martes, 17 de octubre de 2017

Más 2 de 143 Imprimir todo En una ventana nueva San Ignacio de Antioquía; doctor de la unidad, denominado Theophoros (portador de Dios) " Os escribo lleno de vida, pero con anhelos de morir".-Oremos juntos.-

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17 de octubre
San Ignacio de Antioquía,
 <https://es.zenit.org/articles/san-ignacio-de-antioquia-17-de-octubre-3/>
«Tercer obispo de Antioquía, doctor de la unidad, denominado Theophoros
(portador de Dios), murió mártir por amor a Cristo bajo las fauces de los
leones en el anfiteatro Flavio»

«Permitid que sirva de alimento a las bestias feroces para que por ellas
pueda alcanzar a Dios. Soy trigo de Cristo y quiero ser molido por los
dientes de las fieras para convertirme en pan sabroso a mi Señor Jesucristo.
Animad a las bestias para que sean mi sepulcro, para que no dejen nada de mi
cuerpo, para que cuando esté muerto, no sea gravoso a nadie […]. Si no
quieren atacarme, yo las obligaré. Os pido perdón. Sé lo que me conviene.
Ahora comienzo a ser discípulo. Que ninguna cosa visible o invisible me
impida llegar a Jesucristo […]. Poneos de mi lado y del lado de Dios. No
llevéis en vuestros labios el nombre de Jesucristo y deseos mundanos en el
corazón. Aún cuando yo mismo, ya entre vosotros os implorara vuestra ayuda,
no me escuchéis, sino creed lo que os digo por carta. Os escribo lleno de
vida, pero con anhelos de morir». Son palabras de la epístola que este
apasionado y valeroso atleta de Cristo, Padre Apostólico, discípulo de los
apóstoles san Juan y san Pablo, sospechando el glorioso fin que le
aguardaba, dirigió a los cristianos de Roma. Y ciertamente fue condenado por
el emperador Trajano a morir en el circo bajo las fauces de las fieras.
Los datos conocidos de su vida arrancan del momento en que los apóstoles
Pedro y Pablo lo designaron sucesor de Evodio (que dejó este mundo hacia el
año 69 d.C.) para ocupar como obispo la sede de Antioquia. Ésta era entonces
una ciudad populosa, de gran importancia dentro del Imperio Romano, mosaico
de creencias y vía de paso de gran atractivo para muchas personas. Los que
se fueron afincando, en su mayoría procedentes de diversos puntos, habían
dejado allí su impronta. Greco-paganos, judeocristianos helenistas, judíos
ortodoxos, entre otros, junto a la nutrida comunidad cristiana conformaban
el paisaje social de este núcleo gordiano «de las Iglesias de la
gentilidad», con el que tuvo que lidiar san Ignacio. Y no le resultó fácil,
como se percibe en sus ímprobos esfuerzos y llamamientos a la unidad.
Fue un pastor excepcional. Transmitió con fidelidad la doctrina heredada de
los primeros apóstoles y defendió bravamente la fe contra herejías como el
docetismo. En las siete epístolas que dirigió a las distintas Iglesias
(algunas redactadas mientras viajaba para ser martirizado), no dejó de
exhortar a los cristianos a dar la vida por Cristo, a ser fieles a las
enseñanzas recibidas, a mantenerse firmes frente a los que pretendían
socavarlas, así como a vivir la caridad y unidad entre todos. Cuando
supieron que había sido hecho prisionero y viajaba para ser ajusticiado,
como tantos mártires, iban saliéndole al encuentro (entre otros, san
Policarpo); él los bendecía con paternal ternura, orando por ellos y por la
Iglesia. Eusebio de Cesarea, al historiar ese momento, haciéndose eco del
discurrir de Ignacio, puso de manifiesto el ardor apostólico del santo que
no perdía ocasión para dar a conocer a Cristo. En las ciudades que atravesó
se ocupó de fortalecer a los fieles recordándoles el mensaje evangélico,
animándoles a vivir la santidad. Tras de sí dejaba la huella de la unidad
entre las Iglesias, después de haber alertado contra las herejías que
irrumpían con fuerza buscando la confusión y la ruptura con el magisterio
eclesial que de ellas se deriva.
Particularmente relevante fue su paso por Esmirna, sede de san Policarpo,
que había bebido las fuentes primigenias del cristianismo de manos de san
Juan. El edificante y rico legado de san Ignacio que amasó en ese lugar,
además de las bendiciones que su presencia proporcionó a los cristianos de
la ciudad, ha llegado a nuestros días. Se compone de una serie de cartas
dirigidas a sus hermanos de Éfeso, Magnesia, Trales y Roma, a través de las
cuales dejaba oír la poderosa voz de la fe que inundaba sus entrañas. A la
comunidad romana le había dicho: «Trigo soy de Dios, molido por los dientes
de las fieras, y convertido en pan puro de Cristo». No finalizó con estas
misivas su encendida catequesis. En Tróada, su siguiente escala, escribió a
la comunidad de Filadelfia, a la de Esmirna, y a Policarpo. En estos textos
vivos, pujantes de gozo –porque sabía que iba camino de su martirio y
ansiaba derramar su sangre por Cristo, ya que de este modo se abrazaría a Él
por toda la eternidad–, se percibe cuánto le urgía dejar bien sentadas las
bases de la comunión apostólica, recordando las claves del seguimiento,
coronadas siempre por la caridad.
La lucha, el esfuerzo, la entrega incesante, la fraternidad, el espíritu de
familia, el ir todos a una, y ponerse a merced unos de otros, siempre
mirando a quien presidía la comunidad, sin celos, rivalidades y envidias,
alumbraron a los fieles a quienes las dirigió y a las sucesivas
generaciones. El potente eco de su voz se abre paso en nuestras vidas y nos
insta a seguir el camino hasta el fin, recordándonos el valor de la gracia
que recibimos cuando nos afiliamos a la Iglesia: «¡Vuestro bautismo ha de
permanecer como vuestra armadura, la fe como un yelmo, la caridad como una
lanza, la paciencia como un arsenal de todas las armas!».
El 20 de diciembre del año 107, aunque este extremo no está confirmado,
compareció ante el prefecto. Fue un trámite fugaz, inútil, ya que todo
estaba decidido de antemano, y sin dilación fue conducido al anfiteatro
Flavio. Allí unos leones dieron fin a su vida. Las Actas de los mártires
reflejan este cruento sacrificio del gran prelado de Antioquia, cuyo
sobrenombre de «Theophoros» (portador de Dios) sintetiza el acontecer de ese
testigo de Cristo que derramó su sangre por Él. Había sido el primero en
denominar «católica» a la Iglesia, en utilizar la palabra «Eucaristía»
refiriéndose al Santísimo Sacramento, y en escribir sobre el parto virginal
de María. Ha dejado obras excepcionales mostrando que la doctrina eclesial
procede de Cristo por medio de los apóstoles. Sus restos fueron llevados a
Antioquia.
Dios todopoderoso y eterno,
tú has querido que el testimonio de
tus mártires glorificara a toda la Iglesia,
cuerpo de Cristo; concédenos que,
así como el martirio que ahora conmemoramos
fue para san Ignacio de Antioquía causa de gloria eterna,
nos merezca también a nosotros tu protección constante.

Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive
y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo
y es Dios por los siglos de los siglos.

Amén.
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