sábado, 29 de mayo de 2010

María y los dones del Espíritu Santo: El don de sabiduría

Entre los dones del Espíritu Santo el de sabiduría es el don de la perfección. Perfecciona la virtud de la caridad y reside al mismo tiempo en la inteligencia y en la voluntad, porque derrama en el alma: luz, calor, verdad y amor. Reúne todos los otros dones, así como la caridad resume en sí todas las otras virtudes.

María ha recibido una amplia participación de la virtud de la caridad divina, ella posee más que cualquier otra creatura, con una perfección incomparable, el don de la sabiduría. Gracias a este don, ella supo discernir, casi por instinto, las cosas divinas de las humanas. Y esta sabiduría celestial llena su alma de una mansedumbre infinita.

Gabriele M. Roschini, OSM,
Dizionario di mariologia, editrice studium - Roma 1961, p. 138-139


Dios te salve, María,

llena de gracia, el Señor es contigo.

Bendita eres entre todas las mujeres

y bendito es el fruto de tu vientre, Jesús.

Santa María, Madre de Dios,

ruega por nosotros pecadores

ahora y en la hora de nuestra muerte.

Amén.

San Agustín de Canterbury

Consuélese al ver que con los milagros y la predicación logra que tantos paganos se vuelvan cristianos católicos, pero no vaya a creerse mejor que los demás, porque entonces le estaría robando a Dios el honor y la gloria que

27 de Mayo

San Agustín de Canterbury
Fundador de la Iglesia
en Inglaterra
Año 605

.

San Agustín de CanterburySan Agustín de Canterbury es considerado uno de los más grandes evangelizadores, al lado de San Patricio de Irlanda y San Bonifacio en Alemania. Tiene el gran mérito de haber dirigido la evangelización de Inglaterra.

Era superior del convento benedictino de Roma, cuando el Sumo Pontífice San Gregorio Magno se le ocurrió en el año 596 tratar de evangelizar a la isla de Inglaterra que era pagana. Conociendo el espíritu generoso y emprendedor de Agustín, que no se acobardaba ante ninguna dificultad, y además sus grandes virtudes, el Papa lo envió con 39 monjes más a tratar de convertir a esos paganos sajones.

Y sucedió que al llegar Agustín y sus 39 compañeros a la costa, donde se tomaba la embarcación para llegar a Inglaterra, allí les contaron terribles barbaridades acerca de los habitantes de esa isla, y los otros misioneros sintieron mucho miedo y enviaron al santo a que fuera a Roma a contarle al Pontífice lo peligroso que era esto que iban a emprender. Agustín fue a hablar con el Papa, pero san Gregorio lo animó de tal manera, recordándole que Dios les concedería la buena voluntad de aquellas gentes, que ya desde entonces Agustín no se dejó desanimar por los temores.

En Inglaterra mandaba el rey Etelberto que tenía una esposa muy santa (que después se llamó Santa Berta) y el primer regalo que Dios les concedió a los nuevos misioneros fue darles la buena voluntad del rey. Este los recibió muy cariñosamente y les pidió que le enseñaran la religión, y tanto le agradó que pronto se hizo bautizar y les regaló su palacio real para que les sirviera de convento a los misioneros y les dio un templo en Canterbury para que allí enseñaran. Y en ese sitio está ahora la más famosa catedral de Inglaterra: la Catedral de Canterbury.

El rey dejó en libertad a los súbditos para que escogieran la religión que quisieran, pero les recomendó que se instruyeran en la religión de Jesucristo y tanto les agradaron a aquellas gentes las enseñanzas de Agustín y sus monjes, que en la Navidad del año 597 se hicieron bautizar 10,000 ingleses y entre los nuevos bautizados estaban los que ocupaban los cargos más importantes de la nación.

San Agustín de CanterburyAgustín envió a dos de sus mejores monjes a Roma a contarle al Sumo Pontífice tan hermosas noticias, y el Papa en cambió le envió el nombramiento de arzobispo, y otro buen grupo de misioneros, y cálices y libros para las celebraciones y muchas imágenes religiosas que a esas gentes recién convertidas les agradaban en extremo. San Gregorio se alegró muchísimo ante noticias tan consoladoras, y le recomendó a San Agustín un simpático plan de trabajo.

San Gregorio, sabiendo que la principal virtud del obispo Agustín era la docilidad a sus superiores, le envió las siguientes recomendaciones 1º. No destruir los templos de los paganos, sino convertirlos en templos cristianos. 2º. No acabar con todas las fiestas de los paganos, sino convertirlas en fiestas cristianas. Por ejemplo ellos celebraban las fiestas de sus ídolos con grandes banquetes en los cuales participaban todos. Pues hacer esos banquetes, pero en honor de los mártires y santos. 3º. Dividir el país en tres diócesis: Canterbury, Londres y York.

Nuestro santo cumplió exactamente estas recomendaciones, que le produjeron muy buenos resultados. Y fue nombrado por el Papa, jefe de toda la Iglesia Católica de Inglaterra (Arzobispo Primado). En las reuniones sobresalía entre todos por su gran estatura y por su presencia muy venerable que infundía respeto y admiración.

San Agustín escribía frecuentemente desde Inglaterra al Papa San Gregorio a Roma pidiéndole consejos en muchos casos importantes, y el Sumo Pontífice le escribía ciertas advertencias muy prácticas como estas: "Dios le ha concedido el don de hacer milagros, y le ha dejado el inmenso honor de convertir a muchísimos paganos al cristianismo, y de que las gentes lo quieran y lo estimen mucho. Pero cuidado, mi amigo, que esto no le vaya a producir orgullo. Alégrese de haber recibido estos regalos del buen Dios, pero tenga temor de no aprovecharlos debidamente. Consuélese al ver que con los milagros y la predicación logra que tantos paganos se vuelvan cristianos católicos, pero no vaya a creerse mejor que los demás, porque entonces le estaría robando a Dios el honor y la gloria que sólo El se merece. Hay muchos que son muy santos y no hacen milagros ni hablan hermosamente. Así que no hay que llenarse de orgullo por haber recibido estas cualidades, sino alegrarse mucho al ver que Dios es más amado y más glorificado por las gentes". Mucho le sirvieron a Agustín estos consejos para mantenerse humilde.

Después de haber trabajado por varios años con todas las fuerzas de su alma por convertir al cristianismo el mayor número posible de ingleses, y por organizar de la mejor manera que pudo, la Iglesia Católica en Inglaterra, San Agustín de Canterbury murió santamente el 26 de mayo del año 605. Y un día como hoy fue su entierro y funeral. Desde entonces ha gozado de gran fama de santidad en esa nación y en muchas partes más.

