viernes, 20 de julio de 2018

Santa María Goretti: la contemplación del crucifijo, fue para María una fuente donde se nutría de un intenso amor a Dios y de un profundo horror por el pecado.- Oremos juntos.-

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6 de julio

Santa María Goretti,


virgen y mártir


María nació el 16 de octubre de 1890, en Corinaldo, provincia de Ancona,
Italia. Hija de Luigi Goretti y Assunta Carlini, tercera de siete hijos de
una familia pobre de bienes terrenales pero rica en fe y virtudes,
cultivadas por medio de la oración en común, rosario todos los días y los
domingos Misa y sagrada Comunión. Al día siguiente de su nacimiento fue
bautizada y consagrada a la Virgen. A los seis años recibirá el sacramento
de la Confirmación.

Después del nacimiento de su cuarto hijo, Luigi Goretti, por la dura crisis
económica por la que atravesaba, decidió emigrar con su familia a las
grandes llanuras de los campos romanos, todavía insalubres en aquella época.
Se instaló en Ferriere di Conca, poniéndose al servicio del conde Mazzoleni,
es aquí donde María muestra claramente una inteligencia y una madurez
precoces, donde no existía ninguna pizca de capricho, ni de desobediencia,
ni de mentira. Es realmente el ángel de la familia.

Tras un año de trabajo agotador, Luigi contrajo una enfermedad fulminante,
el paludismo, que lo llevó a la muerte después de padecer diez días. Como
consecuencia de la muerte de Luigi, que Assunta tuvo trabajar dejando la
casa a cargo de los hermanos mayores. María lloraba a menudo la muerte de su
padre, y aprovecha cualquier ocasión para arrodillarse delante de su tumba,
para elevar a Dios sus plegarias para que su padre goce de la gloria divina.

Junto a la labor de cuidar de sus hermanos menores, María seguía rezando y
asistiendo a sus cursos de catecismo. Posteriormente, su madre contará que
el rosario le resultaba necesario y, de hecho, lo llevaba siempre enrollado
alrededor de la muñeca. Así como la contemplación del crucifijo, fue para
María una fuente donde se nutría de un intenso amor a Dios y de un profundo
horror por el pecado.   María desde muy chica anhelaba recibir la Sagrada
Eucaristía. Según era costumbre en la época, debía esperar hasta los once
años, pero un día le preguntó a su madre: -Mamá, ¿cuándo tomaré la
Comunión?. Quiero a Jesús. -¿Cómo vas a tomarla, si no te sabes el
catecismo? Además, no sabes leer, no tenemos dinero para comprarte el
vestido, los zapatos y el velo, y no tenemos ni un momento libre. -¡Pues
nunca podré tomar la Comunión, mamá! ¡Y yo no puedo estar sin Jesús! -Y,
¿qué quieres que haga? No puedo dejar que vayas a comulgar como una pequeña
ignorante.

Ante estas condiciones, María se comenzó a preparar con la ayuda de una
persona del lugar, y todo el pueblo la ayuda proporcionándole ropa de
comunión. De esta manera, recibió la Eucaristía el 29 de mayo de 1902.   La
comunión constante acrecienta en ella el amor por la pureza y la anima a
tomar la resolución de conservar esa angélica virtud a toda costa. Un día,
tras haber oído un intercambio de frases deshonestas entre un muchacho y una
de sus compañeras, le dice con indignación a su madre: -Mamá, iqué mal habla
esa niña! -Procura no tomar parte nunca en esas conversaciones. -No quiero
ni pensarlo, mamá; antes que hacerlo, preferiría...Y la palabra morir queda
entre sus labios. Un mes después, sucedería lo que ella sentenció.

Al entrar al servicio del conde Mazzoleni, Luigi Goretti se había asociado
con Giovanni Serenelli y su hijo Alessandro. Las dos familias viven en
apartamentos separados, pero la cocina es común. Luigi se arrepintió
enseguida de aquella unión con Giovanni Serenelli, persona muy diferente de
los suyos, bebedor y carente de discreción en sus palabras.

Después de la muerte de Luigi, Assunta y sus hijos habían caído bajo el yugo
despótico de los Serenelli, María, que ha comprendido la situación, se
esfuerza por apoyar a su madre: -Ánimo, mamá, no tengas miedo, que ya nos
hacemos mayores. Basta con que el Señor nos conceda salud. La Providencia
nos ayudará. ¡Lucharemos y seguiremos luchando!   Desde la muerte de su
marido, Assunta siempre estuvó en el campo y ni siquiera tiene tiempo de
ocuparse de la casa, ni de la instrucción religiosa de los más pequeños.

