domingo, 21 de enero de 2018

San Antonio, Abad: delineó casi definitivamente el ideal monástico que perseguirían muchos fieles de los primeros siglos.- Oremos juntos


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17 de enero
San Antonio
Abad



Conocemos la vida del abad Antonio, cuyo nombre significa "floreciente"  y
al que la tradición llama el Grande, principalmente a través de la biografía
redactada por su discípulo y admirador, san Atanasio, a fines del siglo IV.
Este escrito, fiel a los estilos literarios de la época y ateniéndose a las
concepciones entonces vigentes acerca de la espiritualidad, subraya en la
vida de Antonio -más allá de los datos maravillosos- la permanente entrega a
Dios en un género de consagración del cual él no es históricamente el
primero, pero sí el prototipo, y esto no sólo por la inmensa influencia de
la obrita de Atanasio.
En su juventud, Antonio, que era egipcio e hijo de acaudalados campesinos,
se sintió conmovido por las palabras de Jesús, que le llegaron en el marco
de una celebración eucarística: "Si quieres ser perfecto, ve y vende todo lo
que tienes y dalo a los pobres...".
Así lo hizo el rico heredero, reservando sólo parte para una hermana, a la
que entregó, parece, al cuidado de unas vírgenes consagradas.
Llevó inicialmente vida apartada en su propia aldea, pero pronto se marchó
al desierto, adiestrándose en las prácticas eremíticas  junto a un cierto
Pablo, anciano experto en la vida solitaria.
En su busca de soledad y persiguiendo el desarrollo de su  experiencia,
llegó a fijar su residencia entre unas antiguas tumbas. ¿Por qué esta
elección?. Era un gesto profético, liberador. Los hombres de su tiempo -como
los de nuestros días - temían desmesuradamente a los cementerios, que creían
poblados de demonios. La presencia de Antonio entre los abandonados
sepulcros era un claro mentís a tales supersticiones y proclamaba, a su
manera, el triunfo de la resurrección. Todo -aún los lugares que más
espantan a la naturaleza humana - es de Dios, que en Cristo lo ha redimido
todo; la fe descubre siempre nuevas fronteras donde extender la salvación.
Pronto la fama de su ascetismo se propagó y se le unieron muchos fervorosos
imitadores, a los que organizó en comunidades de oración y trabajo. Dejando
sin embargo esta exitosa obra, se retiró  a una soledad más estricta en pos
de una caravana de beduinos que se internaba en el desierto.
No sin nuevos esfuerzos y desprendimientos personales, alcanzó la cumbre de
sus dones carismáticos, logrando conciliar el ideal de la vida solitaria con
la dirección de un monasterio cercano, e incluso viajando a Alejandría para
terciar en las interminables controversias arriano-católicas que signaron su
siglo.
Sobre todo, Antonio, fue padre de monjes, demostrando en sí mismo la
fecundidad del Espíritu. Una multisecular colección de anécdotas, conocidas
como "apotegmas" o breves ocurrencias que nos ha legado la tradición, lo
revela poseedor de una espiritualidad incisiva, casi intuitiva, pero siempre
genial, desnuda como el desierto que es su marco y sobre todo
implacablemente fiel a la sustancia de la revelación evangélica. Se
conservan algunas de sus cartas, cuyas ideas principales confirman las que
Atanasio le atribuye en su "Vida".
Antonio murió muy anciano, hace el año 356, en las laderas del monte Colzim,
próximo al mar Rojo; al ignorarse la fecha de su nacimiento, se le ha
adjudicado una improbable longevidad, aunque ciertamente alcanzó una edad
muy avanzada.
La figura del abad delineó casi definitivamente el ideal monástico que
perseguirían muchos fieles de los primeros siglos.
No siendo hombre de estudios, no obstante, demostró con su vida lo esencial
de la vida monástica, que intenta ser precisamente una esencialización de la
práctica cristiana: una vida bautismal despojada de cualquier aditamento.
Para nosotros, Antonio encierra un mensaje aún válido y actualísimo: el
monacato del desierto continúa siendo un desafío: el del seguimiento extremo
de Cristo, el de la confianza irrestricta en el poder del Espíritu de Dios.

ORACIÓN PARA PEDIR SU PROTECCIÓN
Santísimo confesor del Señor; Padre y jefe de los monjes, interceded por
nuestra santidad, por nuestra salud del alma, cuerpo y mente.

Destierra de nuestra vida, de nuestra casa, las asechanzas del maligno
espíritu. Líbranos de funestas herejías, de malas lenguas y hechicerías.

Pídele al Señor, remedie nuestras necesidades espirituales, y corporales.
Pídele también por el progreso de la santa Iglesia Católica; y porque mi
alma no muera en pecado mortal, para que así confiado en Tu poderosa
intercesión, pueda algún día en el cielo, cantar las eternas alabanzas.
Amén.

Jesús, María y José os amo, salvad vidas, naciones y almas.

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