San Agustín: apóstol de Inglaterra: te rogamos por la Iglesia Católica en esa nación y en todas las naciones del mundo. Pídele a Dios que nos envíe muchos evangelizadores que sean como tú. Amén


Benedicto XVI: La autoridad eclesial, “servicio en nombre de Jesucristo”
























CIUDAD DEL VATICANO, miércoles 26 de mayo de 2010,Contenido de la intervención del Papa Benedicto XVI hoy, durante la Audiencia General concedida en la Plaza de San Pedro, a miles peregrinos de varios países.

Queridos hermanos y hermanas,

El Año Sacerdotal llega a su fin; por eso he empezado en la últimas catequesis a hablar sobre tareas esenciales del sacerdote, es decir: enseñar, santificar y gobernar. Ya he dado dos catequesis: una sobre el ministerio de la santificación, sobre todo los Sacramentos, y otra sobre la enseñanza. Por tanto, me queda hoy hablar sobre la misión del sacerdote de gobernar, de guiar, con la autoridad de Cristo, no con la propia, la porción del Pueblo que Dios le ha confiado.

¿Cómo comprender en la cultura contemporánea una dimensión así, que implica el concepto de autoridad y tiene su origen en el mismo mandato del Señor de apacentar su grey? ¿Qué es realmente, para nosotros los cristianos, la autoridad? Las experiencias culturales, políticas e históricas del pasado reciente, sobre todo las dictaduras en la Europa del Este y del Oeste en el siglo XX, han hecho al hombre contemporáneo sospechar de este concepto. Una sospecha que, a menudo, se traduce en considerar necesario el abandono de toda autoridad, que no venga exclusivamente de los hombres y esté ante ellos, controlada por ellos. Pero precisamente la mirada a los regímenes que, en el siglo pasado, sembraron terror y muerte, recuerda con fuerza que la autoridad, en todo ámbito, cuando se ejercita sin una referencia a lo Trascendente, si prescinde de la Autoridad suprema, que es Dios, acaba inevitablemente volviéndose contra el hombre. Es importante entonces reconocer que la autoridad humana nunca es un fin, sino siempre y sólo un medio y que, necesariamente y en toda época, el fin es siempre la persona, creada por Dios con su propia dignidad intangible y llamada a relacionarse con su propio Creador, en el camino terreno de la existencia y en la vida eterna; es una autoridad ejercitada en la responsabilidad ante Dios, el Creador. Una autoridad entendida así, que tiene como único objetivo servir al verdadero bien de la persona y ser transparencia del único Sumo Bien que es Dios, no sólo no es extraña a los hombres, sino, al contrario, es una preciosa ayuda en el camino hacia la plena realización en Cristo, hacia la salvación.

La Iglesia está llamada y se compromete a ejercitar este tipo de autoridad que es servicio, y la ejercita no a título propio, sino en el nombre de Jesucristo, que ha recibido del Padre todo poder en el Cielo y en la tierra (cf Mt 28,18). A través de los Pastores de la Iglesia, de hecho, Cristo apacienta a su grey: es Él quien la guía, la protege, la corrige, porque la ama profundamente. Pero el Señor Jesús, Pastor supremo de nuestras almas, ha querido que el Colegio Apostólico, hoy los Obispos, en comunión con el Sucesor de Pedro, y los sacerdotes, sus más preciosos colaboradores, participaran en esta misión suya de cuidar del Pueblo de Dios, de ser educadores en la fe, orientando, animando y sosteniendo a la comunidad cristiana, o, como dice el Concilio, “cuidando, sobre todo, de que cada uno de los fieles sea guiado en el Espíritu Santo a vivir según el Evangelio su propia vocación, a practicar una caridad sincera y de obras y a ejercitar esa libertad con la que Cristo nos ha liberado (Presbyterorum Ordinis, 6). Todo Pastor, por tanto, es el medio a través del cual Cristo mismo ama a los hombres: mediante su ministerio -queridos sacerdotes- a través de nosotros el Señor reúne las almas, las instruye, las custodia, las guía. San Agustín, en su Comentario al Evangelio de san Juan, dice: “Sea por tanto compromiso de amor apacentar la grey del Señor” (123,5); ésta es la norma suprema de conducta de los ministros de Dios, un amor incondicional, como el del Buen Pastor, lleno de alegría, abierto a todos, atento a los cercanos y a los alejados (cf S. Agustín, Discurso 340, 1; Discurso 46, 15), delicado con los más débiles, los pequeños, los sencillos, los pecadores, para manifestar la infinita misericordia de Dios con las palabras tranquilizadoras de la esperanza (cf Id., Carta 95,1).

Aunque esa tarea pastoral está basada en el Sacramento, su eficacia no es independiente de la existencia personal del presbítero. Para ser Pastor según el corazón de Dios (cf Jr 3,15) es necesario un profundo arraigo en la viva amistad con Cristo, no sólo de la inteligencia, sino también de la libertad y de la voluntad, una clara conciencia de la identidad recibida en la Ordenación Sacerdotal, una disponibilidad incondicional a conducir a la grey confiada allá donde el Señor quiere y no en la dirección que, aparentemente, para más conveniente o más fácil. Esto requiere, en primer lugar, la continua y progresiva disponibilidad para dejar que Cristo mismo gobierne la existencia sacerdotal de los presbíteros. De hecho, nadie es capaz de apacentar la grey de Cristo, si no vive una profunda y real obediencia a Cristo y a la Iglesia, y la misma docilidad del Pueblo a sus sacerdotes depende de la docilidad de los sacerdotes a Cristo; por eso, en la base del ministerio pastoral está siempre el encuentro personal y constante con el Señor, el conocimiento profundo de Él, el conformar la propia voluntad a la voluntad de Cristo.