María se encarga de todo, en la medida de lo posible. Durante las comidas,
no se sienta a la mesa hasta que no ha servido a todos, y para ella sirve
las sobras. Su obsequiosidad se extiende igualmente a los Serenelli. Por su
parte, Giovanni, cuya esposa había fallecido en el hospital psiquiátrico de
Ancona, no se preocupa para nada de su hijo Alessandro, joven robusto de
diecinueve años, grosero y vicioso, al que le gusta empapelar su habitación
con imágenes obscenas y leer libros indecentes.

En su lecho de muerte, Luigi Goretti había presentido el peligro que la
compañía de los Serenelli representaba para sus hijos, y había repetido sin
cesar a su esposa: -Assunta, regresa a Corinaldo! Por desgracia Assunta está
endeudada y comprometida por un contrato de arrendamiento.

Después de tener mayor contacto con la familia Goretti, Alessandro comenzó a
hacer proposiciones deshonestas a la inocente María, que en un principio no
comprende.   Más tarde, al adivinar las intenciones perversas del muchacho,
la joven está sobre aviso y rechaza la adulación y las amenazas. Suplica a
su madre que no la deje sola en casa, pero no se atreve a explicarle
claramente las causas de su pánico, pues Alessandro la ha amenazado: -Si le
cuentas algo a tu madre, te mato. Su único recurso es la oración.

La víspera de su muerte, María pide de nuevo llorando a su madre que no la
deje sola, pero, al no recibir más explicaciones, ésta lo considera un
capricho y no concede ninguna importancia a aquella reiterada súplica.   El
5 de julio, a unos cuarenta metros de la casa, están trillando las habas en
la tierra. Alessandro lleva un carro arrastrado por bueyes.

Lo hace girar una y otra vez sobre las habas extendidas en el suelo. Hacia
las tres de la tarde, en el momento en que María se encuentra sola en casa,
Alessandro dice:   -"Assunta, ¿quiere hacer el favor de llevar un momento
los bueyes por mí?" Sin sospechar nada, la mujer lo hace. María, sentada en
el umbral de la cocina, remienda una camisa que Alessandro le ha entregado
después de comer, mientras vigila a su hermanita Teresina, que duerme a su
lado.  -"¡María!, grita Alessandro. -¿Qué quieres? -Quiero que me sigas.
-¿Para qué? -¡sígueme!  -Si no me dices lo que quieres, no te sigo".   Ante
semejante resistencia, el muchacho la agarra violentamente del brazo y la
arrastra hasta la cocina, atrancando la puerta.

La niña grita, pero el ruido no llega hasta el exterior. Al no conseguir que
la víctima se someta, Alessandro la amordaza y esgrime un puñal. María se
pone a temblar pero no sucumbe. Furioso, el joven intenta con violencia
arrancarle la ropa, pero María se deshace de la mordaza y grita:  -No hagas
eso, que es pecado... Irás al infierno.  Poco cuidadoso del juicio de Dios,
el desgraciado levanta el arma:  -Si no te dejas, te mato.  Ante aquella
resistencia, la atraviesa a cuchilladas. La niña se pone a gritar:  -¡Dios
mío! ¡Mamá!, y cae al suelo.

Creyéndola muerta, el asesino tira el cuchillo y abre la puerta para huir,
pero, al oírla gemir de nuevo, vuelve sobre sus pasos, recoge el arma y la
traspasa otra vez de parte a parte; después, sube a encerrarse a su
habitación.   María recibió catorce heridas graves y quedó inconsciente. Al
recobrar el conocimiento, llama al señor Serenelli: -¡Giovanni! Alessandro
me ha matado... Venga. Casi al mismo tiempo, despertada por el ruido,
Teresina lanza un grito estridente, que su madre oye. Asustada, le dice a su
hijo Mariano: -Corre a buscar a María; dile que Teresina la llama.

En aquel momento, Giovanni Serenelli sube las escaleras y, al ver el
horrible espectáculo que se presenta ante sus ojos, exclama: -¡Assunta, y tú
también, Mario, venid! . Mario Cimarelli, un jornalero de la granja, trepa
por la escalera a toda prisa.

La madre llega también: -¡Mamá!, gime María. -¡Es Alessandro, que quería
hacerme daño! Llaman al médico ya los guardias, que llegan a tiempo para
impedir que los vecinos, muy excitados, den muerte a Alessandro en el acto.

Al llegar al hospital, los médicos se sorprendieron de que la niña todavía
no haya sucumbido a sus heridas, pues ha sido alcanzado el pericardio, el
corazón, el pulmón izquierdo, el diafragma y el intestino. Al diagnosticar
que no tiene cura, llamaron al capellán. María se confiesa con toda
claridad. Luego, durante dos horas, los médicos la cuidaron sin dormirla.

