martes, 12 de junio de 2018

San Bernabé, apóstol: «Separad a Pablo y Bernabé, dijo, para una tarea que les tengo asignada». Oremos juntos.

San Bernabé, apóstol
Memoria de san Bernabé, apóstol, varón bueno, lleno de Espíritu Santo y de
fe, que formó parte de los primeros creyentes en Jerusalén, predicó el
Evangelio en Antioquía e introdujo entre los hermanos a Saulo de Tarso,
recién convertido. Con él realizó un primer viaje por Asia para anunciar la
Palabra de Dios, participó luego en el Concilio de Jerusalén y terminó sus
días en la isla de Chipre, su patria, sin cesar de difundir el Evangelio.
A pesar de que san Bernabé no fue uno de los doce elegidos por Nuestro Señor
Jesucristo, es considerado Apóstol por los primeros padres de la Iglesia y
aun por san Lucas, a causa de la misión especial que le confió el Espíritu
Santo y la parte tan activa que le correspondió en la tarea apostólica.
Bernabé era un judío de la tribu de Leví, pero había nacido en Chipre; su
nombre original era el de José, pero los Apóstoles lo cambiaron por el de
Bernabé, apelativo éste que, según San Lucas, significa «hombre de
exhortación» (o también "de  consolación", aunque se trata de una
«etimología popular», no exacta lingüísticamente). La primera vez que se le
menciona en las Sagradas Escrituras es en el Hechos de los Apóstoles cap. 4,
donde se asienta que los primeros convertidos vivían en comunidad en
Jerusalén, y que todos los que eran propietarios de tierras o casas las
vendían y entregaban el producto de las ventas a los Apóstoles para su
distribución. En esa ocasión se menciona la venta de las propiedades de
Bernabé. Cuando san Pablo regresó a Jerusalén, tres años después de su
conversión, los fieles sospechaban de él y le evitaban; fue entonces cuando
Bernabé «le tomó por la mano» (Hech 9,27) y abogó por él ante los demás
Apóstoles. Algún tiempo después, varios discípulos habían predicado con
éxito el Evangelio en Antioquía, y se pensó que era conveniente enviar a
alguno de los miembros de la Iglesia de Jerusalén para instruir y guiar a
los neófitos. El elegido fue san Bernabé, «un buen hombre, lleno de fe y del
Espíritu Santo» (Hech 11,24). A su llegada, se regocijó en extremo al
comprobar los progresos del Evangelio y, con sus prédicas, hizo
considerables adiciones al número de convertidos. Cuando tuvo necesidad de
un auxiliar diestro y leal, se fue a Tarso donde obtuvo la cooperación de
san Pablo, quien le acompañó de regreso a Antioquía y pasó ahí un año
entero. Los dos predicadores obtuvieron un éxito extraordinario; Antioquía
se convirtió en el gran centro de evangelización y fue ahí donde, por
primera vez, se dio el nombre de Cristianos a los fieles seguidores de la
doctrina de Cristo (Hech 11,26).
Un poco más tarde, la floreciente iglesia de Antioquía recolectó fondos para
la ayuda a los hermanos pobres de Judea, durante una época de hambre. Aquel
dinero fue enviado a los jefes de la iglesia de Jerusalén por conducto de
Pablo y Bernabé, quienes cumplieron con su cometido y regresaron a Antioquia
acompañados por Juan Marcos. Por aquel entonces, la ciudad estaba bien
provista de sabios maestros y profetas, entre los que descollaban Simón,
llamado el Negro, Lucio de Cirene y Manahen, el hermano de leche de Herodes.
Cierta vez (Hechos 13) en que estos maestros y profetas estaban adorando a
Dios, el Espíritu Santo habló por boca de algunos de los profetas: «Separad
a Pablo y Bernabé, dijo, para una tarea que les tengo asignada». De acuerdo
con esas instrucciones y, tras un período de ayuno y oración, Pablo y
Bernabé recibieron su misión por la imposición de manos y partieron a
cumplirla, acompañados por Juan Marcos. Primero se trasladaron a Seleucia y
después a Salamina, en Chipre. Luego de predicar la doctrina de Cristo en
las sinagogas, viajaron hacia la localidad de Pafos, en Chipre, donde
convirtieron al procónsul romano Sergio Paulo, de quien Saulo tomó el nombre
para ir a predicar con un apelativo latino entre los gentiles. De nuevo se
embarcaron en Pafos para navegar hasta Perga en Panfilia, donde Juan Marcos
los abandonó para regresar solo a Jerusalén. Pablo y Bernabé prosiguieron la
marcha hacia el norte, hasta Antioquía de Pisidia; ahí se dirigieron
principalmente a los judíos, pero al encontrarse con una abierta hostilidad
por su parte, declararon que, de ahí en adelante, predicarían el Evangelio a
los gentiles.
En Iconium, la capital de Licaonia, estuvieron (ver Hechos 14) a punto de
morir apedreados por la multitud, azuzada contra ellos por los regidores de
la ciudad. Al refugiarse en Listra, San Pablo curó milagrosamente a un
paralítico y, en consecuencia, los habitantes paganos proclamaron que los
dioses los habían visitado. Todos aclamarón a san Pablo como a Hermes o
Mercurio, porque era el que hablaba y, a san Bernabé, tal vez por su aspecto
noble y majestuoso, lo tomaron por Zeus o Júpiter, padre de todos los
dioses. A duras penas consiguieron los dos santos evitar que la población
ofreciese sacrificios en su honor y, entonces, con la proverbial veleidad de
la multitudes, los ciudadanos de Listra pasaron al otro extremo y comenzaron
a lanzar piedras contra san Pablo, al que dejaron maltrecho. Tras una breve
