miércoles, 30 de diciembre de 2009

PRIMERA PREDICACIÓN DE CUARESMA DEL PADRE CANTALAMESSA

“El Espíritu, creador del cosmos y rejuvenecedor del hombre”

CIUDAD DEL VATICANO, viernes 13 de marzo de 2009 (ZENIT.org).- Ofrecemos a continuación el texto de la primera predicación cuaresmal que el padre Raniero Cantalamessa OFM, predicador de la Casa Pontificia, ha dirigido hoy a la Curia Romana en presencia del Papa Benedicto XVI, en la capilla "Redemptoris Mater", sobre el capítulo octavo de la carta de San Pablo a los Romanos, con el título "La ley del Espíritu que da vida en Cristo Jesús".

* * *

P. Raniero Cantalamessa, ofmcap.

Primera Predicación de Cuaresma

"Toda la creación gime y sufre

con dolores de parto" (Rm 8, 22)

El Espíritu Santo, en la creación y en la transformación del cosmos

1. Un mundo en estado de espera

En Adviento san Pablo nos ha introducido en el conocimiento y el amor por Cristo; en esta Cuaresma el Apóstol se convertirá en nuestro guía hacia el conocimiento y el amor por el Espíritu Santo. He elegido, con este fin, el capítulo octavo de la Carta a los Romanos porque constituye, en el corpus paulino y en todo el Nuevo Testamento, el tratado más completo y más profundo sobre el Espíritu Santo.

El pasaje sobre el que hoy queremos reflexionar es el siguiente:

"Porque estimo que los sufrimientos del tiempo presente no son comparables con la gloria que se ha de manifestar en nosotros. Pues la ansiosa espera de la creación desea vivamente la revelación de los hijos de Dios. La creación, en efecto, fue sometida a la vanidad, no espontáneamente, sino por aquel que la sometió, en la esperanza de ser liberada de la servidumbre de la corrupción para participar en la gloriosa libertad de los hijos de Dios. Pues sabemos que la creación entera gime hasta el presente y sufre dolores de parto" (Romanos 8, 19-22).

Un problema exegético debatido desde la antigüedad sobre este texto es el significado del término creación, ktisis. Con el término creación, ktisis, san Pablo a veces designa el conjunto de los hombres, el mundo humano, a veces el hecho o el acto divino de la creación, a veces el mundo en su conjunto, es decir, la humanidad y el cosmos juntos, a veces la nueva creación que resulta de la Pascua de Cristo.

Agustín [1], seguido aún por algún autor moderno [2], piensa que aquí el término designa al mundo humano y que, por tanto, se debería excluir del texto toda perspectiva cósmica, referida a la materia. La distinción entre la "creación entera" y "nosotros que poseemos las primicias del Espíritu", sería una distinción entera del mundo humano y equivaldría a la distinción entre la humanidad irredenta y la humanidad redimida por Cristo.

La opinión, sin embargo, casi unánime hoy es que el término ktisis designa a la creación en su conjunto, es decir tanto el mundo material como el mundo humano. La afirmación de que la creación ha sido sometida "no espontáneamente" a la vanidad, no tendría sentido si no se refiriera a la creación material.

El Apóstol ve esta creación impregnada de una espera, en un "estado de tensión". El objeto de esta espera es la revelación de la gloria de los hijos de Dios. "La creación en su existencia aparentemente cerrada en sí misma e inmóvil... espera con ansia al hombre glorificado, del cual ésta será el 'mundo', también él glorificado"[3].

Este estado de sufriente espera se debe al hecho de que la creación, sin culpa por su parte, ha sido arrastrada por el hombre al estado de impiedad que el Apóstol describe al principio de su carat (cf. Romanos 1, 18 ss.). Allí definía este estado como "injusticia" y "mentira", aquí usa los términos de "vanidad" (mataiotes) y corrupción (phthora) que dicen lo mismo: "pérdida de sentido, irrealidad, ausencia de fuerza, de esplendor, del Espíritu y de la vida".

Este estado sin embargo no es cerrado y definitivo. ¡Existe una esperanza para la creación! No porque la creación, en cuanto tal, sea capaz de esperar subjetivamente, sino porque Dios tiene en mente para ella un rescate. Esta esperanza está ligada al hombre redimido, el "hijo de Dios", que con un movimiento contrario al de Adán, arrastrará un día definitivamente el cosmos a su propio estado de libertad y de gloria.

De ahí la responsabilidad más profunda de los cristianos hacia el mundo: la de manifestar, ya desde ahora, los signos de la libertad y de la gloria al que todo el universo está llamado, sufriendo con esperanza, sabiendo que "los sufrimientos del momento presente no son comparables con la gloria futura que deberá ser revelada en nosotros".

En el versículo final el Apóstol plasma esta visión de fe en una imagen audaz y dramática: la creación entera es comparada con una mujer que sufre y gime con los dolores del parto. En la experiencia humana, éste es un dolor siempre mezclado con alegría, bien distinto del llanto silencioso y sin esperanza del mundo, que Virgilio recogió en el famoso verso de la Eneida: "sunt lacrimae rerum", lloran las cosas [4].

No hay comentarios: