domingo, 19 de octubre de 2014

SAN LUCAS:evangelista de la Misericordia Divina.- Oremos juntos

Riosalado

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18 de octubre







SAN  LUCAS

(Siglo I)







Con sencillez impresionante da entrada el tercer evangelio a una escena
donde lo humano va poco a poco cediendo paso a lo divino. Era el día de la
resurrección de Cristo y, buscando salida a las fuertes y encontradas
emociones de toda aquella jornada, dos de los discípulos de Cristo se
dirigían aquel mismo día a una aldea llamada Emaús, distante de Jerusalén
ciento sesenta estadios (Lc. 24,23). Junto al nombre de Cleofás, uno de "los
dos", sólo una alusión que deja en la penumbra al compañero. Silencio
"intencionado", sin duda, sobre el nombre del "otro" discípulo, que por lo
mismo habría que identificar con el propio San Lucas, autor del relato, Asi
lo creyó San Gregorio Magno, apoyado, por lo demás, en el testimonio de
"algunos" estudiosos de entonces (ML 75,517), y así despues de él lo aceptó
un grupo de autores antiguos y modernos. Cuestión al parecer sin
importancia, pero que la tiene en el fondo



Si el "otro" discípulo, compañero de Cleofás, fuese el autor del tercer
evangelio, habría que pensar en un Lucas no de origen gentil, sino judío y
discípulo en vida del Señor, como, entre otros, lo apuntó San Epifanio (MG
41, 280.908). Es un testimonio que queda muy solo frente al origen del
nombre griego Lukas, Lukanos o Lukios y frente a las explícitas afirmaciones
de los célebres Prólogos (antiguo y monarquiano ) de Ireneo, del Fragmento
Muratoriano, de Eusebio, de Jerónimo... Discípulo, sí, de Cristo, pero no de
aquellos "que desde el principio fueron testigos oculares y ministros
después de la palabra" (Lc. 1,2), sino a través de Pablo.



Al cristianismo, acaso ya hacia el año 40, llega San Lucas sin haber tenido
contacto directo con Cristo, como tampoco lo había tenido San Pablo. En
Antioquía probablemente, y por aquella fecha, el futuro evangelista e
historiador se encuentra por vez primera con el gran apóstol-escritor: desde
entonces Lucas es al lado de Pablo un incansable misionero, sembrador del
mensaje de Cristo entre los gentiles. Con Pablo le vemos partir primero a
Filipos de Macedonia, más tarde a Jerusalén y por fin a Roma (Act.
16,20-21.27,28). Fiel al misionero de las gentes, su maestro, no le abandona
en las amargas horas de su primera cautividad. A su lado, como uno de "sus
auxiliares", mientras Pablo desde su prisión romana escribe su densa carta a
los colosenses y su delicado billete a Filemón, está "Lucas el médico, el
querido" (Col. 4,14: Phil. 24).



Es un hecho que el Lucas evangelista-historiador ha hecho, acaso un poco
injustamente, pasar a segundo término al Lucas misionero, de quien Pablo, el
apóstol de las gentes, escribía desde su prisión de Roma: Lucas solo queda
conmigo (2 Tim. 4,11). Como escribe San Juan Crisóstomo, "incansable en el
trabajo, ansioso de saber y sufrido, Lucas no acertaba a separarse de Pablo"
(MG 62,656). Sólo la muerte le podrá separar de su maestro: con él había
misionado hasta entonces y, misionero incansable, seguirá por los campos de
Acaya y Bitinia, Dalmacia y Macedonia, Galia, Italia y Egipto, hasta morir,
mártir como el maestro, en Beocia o Bitinia, y reposar definitivameníe en
Constantinopla.



Año tras año en intimidad de discípulo con el gran predicador de los
gentiles, Lucas iba asimilando poco a poco el evangelio de Pablo. Su
evangelio ofrecerá, por lo mismo, tantos puntos de contacto literarios y
doctrinales con los escritos del apóstol que podrá hablarse de "Pablo
iluminador de Lucas" en frase de Tertuliano (ML 2,365 ). Luz
literario-doctrinal de Pablo, a la que, con su cultura griega, su trato con
los "testigos oculares" de la vida de Cristo, su conocimiento de los
diversos relatos evangélicos existentes y su vocación de "investigador
escrupuloso", Lucas supo dar cuerpo y proyectar definitivamente en el
complejo armónico del tercer evangelio.