En las últimas décadas, se ha utilizado a menudo el adjetivo “pastoral” casi en oposición al concepto de “jerárquico”, así como, en la misma contraposición, se ha interpretado también la idea de “comunión”. Y quizás en este punto puede ser útil una breve observación sobre la palabra “jerarquía”, que es la designación tradicional de la estructura de autoridad sacramental en la Iglesia, ordenada según los tres niveles del Sacramento del orden, episcopado, presbiterado, diaconado. En la opinión pública prevalece, en esta realidad “jerarquía”, el elemento de subordinación y el elemento jurídico: por eso a muchos la idea de jerarquía les parece en contraste con la flexibilidad y la vitalidad del sentido pastoral y también contraria a la humildad del Evangelio. Pero éste es un sentido mal entendido de la jerarquía, históricamente también causado por abusos de autoridad y de hacer carrera, que son precisamente abusos y no derivan del ser mismo de la realidad “jerarquía”. La opinión común es que “jerarquía” es siempre algo ligado al dominio y así no correspondiente al verdadero sentido de la Iglesia, de la unidad en el amor de Cristo. Pero, como he dicho, ésta es una interpretación errónea, que tiene su origen en abusos de la historia, pero no responde al verdadero significado de lo que es la jerarquía. Empecemos por la palabra. Generalmente, se dice que el significado de la palabra jerarquía sería “sagrado dominio”, pero el verdadero significado no es éste, es“sagrado origen”, es decir: esta autoridad no viene del hombre mismo, sino que tiene su origen en lo sagrado, en el Sacramento; somete por tanto la persona a la vocación, al misterio de Cristo, hace del individuo un servidor de Cristo y sólo en cuanto siervo de Cristo éste puede gobernar, guiar por Cristo y con Cristo. Por eso quien entra en el sagrado Orden del Sacramento, la “jerarquía”, no es un autócrata, sino que entra en un lazo nuevo de obediencia a Cristo: está ligado a Él en comunión con los demás miembros del Orden sagrado, del Sacerdocio. Y tampoco el Papa -punto de referencia de todos los demás Pastores y de la comunión de la Iglesia- puede hacer lo que quiera; al contrario, el Papa es custodio de la obediencia a Cristo, a su palabra resumida en la regula fidei, en el Credo de la Iglesia, y debe preceder en la obediencia a Cristo y a su Iglesia. Jerarquía implica por tanto un triple lazo: primero de todo el que le une con Cristo y con el orden dado por el Señor a su Iglesia; después el lazocon los demás Pastores en la única comunión de la Iglesia; y, finalmente, el lazo con los fieles confiados al individuo, en el orden de la Iglesia.

Por tanto, se entiende que comunión y jerarquía no son contrarias una de la otra, sino que se condicionan. Son juntas una sola cosa (comunión jerárquica). El Pastor es por tanto propiamente tal guiando y custodiando a la grey, y a veces impidiendo que se disperse. Sin una visión claramente y explícitamente sobrenatural, no es comprensible la tarea de gobernar propia de los sacerdotes. Ésta, en cambio, sostenida por el verdadero amor por la salvación de cada uno de los fieles, es particularmente preciosa y necesaria también en nuestro tiempo. Si el fin es llevar el anuncio de Cristo y conducir a los hombres al encuentro salvífico con Él para que tengan la vida, la tarea de guiar se configura como un servicio vivido en una donación total para la edificación de la grey en la verdad y en la santidad, a menudo yendo a contracorriente y recordando que el más grande debe hacerse como el más pequeño, y el que gobierna, como el que sirve (cf Lumen gentium, 27).

¿Dónde puede encontrar hoy un sacerdote la fuerza para tal ejercicio del propio ministerio, en la plena fidelidad a Cristo y a la Iglesia, con una dedicación total a la grey? La respuesta es sólo una: en Cristo Señor. La manera de gobernar de Jesús no es la del dominio, sino es el humilde y amoroso servicio del Lavatorio de los pies, y la realeza de Cristo sobre el universo no es un triunfo terreno, sino que encuentra su culmen en el leño de la Cruz, que se convierte en juicio para el mundo y punto de referencia para el ejercicio de una autoridad que sea verdadera expresión de la caridad pastoral. Los santos, y entre ellos san Juan María Vianney, han ejercitado con amor y dedicación la tarea de cuidar la porción del Pueblo de Dios a ellos confiada, mostrando también ser hombres fuertes y determinados, con el único objetivo de promover el verdadero bien de las almas, capaces de pagar en persona, hasta el martirio, para permanecer fieles a la verdad y a la justicia del Evangelio.

Queridos sacerdotes, “apacentad la grey de Dios que os está encomendada, vigilando, no forzados sino voluntariamente (···), siendo modelos de la grey (1 P 5,2). Por tanto, no tengáis miedo de guiar a Cristo a cada uno de los hermanos que Él os ha confiado, seguros de que cada palabra y cada actitud, si descienden de la obediencia a la voluntad de Dios, traerán fruto; sabed vivir apreciando los méritos y reconociendo los límites de la cultura en la que estamos insertos, con la firme certeza de queel anuncio del Evangelio es el mayor servicio que se puede hacer al hombre. No hay, de hecho, bien más grande, en esta vida terrena, que conducir a los hombres a Dios, avivar la fe, levantar al hombre de la inercia y de la desesperación, dar la esperanza de que Dios está cerca y guía la historia personal y del mundo: éste, en definitiva, es el sentido profundo y último de la tarea de gobernar que el Señor nos ha confiado. Se trata de formar a Cristo en los creyentes, a través de ese proceso de santificación que es conversión de los criterios, de la escala de valores, de las actitudes, para dejar que Cristo viva en cada fiel. San Pablo resume así su acción pastoral: “hijos míos, por quienes sufro de nuevo dolores de parte hasta ver a Cristo formado en vosotros” (Gal 4, 19).

Queridos hermanos y hermanas, querría invitaros a rezar por mí, Sucesor de Pedro, que tengo una tarea específica en el gobierno de la Iglesia de Cristo, así como por todos vuestros Obispos y sacerdotes. Rezad para que sepamos cuidar de todas las ovejas, también las perdidas, de la grey confiada a nosotros. A vosotros, queridos sacerdotes, dirijo una cordial invitación a las Celebraciones conclusivas del Año Sacerdotal, los próximos 9, 10 y 11 de junio, aquí en Roma: meditaremos sobre la conversión y sobre la misión, sobre el don del Espíritu Santo y sobre la relación con María Santísima, y renovaremos nuestras promesas sacerdotales, apoyados por todo el Pueblo de Dios. ¡Gracias!

