y espirituales de sus hijos y, en especial, de todo lo que se relaciona con su salvación eterna. Por su inmensa caridad ruega por nosotros y, como es todopoderosa ante el corazón de su Hijo por el mutuo amor que les une, nos obtiene todas las gracias que recibimos, todas las gracias que llegan a quienes no quieren obstinarse en el mal (. Pablo VI, Exh. Ap. Signum magnum, 1976).



Acuérdate,
Oh piadosísima Virgen María, que jamás se ha oído decir, que ninguno de los que han acudido a tu protección, implorando tu asistencia, y reclamando tu socorro, haya sido abandonado por ti.
Animado con esa confianza, a ti acudo, Madre, la más excelsa de las vírgenes; a ti vengo, a ti me acerco, yo, pecador contrito. Madre del Verbo, no desprecies mis palabras, antes bien escúchalas y acógelas benignamente. Así sea.

El «Ave María»

El Ave María se compone, a excepción del ruego final, de palabras tomadas de las Sagradas Escrituras: la salutación del ángel: "Dios te Salve María, llena de gracia, el Señor es contigo"; y enseguida las maravillosa frase de su parienta Isabel, que nos muestra al mismo tiempo en lo que consiste el verdadero culto mariano: "Bendita eres entre todas las mujeres y bendito es el fruto de tu vientre". El ruego final, que fue agregado después del Concilio de Éfeso, cuando María recibe el título cristológico de «Madre de Dios», formula dentro de la Iglesia, de la manera más simple posible, la intención del pecador cristiano: la solicitud de intercesión "ahora y en la hora de la muerte" que decide todo.
María, primera Iglesia»: Cardenal J. Ratzinger (hoy Papa Benedicto XVI) y Hans Urs von Baltasar (teólogo).

Dios te salve, María,
llena eres de gracia,
el Señor es contigo,
bendita tú eres entre todas las mujeres
y bendito es el fruto de tu vientre, Jesús.
Santa María, Madre de Dios,
ruega por nosotros, pecadores,
ahora y en la hora de nuestra muerte.
Amen.

