lunes, 25 de diciembre de 2017

Gloria a Dios en lo alto del cielo y paz en la tierra a los hombres que ama el Señor». - Oremos juntos.

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para Riosalado



GLORIA A DIOS Y PAZ A LOS HOMBRES.

Una antigua costumbre prevé para la fiesta de Navidad tres misas, llamadas
respectivamente «de medianoche», «de la aurora» y «del día». En cada una, a
través de las lecturas que varían, se presenta un aspecto distinto del
misterio de forma que se tenga de él una visión por así decirlo
tridimensional. El evangelio de la Misa de medianoche se concentra en el
evento, en el hecho histórico. Se describe con una desconcertante sencillez,
sin ostentación alguna. Tres o cuatro líneas de palabras humildes y
corrientes para describir el acontecimiento, en absoluto, más importante en
la historia del mundo: la llegada de Dios a la tierra.

La tarea de mostrar el significado y el alcance de este acontecimiento lo
confía, el evangelista, al canto que los ángeles entonan después de haber
dado el anuncio a los pastores: «Gloria a Dios en lo alto del cielo y paz en
la tierra a los hombres que ama el Señor». En el pasado esta última
expresión se traducía de manera distinta: «Paz en la tierra a los hombres de
buena voluntad». Con este significado la expresión entró en el canto del
«Gloria» y se hizo habitual en el lenguaje cristiano. Tras el Concilio
Vaticano II se suele indicar con ella a todos los hombres honestos, que
buscan la verdad y el bien común, sean o no creyentes.

Pero se trata de una interpretación inexacta y por ello actualmente en
desuso. En el texto bíblico original se trata de los hombres a los que ama
Dios, que son objeto de la buena voluntad divina, no que ellos tengan buena
voluntad. De este modo, el anuncio resulta todavía más consolador. Si la paz
se otorgara a los hombres por su buena voluntad, entonces se limitaría a
pocos, a los que la merecen; pero como se otorga por la buena voluntad de
Dios, por gracia, se ofrece a todos. La Navidad no apela a la buena voluntad
de los hombres, sino que es anuncio luminoso de la buena voluntad de Dios
hacia los hombres.

La palabra clave para entender el sentido de la proclamación angélica es por
lo tanto la última, la que habla del «querer», del «amor» de Dios hacia los
hombres, como fuente y origen de todo lo que Dios ha comenzado a realizar en
Navidad. Nos ha predestinado a ser sus hijos adoptivos «según el beneplácito
de su voluntad», escribe el Apóstol; nos ha dado a conocer el misterio de su
querer, según cuanto había establecido «en su benevolencia» (Ef 1,5.9).
Navidad es la suprema epifanía de aquello que la Escritura llama la
filantropía de Dios, o sea, su amor por los hombres: «Se ha manifestado la
bondad de Dios y su amor por los hombres» (Tito 3, 4).

Sólo después de haber contemplado la «buena voluntad» de Dios hacia nosotros
podemos ocuparnos también de la «buena voluntad» de los hombres: de nuestra
respuesta al misterio de la Navidad. Esta buena voluntad se debe expresar
mediante la imitación de la acción de Dios. Imitar el misterio que
celebramos significa abandonar todo pensamiento de hacer justicia solos,
todo recuerdo de ofensas recibidas, suprimir del corazón todo resentimiento
aún justo, y ello respecto a todos. No admitir voluntariamente ningún
pensamiento hostil contra nadie; ni contra los cercanos ni contra los
lejanos, ni contra los débiles ni contra los fuertes, ni contra los pequeños
ni contra los grandes de la tierra, ni contra criatura alguna que existe en
el mundo. Y esto para honrar la Navidad del Señor, porque Dios no ha
guardado rencor, no ha mirado la ofensa recibida, no ha esperado a que otro
diera el primer paso hacia Él. Si esto no es posible siempre, durante todo
el año, por lo menos hagámoslo en tiempo de Navidad. Así ésta será de verdad
la fiesta de la bondad.

Fuente:zenit. padre Raniero Cantalamessa, OFM Cap., predicador de la Casa
Pontificia, a la liturgia de medianoche de la Natividad del Señor. Diciembre
de 2007.



Oración litúrgica
Oración de II Vísperas:
Dios nuestro, que de modo admirable creaste al hombre a tu imagen y
semejanza y de un modo todavía más admirable elevaste su condición por medio
de Jesucristo, concédenos compartir la divinidad de aquel que se ha dignado
compartir nuestra humanidad. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive
y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios, por los siglos de
los siglos. Amén.

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