jueves, 20 de septiembre de 2018

San Bernardo: Conoció a Dios, porque lo amó.- Oremos juntos

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20 de agosto



Doctor de la Iglesia
Año 1153

Bernardo significa: "Batallador y valiente". (Bern=batallador;
Nard=valiente)
En orden cronológico, o sea en cuanto al tiempo, San Bernardo es el último
de los llamados Padres de la Iglesia. Pero en importancia es uno de los que
más han influido en el pensamiento católico en todo el mundo.
Nace en Borgoña, Francia (cerca de Suiza) en el año 1090. Sus padres
tuvieron siete hijos y a todos los formaron estrictamente haciéndoles
aprender el latín, la literatura y, muy bien aprendida, la religión.
La familia que se fue con Cristo
Esta familia ha sido un caso único en la historia. Cuando Bernardo se fue de
religioso, se llevó consigo a sus 4 hermanos varones, y un tío, dejando a su
hermana a que cuidará al papá (la mamá ya había muerto) y el hermanito menor
para que administrara las posesiones que tenían. Dicen que cuando llamaron
al menor para anunciarle que ellos se iban de religiosos, el muchacho les
respondió: "¡Ajá! ¿Conque ustedes se van a ganarse el cielo, y a mí me dejan
aquí únicamente en la tierra? Esto no lo puedo aceptar". Y un tiempo
después, también él se fue de religioso. Y más tarde llegaron además al
convento el papá y el esposo de la hermana (y ella también se fué de monja).
Casos como este son más únicos que raros.
La personalidad de Bernardo
Pocos individuos han tenido una personalidad tan impactante y atrayente,
como San Bernardo. El poseía todas las ventajas y cualidades que pueden
hacer amable y simpático a un joven. Inteligencia viva y brillante.
Temperamento bondadoso y alegre, se ganaba la simpatía de cuantos trataban
con él. Esto y su físico lleno de vigor y lozanía era ocasión de graves
peligros para su castidad y santidad. Por eso durante algún tiempo se enfrió
en su fervor y empezó a inclinarse hacia lo mundano y lo sensual. Pero todo
esto lo llenaba de desilusiones. Las amistades mundanas por más atractivas y
brillantes que fueran lo dejaban vacío y lleno de hastío. Después de cada
fiesta se sentía más y más desilusionado del mundo y de sus placeres.
A mal grave, remedio terrible
Como sus pasiones sexuales lo atacaban violentamente, una noche se revolcó
entre el hielo hasta quedar casi congelado. Y el tremendo remedio le trajo
mucha paz.
Una visión cambia su rumbo: una noche de Navidad, mientras celebraban las
ceremonias religiosas en el templo se quedó dormido y le pareció ver al Niño
Jesús en Belén en brazos de María, y que la Santa Madre le ofrecía al Niñito
Santo para que lo amara y lo hiciera amar mucho por los demás. Desde este
día ya no pensó sino en consagrarse a la religión y al apostolado.
Un hombre que arrastra con todo lo que encuentra
Bernardo se fue al convento de monjes benedictinos llamado Cister, y pidió
ser admitido. El superior, San Esteban, lo aceptó con gran alegría pues, en
aquel convento, hacía 15 años que no llegaban religiosos nuevos.
Bernardo volvió a su familia a contar la noticia y todos se opusieron. Los
amigos le decían que esto era desperdiciar una gran personalidad para irse a
sepultarse vivo en un convento. La familia no aceptaba de ninguna manera.
Pero aquí sí que apareció el poder tan sorprendente que este hombre tenía
para convencer a los demás e influir en ellos y ganarse su voluntad. Empezó
a hablar tan maravillosamente de las ventajas y cualidades que tiene la vida
religiosa, que logró llevarse al convento a sus cuatro hermanos mayores, a
su tío y casi a todos los jóvenes de los alrededores, y junto con 31
compañeros llegó al convento de los Cistercienses a pedir ser admitidos de
religiosos. Pero antes en su finca los había preparado a todos por varias
semanas, entrenándolos acerca del modo como debían comportarse para ser unos
fervorosos religiosos. En el año 1112, a la edad de 22 años, se fue de
religioso al convento.
El papá, el hermano Nirvardo, el cuñado y la hermana, ya irán llegando uno
por uno a pedir ser recibidos como religiosos.
Formidable poder de atracción. En toda la historia de la Iglesia es difícil
encontrar otro hombre que haya sido dotado por Dios de un poder de atracción
tan grande para llevar gentes a las comunidades religiosas, como el que
recibió Bernardo. Las muchachas tenían terror de que su novio hablara con el
santo, porque lo mas probable era que se iría de religioso. En las
universidades, en los pueblos, en los campos, los jóvenes al oírle hablar de
las excelencias y ventajas de la vida en un convento, se iban en numerosos
grupos a que él los instruyera y los formara como religiosos. Durante su
vida fundó más de 300 conventos para hombres, e hizo llegar a gran santidad
a muchos de sus discípulos. Lo llamaban "el cazador de almas y vocaciones".
Con su apostolado consiguió que 900 monjes hicieran profesión religiosa.
Fundador de Claraval. En el convento del Císter demostró tales cualidades de
líder y de santo, que a los 25 años (con sólo tres de religioso) fue enviado
como superior a fundar un nuevo convento. Escogió un sitio sumamente árido y
lleno de bosques donde sus monjes tuvieran que derramar el sudor de su
frente para poder cosechar algo, y le puso el nombre de Claraval, que