El culto a la Virgen María



JUAN PABLO II
AUDIENCIA GENERAL

Miércoles 15 de octubre de 1997


1. «Al llegar la plenitud de los tiempos, envió Dios a su Hijo, nacido de mujer» (Ga 4, 4). El culto mariano se funda en la admirable decisión divina de vincular para siempre, como recuerda el apóstol Pablo, la identidad humana del Hijo de Dios a una mujer, María de Nazaret.
El misterio de la maternidad divina y de la cooperación de María a la obra redentora suscita en los creyentes de todos los tiempos una actitud de alabanza tanto hacia el Salvador como hacia la mujer que lo engendró en el tiempo, cooperando así a la redención.
Otro motivo de amor y gratitud a la santísima Virgen es su maternidad universal. Al elegirla como Madre de la humanidad entera, el Padre celestial quiso revelar la dimensión —por decir así— materna de su divina ternura y de su solicitud por los hombres de todas las épocas.
En el Calvario, Jesús, con las palabras: «Ahí tienes a tu hijo» y «Ahí tienes a tu madre» (Jn 19, 26-27), daba ya anticipadamente a María a todos los que recibirían la buena nueva de la salvación y ponía así las premisas de su afecto filial hacia ella. Siguiendo a san Juan, los cristianos prolongarían con el culto el amor de Cristo a su madre, acogiéndola en su propia vida.
2. Los textos evangélicos atestiguan la presencia del culto mariano ya desde los inicios de la Iglesia.
Los dos primeros capítulos del evangelio de san Lucas parecen recoger la atención particular que tenían hacia la Madre de Jesús los judeocristianos, que manifestaban su aprecio por ella y conservaban celosamente sus recuerdos.
En los relatos de la infancia, además, podemos captar las expresiones iniciales y las motivaciones del culto mariano, sintetizadas en las exclamaciones de santa Isabel: «Bendita tú entre las mujeres (...). ¡Feliz la que ha creído que se cumplirían las cosas que le fueron dichas de parte del Señor!» (Lc 1, 42. 45).
Huellas de una veneración ya difundida en la primera comunidad cristiana se hallan presentes en el cántico del Magníficat: «Desde ahora me felicitarán todas las generaciones» (Lc 1, 48). Al poner en labios de María esa expresión, los cristianos le reconocían una grandeza única, que sería proclamada hasta el fin del mundo.
Además, los testimonios evangélicos (cf. Lc 1, 34-35; Mt 1, 23 y Jn 1, 13), las primeras fórmulas de fe y un pasaje de san Ignacio de Antioquía (cf. Smirn. 1, 2: SC 10, 155) atestiguan la particular admiración de las primeras comunidades por la virginidad de María, íntimamente vinculada al misterio de la Encarnación.
El evangelio de san Juan, señalando la presencia de María al inicio y al final de la vida pública de su Hijo, da a entender que los primeros cristianos tenían clara conciencia del papel que desempeña María en la obra de la Redención con plena dependencia de amor de Cristo.
3. El concilio Vaticano II, al subrayar el carácter particular del culto mariano, afirma: «María, exaltada por la gracia de Dios, después de su Hijo, por encima de todos los ángeles y hombres, como la santa Madre de Dios, que participó en los misterios de Cristo, es honrada con razón por la Iglesia con un culto especial » (
Lumen gentium, 66).
Luego, aludiendo a la oración mariana del siglo III «Sub tuum praesidium» —«Bajo tu amparo»— añade que esa peculiaridad aparece desde el inicio: «En efecto, desde los tiempos más antiguos, se venera a la santísima Virgen con el título de Madre de Dios, bajo cuya protección se acogen los fieles suplicantes en todos sus peligros y necesidades » (ib.).
4. Esta afirmación es confirmada por la iconografía y la doctrina de los Padres de la Iglesia, ya desde el siglo II.
En Roma, en las catacumbas de santa Priscila, se puede admirar la primera representación de la Virgen con el Niño, mientras, al mismo tiempo, san Justino y san Ireneo hablan de María como la nueva Eva que con su fe y obediencia repara la incredulidad y la desobediencia de la primera mujer. Según el Obispo de Lyon, no bastaba que Adán fuera rescatado en Cristo, sino que «era justo y necesario que Eva fuera restaurada en María» (Dem., 33). De este modo subraya la importancia de la mujer en la obra de salvación y pone un fundamento a la inseparabilidad del culto mariano del tributado a Jesús, que continuará a lo largo de los siglos cristianos.
5. El culto mariano se manifestó al principio con la invocación de María como «Theotókos», título que fue confirmado de forma autorizada, después de la crisis nestoriana, por el concilio de Éfeso, que se celebró en el año 431.
La misma reacción popular frente a la posición ambigua y titubeante de Nestorio, que llegó a negar la maternidad divina de María, y la posterior acogida gozosa de las decisiones del concilio de Éfeso testimonian el arraigo del culto a la Virgen entre los cristianos. Sin embargo, «sobre todo desde el concilio de Éfeso, el culto del pueblo de Dios hacia María ha crecido admirablemente en veneración y amor, en oración e imitación » (
Lumen gentium, 66). Se expresó especialmente en las fiestas litúrgicas, entre las que, desde principios del siglo V, asumió particular relieve «el día de María Theotókos», celebrado el 15 de agosto en Jerusalén y que sucesivamente se convirtió en la fiesta de la Dormición o la Asunción.
Además, bajo el influjo del «Protoevangelio de Santiago», se instituyeron las fiestas de la Natividad, la Concepción y la Presentación, que contribuyeron notablemente a destacar algunos aspectos importantes del misterio de María.
6. Podemos decir que el culto mariano se ha desarrollado hasta nuestros días con admirable continuidad, alternando períodos florecientes con períodos críticos, los cuales, sin embargo, han tenido con frecuencia el mérito de promover aún más su renovación.
Después del concilio Vaticano II, el culto mariano parece destinado a desarrollarse en armonía con la profundización del misterio de la Iglesia y en diálogo con las culturas contemporáneas, para arraigarse cada vez más en la fe y en la vida del pueblo de Dios peregrino en la tierra.

Mirad con benevolencia a los desdichados que imploran vuestra protección!


Virgen Santísima, si plugo al Señor que te convirtieras en su Madre, y fueras Virgen inmaculada en vuestro cuerpo, en vuestra alma, en vuestra fe y en vuestro amor, mirad con benevolencia a los desdichados que imploran vuestra protección. La serpiente infernal, a quien le cayó la primera maldición, continúa combatiendo y tentando a los pobres hijos de Eva. Vos, nuestra Madre bendita, nuestra Reina y nuestra Abogada, que habéis aplastado la cabeza del enemigo desde el primer instante de vuestra Concepción, acoged nuestras oraciones y presentadlas ante el trono de Dios, para que no caigamos jamás en las trampas que nos son tendidas, sino que lleguemos al puerto de la salvación, y que en medio de tantos peligros, la Iglesia y la sociedad cristiana canten una vez más el himno de la liberación, de la victoria y de la paz.
San Pio X
Dios te salve, María,
llena eres de gracia,
el Señor es contigo,
bendita tú eres entre todas las mujeres
y bendito es el fruto de tu vientre, Jesús.
Santa María, Madre de Dios,
ruega por nosotros, pecadores,
ahora y en la hora de nuestra muerte.
Amen.

domingo, 16 de noviembre de 2008

FESTIVIDAD de la SANTÍSIMA VIRGEN MEDIANERA de TODAS LAS GRACIAS

La mediación universal de la Santísima Virgen María es una doctrina que parece deducirse cada día más claramente de la enseñanza tradicional de la Iglesia. Hasta tal punto está ligada la solicitud maternal de María por todo el género humano a la misión redentora de su Hijo, que forma un todo con ella, y se extiende a todas las gracias que nos ha adquirido Cristo. La fiesta de María Medianera de todas las gracias la instituyó el papa Benedicto XV en 1921; en ella se nos invita a recurrir siempre con confianza a esta mediación incesante de la Madre del Salvador.