[Traducción del original italiano por Patricia Navas©Libreria Editrice Vaticana-ZENIT]

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Oración a la Virgen por el Papa

Inmaculado Corazón de María, que amas con amor solícito a todos tus hijos, cuida con particular amor de Madre al Vicario de Cristo en la tierra, a nuestro Santo Padre el Papa Benedicto XVI, para que, en sus desvelos por la Iglesia y el hombre, sienta siempre el apoyo y la oración de los hijos de la Iglesia. Regálale con la alegría cotidiana que brota del amor, protégelo contra las insidias de quienes no aman a Dios, contra las incomprensiones de quienes no le aman lo suficiente. Ofrécele tu ternura de Madre para que no se sienta solo en la tarea de regir la Iglesia. Muéstrate como Madre amorosísima para él que es el "Dulce Cristo en la tierra" y ofrécele siempre tu consuelo. Así sea.

martes, 25 de mayo de 2010

55: AÑO SACERDOTAL:Señor Danos Sacerdotes Santos:beato Clemens August von Galen recio pastor de Münster,Alemania. Oremos juntos

Beato Clemens August von Galen

el «León de Münster

Estamos en julio de 1941. El tercer Reich alemán está en el apogeo de su poderío. Hitler acaba de desencadenar una ofensiva contra la U.R.S.S. y nada parece detener a la Wehrmacht. Entonces, un obispo alemán decide alzar la voz contra la eutanasia masiva de enfermos mentales que acaba de decidirse en Berlín. Sesenta mil personas han sido ya agrupadas con objeto de ser eliminadas discretamente en los campos de exterminio. Monseñor Clemens August von Galen no se hace ilusiones: si habla, se arriesga a ser detenido como «enemigo del pueblo alemán» y ejecutado. Sin embargo, decide hablar, y lo hará a partir del domingo siguiente, desde el púlpito de su catedral. Ese valiente pastor, al que llamarán el «León de Münster», fue proclamado beato el 9 de octubre de 2005.

Nobleza obliga

Clemens August había nacido el 16 de marzo de 1878 en el castillo de Dinklage, diócesis de Münster (en Westfalia, al oeste de Alemania). Era el undécimo de los trece hijos del conde Ferdinand Heribert von Galen y de su esposa Elisabeth. La vida en Dinklage es dura, ya que no hay calefacción ni agua corriente. Esa educación austera, sin embargo, es animada por una fe católica ardiente. La asistencia a Misa es diaria, y la condesa enseña ella misma el catecismo a sus hijos; les inculca a imitar a Jesucristo y a considerar la vida terrenal como una preparación para la vida eterna. Para esa familia noble, instalada en Westfalia desde el siglo xiii, participar en los asuntos públicos es una tradición; durante treinta años, Ferdinand von Galen ha sido diputado del partido católico «Zentrum» en el parlamento imperial. Para él, al igual que para toda la familia, no se trata de un privilegio, sino de una responsabilidad: «nobleza obliga».

Clemens August realiza buena parte de sus estudios con los jesuitas, en Feldkirch. En octubre de 1897, en el transcurso de un retiro en la abadía de María Laach, siente la llamada de Dios para el sacerdocio. Después de estudiar teología en Innsbruck, es ordenado sacerdote el 28 de mayo de 1904 por el obispo de Münster. En 1906, es enviado a Berlín, una diócesis que necesita sacerdotes, donde ejercerá diversos ministerios parroquiales. Durante la crisis económica de 1923, que arruina a millones de familias alemanas, el padre von Galen se desvive al servicio de sus parroquianos en dificultades, fundando en su favor una asociación de ayuda mutua. Auxilia con frecuencia a los más necesitados a costa de sus ingresos personales: «Sería realmente inútil –decía– que aún me quedaran bienes después de mi muerte». Pero, sobre todas las cosas, su principal objetivo es procurar por la salvación de las almas. Esa idea de la vida eterna, que habitará en él constantemente, será el apoyo inquebrantable en los combates que deberá afrontar.

A principios de 1929, Clemens August es llamado a Münster para dirigir la parroquia de San Lamberto. Al constatar cierta tibieza en la sociedad, publica en 1932 un folleto: «La peste del laicismo y sus manifestaciones», donde exhorta con vigor a los laicos para que luchen contra la secularización y la descristianización de la sociedad. Alemania conoce una crisis muy grave. El 30 de enero de 1933, Adolf Hitler es nombrado canciller. Clemens August no tiene ninguna confianza en el jefe del NSDAP (partido nacional-socialista), cuya doctrina y métodos violentos han sido condenados por los obispos alemanes. No obstante, Hitler, que necesita a los cristianos, les toma la delantera. El 20 de julio de 1933, se firma un concordato entre la Santa Sede y Alemania. El papa Pío XI no se hace ilusiones acerca de la sinceridad de Hitler, pero, al firmar ese concordato, quiere intentar conservar un espacio de libertad a la Iglesia Católica. Von Galen aprueba plenamente esa estrategia; sin embargo, el 3 de abril, durante la Misa de toma de posesión del consejo municipal de Münster, ante una asistencia que cuenta con numerosos dignatarios nazis, recuerda los dos fundamentos del orden social cristiano: la justicia y la fraternidad.

La diócesis de Münster se encuentra vacante desde enero de 1933. El 18 de julio, el capítulo cardenalicio elige por unanimidad al padre von Galen, después de que otros dos sacerdotes hayan rehusado, uno de ellos por razones de salud y el otro por temor a las dificultades. En su primer mensaje pastoral, el nuevo obispo comenta su divisa Nec laudibus, nec timore a sus diocesanos, que son un millón ochocientos mil: «Ni la alabanza, ni el temor de los hombres me impedirán transmitir la Verdad revelada, distinguir entre la justicia y la injusticia, entre las buenas acciones y las malas, así como opinar y advertir cada vez que resulte necesario».

Monseñor von Galen es de gran estatura, sencillo y cálido en la vida privada, pero lleno de majestad cuando celebra pontificalmente. Le gustan las procesiones, ya que en ellas la Iglesia, mediante sus fastos religiosos, puede plantar cara a la mística neopagana de las manifestaciones nazis. Desde 1934, el obispo condena una obra de Alfred Rosenberg: El mito del siglo xx. El ideólogo oficial del NSDAP exalta la sangre alemana, fuente de una humanidad superior que se construirá mediante la fuerza vital. En su carta pastoral de Cuaresma de 1934, el obispo de Münster califica esa doctrina de «engañifa del diablo» y recuerda que solamente la Sangre preciosa derramada por Jesucristo en el Calvario posee el poder de salvarnos, porque es la Sangre de Dios hecho hombre. Esta toma de posición provoca entusiasmo entre el pueblo católico de Westfalia. El obispo reincide en ello un año más tarde proclamando: «No podemos renunciar a confesar que existe algo más elevado que la raza, el pueblo y la nación: el todopoderoso y eterno Creador y Señor de los pueblos y de las naciones, al que todos los pueblos deben adhesión, adoración y servicio, y que es el fin último de todas las cosas».

