miércoles, 8 de agosto de 2018

Santo Domingo de Guzmán: A sus discípulos les recomendaba que no pasaran ningún día sin leer alguna página del Nuevo Testamento o del Antiguo. Oremos juntos.


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8 de Agosto
Santo Domingo de Guzmán
Fundador
Año 1221.



Domingo significa: "Consagrado al Señor".
El fundador de los Padres Dominicos, que son ahora 6,800 en 680 casas en el
mundo, nació en Caleruega, España, en 1171. Su madre, Juana de Aza, era una
mujer admirable en virtudes y ha sido declarada Beata. Lo educó en la más
estricta formación religiosa.
A los 14 años se fue a vivir con un tío sacerdote en Palencia en cuya casa
trabajaba y estudiaba. La gente decía que en edad era un jovencito pero que
en seriedad parecía un anciano. Su goce especial era leer libros religiosos,
y hacer caridad a los pobres.
Por aquel tiempo vino por la región una gran hambre y las gentes suplicaban
alguna ayuda para sobrevivir. Domingo repartió en su casa todo lo que tenía
y hasta el mobiliario. Luego, cuando ya no le quedaba nada más con qué
ayudar a los hambrientos, vendió lo que más amaba y apreciaba, sus libros
(que en ese tiempo eran copiados a mano y costosísimos y muy difíciles de
conseguir) y con el precio de la venta ayudó a los menesterosos. A quienes
lo criticaban por este desprendimiento, les decía: "No puede ser que Cristo
sufra hambre en los pobres, mientras yo guarde en mi casa algo con lo cual
podía socorrerlos".
En un viaje que hizo, acompañando a su obispo por el sur de Francia, se dio
cuenta de que los herejes habían invadido regiones enteras y estaban
haciendo un gran mal a las almas. Y el método que los misioneros católicos
estaban empleando era totalmente inadecuado. Los predicadores llegaban en
carruajes elegantes, con ayudantes y secretarios, y se hospedaban en los
mejores hoteles, y su vida no era ciertamente un modelo de la mejor
santidad. Y así de esa manera las conversiones de herejes que conseguían,
eran mínimas. Domingo se propuso un modo de misionar totalmente diferente.
Vio que a las gentes les impresionaba que el misionero fuera pobre como el
pueblo. Que viviera una vida de verdadero buen ejemplo en todo. Y que se
dedicara con todas sus energías a enseñarles la verdadera religión. Se
consiguió un grupo de compañeros y con una vida de total pobreza, y con una
santidad de conducta impresionante, empezaron a evangelizar con grandes
éxitos apostólicos.
Sus armas para convertir eran la oración, la paciencia, la penitencia, y
muchas horas dedicadas a instruir a los ignorantes en religión. Cuando
algunos católicos trataron de acabar con los herejes por medio de las armas,
o de atemorizarlos para que se convirtieran, les dijo: "Es inútil tratar de
convertir a la gente con la violencia. La oración hace más efecto que todas
las armas guerreras. No crean que los oyentes se van a conmover y a volver
mejores porque nos ven muy elegantemente vestidos. En cambio con la humildad
sí se ganan los corazones".
Domingo llevaba ya diez años predicando al sur de Francia y convirtiendo
herejes y enfervorizando católicos, y a su alrededor había reunido un grupo
de predicadores que él mismo había ido organizando e instruyendo de la mejor
manera posible. Entonces pensó en formar con ellos una comunidad de
religiosos, y acompañado de su obispo consultó al Sumo Pontífice Inocencio
III.
Al principio el Pontífice estaba dudoso de si conceder o no el permiso para
fundar la nueva comunidad religiosa. Pero dicen que en un sueño vio que el
edificio de la Iglesia estaba ladeándose y con peligro de venirse abajo y
que llegaban dos hombres, Santo Domingo y San Francisco, y le ponían el
hombro y lo volvían a levantar. Después de esa visión ya el Papa no tuvo
dudas en que sí debía aprobar las ideas de nuestro santo.
Y cuentan las antiguas tradiciones que Santo Domingo vio en sueños que la
ira de Dios iba a enviar castigos sobre el mundo, pero que la Virgen
Santísima señalaba a dos hombres que con sus obras iban a interceder ante
Dios y lo calmaban. El uno era Domingo y el otro era un desconocido, vestido
casi como un pordiosero. Y al día siguiente estando orando en el templo vio
llegar al que vestía como un mendigo, y era nada menos que San Francisco de
Asís. Nuestro santo lo abrazó y le dijo: "Los dos tenemos que trabajar muy
unidos, para conseguir el Reino de Dios". Y desde hace siglos ha existido la
bella costumbre de que cada año, el día de la fiesta de San Francisco, los
Padres dominicos van a los conventos de los franciscanos y celebran con
ellos muy fraternalmente la fiesta, y el día de la fiesta de Santo Domingo,
los padres franciscanos van a los conventos de los dominicos y hacen juntos
una alegre celebración de buenos hermanos.