1.- LA SANTISIMA VIRGEN ES MEDIADORA

Reconocer a María como mediadora es una consoladora y entrañable verdad que aparece ya desde la primitiva cristiandad. Los Padres de la Iglesia la comparan con Eva; ésta primera mujer fue causa de la muerte y María es presentada como causa de la vida.
La Virgen María es Mediadora entre Dios y los hombres, en cuanto que Ella presenta a su Hijo los bienes y súplicas de nosotros a Dios y, a la vez, transmite la vida divina que se nos ofrece en Cristo Jesús.
Hay que saber, sin embargo, que la mediación de Cristo es única en cuanto que es por virtud propia y exclusiva. Como dice san Pablo: "Porque uno es Dios y uno también el mediador entre Dios y los hombres, Jesucristo hombre" (1 Tim. 2,5). En cambio, la mediación de María es, por voluntad de Jesús, participada y subordinada a la de Cristo, pero es verdadera mediación: en virtud de su Maternidad divina que establece una especial unión con la Trinidad, y en virtud de su Maternidad espiritual que establece una relación especial con todos los hombres. Así, es Mediadora en cuanto que se encuentra sirviendo de lazo de unión entre dos extremos: Dios y los hombres (Juan Pablo II, Enc. Redemptoris Mater, nn.38-42).

Dice Santo Tomás que nada impide que existan entre Dios y los hombres, por debajo de Cristo, mediadores secundarios que cooperen con Él de una manera dispositiva o ministerial; es decir, disponiendo a los hombres a recibir la influencia del mediador principal o transmitiéndosela, pero siempre en virtud de los méritos de Jesucristo (S. Th., III, 26, a.1).

En el Antiguo Testamento eran mediadores los profetas y los sacerdotes del orden levítico. En el Nuevo Testamento son mediadores los Sacerdotes, como ministros del Mediador su­premo, pues en su nombre ofrecen el Sacrificio del altar y administran los Sacramentos. La Iglesia enseña que también María es Mediadora en virtud de su plena asociación a la Obra redentora de su Hijo.

1.1 Errores sobre su mediación

Los principales errores sobre la mediación de María provienen de las doctrinas protestantes y jansenistas.
Los protestantes. Estos, citando el texto paulino: "Uno sólo es el mediador entre Dios y los hombres" (1 Tim. 2,5), niegan toda posible mediación creada, sea de la Virgen, de los Sacerdotes o de los Santos.

Ciertamente, Cristo es el único Mediador entre Dios y los hombres, pero ello no impide que haya otros mediadores secundarios. El Señor quiso asociar estrechamente a su Madre en la tarea de la reparación del género humano. Por eso, María es Corredentora y de ahí también proviene su función de Mediadora. En el caso de los sacerdotes católicos, éstos ejercen su oficio ministerial, sobre todo, en el Sacrificio de la Misa y en el sacramento de la Reconciliación, actuando "in Persona Christi" (en la Persona de Cristo); es decir, son "ipse Christus" (el mismo Cristo). Esta semejanza explica o da razón del lugar propio que tienen, como mediadores, entre Dios y los hombres.
Los jansenistas. Ellos reducen la mediación de María a un mero papel de orante en favor de los hombres, igual que lo sería el papel de los santos en el cielo como intercesores.
El poder de intercesión de los santos es proporcional a su grado de gloria (S.Th. II-II, q.83, a.2). Si María tiene la plenitud de la gracia y el mayor grado de gloria, su poder de intercesión es incomparablemente superior a todos los santos. Pero, además, por su función de Corredentora es mediadora y, por lo mismo, su poder de intercesión es omnipotente (. Conc. de Trento, DZ. 984; Conc. Vat. II, Lumen gentium, n.66).

El Magisterio De La Iglesia
De las abundantes citas y declaraciones de la Iglesia, sobre la mediación de María, a modo de ejemplo, destacamos las siguientes:

Pío IX, Bula Ineffabilis Deus;
León XIII, Enc. Fidentem piunique;
San Pío X, Enc. Ad diem illum;
Pío XI, Enc. Caritate Christi compulsi;
Benedicto XV, que aprobó el Oficio y la Misa de Santa María Mediadora de todas las gracias (S.C. de Ritos, 21-I.­1921).
El Concilio Vaticano II, en su Constitución dogmática Lumen gentium, capítulo VIII, números 60 a 62.