Las raíces del cristianismo

La actitud del obispo de Münster frente a la persecución de los judíos es inequívoca. Ya de sacerdote nunca había considerado a los judíos responsables de las desgracias de Alemania. Al denunciar desde 1934 la exaltación de la «raza aria» en detrimento de las otras razas, despojaba de toda legitimidad al antisemitismo. Como obispo, no desaprovecha ninguna ocasión para subrayar que el cristianismo tiene sus raíces en la religión de Israel. Recuerda, además, que el deber de la caridad fraterna es extensivo a todos los hombres, cualesquiera que sean su raza y religión. Después del «pogromo» del 9 al 10 de noviembre de 1938 (la «noche de los cristales rotos»), durante el transcurso del cual la sinagoga de Münster es incendiada por la policía, Mons. von Galen ofrece su ayuda a la esposa del rabino de la ciudad, que ha sido encarcelado. Tras la liberación de éste unos días más tarde, renuncia a intervenir para no agravar la situación de los judíos.

El régimen hitleriano quiere asegurarse el monopolio de la educación de la juventud suprimiendo la clase de religión, hasta ese momento obligatoria en todas las escuelas. El obispo de Münster se opone victoriosamente a esa supresión basándose en el artículo 21 del Concordato de 1933. En noviembre de 1936, el delegado de educación de Oldenburg (al norte de la diócesis de Münster) ordena quitar todas las cruces y las insignias religiosas de las escuelas y de los edificios públicos. Dicha medida suscita, por iniciativa de Mons. von Galen, una verdadera «cruzada» de alocuciones, de oraciones y de peticiones a favor del mantenimiento de las cruces. El «Gauleiter» o prefecto de Oldenburg se ve obligado finalmente a retirar esa medida, con objeto de evitar mayores disturbios.

Entre 1933 y 1937, la Santa Sede ha protestado cuarenta y cuatro veces contra las violaciones del Concordato. Ante la inutilidad de esas gestiones, el cardenal-secretario de estado Pacelli (futuro Papa Pío XII), llama a consultas a Roma a cinco obispos alemanes, entre los cuales se halla Mons. von Galen. A continuación, el 14 de marzo de 1937, el Papa publica una encíclica redactada en alemán y titulada Mit brennender Sorge («Con encendida inquietud»). Pío XI condena en ella la divinización del pueblo y de la raza. La encíclica es publicada enseguida por el obispo de Münster en su diario diocesano; en medio del mayor de los secretos, manda imprimir 120.000 ejemplares, es decir, el 40% de los que la Iglesia conseguirá difundir en Alemania. El domingo 21 de marzo, todos los párrocos, por orden del obispo, leen desde el púlpito ese texto en la Misa mayor. La Gestapo (policía política) se vengará con toda rapidez aplicando medidas represivas. Sin embargo, la encíclica ha conseguido un eco favorable en los medios protestantes; Monseñor von Galen concibe entonces el proyecto de formar un frente común de todos los cristianos alemanes contra el neo-paganismo, con lo que éste será combatido en un terreno más amplio: la defensa de los derechos naturales de la persona humana (derecho a la vida, a la integridad, a la libertad religiosa; derecho de actuar según su conciencia; derecho de los padres sobre la educación de sus hijos).

Contra la escuela pagana

A principios de 1939, el poder nazi considera que ha llegado el momento de suprimir toda enseñanza confesional y todo tipo de clase de religión en la escuela. El 26 de febrero, en su catedral repleta de gente, el obispo de Münster pide a todos sus feligreses que protesten enérgicamente, mediante una petición, contra «la escuela pagana». Su llamada es seguida por decenas de miles de personas que, al firmar la petición, ponen en peligro su seguridad, sus bienes e incluso su vida. El 1 de septiembre de 1939, Alemania invade Polonia, lo que conlleva la declaración de guerra franco-británica. Monseñor von Galen, lejos de retomar el discurso belicista de la propaganda, encomienda a sus feligreses que recen por la patria y por la paz, concluyendo con el deseo de que «se conceda a todos los pueblos la seguridad de la paz en justicia y libertad».

A partir de la segunda mitad del año 1940, las medidas persecutorias contra la Iglesia se suceden: se retrasa la apertura de las iglesias hasta después de las 10 de la mañana a causa del «peligro de ataques aéreos», se arresta y se deporta a numerosos sacerdotes y se ocupan monasterios tras expulsar a sus ocupantes. Monseñor von Galen siente el deber imperioso de elevar su voz y, tras un tiempo de combate interior, el 13 de julio de 1941 pronuncia en su catedral la primera de las tres grandes homilías que darán la vuelta al mundo. Después de reprobar la expulsión de los religiosos, protesta contra el régimen de arbitrariedad y de terror que reina, y pide justicia. El domingo siguiente, exhorta a su pueblo a sobrellevar la persecución: «Semejantes a un yunque que no pierde su resistencia a pesar de la violencia de los golpes de martillo, los prisioneros, los marginados y los desterrados inocentes reciben de Dios la gracia de conservar su firmeza cristiana, mientras el martillo de la persecución los alcanza amargamente y los golpea produciéndoles heridas injustificables».

La defensa de los «improductivos»

Poco después será el sermón del 3 de agosto, en la catedral, en el que Mons. von Galen, al denunciar el exterminio de los enajenados, exclama: «¡Se trata de hombres y de mujeres, de nuestro prójimo, de nuestros hermanos y hermanas! Se trata de unos pobres seres humanos enfermos. Son improductivos, si queréis« Pero, ¿significa ello que han perdido el derecho a la vida?« Si se establece y se pone en práctica el principio según el cual se permite a los hombres matar al prójimo improductivo, entonces, caerá la desgracia sobre todos nosotros, pues llegaremos a ser viejos y seniles« Entonces, ningún hombre estará seguro, ya que cualquier comisión podrá añadirlo a la lista de personas «improductivas», que, según su opinión, se han convertido en «indignas de vivir». Y no habrá policía alguna para protegerlo, ni tribunal que pueda vengar su asesinato ni conducir a sus asesinos ante la justicia. Así pues, ¿quién podrá confiar en su médico? Él es quien decidirá quizás que ese enfermo se ha convertido en «improductivo», lo que significará su condena a muerte. No podemos ni imaginar la depravación moral y la desconfianza universal que se extenderán en el seno de la propia familia si esa terrible doctrina es tolerada, admitida y practicada. ¡Cuánta desgracia para los hombres, cuánta desgracia para el pueblo alemán si el santo mandamiento de Dios No matarás, que el Señor entregó en el Sinaí entre rayos y truenos, que Dios nuestro creador escribió en la conciencia del hombre desde el principio, si ese mandamiento no solamente es violado, sino que su violación es tolerada y ejercida impunemente!».

