sábado, 21 de abril de 2018

15/03/2018 - Aniversario del fallecimiento del BEATO DON A. ZATTI

Martin Dumrauf padremartin_o@hotmail.com

15 mar.
para
¡ GRACIAS, FRANCO BURELLI !


 15/03/2018 - Es el aniversario del fallecimiento del BEATO don ZATTI 



El 15 de marzo, es el aniversario de la muerte de Artémides Joaquín Desiderio María Zatti…
Es mi querido, recordado y venerado Beato don Zatti.

Cuando murió en 1951, había cumplido cincuenta años, trabajando en el hospital de Viedma, que ahora lleva su nombre.
En Viedma todos lo llaman con respeto: Don Zatti, ya que el nombre Artémides resulta impronunciable para los pobres paisanos de la capital rionegrina.
Había sido él quien llevara adelante el único hospital de la ciudad y, aunque un médico diplomado ostentaba el título de director, es don Zatti el que recibe e interna a los nuevos enfermos; el q   ue administra y se encarga de la farmacia y el que atiende personalmente los casos más delicados.

Artémides Zatti vino de Italia con su familia a los dieciséis años, en busca del porvenir mejor que América prometía a los inmigrantes.
En Bahía Blanca trabajó como obrero en una fábrica de baldosas y es allí donde la vida de los salesianos lo sedujo y quiso él ser uno de ellos.
En el seminario salesiano de Bernal (Bs. As.) se contagió la tuberculosis, atendiendo a un joven sacerdote moribundo, por lo que es enviado a Viedma, (Río Negro) donde las medicinas del “padre dotor” Evasio Garrone  y una promesa hecha a la Virgen de dedicarse a los enfermos, dieron el resultado de su recuperación y a él le tocará, entonces, llevar a la práctica, de manera ejemplar, aquel consejo de Don Bosco a sus primeros misioneros enviados a la Argentina: “Cuiden especialmente a los enfermos, a los niños, a los ancianos y a los pobres y se ganarán la bendición de Dios y la simpatía de la gente”.
Especial delicadeza solía tener para  con los pobres y los presos; pero qué lío se le armó cuando uno de estos desaparece en la oscuridad de la noche. Alguien acusa a Zatti de complicidad y la policía logra ponerse a toda la población en contra, llevando detenido al “pariente de todos los pobres”; pero al final, la cosa termina bien y los tres días tras las rejas le sirven a Zatti de merecidas vacaciones.
Habitualmente el intenso trabajo no le da respiro.
A las cinco de la mañana ya está levantado rezando.
Más tarde continuará las oraciones con los salesianos de su comunidad y, enseguida, va ver a los enfermos en el hospital.
“¿Respiran todos?” pregunta sonriente mientras empieza a repartir las medicinas del día.
Después de un café con leche tomado a la rápida, comienza la vuelta en bicicleta por toda la ciudad.
Los únicos descansos de la jornada serán las comidas y un rato en la cancha de bochas, junto a los pacientes.
Todos saben en Viedma que si Zatti sale de delantal blanco, va a atender enfermos; pero que si se pone el sombrero, va en busca de plata. “
¿No querría prestarle al Señor cinco mil pesos?” – pregunta en casa de quien puede dar algo por los demás.
A las hermanitas que atienden la ropería les pide sonriente:
“Necesito abrigo para un Jesús de diez años”.
 Todo resulta poco para atender tantas necesidades. Pero cuando visita a algún enfermo en apuros, deja disimuladamente unos billetes dobladitos junto a las medicinas.
“El dinero sirve para hacer el bien, o no sirve para nada”, dice convencido.
Cuando va al banco a pedir un crédito, pone en la declaración de bienes a sus enfermos:
“¿O acaso cada ser humano no vale más que mil ovejas”?
Si alguien le reprocha que gasta demasiado en remedios, responde:
“La Providencia es rica”.
A la tarde le toca el turno a las chacras de las afueras y, por la noche, mientras los enfermos cenan, Zatti prepara recetas en la farmacia. (Con muy buenas calificaciones ha conseguido el título habilitante en la Universidad de la Plata).
Después de las oraciones, cuando ya todos duermen, todavía encuentra fuerzas para estudiar algo de medicina.
En su hospital hay lugar para todo el mundo y, si no hay, se fabrica. La cama de Zatti también está disponible. Allí van generalmente los contagiosos o los que impresionan por su gravedad.
Él está acostumbrado a dormir en el suelo.
En cuanto a la tarifa, el reglamento es sencillo: “El que tiene poco, paga poco; el que no tiene nada, no paga nada”. Y este último tipo de clientes es el más abundante.
Una mujer muda y deficiente mental y un muchacho macrocéfalo residen como habitantes permanentes del hospital durante muchos años.
“A usted, Don Zatti, le toca siempre lo peor” – le dice un médico.
“Para mí es lo mejor” – responde él.