Maria Es Dispensadora Universal De Todas Las Gracias

La Santísima Virgen es Dispensadora universal de todas las gracias, tanto por su divina Maternidad: que las obtiene de su Hijo, como por su Maternidad espiritual: que las distribuye entre sus otros hijos, los hombres. Esto lo hace subordinada a Cristo, pero de manera inmediata. Y ello por una específica y singular determinación de la voluntad de Dios, que ha querido otorgar a María esta doble función: ser Corredentora y Dispensadora, con alcance universal y para siempre (San Pío X, Enc. Ed diem illum, 09-II-1904).

San Bernardo decía: "Dios quiso que nada consiguiéramos que no nos viniera por manos de María" (Sermo in Nativitate, Sermo 3,10).

Razones Teológicas

La intercesión universal de María se desprende tanto de su cooperación a la Encarnación como a la Redención, y por su íntima relación con la Iglesia. Esto se explica por las siguientes razones:

* Si María por la Encarnación nos ha dado la Fuente de todas las gracias (Cristo), es lógico que también coopere en la distribución de todas ellas;

* Sí María por ser Corredentora es Madre espiritual de todos los hombres, es conveniente que por su intercesión cuide de la vida sobrenatural de todos sus hijos;

* si María es Madre de la Iglesia, y toda gracia se comunica por la Iglesia, es lógico que toda gracia del cielo pase por sus manos.

Frecuentemente el Magisterio de la Iglesia y la Tradición designan a María con el título de omnipotencia suplicante, porque desde el cielo sigue intercediendo por nosotros, como lo hizo en las Bodas de Caná (Juan 2,5), y con una intercesión eficacísima para obtenernos las gracias ante Dios, de manera que nuestra Madre no pide nunca una gracia que no se obtenga. Sí éstas, a pesar de su intercesión no se logran, será por las pocas o inadecuadas disposiciones del sujeto humano para quien estaban destinadas.
Recordemos aquella locución a Santa Teresa de Ávila: "Teresa, Yo quise, pero los hombres no quisieron"

Su Poder De Intercesión En La Tierra Y En El Cielo

Su intercesión, durante su vida:
* A través de Ella santifica Jesús al Precursor, el Bautista;
* por Ella se confirma la Fe de los discípulos en Caná de Galilea;
* por Ella se confirma la Fe de San Juan en el Calvario;
* Ella sostiene la Fe vacilante de los discípulos hasta Pentecostés;
* a Ella desciende el Espíritu Santo junto con los Apóstoles.

Su intercesión en el cielo

La Virgen desde el cielo en su calidad de Madre espiritual de todos los hombres, más que la mejor de las madres, conoce todas las necesidades materiales y espirituales de sus hijos y, en especial, de todo lo que se relaciona con su salvación eterna. Por su inmensa caridad ruega por nosotros y, como es todopoderosa ante el corazón de su Hijo por el mutuo amor que les une, nos obtiene todas las gracias que recibimos, todas las gracias que llegan a quienes no quieren obstinarse en el mal (. Pablo VI, Exh. Ap. Signum magnum, 1976).

Acuérdate,
Oh piadosísima Virgen María, que jamás se ha oído decir, que ninguno de los que han acudido a tu protección, implorando tu asistencia, y reclamando tu socorro, haya sido abandonado por ti.
Animado con esa confianza, a ti acudo, Madre, la más excelsa de las vírgenes; a ti vengo, a ti me acerco, yo, pecador contrito. Madre del Verbo, no desprecies mis palabras, antes bien escúchalas y acógelas benignamente. Así sea.
Alos que leen este BLOG lesdigo que todos los articulos dogmáticos me los envia mi amigo RIOSALADO, a quien le agradezco publicamente
ivonne

Pío XII proclama el Dogma de la Asunción


El dogma de la Asunción se refiere a que la Madre de Dios, luego de su vida terrena fue elevada en cuerpo y alma a la gloria celestial.

Este Dogma fue proclamado por el Papa Pío XII, el 1º de noviembre de 1950, en la Constitución Munificentisimus Deus: "Después de elevar a Dios muchas y reiteradas preces y de invocar la luz del Espíritu de la Verdad, para gloria de Dios omnipotente, que otorgó a la Virgen María su peculiar benevolencia; para honor de su Hijo, Rey inmortal de los siglos y vencedor del pecado y de la muerte; para aumentar la gloria de la misma augusta Madre y para gozo y alegría de toda la Iglesia, con la autoridad de nuestro Señor Jesucristo, de los bienaventurados apóstoles Pedro y Pablo y con la nuestra, pronunciamos, declaramos y definimos ser dogma divinamente revelado que La Inmaculada Madre de Dios y siempre Virgen María, terminado el curso de su vida terrenal, fue asunta en cuerpo y alma a la gloria del cielo".