Predicador incansable al lado de Pablo, Lucas siguió también como escritor
las huellas del maestro: la tradición en bloque le atribuye la composición
del tercer evangelio, cuyo contenido, por otra parte, responde tan de lleno
a las cualidades del griego Lucas, del "compañero" y del "médico querido" de
Pablo. Fruto de años, la redacción del evangelio de Lucas debió de recibir
el empujón definitivo durante las largas horas de cariñosa vela junto al
prisionero Pablo, y, ya antes de la muerte del apóstol, pudo correr de mano
en mano, primero entre los cristianos de Roma y más tarde entre los de
Acaya, Egipto, Macedonia...



Aunque lo dedique a Teófilo y no se trate de un mero nombre simbólico, Lucas
apunta con su evangelio a un objetivo mucho más amplio que la simple
formación cristiana, segura y a fondo, de su discípulo o amigo. Con miras de
universalismo, herencia de Pablo, Lucas compone su evangelio de cara al
mundo gentil, cuyo movimiento en masa hacia el cristianismo se veía
amenazado por las exigencias legales y sueños judíos, las fábulas de los
herejes, la frivolidad peligrosa del ambiente pagano. Pablo, con insistencia
machacona, habia dado la voz de alerta de palabra y por escrito, y Lucas,
una vez más, se hace eco del maestro.



Lucas, griego y gentil de origen, "hace gracia de su evangelio a los
gentiles", como observa Origenes (MG 20, 5tS1). Antiguos hermanos en el
paganismo y hermanos nuevos en la fe cristiana, como a hermanos les trata.
Conoce sus errores, y busca instruirles en cuanto la religión judía conserva
de esencial y permanente, pero sin exigencias inutiles de lo transitorio; ha
vivido su ambiente, y señala con acierto sus vacíos y sus plagas morales:
cae en la cuenta de sus naturales prevenciones y susceptibilidades de raza,
cultura..., y con delicadeza va ladeando escenas que pudieran herirles, o
recalcando las que habrían de halagarles. Silencio sobre el aparente
desprecio de Cristo ante la mujer cananea, sobre las befas de los soldados
romanos junto a la cruz, sobre el mandato con que Cristo restringe
provisionalmente la predicación del Evangelio a los gentiles: apología del
bondadoso samaritano, del entero centurión, del agradecido leproso de
Samaria: gozo no disimulado ante la buena acogida dispensada por el Bautista
a los soldados gentiles; insistente presentación de las "mujeres del
Evangelio" junto a la Mujer por excelencia, como abriendo camino a la
dignificación de la mujer entre los gentiles.



Espontáneas filigranas de delicadeza por parte de quien, como su maestro,
había escogido, como lema "hacerse todo a todos para ganarlos a todos".
Lucas el evangelista sigue la linea del Lucas misionero. Su evangelio se
abre en un ambiente de suavidad y dulzura humano-divina, que parece como el
despliegue de aquellas profundas y sentidas afirmaciones de San Pablo
cuidadosamente recogidas en la liturgia navideña: Se ha manifestado la
gracia salvadora de Dios para todos los hombres..., pues quiere que todos se
salven..., por la aparición de nuestro gran Dios y Salvador Cristo Jesús (I
Tim. 2,4; 2 Tim. 1,10; Tit. 2,11-13). Lucas, el evangelista de la
Encarnación y de la infancia de Cristo, saluda el alborear de esa gracia de
cara al Sol naciente que desde lo alto baja a iluminar a los sentados en
tinieblas y sombra de muerte, de cara al Niño de Belén, Hijo de María, que,
sin distinción entre israelitas y gentiles, trae paz a la tierra, paz a los
hombres de buena voluntad (Lc. 1,78-79: 2,14).



Evangelista-misionero, Lucas señala la trayectoria universalista de la luz
salvadora que es el gran Dios y Salvador Cristo Jesús desde el seno de
María, desde la cuna de Belén, desde los brazos de Simeón en el templo.
Siente llegada la hora de la luz de las naciones profetizada de antiguo, y
gozoso recoge el anuncio primero de Juan Bautista, poco después de labios
del mismo Cristo: al Precursor le oye clamar con la vista hundida en las
naciones: Y verá toda carne la salvación de Dios: a Cristo le sorprende en
su primera predicación pública como al Enviado del Padre a las naciones para
evangelizar a los pobres, para anunciar liberación a los cautivos y vista a
los ciegos, para libertar a los oprimidos, para anunciar un año de gracia
del Señor (Lc. 2,32; 4,18-19), Como Pablo, siente Lucas en el corazón que la
ceguera voluntaria cierre a la masa del pueblo judío la puerta del
Evangelio; pero, también como Pablo. no puede disimular su alegría ante la
llegada torrencial de los pueblos a las puertas del reino: Y vendrán del
oriente y del occidente, del norte y del mediodía. y serán admitidos al
banquete en el reino de Dios (Lc. 13.29). Sabe que es palabra de Cristo y
con ella cierra su relato evangélico: Y les dijo: Así está escrito: Que...
se había de predicar en su nombre penitencia y remisión de los pecados a
todas las naciones, comenzando por Jerusalén (Lc. 24, 46-47).



El antiguo médico de los cuerpos, que en su estilo y en los detalles de sus
narraciones evangélicas refleja tantas veces la técnica de su antigua
profesión, desemboca finalmente en el misionero y evangelista-médico de las
almas. Su psicología profesional, psicología de misericordia ante el enfermo
y desgraciado, se robustece y espiritualiza ante el pecador-enfermo del
alma. El paso era lógico, y Lucas, que, como los otros evangelistas, ha
sabido transmitir la actividad de Cristo en la tierra como médico divino de
los cuerpos, mejor que ninguno ha logrado vibrar al unísono con la
misericordia de Cristo ante las miserias del alma.



El evangelio de Lucas, "el médico carísimo" de Pablo, es el evangelio de la
misericordia de Cristo, médico incorregible de los cuerpos y de las almas,
que pasó por todas partes haciendo el bien y sanando a todos los tiranizados
por el diablo (Act. 10,38). Como al acecho de este "misericordioso
samaritano", Lucas recoge cuidadosamente las palabras con que Zacarías
anuncia su próxima llegada y le proclama campeón de misericordia y perdón de
los pecados por el amor entrañable de nuestro Dios (Lc. 1,72, 77,78 ).



Trabajado por la misericordia y compasión, el médico de antes y el
misionero-médico de más tarde sigue incansable en su evangelio las huellas
del Cristo médico compasivo de las almas enfermas. De su corazón y de sus
labios recoge el perdón sin condiciones de la "mujer pecadora" (Lc.
7,36-50), la llamada tajante de Zaqueo, "el publicano y hombre pecador" (Lc.
19,1,10); la respuesta al ataque farisaico, "ése acoge a los pecadores y
come con ellos", en las tres parábolas de la misericordia: la de la oveja
descarriada y otra vez vuelta al redil en brazos del pastor, la de la dracma
perdida y encontrada de nuevo tras búsqueda trabajosa, la del hijo pródigo y
de nuevo en la casa paterna entre los brazos del padre, siempre en espera.
Cantor de la misericordia de Cristo y del gozo en el cielo ante el pecador a
quien el médico divino cura (Lc. 15).



Como a Médico compasivo Lucas le sigue paso a paso hasta el Calvario, para
poder consignar en su evangelio los últimos latidos de un corazón que desde
la cruz perdona-cura: Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen. Hoy
estarás conmiço en el paraíso (Lc. 23,34-43). Es la herencia de
misericordia-perdón que Cristo deja a los suyos antes de separarse
definitivamente de ellos (Lc. 24,47).



Con esta línea de salvación universal y de misericordía sin límites por
parte de Cristo frente a miserias de cuerpo y de alma, Lucas ha reflejado
también en su evangelio los más íntimos repliegues de su alma de
evangelista, médico frente al mundo enfermo y alejado de Dios. En el libro
de los Hechos de los Apóstoles, incontestablemente suyo según el testimonio
de las diversas iglesias primitivas, sigue acentuando esta línea confirmada
por la propia experiencia y el contacto directo con apóstoles y discípulos.
Escrito seguramente en Roma años antes del 70, y dedicado también a Teófilo,
mira en último término al mundo cristiano de la gentilidad y en torno a él
gira desde el principio. En su primera página repite el último mandato de
Cristo, el Salvador del mundo, a los apóstoles el día de la Ascensión:
Seréis mis testigos en Jerusalén, en Judea y en Samaria, y hasta el último
confín de la tierra (Act. 1,8).