En agosto de 1216 fundó Santo Domingo su Comunidad de predicadores, con 16
compañeros que lo querían y le obedecían como al mejor de los padres. Ocho
eran franceses, siete españoles y uno inglés. Los preparó de la mejor manera
que le fue posible y los envió a predicar, y la nueva comunidad tuvo una
bendición de Dios tan grande que a los pocos años ya los conventos de los
dominicos eran más de setenta, y se hicieron famosos en las grandes
universidades, especialmente en la de París y en la de Bolonia.
El gran fundador le dio a sus religiosos unas normas que les han hecho un
bien inmenso por muchos siglos. Por ejemplo estas:
*       Primero contemplar, y después enseñar. O sea: antes dedicar mucho
tiempo y muchos esfuerzos a estudiar y meditar las enseñanzas de Jesucristo
y de su Iglesia, y después sí dedicarse a predicar con todo el entusiasmo
posible.
*       Predicar siempre y en todas partes. Santo Domingo quiere que el
oficio principalísimo de sus religiosos sea predicar, catequizar, tratar de
propagar las enseñanzas católicas por todos los medios posibles. Y él mismo
daba el ejemplo: donde quiera que llegaba empleaba la mayor parte de su
tiempo en predicar y enseñar catecismo.
La experiencia le había demostrado que las almas se ganan con la caridad.
Por eso todos los días pedía a Nuestro Señor la gracia de crecer en el amor
hacia Dios y en la caridad hacia los demás y tener un gran deseo de salvar
almas. Esto mismo recomendaba a sus discípulos que pidieran a Dios
constantemente.
Los santos han dominado su cuerpo con unas mortificaciones que en muchos
casos son más para admirar que para imitar. Recordemos algunas de las que
hacía este hombre de Dios.
Cada año hacía varias cuaresmas, o sea, pasaba varias temporadas de a 40
días ayunando a pan y agua.
Siempre dormía sobre duras tablas. Caminaba descalzo por caminos irisados de
piedras y por senderos cubiertos de nieve. No se colocaba nada en la cabeza
ni para defenderse del sol, ni para guarecerse contra los aguaceros.
Soportaba los más terribles insultos sin responder ni una sola palabra.
Cuando llegaban de un viaje empapados por los terribles aguaceros mientras
los demás se iban junto al fuego a calentarse un poco, el santo se iba al
templo a rezar. Un día en que por venganza los enemigos los hicieron caminar
descalzos por un camino con demasiadas piedrecitas afiladas, el santo
exclamaba: "la próxima predicación tendrá grandes frutos, porque los hemos
ganado con estos sufrimientos". Y así sucedió en verdad. Sufría de muchas
enfermedades, pero sin embargo seguía predicando y enseñando catecismo sin
cansarse ni demostrar desánimo.
Era el hombre de la alegría, y del buen humor. La gente lo veía siempre con
rostro alegre, gozoso y amable. Sus compañeros decían: "De día nadie más
comunicativo y alegre. De noche, nadie más dedicado a la oración y a la
meditación". Pasaba noches enteras en oración.
Era de pocas palabras cuando se hablaba de temas mundanos, pero cuando había
que hablar de Nuestro Señor y de temas religiosos entonces sí que charlaba
con verdadero entusiasmo.
Sus libros favoritos eran el Evangelio de San Mateo y las Cartas de San
Pablo. Siempre los llevaba consigo para leerlos día por día y prácticamente
se los sabía de memoria. A sus discípulos les recomendaba que no pasaran
ningún día sin leer alguna página del Nuevo Testamento o del Antiguo.
Los que trataron con él afirmaban que estaban seguros de que este santo
conservó siempre la inocencia bautismal y que no cometió jamás un pecado
grave.
Totalmente desgastado de tanto trabajar y sacrificarse por el Reino de Dios
a principios de agosto del año 1221 se sintió falto de fuerzas, estando en
Bolonia, la ciudad donde había vivido sus últimos años. Tuvieron que
prestarle un colchón porque no tenía. Y el 6 de agosto de 1221, mientras le
rezaban las oraciones por los agonizantes cuando le decían: "Que todos los
ángeles y santos salgan a recibirte", dijo: "¡Qué hermoso, qué hermoso!" y
expiró.
A los 13 años de haber muerto, el Sumo Pontífice lo declaró santo y exclamó
al proclamar el decreto de su canonización: "De la santidad de este hombre
estoy tan seguro, como de la santidad de San Pedro y San Pablo".


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