Dios te salve, María,
llena eres de gracia,
el Señor es contigo,
bendita tú eres entre todas las mujeres
y bendito es el fruto de tu vientre, Jesús.
Santa María, Madre de Dios,
ruega por nosotros, pecadores,
ahora y en la hora de nuestra muerte.
Amen.

Ved a María en el Espíritu Santo



Si María nos enseña a ver a Jesús, Jesús y el Espíritu Santo nos enseñan a ver a María y a amarla como debemos amarla: nunca conseguiremos amarla como Jesús la ha amado.

Sin embargo, ese amor de Jesús por ella sigue siendo la medida de nuestro amor.

Y cuanto más amemos a María, tanto más la dejaremos educarnos, es decir, realizar en nosotros la obra del Espíritu Santo.
Padre Marie-Dominique Philippe, op Fundador de la Congregación San Juan


Dios te salve, María,
llena eres de gracia,
el Señor es contigo,
bendita tú eres entre todas las mujeres
y bendito es el fruto de tu vientre, Jesús.
Santa María, Madre de Dios,
ruega por nosotros, pecadores,
ahora y en la hora de nuestra muerte.
Amen.

El martirio de la Virgen


El martirio de la Virgen nos ha sido transmitido tanto en la profecía de Simeón como en el relato de la Pasión del Señor.

« Este niño está allí, dice del niño Jesús el santo anciano, como un signo de contradicción, y a ti, le habla ahora a María, una espada te traspasará el corazón. »

Madre bendita, es cierto que una espada traspasó tu alma.

Además, sólo traspasándola pudo penetrar en la carne de tu Hijo.

Después de que tu Jesús diera el último suspiro, la lanza que le abrió el costado evidentemente no pudo alcanzar a su alma; pero la tuya sí la traspasó.

Su alma, en efecto, ya no estaba más allí, pero estaba la tuya sí estaba.

No os asombréis, hermanos, si se dice que María es mártir en su alma.

El que se asombra olvida - lo habéis oído - que Pablo cuenta la falta de afecto entre los crímenes más grandes de los paganos. Pero esto no fue del todo así para el corazón de María.

Que lo sea también para sus humildes servidores.
Sermón del abad san Bernardo


Dios te salve, María,
llena eres de gracia,
el Señor es contigo,
bendita tú eres entre todas las mujeres
y bendito es el fruto de tu vientre, Jesús.
Santa María, Madre de Dios,
ruega por nosotros, pecadores,
ahora y en la hora de nuestra muerte.
Amen.

domingo, 9 de noviembre de 2008

La flor dio su fruto


"Que todo el Pueblo celebre a Dios:" la tierra dio su fruto "dicen las Escrituras." Pero primero, la tierra dio la flor. Lo dice el Cantar de los Cantares: "Yo soy la flor silvestre, el lirio de los valles". La flor luego se convirtió en fruta, para que la comiéramos. ¿Quieren saber cuál es el fruto? Él, virgen, nacido de la Virgen; el Señor, de la sierva; Dios, del hombre; el Hijo, de la Madre; el fruto, de la tierra.
San Jerónimo

Dios te salve, María,
llena eres de gracia,
el Señor es contigo,
bendita tú eres entre todas las mujeres
y bendito es el fruto de tu vientre, Jesús.
Santa María, Madre de Dios,
ruega por nosotros, pecadores,
ahora y en la hora de nuestra muerte.
Amen.