Auras de salvación universal desde el día de Pentecostés. En él, junto a los
judíos y prosélitos, todo el mundo oriental, desde Frigia y Egipto hasta
Mesopotamia y Elam, se agrupa en torno a los apóstoles y recoge admirado de
labios de Pedro la profecía de Joel: Derramaré mi Espiritu sobre toda
carne... Todo el que invocare el nombre del Señor se salvará (Act. 2). A
golpes de misericordia, Lucas ve derrumbarse el antiguo muro de separación
entre Israel y las naciones, y hace suyas las palabras con que el propio
Pedro anuncia inminente la plena realización de la promesa divina a Abraham:
En tu descendencia serán bendecidas todas las familias de la tierra (Act.
3,25). Después de la evangelización de los samaritanos, Felipe abrirá paso a
la antigua promesa con la evangelización del eunuco de Etiopía y de todas
las ciudades costeras a lo largo del país filisteo y de la llanura de Sarón
(Act. 8).



Es el momento escogido por Lucas para volcarse como historiador del
universalismo cristiano. Biógrafo de Pablo, pero no su interesado
apologista, le presenta, desde el momento de su conversión-vocación al
apostolado, como vaso de elección para llevar hasta las naciones el nombre
de Dios (Act. 9,15), como heraldo de luz y libertad, de perdón de pecados y
fe santificadora (Act. 26,17-18), como testigo ante los hombres todos de
cuanto en sus comunicaciones con Jesús ha visto y oído (Act. 22,25).



A este Pablo, caballero andante del Evangelio, acompañó Lucas como misionero
auxiliar en activo de Palestina y Asia Menor a Grecia e Italia. El libro de
los Hechos ofrece algunos textos-clave de estas andanzas misionales del
evangelista con el apóstol (Act. 16,20-21.27,28). Y cuando Pablo recuerda a
su "colaborador" en el ministerio y evoca al "médico carísimo, compañero
único" en algunas horas amargas, hace pensar en un Lucas que como él sufre
hambre y sed, desnudeces y persecuciones, como él se preocupa por la suerte
de las diversas comunidades cristianas, como él muere al servicio del
Evangelio.



Su psicología de médico de los cuerpos ha ganado las alturas psicológicas
del divino Médico de los cuerpos y las almas: en sus escritos y en su vida
apostólica se ha esforzado por hacer suyo aquel lema de Cristo de que no son
los sanos quienes tienen necesidad del médico, sino los enfermos. Sin
excluir a los fieles de Israel, muestra sus preferencias por la conversión
de los pueblos gentiles: a ellos dedicó su evangelio y su libro de los
Hechos, y a ellos, como Pablo y los compañeros de Pablo y suyos, consagró su
vida y su muerte.



Gracias principalmente a él conocemos en parte la historia de la Iglesia en
sus primeros esfuerzos y en sus primeras realizaciones de expansión por
Oriente y Occidente. Pablo y los suyos entran con ello en la órbita
misionera de salvación universal trazada por Cristo y oficialmente
sancionada por Pedro con la admisión en la Iglesia del centurión Cornelio y
los gentiles. Lucas, una vez más evangelista de alma misionera, transmite el
hecho y la declaración oficial del Príncipe de los Apóstoles: A la verdad
entiendo ahora que no es Dios aceptador de personas, sino que en toda nación
le es acepto el que le teme y obra justicia. En marcha incontenible la
evangelización del mundo gentil, los apóstoles y fieles israelitas
glorificaron a Dios, porque también a los gentiles había concedido la
penitencia para alcanzar la vida (Act. 11).



Cuadro de misericordia, de perdón de pecados, de salvación universal. Lucas
es una de sus figuras en activo y el autor de su trazado. Artista de la
pluma, fue también, según una tradición antigua, artista del lienzo y del
pincel. A él se le atribuyen algunas imágenes de María que se conservan
principalmente en Bolonia y Roma. Ciertamente ofrece en su evangelio como
una galería de cuadros maestros de la Virgen: a su pluma se deben los
cuadros de la Anunciación y de la Visitación de María, del Nacimiento y de
la Circuncisión de Jesús en los brazos maternos, de la Purificación de la
Madre y de la Presentación del Hijo en el Templo, de Jesús entre los
doctores y en diálogo con María. Espíritu de artista mariano que Lucas
vuelca por última vez en aquella pincelada final del día de la Ascensión:
Los apóstoles perseveraron unánimemente en la oración juntamente con las
mujeres y con Maria, la Madre de Jesús, y con sus hermanos (Act. 1,19).
Junto a la imagen de Jesús, el Salvador y médico compasivo, la imagen de
Maria, la Madre de misericordia.

Fuente: Año Cristiano, FÉLIX ASENSIO, SI, Tomo III, Biblioteca de Autores
Cristianos, Madrid, 1966

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