Pero, por desgracia, la eutanasia no desapareció con el nazismo, ya que, en nuestros días, es practicada en numerosos países. Se está reclamando su legalización alegando el «derecho a morir dignamente». El Papa Juan Pablo II emitió sobre la eutanasia el siguiente juicio: «Estamos aquí ante uno de los síntomas más alarmantes de la «cultura de la muerte», que avanza sobre todo en las sociedades del bienestar, caracterizadas por una mentalidad eficientista que presenta el creciente número de personas ancianas y debilitadas como algo demasiado gravoso e insoportable. Muy a menudo, éstas se ven aisladas por la familia y la sociedad, organizadas casi exclusivamente sobre la base de criterios de eficiencia productiva, según los cuales una vida irremediablemente inhábil no tiene ya valor alguno« Confirmo que la eutanasia es una grave violación de la Ley de Dios, en cuanto eliminación deliberada y moralmente inaceptable de una persona humana. Esta doctrina se fundamenta en la ley natural y en la Palabra de Dios escrita» (EncíclicaEvangelium vitae del 25 de marzo de 1995, 65).

Eutanasia fetal

Y más afán: son muchos los seres humanos a los que se da muerte hoy en día, antes incluso de que nazcan, mediante «eutanasia fetal», con el pretexto de que pueden padecer –según pruebas médicas- una grave discapacidad. Juan Pablo II nos dice lo siguiente: «Sucede no pocas veces que estas técnicas (de diagnóstico prenatal) se ponen al servicio de una mentalidad eugenésica, que acepta el aborto selectivo para impedir el nacimiento de niños afectados por varios tipos de anomalías. Semejante mentalidad es ignominiosa y totalmente reprobable, porque pretende medir el valor de una vida humana siguiendo sólo parámetros de «normalidad» y de bienestar físico, abriendo así el camino a la legitimación incluso del infanticidio y de la eutanasia» (Evangelium vitae, 63). Los padres sufren a veces presiones por parte de médicos que quieren obligarles a abortar para evitar el nacimiento de un hijo discapacitado (o sospechoso de serlo). Los propios médicos sufren la amenaza de procesos judiciales si permiten que nazca un niño «anormal». Son hechos que desvelan la existencia en nuestra sociedad de una mentalidad eugenésica que tiene afinidad con la de los nazis. Como lo subrayaba el Papa Benedicto XVI, estos últimos se guiaban por «una ideología según la cual, en el futuro, solamente debía considerarse lo que era útil y mesurable; el resto, según sus ideas, era considerado como lebensunwertes Leben, una vida indigna de ser vivida» (Discurso en el campo de concentración de Auschwitz, 28 de mayo de 2006). Ni los padres ni los médicos deben dejarse influir, sino que deben depositar su confianza en Dios y recordar que toda persona humana posee una dignidad inviolable y sagrada, por cuanto es creada a imagen de Dios y llamada a vivir por siempre de su vida divina.

La homilía de Monseñor von Galen contra la eutanasia es publicada clandestinamente y difundida ampliamente, tanto en Alemania como en el extranjero. A su autor le cuesta una amonestación por parte de Goering, que le acusa de «sabotear la capacidad de resistencia del pueblo alemán precisamente en medio de la guerra, mediante sus diatribas y panfletos». Hitler considera la posibilidad de mandar arrestar a ese obispo que osa oponerle resistencia, pero Goebbels le aconseja que espere la victoria militar definitiva, con objeto de evitar que se provoquen disturbios en Westfalia. No obstante, cerca de cuarenta sacerdotes de la diócesis de Münster son arrestados, diez de los cuales morirán en la deportación. En 1944, es deportado al campo de concentración de Oranienburg el propio hermano del obispo, Franz.

A partir de 1942, la guerra evoluciona en perjuicio de Alemania, y los bombardeos aliados sobre el país se hacen cada vez más frecuentes. El obispo se esfuerza entonces en ayudar a mitigar los horrores de la guerra en la población civil. Advierte a sus diocesanos de que no cedan a la sed de venganza, que es excitada por la propaganda oficial; el 4 de julio de 1943, en el transcurso de una peregrinación mariana a Telgte, declara:«Tengo el sagrado deber de proclamar el mandato de Cristo de renunciar al odio y a la venganza« ¿Acaso sirve de consuelo a una madre alemana que ha perdido a un hijo en un bombardeo que se le diga: «Pues bien, muy pronto mataremos al hijo de una madre inglesa»? No, el anuncio de semejante venganza no puede servir de consuelo, porque semejante actitud no sería ni cristiana ni alemana».

«¡Aguza el oído!»

El 19 de junio de 1943, durante una alocución en su catedral, Mons. von Galen deplora que el estado alemán «ignore y contrarreste todos los esfuerzos del Papa y de los obispos para alcanzar la paz». Pío XII ha propuesto a todos los beligerantes que realicen un congreso en Roma, pero Alemania lo ha rechazado. El 1 de febrero de 1944, en su carta pastoral de Cuaresma, el obispo de Münster subraya que la causa profunda de las catástrofes presentes reside en el rechazo por parte del hombre moderno de la autoridad de Dios, consistiendo el remedio es someterse a Jesucristo. Y el prelado termina con la siguiente súplica: «¡Pueblo alemán, aguza el oído! ¡Escucha la voz de Dios!». Entre octubre de 1943 y octubre de 1944, una serie de ataques aéreos destruyen la ciudad de Münster, incluida la catedral; diezmada por la muerte o el exilio, su población ha descendido de 150.000 a 25.000 habitantes; las demás ciudades grandes de la diócesis sufren la misma suerte. Monseñor von Galen, que ha escapado por poco de la muerte durante el bombardeo de su palacio episcopal, debe refugiarse en el campo; el 31 de marzo de 1945 asiste, en Sendenhorst, a la entrada victoriosa de las tropas anglo-americanas. El obispo se convierte entonces en el padre de los pobres y de los desdichados, que son innumerables y que carecen de alojamiento y de trabajo. Se erige en su defensor, frente a las fuerzas de ocupación aliadas, que dejan que la población sea presa de los pillajes y del hambre, con el pretexto de una «responsabilidad colectiva» del pueblo alemán.