El Papa, sobre la importancia del Rosario en la vida cristiana

La reflexión del Papa durante el rezo del Santo Rosario en el Santuario de Pompeya, en la tarde del pasado domingo 19 de octubre, como conclusión de su visita a este santuario italiano.
Venerados hermanos en el Episcopado y en el Sacerdocio
queridos religiosos y religiosas,
queridos hermanos y hermanas
Antes de entrar en el Santuario para recitar junto con vosotros el santo Rosario, me he detenido brevemente ante la urna del beato Bartolo Longo, y rezando me he preguntado: "Este gran apóstol de María,
¿de dónde ha sacado la energía y la constancia necesarias para llevar a cumplimiento una obra tan imponente, conocida ya en todo el mundo? ¿No es precisamente del Rosario, acogido por él como un verdadero don del corazón de la Virgen?", Sí, ¡ha sido precisamente así! Lo atestigua la experiencia de los santos: esta popular oración mariana es un medio espiritual precioso para crecer en la intimidad con Jesús, y para aprender, en la escuela de la Virgen Santa, a cumplir siempre su divina voluntad. Es contemplación de los misterios de Cristo en unión espiritual con María, como subrayaba el siervo de Dios Pablo VI en la exhortación apostólica Marialis cultus (n. 46), y como después mi venerado predecesor Juan Pablo II ilustró ampliamente en la Carta apostólica Rosarium Virginis Mariae, que hoy vuelvo a entregar a la Comunidad pompeyana y a cada uno de vosotros. Vosotros que vivís y trabajáis aquí en Pompeya, especialmente vosotros, queridos sacerdotes, religiosas, religiosos y laicos comprometidos en esta singular porción de la Iglesia, estáis llamados a hacer vuestro el carisma del beato Bartolo Longo y a llegar a ser, en la medida y en los modos que Dios concede a cada uno, auténticos apóstoles del Rosario.
Pero para ser apóstoles del Rosario, es necesario tener experiencia en primera persona de la belleza y profundidad de esta oración, sencilla y accesible a todos. Es necesario ante todo dejarse conducir de la mano de la Virgen María a contemplar el rostro de Cristo: rostro alegre, luminoso, doloroso y glorioso. Quien, como María, y junto a Ella, custodia y medita asiduamente los misterios de Jesús, asimila cada vez más sus sentimientos, se conforma a Él. Me gusta, al respecto, citar una hermosa consideración del beato Bartolo Longo: "Como dos amigos -escribe-, que se tratan a menudo, suelen conformarse también en las costumbres, así nosotros, conversando familiarmente con Jesús y la Virgen, al meditar los Misterios del Rosario, y formando juntos una misma vida con la Comunión, podemos llegar a ser, en cuanto sea capaz nuestra bajeza, parecidos a ellos, y aprender de estos grandes ejemplos a vivir humilde, pobre, paciente y perfecto" (I Quindici Sabati del Santissimo Rosario, 27 ed., Pompei, 1916, p. 27: cit. en Rosarium Virginis Mariae, 15).
El Rosario es escuela de contemplación y de silencio. A primera vista, podría parecer una oración que acumula palabras, y por tanto difícilmente conciliable con el silencio que se recomienda justamente para la meditación y la contemplación. En realidad, esta cadenciosa repetición del 'Ave Maria no turba el silencio interior, sino que lo busca y alimenta. De la misma forma que sucede con los Salmos cuando se reza la Liturgia de las Horas, el silencio aflora a través de las palabras y las frases, no como un vacío, sino como una presencia de sentido último que trasciende las mismas palabras y junto a a ellas habla al corazón. Así, recitando las Ave Maria es necesario poner atención para que nuestras voces no "cubran" la de Dios, que siempre habla a través del silencio, como "el susurro de una brisa ligera" (1 Re 19, 12). ¡Qué importante es entonces cuidar este silencio lleno de Dios, tanto en la recitación personal como en la comunitaria! También cuando es rezado, como hoy, por grandes asambleas y como hacéias cada día en este Santuario, es necesario que se perciba el Rosario como oración contemplativa, y esto no puede suceder si falta un clima de silencio interior.
Quisiera añadir otra reflexión, relativa a la Palabra de Dios en el Rosario, particularmente oportuna en este periodo en que se está llevando a cabo en el Vaticano el Sínodo de los Obispos sobre el tema: "La Palabra de Dios en la vida y en la misión de la Iglesia". Si la contemplación cristiana no puede prescindir de la Palabra de Dios, también el Rosario, para ser oración contemplativa, debe siempre emerger del silencio del corazón como respuesta a la Palabra, sobre el modelo de la oración de María. Bien mirado, el Rosario está todo entretejido de elementos sacados de la Sagrada Escritura. Hay ante todo la enunciación del misterio, hecha preferiblemente, como hoy, con palabras tomadas de la Biblia. Sigue el Padrenuestro : al imprimir a la oración un movimiento "vertical", abre el alma de quien recita el Rosario en una justa actitud filial, según la invitación del Señor: "Cuando rezáis decid: "Padre..." (Lc 11, 2). La primera parte del Avemaría, tomada también del Evangelio, nos hace cada vez volver a escuchar las palabras con que Dios se ha dirigido a la Virgen a través del Ángel, y las bendiciones de la parienta Isabel. La segunda parte del Avemaría resuena como la respuesta de los hijos que, dirigiéndose suplicantes a la Madre, no hacen otra cosa que expresar su propia adhesión al diseño salvífico revelado por Dios. Así el pensamiento de quien reza está siempre anclado en la Escritura y en los misterios que en ella se presentan.
Recordando, finalmente, que hoy celebramos la Jornada Misionera Mundial, quiero recordar la dimensión apostólica del Rosario, una dimensión que el beato Bartolo Longo vivió intensamente tomando de él inspiración para realizar en esta tierra tantas obras de caridad y de promoción humana y social. Además, él quiso que este Santuario se abriera al mundo entero, como centro de irradiación de la oración del Rosario y lugar de intercesión para la paz entre los pueblos. Queridos amigos, ambas finalidades, el apostolado de la caridad y la oración por la paz, deseo confirmar y confiar nuevamente a vuestro compromiso espiritual y pastoral. A ejemplo y con el apoyo de vuestro venerado Fundador, no os canséis de trabajar con pasión en esta parte de la viña del Señor por el que la Virgen ha mostrado predilección.
Queridos hermanos y hermanas, ha llegado el momento de despedirme de vosotros y de este santuario. Os agradezco la calurosa acogida y sobre todo vuestras oraciones. Agradezco al arzobispo Prelado y Delegado Pontificio, a sus colaboradores y a todos los que han trabajado para preparar de la mejor manera mi visita. Debo dejaros, pero mi corazón queda cercano a esta tierra y a esta comunidad. Os confío a todos a la Beata Virgen del Santo Rosario, y os imparto de corazón a cada uno de vosotros la Bendición Apostólica.