significa valle muy claro, ya que allí el sol ilumina fuerte todo el día.
Supo infundir del tal manera fervor y entusiasmo a sus religiosos de
Claraval, que habiendo comenzado con sólo 20 compañeros a los pocos años
tenía 130 religiosos; de este convento de Claraval salieron monjes a fundar
otros 63 conventos.
La oratoria de santo. Después de San Juan Crisóstomo y de San Agustín, es
difícil encontrar otro orador católico que haya obtenido tantos éxitos en su
predicación como San Bernardo. Lo llamaban "El Doctor boca de miel" (doctor
melífluo) porque sus palabras en la predicación eran una verdadera golosina
llena de sabrosura, para los que la escuchaban. Su inmenso amor a Dios y a
la Virgen Santísima y su deseo de salvar almas lo llevaban a estudiar por
horas y horas cada sermón que iba a pronunciar, y luego como sus palabras
iban precedidas de mucha oración y de grandes penitencias, el efecto era
fulminante en los oyentes. Escuchar a San Bernardo era ya sentir un impulso
fortísimo a volverse mejor.
Su amor a la Virgen Santísima.
Los que quieren progresar en su amor a la Madre de Dios, necesariamente
tienen que leer los escritos de San Bernardo, porque entre todos los
predicadores católicos quizás ninguno ha hablado con más cariño y emoción
acerca de la Virgen Santísima que este gran santo. Él fue quien compuso
aquellas últimas palabras de la Salve: "Oh clemente, oh piadosa, oh dulce
Virgen María". Y repetía la bella oración que dice: "Acuérdate oh Madre
Santa, que jamás se oyó decir, que alguno a Ti haya acudido, sin tu auxilio
recibir".
El pueblo vibraba de emoción cuando le oía clamar desde el púlpito con su
voz sonora e impresionante. "Si se levantan las tempestades de tus pasiones,
mira a la Estrella, invoca a María. Si la sensualidad de tus sentidos quiere
hundir la barca de tu espíritu, levanta los ojos de la fe, mira a la
Estrella, invoca a María. Si el recuerdo de tus muchos pecados quiere
lanzarte al abismo de la desesperación, lánzale una mirada a la Estrella del
cielo y rézale a la Madre de Dios. Siguiéndola, no te perderás en el camino.
Invocándola no te desesperarás. Y guiado por Ella llegarás seguramente al
Puerto Celestial". Sus bellísimos sermones son leídos hoy, después de varios
siglos, con verdadera satisfacción y gran provecho.
Viajero incansable. El más profundo deseo de San Bernardo era permanecer en
su convento dedicado a la oración y a la meditación. Pero el Sumo Pontífice,
los obispos, los pueblos y los gobernantes le pedían continuamente que fuera
a ayudarles, y él estaba siempre pronto a prestar su ayuda donde quiera que
pudiera ser útil. Con una salud sumamente débil (porque los primeros años de
religioso, por imprudente, se dedicó a hacer demasiadas penitencias y se le
daño la digestión) recorrió toda Europa poniendo la paz donde había guerras,
deteniendo fuertemente las herejías, corrigiendo errores, animando
desanimados y hasta reuniendo ejércitos para defender la santa religión
católica. Era el árbitro aceptado por todos.
Exclamaba: A veces no me dejan tiempo durante el día ni siquiera para
dedicarme a meditar. Pero estas gentes están tan necesitadas y sienten tanta
paz cuando se les habla, que es necesario atenderlas (ya en las noches
pararía luego sus horas dedicado a la oración y a la meditación).
De carbonero a Pontífice. Un hombre muy bien preparado le pidió que lo
recibiera en su monasterio de Claraval. Para probar su virtud lo dedicó las
primeras semanas a transportar carbón, y el otro lo hizo de muy buena
voluntad. Después llegó a ser un excelente monje, y más tarde fue nombrado
Sumo Pontífice: Eugenio III. El santo le escribió un famoso libro llamado
"De consideratione", en el cual propone una serie de consejos
importantísimos para que los que están en puestos elevados no vayan a
cometer el gravísimo error de dedicarse solamente a actividades exteriores
descuidando la oración y la meditación. Y llegó a decirle: "Malditas serán
dichas ocupaciones, si no dejan dedicar el debido tiempo a la oración y a la
meditación".
Despedida gozosa. Después de haber llegado a ser el hombre más famoso de
Europa en su tiempo y de haber conseguido varios milagros (como por ej.
Hacer hablar a un mudo, el cual confesó muchos pecados que tenía sin
perdonar) y después de haber llenado varios países de monasterios con
religiosos fervorosos, ante la petición de sus discípulos para que pidiera a
Dios la gracia de seguir viviendo otros años más, exclamaba: "Mi gran deseo
es ir a ver a Dios y a estar junto a Él. Pero el amor hacia mis discípulos
me mueve a querer seguir ayudándolos. Que el Señor Dios haga lo que a Él
mejor le parezca". Y a Dios le pareció que ya había sufrido y trabajado
bastante y que se merecía el descanso eterno y el premio preparado para los
discípulos fieles, y se lo llevó a sus eternidad feliz el 20 de agosto del
año 1153. Solamente tenía 63 años pero había trabajado como si tuviera más
de cien. El sumo pontífice lo declaró Doctor de la Iglesia.


San Bernardo: gran predicador, enamorado de Cristo y de la Madre Santísima:
pídele al buen Dios que nos conceda a nosotros un amor a Dios y al prójimo,
semejante al que te concedió a ti. Quiera Dios que así sea.
NO ERES MÁS SANTO PORQUE NO ERES MÁS DEVOTO DE MARÍA.
(San Bernardo)

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