El 23 de diciembre de 1945, Pío XII hace público el acceso al cardenalato de treinta y dos prelados, entre los cuales se encuentra Clemens August von Galen. El Papa pretende con ello rendir homenaje a la voz más valerosa del episcopado alemán durante el nazismo; al promover a tres alemanes, el Santo Padre pretende dejar de manifiesto –y así lo expresa públicamente– que el pueblo alemán no puede ser acusado en su conjunto de ser responsable de las atrocidades de la segunda guerra mundial. Después de un viaje penoso de siete días en tren, el obispo de Münster recibe el capelo cardenalicio el 21 de febrero de 1946, en Roma, en el transcurso de una grandiosa ceremonia. El cardenal Spellman, de Nueva York, proporcionará a los tres cardenales alemanes un avión militar norteamericano para reconducirlos a su país.

El 16 de marzo, el cardenal von Galen hace su entrada en Münster en ruinas, en medio de una muchedumbre entusiasta de 50.000 personas que ve en él motivos para esperar un futuro mejor. Tras expresar su pena por no haber sido considerado digno del martirio, añade que, si no fue arrestado por la Gestapo, lo debe al amor y a la fidelidad de sus diocesanos: «Estabais detrás de mí, y los que ostentaban el poder sabían que el pueblo y el obispo de la diócesis de Münster estaban fundidos por una inseparable unidad, y que, si golpeaban al obispo, sería el pueblo entero el que se consideraría golpeado. Eso es lo que me confortó interiormente y lo que me dio seguridad». Es el último acto público del «león de Münster». A partir del día siguiente, es víctima de una perforación intestinal, a consecuencia de la cual fallece el 22 de marzo de 1946.

El 9 de octubre de 2005, a la salida de la ceremonia de beatificación, el Papa Benedicto XVI declaró: «En esto reside el mensaje siempre actual del beato von Galen, en que la fe no queda reducida a un sentimiento privado, que quizás incluso habría que esconder cuando molesta, sino que implica igualmente la coherencia y el testimonio en el dominio público, en favor del hombre, de la justicia y de la verdad».

Pidamos a Dios, para nosotros y para todos los pastores de la Iglesia, por intercesión del beato Clemens August, el valor de no dejarnos influir, en el testimonio de nuestra vida cristiana, «ni por los halagos ni por el temor» de los hombres. De ese modo, podremos trabajar eficazmente por la gloria de Dios y la salvación de las almas.

Fuente: Abadía San José de Clairval Dom Antoine Marie osb


Oración por los Sacerdotes

Señor Jesús, presente en el Santísimo Sacramento,
que quisiste perpetuarte entre nosotros
por medio de tus Sacerdotes,
haz que sus palabras sean sólo las tuyas,
que sus gestos sean los tuyos,
que su vida sea fiel reflejo de la tuya.
Que ellos sean los hombres que hablen a Dios de los hombres
y hablen a los hombres de Dios.
Que no tengan miedo al servicio,
sirviendo a la Iglesia como Ella quiere ser servida.
Que sean hombres, testigos del eterno en nuestro tiempo,
caminando por las sendas de la historia con tu mismo paso
y haciendo el bien a todos.
Que sean fieles a sus compromisos,
celosos de su vocación y de su entrega,
claros espejos de la propia identidad
y que vivan con la alegría del don recibido.
Te lo pido por tu Madre Santa María:
Ella que estuvo presente en tu vida
estará siempre presente en la vida de tus sacerdotes.
Amen

“Fidelidad de Cristo, fidelidad del sacerdote".

SAN JUAN BOSCO



















MARIA AUXILIO DE LOS CRISTIANOS RUEGA POR NOSOTROS

SAN JUAN BOSCO AYÚDAME!!!!

