miércoles, 14 de noviembre de 2018

San Martin de Porres: Todo el que se humilla será enaltecido.- Oremos juntos.

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Archivos adjuntos3 nov. 2018 12:22 (hace 11 días)
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3 de noviembre
SAN MARTIN DE TORRES
Religioso dominico




En Sudamérica es muy popular San Martín de Porres y hasta se han filmado
hermosas películas acerca de su vida y milagros. Es un santo muy simpático y
milagroso.
Nació en Lima, Perú, hijo de un blanco español y de una negra africana. Por
el color de su piel, su padre no lo quiso reconocer y en la partida de
bautismo figura como "de padre desconocido". Su infancia no fue demasiado
feliz, pues por ser mulato (mitad blanco y mitad negro, pero más negro que
blanco) era despreciado en la sociedad.
Aprendió muy bien los oficios de peluquero y de enfermero, y aprovechaba sus
dos profesiones para hacer muchos favores gratuitamente a los más pobres.
A los 15 años pidió ser admitido en la comunidad de Padres Dominicos. Como a
los mulatos les tenían mucha desconfianza, fue admitido solamente como
"donado", o sea un servicial de la comunidad. Así vivió 9 años, practicando
los oficios más humildes y siendo el último de todos.
Al fin fue admitido como hermano religioso en la comunidad y le dieron el
oficio de peluquero y de enfermero. Y entonces sí que empezó a hacer obras
de caridad a manos llenas. Los frailes se quejaban de que Fray Martín quería
hacer del convento un hospital, porque a todo enfermo que encontraba lo
socorría y hasta llevaba a algunos más graves y pestilentes a recostarlos en
su propia cama cuando no tenía más donde se los recibieran.
Con la ayuda de varios ricos de la ciudad fundó el Asilo de Santa Cruz para
reunir a todos los vagos, huérfanos y limosneros y ayudarles a salir de su
penosa situación.
Aunque él trataba de ocultarse, sin embargo su fama de santo crecía día por
día. Lo consultaban hasta altas personalidades. Muchos enfermos lo primero
que pedían cuando se sentían graves era: "Que venga el santo hermano
Martín". Y él nunca negaba un favor a quien podía hacerlo. Pasaba la mitad
de la noche rezando. A un crucifijo grande que había en su convento iba y le
contaba sus penas y sus problemas, y ante el Santísimo Sacramento y
arrodillado ante la imagen de la Virgen María pasaba largos tiempos rezando
con fervor.
Sin moverse de Lima, fue visto sin embargo en China y en Japón animando a
los misioneros que estaban desanimados. Sin que saliera del convento lo
veían llegar junto a la cama de ciertos moribundos a consolarlos. A los
ratones que invadían la sacristía los invitaba a irse a la huerta y lo
seguían en fila muy obedientes. En una misma cacerola hacía comer al mismo
tiempo a un gato, un perro y varios ratones. Llegaron los enemigos a su
habitación a hacerle daño y él pidió a Dios que lo volviera invisible y los
otros no lo vieron.
Cuando oraba con mucha devoción se levantaba por los aires y no veía ni
escuchaba a la gente. A veces el mismo virrey que iba a consultarle (siendo
Martín tan de pocos estudios) tenía que aguardar un buen rato en la puerta
de su habitación, esperando a que terminara su éxtasis. En ocasiones salía
del convento a atender a un enfermo grave, y volvía luego a entrar sin tener
llave de la puerta y sin que nadie le abriera. Preguntado cómo lo hacía,
respondía: "Yo tengo mis modos de entrar y salir".
El Arzobispo se enfermó gravemente y mandó llamar al hermano Martín para que
le consiguiera la curación para sus graves dolores. Él le dijo: ¿Cómo se le
ocurre a su excelencia invitar a un pobre mulato? Pero luego le colocó la
mano sobre el sitio donde sufría los fuertes dolores, rezó con fe, y el
arzobispo se mejoró en seguida.
Recogía limosnas en cantidades asombrosas y repartía todo lo que recogía.
Miles de menesterosos llegaban a pedirle ayuda.
A los 60 años, después de haber pasado 45 años en la comunidad, mientras le
rezaban el Credo y besando un crucifijo, murió el 3 de noviembre de 1639.
Toda la ciudad acudió a su entierro y los milagros empezaron a obtenerse a
montones por su intercesión.

Oremos
¡Oh Dios misericordioso, que nos diste al humilde fray Martín, como ejemplo
de penitencia y mortificación; sednos propicio y olvidad nuestras
infidelidades! Y tú, purísimo Martín, que no sólo sufrías resignado tus
trabajos y enfermedades, sino que mortificabas duramente tu inocente cuerpo;
alcánzanos del Señor el espíritu de penitencia, con el cual, al menos,
suframos con alegría las mortificaciones de nuestros semejantes y nuestros
propios males, para que, purificados de nuestros pecados, seamos aceptables
a Dios y acreedores a tu poderosa protección. Amén
...

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