sábado, 13 de enero de 2018

Epifanía del Señor: una fiesta de esperanza que prolonga la luz de Navidad. Oremos juntos.

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Epifanía del Señor
6 de enero




La Epifanía es una de las fiestas litúrgicas más antiguas, más aún que la
misma Navidad. Comenzó a celebrarse en Oriente en el siglo III y en
Occidente se la adoptó en el curso del IV. Epifanía, voz griega que a veces
se ha usado como nombre de persona, significa "manifestación", pues el Señor
se reveló a los paganos en la persona de los magos.
                Tres misterios se han solido celebrar en esta sola fiesta,
por ser tradición antiquísima que sucedieron en una misma fecha aunque no en
un mismo año; estos acontecimientos salvíficos son
*       la adoración de los magos,
*       el bautismo de Cristo por Juan
*       y el primer milagro que Jesucristo, por intercesión de su madre,
realizó en las bodas de Caná y que, como lo señala el evangelista Juan, fue
motivo de que los discípulos creyeran en su Maestro como Dios.
Para los occidentales, que, como queda dicho más arriba, aceptaron la fiesta
alrededor del año 400, la Epifanía es popularmente el día de los reyes
magos. En la antífona de entrada de la misa correspondiente a esta
solemnidad se canta: "Ya viene el Señor del universo. en sus manos está la
realeza, el poder y el imperio". El verdadero rey que debemos contemplar en
esta festividad es el pequeño Jesús. Las oraciones litúrgicas se refieren a
la estrella que condujo a los magos junto al Niño Divino, al que buscaban
para adorarlo.
Precisamente en esta adoración han visto los santos padres la aceptación de
la divinidad de Jesucristo por parte de los pueblos paganos. Los magos
supieron utilizar sus conocimientos-en su caso, la astronomía de su tiempo-
para descubrir al Salvador, prometido por medio de Israel, a todos los
hombres.
 El sagrado misterio de la Epifanía está referido en el evangelio de san
Mateo. Al llegar los magos a Jerusalén, éstos preguntaron en la corte el
paradero del "Rey de los judíos". Los maestros de la ley supieron
informarles que el Mesías del Señor debía nacer en Belén, la pequeña ciudad
natal de David; sin embargo fueron incapaces de ir a adorarlo junto con los
extranjeros. Los magos, llegados al lugar donde estaban el niño con María su
madre, ofrecieron oro, incienso y mirra, sustancias preciosas en las que la
tradición ha querido ver el reconocimiento implícito de la realeza mesiánica
de Cristo (oro), de su divinidad (incienso) y de su humanidad (mirra).
A Melchor, Gaspar y Baltasar -nombres que les ha atribuido la leyenda,
considerándolos tres por ser triple el don presentado, según el texto
evangélico -puede llamárselos adecuadamente peregrinos de la estrella. Los
orientales llamaban magos a sus doctores; en lengua persa, mago significa
"sacerdote". La tradición, más tarde, ha dado a estos personajes el título
de reyes, como buscando destacar más aún la solemnidad del episodio que, en
sí mismo, es humilde y sencillo. Esta atribución de realeza a los visitantes
ha sido apoyada ocasionalmente en numerosos pasajes de la Escritura que
describen el homenaje que el Mesías de Israel recibe por parte de los reyes
extranjeros.
La Epifanía, como lo expresa la liturgia, anticipa nuestra participación en
la gloria de la inmortalidad de Cristo manifestada en una naturaleza mortal
como la nuestra. Es, pues, una fiesta de esperanza que prolonga la luz de
Navidad.
Esta solemnidad debería ser muy especialmente observada por los pueblos que,
como el nuestro, no pertenecen a Israel según la sangre. En los tiempos
antiguos, sólo los profetas, inspirados por Dios mismo, llegaron a
vislumbrar el estupendo designio del Señor: salvar a la humanidad entera, y
no exclusivamente al pueblo elegido.
Con conciencia siempre creciente de la misericordia del Señor, construyamos
desde hoy nuestra espiritualidad personal y comunitaria en la tolerancia y
la comprensión de los que son distintos en su conducta religiosa, o proceden
de pueblos y culturas diferentes a los nuestros.
Sólo Dios salva: las actitudes y los valores humanos, la raza, la lengua,
las costumbres, participan de este don redentor si se adecuan a la voluntad
redentora de Dios, "nunca" por méritos propios. Las diversas culturas están
llamadas a encarnar el evangelio de Cristo, según su genio propio, no a
sustituirlo, pues es único, original y eterno.

Oremos a Dios nuestro Padre
para que Cristo llegue a ser la luz de todos.
Oh Dios de todas las naciones, pueblos y culturas,
éste es el día que tú has hecho radiante y luminoso
con tu luz y tu amor, con destino para todos.
Guíanos en los nuevos caminos de tu Hijo.
Que tu luz bondadosa brille en todas partes,
para que todos los pueblos te alaben en su propio lenguaje,
conforme a su cultura, y enriquezcan a tu Iglesia
con sus propios y peculiares dones.
Te lo pedimos en nombre de Jesús,
Señor y Salvador todos
por los siglos de los siglos.

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