24 de mayo María Auxiliadora


Historia de la devoción a María Auxiliadora en la Iglesia Antigua.
Los cristianos de la Iglesia de la antigüedad en Grecia, Egipto, Antioquía, Efeso, Alejandría y Atenas acostumbraban llamar a la Santísima Virgen con el nombre de Auxiliadora, que en su idioma, el griego, se dice con la palabra "Boetéia", que significa"La que trae auxilios venidos del cielo". Ya San Juan Crisóstomo, arzobispo de Constantinopla nacido en 345, la llama "Auxilio potentísimo" de los seguidores de Cristo. Los dos títulos que más se leen en los antiguos monumentos de Oriente (Grecia, Turquía, Egipto) son: Madre de Dios y Auxiliadora. (Teotocos y Boetéia). En el año 476 el gran orador Proclo decía: "La Madre de Dios es nuestra Auxiliadora porque nos trae auxilios de lo alto". San Sabas de Cesarea en el año 532 llama a la Virgen "Auxiliadora de los que sufren" y narra el hecho de un enfermo gravísimo que llevado junto a una imagen de Nuestra Señora recuperó la salud y que aquella imagen de la "Auxiliadora de los enfermos" se volvió sumamente popular entre la gente de su siglo. El gran poeta griego Romano Melone, año 518, llama a María "Auxiliadora de los que rezan, exterminio de los malos espíritus y ayuda de los que somos débiles"e insiste en que recemos para que Ella sea también"Auxiliadora de los que gobiernan" y así cumplamos lo que dijo Cristo: "Dad al gobernante lo que es del gobernante" y lo que dijo Jeremías: "Orad por la nación donde estáis viviendo, porque su bien será vuestro bien". En las iglesias de las naciones de Asia Menor la fiesta de María Auxiliadora se celebra el 1º de octubre, desde antes del año mil (En Europa y América se celebre el 24 de mayo). San Sofronio, Arzobispo de Jerusalén dijo en el año 560: "María es Auxiliadora de los que están en la tierra y la alegría de los que ya están en el cielo". San Juan Damasceno, famoso predicador, año 749, es el primero en propagar esta jaculatoria: "María Auxiliadora rogad por nosotros". Y repite: "La "Virgen es auxiliadora para conseguir la salvación. Auxiliadora para evitar los peligros, Auxiliadora en la hora de la muerte". San Germán, Arzobispo de Constantinopla, año 733, dijo en un sermón: "Oh María Tú eres Poderosa Auxiliadora de los pobres, valiente Auxiliadora contra los enemigos de la fe. Auxiliadora de los ejércitos para que defiendan la patria. Auxiliadora de los gobernantes para que nos consigan el bienestar, Auxiliadora del pueblo humilde que necesita de tu ayuda".
La batalla de Lepanto.
En el siglo XVI, los mahometanos estaban invadiendo a Europa. En ese tiempo no había la tolerancia de unas religiones para con las otras. Y ellos a donde llegaban imponían a la fuerza su religión y destruían todo lo que fuera cristiano. Cada año invadían nuevos territorios de los católicos, llenando de muerte y de destrucción todo lo que ocupaban y ya estaban amenazando con invadir a la misma Roma. Fue entonces cuando el Sumo Pontífice Pío V, gran devoto de la Virgen María convocó a los Príncipes Católicos para que salieran a defender a sus colegas de religión. Pronto se formó un buen ejército y se fueron en busca del enemigo. El 7 de octubre de 1572, se encontraron los dos ejércitos en un sitio llamado el Golfo de Lepanto. Los mahometanos tenían 282 barcos y 88,000 soldados. Los cristianos eran inferiores en número. Antes de empezar la batalla, los soldados cristianos se confesaron, oyeron la Santa Misa, comulgaron, rezaron el Rosario y entonaron un canto a la Madre de
María AuxiliadoraDios. Terminados estos actos se lanzaron como un huracán en busca del ejército contrario. Al principio la batalla era desfavorable para los cristianos, pues el viento corría en dirección opuesta a la que ellos llevaban, y detenían sus barcos que eran todos barcos de vela o sea movidos por el viento. Pero luego - de manera admirable - el viento cambió de rumbo, batió fuertemente las velas de los barcos del ejército cristiano, y los empujó con fuerza contra las naves enemigas. Entonces nuestros soldados dieron una carga tremenda y en poco rato derrotaron por completo a sus adversarios. Es de notar, que mientras la batalla se llevaba a cabo, el Papa Pío V, con una gran multitud de fieles recorría a cabo, el Papa Pío V, con una gran multitud de fieles recorría las calles de Roma rezando el Santo Rosario. En agradecimiento de tan espléndida victoria San Pío V mandó que en adelante cada año se celebrara el siete de octubre, la fiesta del Santo Rosario, y que en las letanías se rezara siempre esta oración: MARÍA AUXILIO DE LOS CRISTIANOS, RUEGA POR NOSOTROS.
El Papa y Napoleón.
El siglo pasado sucedió un hecho bien lastimoso: El emperador Napoleón llevado por la ambición y el orgullo se atrevió a poner prisionero al Sumo Pontífice, el Papa Pío VII. Varios años llevaba en prisión el Vicario de Cristo y no se veían esperanzas de obtener la libertad, pues el emperador era el más poderoso gobernante de ese entonces. Hasta los reyes temblaban en su presencia, y su ejército era siempre el vencedor en las batallas. El Sumo Pontífice hizo entonces una promesa: "Oh Madre de Dios, si me libras de esta indigna prisión, te honraré decretándote una nueva fiesta en la Iglesia Católica". Y muy pronto vino lo inesperado. Napoleón que había dicho: "Las excomuniones del Papa no son capaces de quitar el fusil de la mano de mis soldados", vio con desilusión que, en los friísimos campos de Rusia, a donde había ido a batallar, el frío helaba las manos de sus soldados, y el fusil se les iba cayendo, y él que había ido deslumbrante, con su famoso ejército, volvió humillado con unos pocos y maltrechos hombres. Y al volver se encontró con que sus adversarios le habían preparado un fuerte ejército, el cual lo atacó y le proporcionó total derrota. Fue luego expulsado de su país y el que antes se atrevió a aprisionar al Papa, se vio obligado a pagar en triste prisión el resto de su vida. El Papa pudo entonces volver a su sede pontificia y el 24 de mayo de 1814 regresó triunfante a la ciudad de Roma. En memoria de este noble favor de la Virgen María, Pío VII decretó que en adelante cada 24 de mayo se celebrara en Roma la fiesta de María Auxiliadora en acción de gracias a la madre de Dios.

San Juan Bosco y María Auxiliadora.
El 9 de junio de 1868, se consagró en Turín, Italia, la Basílica de María Auxiliadora. La historia de esta Basílica es una cadena de favores de la Madre de Dios. su constructor fue San Juan Bosco, humilde campesino nacido el 16 de agosto de 1815, de padres muy pobres. A los tres años quedó huérfano de padre. Para poder ir al colegio tuvo que andar de casa en casa pidiendo limosna. La Sma. Virgen se le había aparecido en sueños mandándole que adquiriera "ciencia y paciencia", porque Dios lo destinaba para educar a muchos niños pobres. Nuevamente se le apareció la Virgen y le pidió que le construyera un templo y que la invocara con el título de Auxiliadora.
Empezó la obra del templo con tres monedas de veinte centavos. Pero fueron tantos los milagros que María Auxiliadora empezó a hacer en favor de sus devotos, que en sólo cuatro años estuvo terminada la gran Basílica. El santo solía repetir: "Cada ladrillo de este templo corresponde a un milagro de la Santísima Virgen". Desde aquel santuario empezó a extenderse por el mundo la devoción a la Madre de Dios bajo el título de Auxiliadora, y son tantos los favores que Nuestra Señora concede a quienes la invocan con ese título, que ésta devoción ha llegado a ser una de las más populares.
San Juan Bosco decía: "Propagad la devoción a María Auxiliadora y veréis lo que son milagros" y recomendaba repetir muchas veces esta pequeña oración: "María Auxiliadora, rogad por nosotros". El decía que los que dicen muchas veces esta jaculatoria consiguen grandes favores del cielo.

Oración a María Auxiliadora

Santísima Virgen, Madre de Dios, yo aunque indigno pecador postrado a vuestros pies en presencia de Dios omnipotente os ofrezco este mi corazón con todos sus afectos. A vos lo consagro y quiero que sea siempre vuestro y de vuestro hijo Jesús.

Aceptad esta humilde oferta vos que siempre habéis sido la auxiliadora del pueblo cristiano.

Oh María, refugio de los atribulados, consuelo de los afligidos, ten compasión de la pena que tanto me aflige, del apuro extremo en que me encuentro.

Reina de los cielos, en vuestras manos pongo mi causa. Se bien que en los casos desesperados se muestra más potente vuestra misericordia y nada puede resistir a vuestro poder. Alcanzadme Madre mía la gracia que os pido si es del agrado de mi Dios y Señor. Amén.