María no se lamenta, y no deja de rezar y de ofrecer sus sufrimientos a la
santísima Virgen, Madre de los Dolores. Su madre consiguió que le permitan
permanecer a la cabecera de la cama. María aún tiene fuerzas para
consolarla: -Mamá, querida mamá, ahora estoy bien... ¿Cómo están mis
hermanos y hermanas?   En un momento, María le dice a su mamá: -Mamá, dame
una gota de agua. -Mi pobre María, el médico no quiere, porque sería peor
para ti. Extrañada, María sigue diciendo:   -¿Cómo es posible que no pueda
beber ni una gota de agua? Luego, dirige la mirada sobre Jesús crucificado,
que también había dicho ¡Tengo sed!, y entendió.

El sacerdote también está a su lado, asistiéndola paternalmente. En el
momento de darle la Sagrada Comunión, le preguntó: -María, ¿perdonas de todo
corazón a tu asesino? Ella le respondió: -Sí, lo perdono por el amor de
Jesús, y quiero que él también venga conmigo al paraíso. Quiero que esté a
mi lado... Que Dios lo perdone, porque yo ya lo he perdonado.

 Pasando por momentos análogos por los que pasó el Señor Jesús en la Cruz,
María recibió la Eucaristía y la Extremaunción, serena, tranquila, humilde
en el heroísmo de su victoria. Después de breves momentos, se le escucha
decir: "Papá". Finalmente, María entra en la gloria inmensa de la Comunión
con Dios Amor. Es el día 6 de julio de 1902, a las tres de la tarde.

En el juicio, Alessandro, aconsejado por su abogado, confesó: -"Me gustaba.
La provoqué dos veces al mal, pero no pude conseguir nada. Despechado,
preparé el puñal que debía utilizar". Por ello, fue condenado a 30 años de
trabajos forzados. Aparentaba no sentir ningún remordimiento del crimen
tanto así que a veces se le escuchaba gritar:   -"¡Anímate, Serenelli,
dentro de veintinueve años y seis meses serás un burgués!".

Sin embargo, unos años más tarde, Mons. Blandini, Obispo de la diócesis
donde está la prisión, decide visitar al asesino para encaminarlo al
arrepentimiento. -"Está perdiendo el tiempo, monseñor -afirma el carcelero-,
¡es un duro!"   Alessandro recibió al obispo refunfuñando, pero ante el
recuerdo de María, de su heroico perdón, de la bondad y de la misericordia
infinitas de Dios, se deja alcanzar por la gracia. Después de salir el
Prelado, llora en la soledad de la celda, ante la estupefacción de los
carceleros.   Después de tener un sueño donde se le apareció María, vestida
de blanco en los jardines del paraíso, Alessandro, muy cuestionado, escribió
a Mons. Blandino: "Lamento sobre todo el crimen que cometí porque soy
consciente de haberle quitado la vida a una pobre niña inocente que, hasta
el último momento, quiso salvar su honor, sacrificándose antes que ceder a
mi criminal voluntad. Pido perdón a Dios públicamente, y a la pobre familia,
por el enorme crimen que cometí. Confío obtener también yo el perdón, como
tantos otros en la tierra". Su sincero arrepentimiento y su buena conducta
en el penal le devuelven la libertad cuatro años antes de la expiración de
la pena. Después, ocupará el puesto de hortelano en un convento de
capuchinos, mostrando una conducta ejemplar, y será admitido en la orden
tercera de san Francisco.

Gracias a su buena disposición, Alessandro fue llamado como testigo en el
proceso de beatificación de María. Resultó algo muy delicado y penoso para
él, pero confesó: "Debo reparación, y debo hacer todo lo que esté en mi mano
para su glorificación. Toda la culpa es mía. Me dejé llevar por la brutal
pasión. Ella es una santa, una verdadera mártir. Es una de las primeras en
el paraíso, después de lo que tuvo que sufrir por mi causa".   En la Navidad
de 1937, Alessandro se dirigió a Corinaldo, lugar donde Assunta Goretti se
había retirado con sus hijos.

Lo hace simplemente para hacer reparación y pedir perdón a la madre de su
víctima. Nada más llegar ante ella, le pregunta llorando. -"Assunta, ¿puede
perdonarme? -Si María te perdonó -balbucea-, ¿cómo no voy a perdonarte yo?"
El mismo día de Navidad, los habitantes de Corinaldo se ven sorprendidos y
emocionados al ver aproximarse a la mesa de la Eucaristía, uno junto a otro,
a Alessandro y Assunta.

Oremos
Señor Dios, que eres fuerza de las almas inocentes y te complaces en los
corazones limpios, tú que otorgaste a Santa María Goretti la palma del
martirio en la edad juvenil, concédenos, por su intercesión, la constancia
en tus mandamientos, así como a esta virgen le diste la victoria en el
combate. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo.

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