viernes, 1 de junio de 2018

La Visitación de Maria a su parienta Isabel: En aquellos días, se levantó María y se fue con prontitud a la región montañosa.- Oremos juntos

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31 de mayo



La Visitación de Maria a su parienta Isabel
Texto del Evangelio (Lc 1,39-56): En aquellos días, se levantó María y se
fue con prontitud a la región montañosa, a una ciudad de Judá; entró en casa
de Zacarías y saludó a Isabel. Y sucedió que, en cuanto oyó Isabel el saludo
de María, saltó de gozo el niño en su seno, e Isabel quedó llena del
Espíritu Santo; y exclamando con gran voz, dijo: «Bendita tú entre las
mujeres y bendito el fruto de tu seno; y ¿de dónde a mí que la madre de mi
Señor venga a mí? Porque, apenas llegó a mis oídos la voz de tu saludo,
saltó de gozo el niño en mi seno. ¡Feliz la que ha creído que se cumplirían
las cosas que le fueron dichas de parte del Señor!».

Y dijo María: «Engrandece mi alma al Señor y mi espíritu se alegra en Dios
mi salvador porque ha puesto los ojos en la humildad de su esclava, por eso
desde ahora todas las generaciones me llamarán bienaventurada, porque ha
hecho en mi favor maravillas el Poderoso, Santo es su nombre y su
misericordia alcanza de generación en generación a los que le temen.
Desplegó la fuerza de su brazo, dispersó a los que son soberbios en su
propio corazón. Derribó a los potentados de sus tronos y exaltó a los
humildes. A los hambrientos colmó de bienes y despidió a los ricos sin nada.
Acogió a Israel, su siervo, acordándose de la misericordia -como había
anunciado a nuestros padres- en favor de Abraham y de su linaje por los
siglos». María permaneció con ella unos tres meses, y se volvió a su casa.


Conclusión del mes mariano.-En el Hemisferio Norte se celebra en mayo el Mes
de Maria: mes de las flores. En el Sur se lo hace en noviembre

Queridos hermanos y hermanas:

Con alegría me uno a vosotros en oración a los pies de la Virgen santísima,
que hoy contemplamos en la fiesta de la Visitación... Como conclusión del
mes de mayo, queremos unir nuestra voz a la voz de María, en su mismo
cántico de alabanza; con ella queremos alabar al Señor por las maravillas
que sigue obrando en la vida de la Iglesia y de cada uno de nosotros. En
particular, ha sido y sigue siendo para todos motivo de gran alegría y
gratitud haber comenzado este mes mariano con la memorable beatificación de
Juan Pablo II. ¡Qué gran don de gracia ha sido, para toda la Iglesia, la
vida de este gran Papa! Su testimonio sigue iluminando nuestra vida y nos
impulsa a ser discípulos auténticos del Señor, a seguirlo con la valentía de
la fe y a amarlo con el mismo entusiasmo con que él entregó al Señor la
propia vida.

Al meditar hoy la Visitación de María, reflexionamos precisamente sobre esta
valentía de la fe. Aquella a quien acoge Isabel en su casa es la Virgen que
«creyó» al anuncio del ángel y respondió con fe aceptando con valentía el
proyecto de Dios para su vida y acogiendo de esta forma en sí misma la
Palabra eterna del Altísimo. Como puso de relieve mi beato predecesor en la
encíclica Redemptoris Mater, María pronunció su fiat por medio de la fe, «se
confió a Dios sin reservas y "se consagró totalmente a sí misma, cual
esclava del Señor, a la persona y a la obra de su Hijo"» (n. 13; cf. Lumen
gentium, 56). Por ello Isabel, al saludarla, exclama: «Bienaventurada la que
ha creído, porque lo que le ha dicho el Señor se cumplirá» (Lc 1, 45). María
creyó verdaderamente que «para Dios nada hay imposible» (v. 37) y, firme en
esta confianza, se dejó guiar por el Espíritu Santo en la obediencia diaria
a sus designios. ¿Cómo no desear para nuestra vida el mismo abandono
confiado? ¿Cómo podríamos renunciar a esta bienaventuranza que nace de una
relación tan íntima y profunda con Jesús? Por ello, dirigiéndonos hoy a la
«llena de gracia», le pedimos que obtenga también para nosotros, de la
divina Providencia, poder pronunciar cada día nuestro «sí» a los planes de
Dios con la misma fe humilde y pura con la cual ella pronunció su «sí». Ella
que, acogiendo en sí la Palabra de Dios, se abandonó a él sin reservas, nos
guíe a una respuesta cada vez más generosa e incondicional a sus proyectos,
incluso cuando en ellos estamos llamados a abrazar la cruz.

... Mientras invocamos del Resucitado el don de su Espíritu, encomendamos a
la Iglesia y al mundo entero a la intercesión maternal de la Virgen. María
santísima, que en el Cenáculo invocó con los Apóstoles el Consolador,
obtenga para cada bautizado la gracia de una vida iluminada por el misterio
del Dios crucificado y resucitado, el don de saber acoger cada vez más en la
propia vida el señorío de Aquel que con su resurrección ha vencido a la
muerte. Queridos amigos, sobre cada uno de vosotros, sobre vuestros seres
queridos, en particular sobre cuantos sufren, imparto de corazón la
bendición apostólica.

Benedicto XVI.- - Gruta de Lourdes en los Jardines vaticanos
Martes 31 de mayo de 2011

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