estancia en Derbe, donde convirtieron a muchos, los dos Apóstoles
retrocedieron para pasar por todas las ciudades que habían visitado
previamente, a fin de confirmar a los convertidos y ordenar presbíteros.
Después de completar así su primera jornada de misiones, regresaron a
Antioquía de Siria, muy satisfechos con los resultados de sus esfuerzos.
Poco después, surgió una disputa en la Iglesia de Antioquía, en relación con
el cumplimiento de los ritos judíos: algunos de los judíos cristianos,
contrarios a las opiniones de Pablo y Bernabé, sostenían que los paganos que
entrasen a la Iglesia no sólo deberían ser bautizados, sino también
circuncidados. Como consecuencia de aquella desavenencia, se convocó al
Concilio de Jerusalén y, ante la asamblea, san Pablo y san Bernabé hicieron
un relato detallado sobre sus labores entre los gentiles y obtuvieron la
aprobación de su misión, el Concilio declaró terminantemente que los
gentiles convertidos estaban exentos del deber de la circuncisión. Sin
embargo, persistió la división entre judíos y gentiles convertidos, hasta el
grado de que san Pedro, durante una visita a Antioquía, se abstuvo de comer
con los gentiles, por deferencia a la susceptibilidad de los judíos, ejemplo
que imitó san Bernabé. San Pablo reconvino a uno y a otro y expuso
claramente sus postulados sobre la universalidad de la doctrina cristiana.
No tardó en surgir otra diferencia entre él y san Bernabé, en vísperas de su
partida a un recorrido por las iglesias que habían fundado, porque quería
llevar consigo a Juan Marcos y san Pablo se negaba, en vista de que el joven
había desertado ya una vez. La discusión entre los dos Apóstoles llegó a tal
punto, que ambos decidieron separarse: san Pablo emprendió su proyectada
gira en compañía de Silas, mientras que san Bernabé partió hacia Chipre con
Juan Marcos. De ahí en adelante, los Hechos no vuelven a mencionarlo. Parece
evidente, por las alusiones que se hacen a Bernabé en la Epístola I a los
Corintios (9,5 y 6), que aún vivía y trabajaba en los años 56 ó 57 P.C.;
pero la posterior invitación de san Pablo a Juan Marcos para que se uniese a
él, cuando estaba preso en Roma, hace pensar en que, alrededor del año 60 ó
61, san Bernabé ya había muerto. Se dice que fue apedreado hasta morir, en
Salamina. Otra tradición nos lo presenta como predicador en Alejandría y en
Roma y además como el primer obispo de Milán. Tertuliano afirma que fue él
quien escribió la Epístola a los Hebreos, mientras que otros escritores
creen que fue él quien escribió en Alejandría la obra conocida como Epístola
de Bernabé, que sin embargo es apócrifa. En realidad, no se sabe sobre él
nada más que lo que dice el Nuevo Testamento.
Los bolandistas, en Acta Sanctorum, junio, vol. II, reunieron todas las
referencias sobre san Bernabé que se pudieron obtener a principios del siglo
dieciocho. Desde entonces, es poco lo que se ha agregado, excepción hecha
del conocimiento más profundo que ahora se tiene sobre la antigua literatura
apócrifa. El texto ahí incluido, o sea la llamada Acta de Bernabé, fue
editado con comentarios críticos y adaptado de mejores manuscritos, por Max
Bonnet (1903), como una continuación del Acta Apostolorum Apocrypha, de R.
H. Lipsius. Este documento pretende haber sido escrito por Juan Marcos, pero
en realidad es una obra que data de fines del siglo quinto. Se trata de un
relato sobre los hechos de san Bernabé, que describe su martirio en Chipre y
los milagros obrados posteriormente en su tumba. Un documento apócrifo mucho
más antiguo es la llamada «Epístola de San Bernabé», que data de la primera
mitad del siglo segundo, probablemente del año 135 P.C. Durante mucho
tiempo, nadie dudó de que se trataba efectivamente de una obra de San
Bernabé y, algunos de los primeros Padres llegaron a incluirla en los
cánones de las Sagradas Escrituras. Los que la rechazaron, llamándola
"espuria", sólo trataban de dar a entender que no la recibían como la
palabra inspirada por el Espíritu Santo. Ni ellos mismos dudaban de que san
Bernabé la hubiese escrito. En la actualidad, sin embargo, se reconoce, por
lo general, que no puede estar relacionada con él y que tal vez fue hecha
por algún judío convertido de Alejandría. No hay pruebas concretas que
confirmen la creencia de que san Bernabé fue el primer obispo de Milán.
Véase a Duchesne en Mélanges (1892), pp. 41-71 y también a Savio, Gli
antichi vescovi d'Italia (Milán, vol. I) . Este último da buenas razones
para afirmar que las pretensiones de Milán al decir que san Bernabé fue su
primer obispo, se originaron en una invención de Landulfo, durante el siglo
once. También hay una obra, que durante algún tiempo circulaba ampliamente
entre los mahometanos, bajo el título de Evangelio de Bernabé; sobre este
particular, véase a W. Axon, en Journal of Theological Studies, abril, 1902,
pp. 441-451. Nuevo Comentario Bíblico «San Jerónimo», vol. 3, o en cualquier
comentario actualizado a Hechos de los Apóstoles, que en general presentan
al personaje al llegar a l primera mención del capítulo 4. A la presente
noticia del Butler-Guinea le he hecho muy ligeras modificaciones, de estilo
y presentación fundamentalmente.

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