Oremos por nuestro Santo Padre

Oh Dios, que para suceder al apóstol san Pedro, elegiste a tu siervo Benedicto XVI como pastor de tu grey, escucha la plegaria de tu pueblo y haz que nuestro Papa, vicario de Cristo en la tierra,confirme en la fe a todos los hermanos, y que toda la Iglesia se mantenga en comunión con él por el vínculo de la unidad, del amor y de la paz para que todos encuentren en ti, Pastor de los hombres, la verdad y la vida eterna.

María siempre virgen

JUAN PABLO II
AUDIENCIA GENERAL
Miércoles 28 de agosto de 1996
Lucas 2

4 Subió también José desde Galilea, de la ciudad de Nazaret, a Judea, a la ciudad de David, que se llama Belén, por ser él de la casa y familia de David,5 para empadronarse con María, su esposa, que estaba encinta.6 Y sucedió que, mientras ellos estaban allí, se le cumplieron los días del alumbramiento,7 y dio a luz a su hijo primogénito, le envolvió en pañales y le acostó en un pesebre, porque no tenían sitio en el alojamiento.
1. La Iglesia ha manifestado de modo constante su fe en la virginidad perpetua de María. Los textos más antiguos, cuando se refieren a la concepción de Jesús, llaman a María sencillamente Virgen, pero dando a entender que consideraban esa cualidad como un hecho permanente, referido a toda su vida.
Los cristianos de los primeros siglos expresaron esa convicción de fe mediante el término griego άεί–πάρθενς "siempre virgen", creado para calificar de modo único y eficaz la persona de María, y expresar en una sola palabra la fe de la Iglesia en su virginidad perpetua. Lo encontramos ya en el segundo símbolo de fe de san Epifanio, en el año 374, con relación a la Encarnación: el Hijo de Dios "se encarnó, es decir, fue engendrado de modo perfecto por santa María, la siempre virgen, por obra del Espíritu Santo" (Ancoratus, 119, 5: DS 44).
La expresión siempre virgen fue recogida por el segundo concilio de Constantinopla, que afirmó: el Verbo de Dios "se encarnó de la santa gloriosa Madre de Dios y siempre Virgen María, y nació de ella" (DS 422). Esta doctrina fue confirmada por otros dos concilios ecuménicos, el cuarto de Letrán, año 1215 (DS 801), y el segundo de Lyon, año 1274 (DS 852), y por el texto de la definición del dogma de la Asunción, año 1950 (DS 3.903), en el que la virginidad perpetua de María es aducida entre los motivos de su elevación en cuerpo y alma a la gloria celeste.
2. Usando una fórmula sintética, la tradición de la Iglesia ha presentado a María como "virgen antes del parto, durante el parto y después del parto", afirmando, mediante la mención de estos tres momentos, que no dejó nunca de ser virgen.
De las tres, la afirmación de la virginidad antes del parto es, sin duda, la más importante, ya que se refiere a la concepción de Jesús y toca directamente el misterio mismo de la Encarnación. Esta verdad ha estado presente desde el principio y de forma constante en la fe de la Iglesia.
La virginidad durante el parto y después del parto, aunque se halla contenida implícitamente en el título de virgen atribuido a María ya en los orígenes de la Iglesia, se convierte en objeto de profundización doctrinal cuando algunos comienzan explícitamente a ponerla en duda. El Papa Hormisdas precisa que "el Hijo de Dios se hizo Hijo del hombre y nació en el tiempo como hombre, abriendo al nacer el seno de su madre (cf. Lc 2, 23) y, por el poder de Dios, sin romper la virginidad de su madre" (DS 368). Esta doctrina fue confirmada por el concilio Vaticano II, en el que se afirma que el Hijo primogénito de María "no menoscabó su integridad virginal, sino que la santificó" (
Lumen gentium, 57). Por lo que se refiere a la virginidad después del parto, es preciso destacar ante todo que no hay motivos para pensar que la voluntad de permanecer virgen, manifestada por María en el momento de la Anunciación (cf. Lc 1, 34), haya cambiado posteriormente. Además, el sentido inmediato de las palabras: "Mujer, ahí tienes a tu hijo", "ahí tienes a tu madre" (Jn 19, 26-27), que Jesús dirige desde la cruz a María y al discípulo predilecto, hace suponer una situación que excluye la presencia de otros hijos nacidos de María.
Los que niegan la virginidad después del parto han pensado encontrar un argumento probatorio en el término "primogénito", que el evangelio atribuye a Jesús (cf. Lc 2, 7), como si esa expresión diera a entender que María engendró otros hijos después de Jesús. Pero la palabra "primogénito" significa literalmente "hijo no precedido por otro" y, de por sí, prescinde de la existencia de otros hijos. Además, el evangelista subraya esta característica del Niño, pues con el nacimiento del primogénito estaban vinculadas algunas prescripciones de la ley judaica, independientemente del hecho de que la madre hubiera dado a luz otros hijos. A cada hijo único se aplicaban, por consiguiente, esas prescripciones por ser "el primogénito" (cf. Lc 2, 23).
3. Según algunos, contra la virginidad de María después del parto estarían aquellos textos evangélicos que recuerdan la existencia de cuatro "hermanos de Jesús": Santiago, José, Simón y Judas (cf. Mt 13, 55-56; Mc 6, 3), y de varias hermanas.
Conviene recordar que, tanto en la lengua hebrea como en la aramea, no existe un término particular para expresar la palabra primo y que, por consiguiente, los términos hermano y hermana tenían un significado muy amplio, que abarcaba varios grados de parentesco. En realidad, con el término hermanos de Jesús se indican los hijos de una María discípula de Cristo (cf. Mt 27, 56), que es designada de modo significativo como "la otra María" (Mt 28, 1). Se trata de parientes próximos de Jesús, según una expresión frecuente en el Antiguo Testamento (cf.
Catecismo de la Iglesia católica, n. 500).
Así pues, María santísima es la siempre Virgen. Esta prerrogativa suya es consecuencia de la maternidad divina, que la consagró totalmente a la misión redentora de Cristo.
Saludos
Queridos hermanos y hermanas:
Me es grato saludar ahora con afecto a todas las personas de lengua española que participan en esta audiencia, en particular a los peregrinos venidos de México, Colombia y España. Que la Virgen Santísima, que supo estar siempre al lado de su Divino Hijo, acompañe vuestro caminar por esta vida hacia el encuentro con Cristo Redentor. Invocando su maternal protección, os imparto complacido la bendición apostólica.