Y cuando le ofrecen un traslado para los casos sin solución, se niega aceptarlo: “Porque ellos son los que atraen la bendición de Dios sobre nuestro hospital”.
Las madres le piden la bendición para sus hijos.
Los políticos desean tener su fama y su prestigio.
Pero él no busca votos, ni honores.
“¡Por Dios, Don Zatti!” – exclama una señora quejándose del dolor que le provoca una curación y él responde tranquilo: “Si, señora, todo lo hago por Dios”.
Otro día le gritan por la calle, al paso veloz de su bicicleta destartalada: “A usted habría que levantarle un monumento”. Y, enseguida, la respuesta oportuna: “Sí, pero que sea pronto; un monumento de algodón, gasas, vendas y frascos de agua oxigenada”.
“Saludos a su señora, Don Zatti” – le dice amablemente un paisano  que todavía no lo conoce bien. Él sonríe. Porque, aunque no es cura, tampoco está casado; es salesiano coadjutor, vive en comunidad con los sacerdotes y trabaja a la par de ellos para hacer el bien a todos; ha hecho sus mismos votos para dedicar la vida a los enfermos y a los pobres.
Zatti carga cada día la cruz del sufrimiento propio y del ajeno y, así como llora al sentirse impotente al dolor de sus enfermos incurables, sufre sin quejarse por el cansancio acumulado o por la plata que nunca alcanza.
Pero el momento de su calvario llega con la demolición del hospital, que le ha costado tantas fatigas. El nuevo obispo de Viedma quiere construir en ese solar su residencia. El terreno le pertenece.
Zatti calla, llora y organiza la mudanza.
Hay que comenzar todo de nuevo, en la quinta que los salesianos tienen en las afueras de la ciudad; no falta quien tire la lengua esperando arrancarle alguna crítica.
Pero sólo escuchan de él un lamento: “No me hagan hablar” y, armándose de valor explica a los enfermos: “Los repollos crecen mejor cuando se transplantan”.
La monotonía y la rutina no encuentran lugar en la vida de nuestro enfermero. Siempre hay más para hacer: planes, proyectos, construcciones... Pero las grandes preocupaciones no le impiden la delicadeza de los pequeños detalles: escribir al dictado decenas de cartas de los enfermos que no saben, o no pueden hacerlo; preparar a un moribundo su comida favorita para ofrecerle quizás el último gesto de cariño.
Uno de ellos preguntó: “Zatti, ¿no tiene miedo de contagiarse?”
“No, - respondió él -, porque los microbios que yo tengo dentro son más poderosos, y se comen a los de afuera”.
Realmente su vida contagiaba.
Lo explica uno de los médicos que trabajó muchos años junto a él: “Don Zatti no solamente era un habilísimo enfermero, sino que él mismo era una medicina, porque curaba con su presencia, con su voz, con sus ocurrencias, con sus cantos...”.
Pasan los años, “Zatti se está poniendo verde” – comenta la gente. Y él agrega: “Sí, pero después estaré amarillo, como los limones”. El viejo enfermero sabe bien que se trata de ictiricia. Los enfermos lloran y rezan por él. “¿Quién nos tendrá alegres?” – se preguntan desolados.
Zatti escribe en una hoja su última receta, con las medicinas para una semana. Muere un día después. El médico que lo revisa encuentra en la mesita de luz el certificado de defunción con la fecha puesta. Sólo falta la firma.
“¡No debía morir!” – dice la gente en su funeral.
Ese día, las autoridades presentes no pueden acercarse mucho al enfermero santo. En el lugar de privilegio están sus parientes más cercanos, todos los pobres de Viedma.
Alguien recordó en esos días las palabras de un médico que se declara ateo: “Delante de Zatti, mi incredulidad vacila. Cuando me encuentro con el bisturí en la mano y, mirándolo a él lo veo con el rosario entre los dedos, siento que el quirófano se llena de algo superior, sobrenatural... si es verdad que hay santos sobre la tierra, entonces este hombre es uno de ellos”.
Don Zatti; bautizado popularmente como “el enfermero santo”, fue declarado formalmente como beato de la Iglesia Católica por el Papa Juan Pablo II el 14 de abril de 2002.
Cuentan las viejas crónicas que una nube negra de dolor cubrió a Viedma aquel 15 de marzo de 1951, cuando se supo que había expirado el querido coadjutor salesiano, tras varios días de agonía como consecuencia de un tumor hepático. Pero la muerte física fue superada por el afecto y el reconocimiento de la gente que lo trató, a lo largo del medio siglo que ejerció como enfermero y responsable del modesto hospital salesiano.
La acción solidaria de Zatti, atravesando guadales de los barrios en medio de las más fieras tormentas, sus acertadas curaciones en el hospital San José que sostuvo sobre sus hombros durante tantos años, su predilección por los más pobres y despojados de todo bien material, su fortaleza física y espiritual, los cientos de anécdotas que reflejan su proverbial humor ante la adversidad… en fin: todo un conjunto de datos que pertenecen incluso al imaginario colectivo de Viedma. Hechos que cobraron identidad en el recuerdo afectivo de muchas familias, que se prolongan en el tiempo ante el testimonio permanente de personas que han logrado superar complejos trances de salud invocando su protección y elevándole oraciones.
Hay amor y reconocimiento hacia Zatti, porque se lo siente cercano y presente. Seguramente por ello es que nunca falta un ramo de flores en la base del principal monumento que lo recuerda, en la esquina de las avenidas Guido y Rivadavia, en uno de los ángulos del solar ocupado por el importante hospital público de Viedma, que acertadamente lleva su nombre.
En el interior del centro de salud su nombre es pronunciado continuamente, tanto en los labios de los pacientes como de los profesionales.
Hace 6 años, cuando un jovencito de Patagones ganó una dura batalla contra la muerte, por las balas recibidas en su cuerpo por la demencial agresión de un compañero suyo de escuela, este cronista le escuchó decir a uno de los médicos de terapia intensiva que “Zatti pasó por aquí para que el chico pudiera reponerse, porque éste es un milagro”.

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