lunes, 5 de febrero de 2018

La Presentación de Jesús en el Templo: el encuentro de los dos Testamentos: Simeón-Jesús.- Oremos juntos.

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2 de febrero
La Presentación de Jesús
en el Templo




El relato de este hermoso hecho lo podemos leer en San Lucas
<http://www.ewtn.com/spanish/Lecturas/Evangelio_de_San_Lucas.htm> , Capítulo
2, vs. 22-39.
Cuando llegó el día fijado por la Ley de Moisés para la purificación,
llevaron al niño a Jerusalén para presentarlo al Señor,
como está escrito en la Ley: Todo varón primogénito será consagrado al
Señor.
También debían ofrecer en sacrificio un par de tórtolas o de pichones de
paloma, como ordena la Ley del Señor.
Vivía entonces en Jerusalén un hombre llamado Simeón, que era justo y
piadoso, y esperaba el consuelo de Israel. El Espíritu Santo estaba en él
y le había revelado que no moriría antes de ver al Mesías del Señor.
Conducido por el mismo Espíritu, fue al Templo, y cuando los padres de Jesús
llevaron al niño para cumplir con él las prescripciones de la Ley,
Simeón lo tomó en sus brazos y alabó a Dios, diciendo:
"Ahora, Señor, puedes dejar que tu servidor muera en paz, como lo has
prometido,
porque mis ojos han visto la salvación
que preparaste delante de todos los pueblos:
luz para iluminar a las naciones paganas y gloria de tu pueblo Israel".
Su padre y su madre estaban admirados por lo que oían decir de él.
Simeón, después de bendecirlos, dijo a María, la madre: "Este niño será
causa de caída y de elevación para muchos en Israel; será signo de
contradicción,
y a ti misma una espada te atravesará el corazón. Así se manifestarán
claramente los pensamientos íntimos de muchos".
Estaba también allí una profetisa llamada Ana, hija de Fanuel, de la familia
de Aser, mujer ya entrada en años, que, casada en su juventud, había vivido
siete años con su marido.
Desde entonces había permanecido viuda, y tenía ochenta y cuatro años. No se
apartaba del Templo, sirviendo a Dios noche y día con ayunos y oraciones.
Se presentó en ese mismo momento y se puso a dar gracias a Dios. Y hablaba
acerca del niño a todos los que esperaban la redención de Jerusalén.
Después de cumplir todo lo que ordenaba la Ley del Señor, volvieron a su
ciudad de Nazaret, en Galilea.
El niño iba creciendo y se fortalecía, lleno de sabiduría, y la gracia de
Dios estaba con él.

La Ley de Moisés mandaba que a los 40 días de nacido un niño fuera
presentado en el templo. Hoy dos de febrero se cumplen los 40 días, contando
desde el 25 de diciembre, fecha en la que celebramos el nacimiento de Jesús.
Los católicos hemos tenido la hermosa costumbre de llevar los niños al
templo para presentarlos ante Nuestro Señor y la Santísima Virgen. Esta es
una costumbre que tiene sus raíces en la Santa Biblia. Cuando hacemos la
presentación de nuestros niños en el templo, estamos recordando lo que José
y María hicieron con el Niño Jesús.
La Ley de Moisés mandaba que el hijo mayor de cada hogar, o sea el
primogénito, le pertenecía a Nuestro Señor y que había que rescatarlo
pagando por él una limosna en el templo. Esto lo hicieron María y José.
Por mandato del Libro Sagrado, al presentar un niño en el templo había que
llevar un cordero y una paloma y ofrecerlos en sacrificio al Señor (el
cordero y la paloma son dos animalitos inofensivos e inocentes y su sangre
se ofrecía por los pecados de los que sí somos ofensivos y no somos
inocentes. Jesús no necesitaba ofrecer este sacrificio, pero quiso que se
ofreciera porque El venía a obedecer humildemente a las Santas Leyes del
Señor y a ser semejante en todo a nosotros, menos en el pecado).
La Ley decía que si los papás eran muy pobres podían reemplazar el cordero
por unas palomitas. María y José, que eran muy pobres, ofrecieron dos
palomitas en sacrificio el día de la Presentación del Niño Jesús.
En la puerta del templo estaba un sacerdote, el cual recibía a los padres y
al niño y hacía la oración de presentación del pequeño infante al Señor.
En aquel momento hizo su aparición un personaje muy especial. Su nombre era
Simeón. Era un hombre inspirado en el Espíritu Santo. Es interesante
constatar que En tres renglones, San Lucas
<http://www.ewtn.com/spanish/Lecturas/Evangelio_de_San_Lucas.htm>  nombra
tres veces al Espíritu Santo al hablar de Simeón. Se nota que el Divino
Espíritu guiaba a este hombre de Dios.
El Espíritu Santo había prometido a Simeón que no se moriría sin ver al
Salvador del mundo, y ahora al llegar esta pareja de jóvenes esposos con su
hijito al templo, el Espíritu Santo le hizo saber al profeta que aquel
pequeño niño era el Salvador y Redentor.


Simeón emocionado pidió a la Sma. Virgen que le dejara tomar por unos
momentos al Niño Jesús en sus brazos y levantándolo hacia el cielo proclamó
en voz alta dos noticias: una buena y otra triste.
La noticia buena fue la siguiente: que este Niño será iluminador de todas
las naciones y que muchísimos se irán en favor de él, como en una batalla
los soldados fieles en favor de su bandera. Y esto se ha cumplido muy bien.
Jesús ha sido el iluminador de todas las naciones del mundo. Una sola frase
de Jesús trae más sabiduría que todas las enseñanza de los filósofos. Una
sola enseñanza de Jesús ayuda más para ser santo que todos los consejos de
los psicólogos.
La noticia triste fue: que muchos rechazarán a Jesús (como en una batalla
los enemigos atacan la bandera del adversario) y que por causa de Jesús la
Virgen Santísima tendría que sufrir de tal manera como si una espada afilada
le atravesara el corazón. Ya pronto comenzarán esos sufrimientos con la
huida a Egipto. Después vendrá el sufrimiento de la pérdida del niño a los
12 años, y más tarde en el Calvario la Virgen padecerá el atroz martirio de
ver morir a su hijo, asesinado ante sus propios ojos, sin poder ayudarlo ni
lograr calmar sus crueles dolores.
Y Jesús ha llegado a ser como una bandera en una batalla: los amigos lo
aclaman gritando "hosanna", y los enemigos lo atacan diciendo "crucifícale".
Y así ha sido y será en todos los siglos. Y cada vez que pecamos lo tratamos
a El como si fuéramos sus enemigos, pero cada vez que nos esforzamos por
portarnos bien y cumplir sus mandatos, nos comportamos como buenos amigos
suyos.
Después de este interesante hecho de la Presentación de Jesús en el templo,
la Virgen María meditaba y pensaba seriamente en todo esto que había
escuchado.
Ojalá también nosotros pensemos, meditemos y saquemos lecciones de estos
hechos tan importantes.

Dios te salve, María,
llena de gracia, el Señor es contigo.
 Bendita eres entre todas las mujeres
 y bendito es el fruto de tu vientre, Jesús.
Santa María, Madre de Dios,
 ruega por nosotros pecadores
ahora y en la hora de nuestra muerte.
 Amén.

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