La cadena que conduce al Cielo


En un suburbio de Tokio llamado "Puente de Madera", en unas antiguas barracas militares vivían unos mil ancianos apátridas, aislados.

Una noche, hacia las dos de la madrugada, el teléfono suena: una anciana agonizante, solicita un sacerdote.

Siendo niña, frecuentó una escuela católica. Allí, una religiosa la instruyó durante tres años y a la edad de diecisiete años se hizo cristiana.

"Recibí el Santo Bautismo y la Eucaristía", me dijo. Pero luego se casó, según la voluntad de su familia, con un bonzo budista que poseía un templo, alejado en la montaña. Se fue pues allí, al templo, cuyo mantenimiento debía asegurar; además del cuidado de numerosas tumbas y el de quemar el incienso durante las fiestas fúnebres.

Su marido le habría permitido ir a la iglesia, pero allí no había ninguna. Trajo al mundo ocho niños. Setenta años después, su marido murió, todos sus hijos murieron también, cinco de ellos durante la guerra.

Hace 10 años, llegó otro sacerdote budista, por lo que debió dejar el templo. Le pregunté si, durante todos esos años había pensado en Dios. Ella me observa con asombro y saca con dificultad la mano derecha de entre las sábanas. En ella tenía un rosario y le oí esta respuesta: "Durante estos años, todos los días y varias veces al día, sin dejar uno solo, rezaba mientras hacía mi trabajo; «tenía siempre la cadena de María en las manos o en mi bolsillo y le he pedido todos los días que antes de morir, pudiera encontrar una vez más a un sacerdote católico que me diera el Pan de Dios.»
Padre Gereón Goldmann en « Le chiffonnier de Tokyo » Compendio Mariano del Padre Alberto Pfleger, marista,1986

Dios te salve, María,
llena eres de gracia,
el Señor es contigo,
bendita tú eres entre todas las mujeres
y bendito es el fruto de tu vientre, Jesús.
Santa María, Madre de Dios,
ruega por nosotros, pecadores,
ahora y en la hora de nuestra muerte.
Amen.